domingo, 14 de febrero de 2010

Acheropita






Acheropita,

¿Te recuerdas? Estaba yo en las calles de Turín, mirándome en la niebla, de pronto entre las simples, joven de mucha gracia ibas tal vez camino de tu casa, laderando sueños detrás de los albos rebaños de la tarde. Acheropita, dijiste, te llamabas, mientras dulce, tierna, verde panterita, acampabas en la nieve. Después de siglos, deletreo tu nombre: No pintada de mano = Non dipinta da mano —me decías— Es decir, ¡Por los dioses! Por eso vas conmigo de mano de los sueños de tus ojos. Nunca el Café Bottini más azul o más alegremente torinés que cuando mi tristumbre dio con tu donaire. Si acaso algún día algún duende pasa por Vercelli —donde supe que vivías— y lo encuentra despierto, iluminado, es porque vives todavía.
Ahora mi impaciente corazón prorrumpe desesperado a gritos... no cesa de enviar e-mails, correos electrónicos a los cuatro costados de la Red:

Cari amici,

vorrei avere notizie di Acheropita Lombisani. Nel’ 67 studiava a Torino. Sebbene il suo indirizzo era: V. Carrozzino 32. 5262, Vercelli. Da quel anno, non ho saputo più nulla di lei. La bella, cara Acheropita rimane viva ancora nel mio cuore. L’ ho cercata invano... c’è un posto speciale nel mio cuore che solo Acheropita puo riempire. Oggi soltanto dico: buona giornata amore mio... Buon San Valentino. Per carità fammi sapere qualcosa al più presto. Grazie mille.

Saulo
14 febbraio 2010




TÉRMINO





TÉRMINO


Finalmente el amor se hace cercanose escapa corre va regresa viene nos hala como niños Nos perdemos con las cosas No importa cuáles sean nubes cerros lágrimas el mar Siempre cosas y ellas tierra son Regresos Azules asoleados los del cielo los del mar Gris todo Sangre por el cielo Con lágrimas de mar tierra y cieloVengándonos del mar ya vengados del cielo y de la tierra



Pablo Mora

martes, 9 de febrero de 2010

La trocha de la paz





La trocha de la paz
Pablo Mora

Nubes juntas, sueños juntos, barrio humilde, barrio cerca, desnudo, recio, original; tiempo viejo, sueño pronto, incansable, vieja copa, calle empinada, solitaria; siempre más lejos, más cerca, la tierra, la niebla, la tristeza, el asombro, el odio, el enigma; el desencuentro, el desagravio, la tregua; el otro, el pueblo, su fuerza, su razón.
Quedan la vigilia, el amor, la angustia espiralada; el héroe en su paso, la sangre, la huida; el rezo, las preguntas, el miedo, la seña, la orfandad. Quedan alta nube, alto desconsuelo, alto sol; campo, campana, campanario, campesino; grito, bala, presente eterno en lo fractal. Quedan la conciencia, el rito, el brazo, las cantinas, la pena, la salida. Quedan ansias, trizas, lucero, llanto, desvarío; embriaguez, juramento, soledad. Quedan sueño, noche, amanecer; la pobreza, el camino, la consigna, la canción. Queda el firme clamor hacia la fe.
Locura necesaria al horizonte de frente al paso, a la mañana; al engaño, la lumbre, el huracán. Año nuevo, mochila nueva, calle nueva, trepando eternidad. Sonrisa en mano, sin mentira, sin miedo, sin tardanza, al abierto, al rompe, a lo mejor. Multitud, fuego, árbol, clarín y claridad; caminante, marinero, alforja plena, sin cortar la luz, sin dejar la sombra; sin horario, sin retorno, con razón; sin bajar la guardia, sin bajar la alegría; en nombre del pan, del pobre y de la cena santa
Buscaremos el rincón de Dios, la guarida de las sombras, la escarcha del jardín; calendarios, repisas, relojes, enramadas; carpinterías, fogones, horizontes; poemas enraizados, viejas lluvias, clarinadas. Buscaremos madrugadas, insomnios rotos, infantes llantos, tempestades; nidos solos, silencios desbocados, aguas frescas, subversiones; patrullas, trincheras, rabias; luces, truenos, mayos; caprichos, persistencias, claridades. Buscaremos claveles y jazmines, voces, verdades y canciones; proyectos y bandejas, arados y charapos; locuras tempraneras, calles, plazas; semerucos, portachuelos, pancartas, esperanzas; presentes infinitos, aspavientos, macundales; vientos, sueños recios, contras, azabaches, persistencias, bendiciones.
Sabremos de arrebatos; del columpio de la rabia, del camino que lleva al desespero; de las edades del grito y la asechanza; de la vagina, de la pereza, de las prisas; del hambre, del ladrido imperial, de los bribones. Sabremos del instante, del naufragio, de las amargas grietas del roble; de los burdeles del aire, de las esquinas del sueño; de los apellidos del árbol, de las arenas del mal; de los basurales del pobre, de los molinos sin viento, de las entrañas del daño. Sabremos de las distintas caras cristianas; de los entierros sin hombros; de los suburbios sin santos; de los jirones de sueldo; de los retazos del agua; de las gargantas sin voz; de los charcos del dólar; de los gemidos del banco; de la señal del centavo.
Armaremos salones, cajas, calles, plazas; armaremos casonas, sueños, soles, tardes; milagros, camerinos y tarimas; aceras, consignas, faroles y banderas. Armaremos de acero los cantos. Hasta de dos en dos armarnos y amarnos hasta el fin. Echaremos las sombras al viento, a las espaldas los arroyos del tiempo, las barricadas sin paz. Revisaremos listas nóminas, retratos. Contrataremos, solicitaremos, inscribiremos a Dios.
Perdonaremos a la cizaña, a la ortiga, a los zancudos, a los cables, a la luz, a los técnicos, a su trabajo subliminal. Volveremos al sitio, al encuentro, al abrazo, con la frente en el cielo y el arma sin voz. Caminaremos despacio jardines, arrebol, sabana, aldea, alba, barrio, luna, madrugada, ciudad. Juntaremos casa, avío, diapasón, resabios, fincas y razones; víveres, dinero, el aceite, los garbanzos, el carriel. Cuenta rendiremos. Ajustaremos tragos, brindis, trasnochos, alegrías. Tornaremos al cimiento, a los caminos, a las ruanas, al cuatro, al arpa, los tiples, las maracas. Contaremos con el voto de los pájaros, con el aplauso de la tarde, con la confianza del vino, con las señas de la luz. Alistaremos las mesas, las jarras, las cafeteras, los manteles. Iremos a la marcha de los árboles. Al murciélago trizas volveremos. Echaremos el resto, apañaremos el sol. Daremos nuestra vida por un arma en paz.
Contemos con la vida. Cantémosle a la tierra, al bahareque, al oro, al riesgo, al desafío. Salgámosle al paso al superpoder. Inspeccionemos armas, demonios, insignias, santidades; andanzas, amenazas, mensajes, bodegas, secretos y arsenales químicos, biológicos, nucleares. Desenterremos el mal y sus secuaces. Reunamos tantos inspectores como sea posible. Crucemos las fronteras del imperio. Ingresemos en sus antros, en el fondo de sus cajas negras. Desarmemos sus desvergonzadas locuras belicistas, con la fuerza de la paz. Vigilar mientras todos duermen. Unir lo posible con lo imposible. Mantener abierta la palabra. Sacar la flor de las cenizas. Llevar el infinito a cuestas. Salirle al paso a la mirada. Alentar todas las formas. Alumbrar la maravilla. Encender relámpagos. Asombrar al tiempo. Descubrir el secreto. Sentir las sombras. Fundar los sueños. Salvar al hombre. Amar al viento. Decir verdad. Seguir puntualmente al sol. Sentarse en el lugar del hambre. Acordarse del viaje hacia la sombra. Dar tiempo al camino a que regrese. Despertar a latigazos el silencio. Mantenerse como un latido. Llevar a peso las palabras. Reinar sobre la muerte. Revivir cada día. Salvarse juntos. Festejar la vida. Cambiar la vida. Transformar la vida. Asolear la eternidad. Hacer más vivo el vivir. Llegar vivos a la muerte. Hacer buena la palabra. Hacerla arado, paz, combate, furente, empuñada, inextinguible. Dar con la antigua trocha de la paz. Salvaguardar al hombre que florece, la lumbre lubricante de la piedra, la huella que nos lleve al alumbraje.



domingo, 7 de febrero de 2010

Jorge Luis Borges: palabra universal






Jorge Luis Borges: la palabra universal

Cristina Castello Argenpress




«Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrazaba la sed» J. L. Borges, de «El Inmortal» Jorge Luis Borges es una metáfora de sí mismo. Es uno de los escritores más destacados del siglo XX y un emblema de su patria argentina, donde todos lo nombran pero pocos lo leyeron. Niño prodigio, vivió su infancia vestido de niña por su madre, quien lo llamaba «inútil» e «infeliz». Su erudición tiene pocos parangones. ¿Fue tan lúcido para descubrir la sacralidad de la vida, como para escribir? ¿O la lucidez dañó esa parte del espíritu donde está escrito que nada de lo humano debería ser extraño? Pocos artistas son tan amados y aborrecidos. Y se comprende: los versos de Borges son sagrados, pero su boca fue incontinente. C alificó a Federico García Lorca, como un «poeta menor», y de la misma forma honró a los vates de la Generación del XXVII española; no se privó de críticas a Julio Cortázar; de Cien años de soledad, de García Márquez dijo: «Lindo título, ¿no?». Fue implacable con Charles Baudelaire, se ensañó con Pierre Corneille –autor de «El Cid» – y con Isidore Ducasse (el Comte de Lautréamont). Más: al ritmo de cada sorbo de su té inglés calificó a Arthur Rimbaud como «un artista en busca de experiencias que nunca logró», y criticó salvajemente a André Breton, potencia de imaginación y poesía; y, aunque nacido en las pampas, su anglofilia era tan fuerte como su franco fobia (Juan José Saer dixit). Demasiado, Mister George. Su sed, su sed eterna. Este 24 de agosto, se cumplen 110 años de su nacimiento, y la pregunta de siempre sigue en pie: ¿Tuvo sed de poesía, o, también – y sobre todo – de sentirse amado por una mujer? Él, la pluma universal, tuvo amores imposibles y sufrió como los personajes de las novelas más vulgares, que despreciaba. Hasta que llegó su cauce: María Kodama, con quien tuvo una unión en el misterio. Mente prodigiosa, en « El jardín de los senderos que se bifurcan » , propuso –sin saberlo­­­­– una repuesta a un problema de la física cuántica. Y toda su vasta obra fue un hito, como disparador de la fantasía de lectores y gentes de letras. A la par, si bien en su momento condenó a Adolfo Hitler y a Benito Mussolini, después hizo loas de autores de crímenes de lesa humanidad: Francisco Franco, Jorge Rafael Videla y Pinochet, entre otros. Asesinos, condenados en tal condición por la Justicia. Más que por otros poetas, se sintió marcado por el enorme Walt Whitman. Pero, ¿qué asimiló de él? La palabra de Whitman se batía por la libertad de los pueblos y la dignidad humana; la palabra hablada de Borges defendía –también– la invasión-masacre norteamericana en Vietnam. Su obra de ficción, plena de ironía, es sobria y precisa pero, en general, tiene una gran distancia con la vida viviente, como si lo que escribía hubiera pasado por su cerebro y no por su sangre; está plena de símbolos, de metáforas tan ricas como poco comprensibles para la mayoría; tiene un sentido metafísico, y muchas veces intensamente lúdico. «Historia universal de la infamia» y «El Aleph», entre otras, son piezas maestras del siglo XX. Borges fue uno de sus espejos de tinta. Un acertijo. Una suerte de estatua de sí mismo, un monumento, un ser sin piel, por cuyos poros asomaba su inteligencia. Pero en la poesía que escribió asoman sus venas terrenales, irremediablemente: [...] Sin que nadie lo supiera, ni el espejo, /ha llorado unas lágrimas humanas. /No puede sospechar que conmemoran /todas las cosas que merecen lágrimas (de « La cifra » ). La poesía es una voz: la vida viva. Ni siquiera este hombre de la esquina rosada, pudo esconderse tras los muros de cristal del poema. El poema no tiene tapias: es revelador. La hora de la espada: Borges, Pinochet y Videla Amaba la música de Pink Floyd, de Los Beatles, de los Rolling Stones y de Brahms. Adoraba a «Bepo», su gato. Mientras, aplaudía al gobierno que hizo desaparecer a 30.000 personas –luego de torturas satánicas–, durante el golpe de Estado de 1976 en Argentina. Abrazado a su gato, Borges reclamó públicamente «cien años de dictadura militar». « Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno », dijo en mayo de aquel año. Se refería a la reunión que mantuvo con el genocida Jorge Rafael Videla, primer presidente de facto de aquella etapa; había asistido, presuroso, con Ernesto Sábato, quien fue después defensor de los derechos humanos: los rictus de la vida. El tiempo hizo su juego y en1980, con o sin el gato «Bepo», recibió a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo, gesto en el cual –aunque ella lo niega, discreta– hay una influencia evidente de María Kodama. Entonces se mostró conmovido, y hasta indignado con los militares asesinos; y reiteró esa conducta cuando, ya en democracia, se juzgó a los desaparecedores de seres humanos: recién en ese momento quiso enterarse de los suplicios y muertes sufridos por sus congéneres, y escribió una crónica para la agencia EFE. ¿Había despertado por fin su lucidez para la fraternidad? Ojalá. Pero las palabras son una suelta de pájaros: imposible remontarlas cuando vuelan a voluntad del viento. ¿En cuántas personas influyeron sus primeras declaraciones? ¿Cuántas, sin pensamiento propio, repitieron los conceptos del poeta sólo porque «lo dijo Borges»? Paseó entre laberintos, espejos, libros de arena, ruinas circulares y bibliotecas de Babel. Cultivadísimo –es una de las más grandes glorias mundiales de la literatura– se fue de este planeta el 14 de junio de 1986, siempre en espera del Nobel. La condecoración que, orgulloso, había recibido de las manos con sangre de Augusto Pinochet, fue un escollo insalvable para el premio. Aquel día se alborozó con su flamante doctorado Honoris Causa de la Universidad de Chile, y enarboló la hora de la espada. La hora de la espada, el discurso reaccionario de Leopoldo Lugones, quien –con esas palabras– avalaba la siembra de muerte de los futuros golpes de Estado. Borges fue Borges, ni más ni menos, a pesar de haberse definido como anarquista. A los 17 había sido tildado de comunista, con la prohibición de entrar a Norteamérica. En realidad, sólo había tenido un enamoramiento adolescente de la Revolución Rusa, fuente de inspiración para el poemario «Los salmos rojos» , que destruyó tres años después. Sólo se publicaron los versos de la poesía que da título al libro, en la revista « Grecia » , en un periódico de España y en otro de Ginebra. De su pecado de juventud sólo queda esa huella, y las cenizas de tantas estrofas incendiadas. En 1983 anunció su suicidio en el diario La Nación, en el relato «Agosto 25, 1983». Por cierto que no se quitó la vida; y justificó haber jugado con las palabras y con la opinión pública, en su cobardía para auto inmolarse. ¿Buscaba con sus actitudes, la fama y el espacio que su país le negaba como escritor? ¿Era un exquisito provocador? Lúdico, me dijo en una entrevista que el deporte que más le gustaba era la riña de gallos; y con su proverbial ironía bajo el aspecto de ingenuidad, se preguntaba por qué en el fútbol 22 hombres corren detrás de una pelota, en lugar de comprar 22 pelotas. Se jactaba de haber tomado mescalina y cocaína en su juventud. Pero aquello no duró más que un instante: su droga dura fueron los caramelos de menta, y su devoción, la merluza hervida. Travieso, guardaba billetes de 10, 50 y 100 dólares entre los libros de su Paraíso: la biblioteca. A pesar de no haber creído en ningún dios, antes de morir rezó el «Padre Nuestro», porque así lo había dictaminado muchos años antes, su madre. Doña Leonor Acevedo seguía rigiendo el destino del hijo –el «inútil» e «infeliz» – , obediente hasta el último soplo, que exhaló el 14 de junio del ’86. « Me duele una mujer en todo el cuerpo » (Borges, en «El oro de los tigres») Su padre lo llevó a un prostíbulo en Ginebra, para que ejerciera por primera vez como varón; y desde entonces, el amor le fue una frustración. Muy amigo de Adolfo Bioy Casares, escritor y caballero excelso y de una personalidad fuertemente seductora, Borges vivía a través suyo, lo que la vida no le daba: la pasión de una dama. Se sentía el patito feo. El nombre de una mujer recorrió el mundo en los versos borgianos: «Yo que he sido todos los hombres, no he sido aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach». Matilde no existió jamás: era el personaje de una novela ignota y de baja calidad, a quien él dio entidad universal con su estrofa. La soledad puede ser una telaraña. A Elsa Astete Millán, su primera esposa, la conoció en 1931, cuando él tenía 32. La relación fue terrible: sin amor, sin pasión, sin interés de ninguno de los dos por el otro. Ella se enamoró de Ricardo Albarracín Sarmiento, dejó al poeta ciego y amante de las espadas, y se casó con el candidato nuevo. Sólo después de decenios, Elsa relató aquel fracaso, sin mucha elocuencia: «No se dio», contó, apenas. «Sólo la esperaba a ella», gimió el poeta a modo de narración. Para mitigar la espera, Borges se enamoró de Estela Canto –quien jamás lo amó–, de Silvina Bullrich, de María Esther Vásquez, y más. Y llegó 1965 –habían pasado más de treinta años– y el reencuentro con Elsa. Él ya estaba casi ciego, tenía 68 años y ella 57. Sin que le importara su agnosticismo, se casaron por iglesia: por amor, todo podía sacrificarse. Al menos eso creyó. Doña Leonor Acevedo había influido una vez más: ― «¿Cada noche de su vida, antes de acostarse, miraba tu foto», dijo a su futura nuera. El matrimonio se terminó después de tres años, en 1970. Georgie se cansó: sin una palabra, salió de la casa conyugal y no volvió jamás. Unos meses después, mientras paseaba con su sobrino por la calle Florida de Buenos Aires, Elsa Astete Millán se cruzó con el escritor y lo saludó: «¿Quién es? », preguntó el poeta, ya totalmente ciego. ― «Es Elsa, tío», fue la respuesta «¿Y quién es Elsa?», repreguntó Borges. Enterraba el amor, ¿el amor? ¿Fue Millán la pasión que le hizo escribir me duele una mujer en todo el cuerpo? Todo hace pensar que no, pero... Qui sait? Alcanzó la fama recién en la antesala de la vejez, a pesar de haber comenzado su vida literaria como un superdotado. A los siete años había escrito en inglés un resumen de la mitología griega ; a los ocho, el cuento «La visera fatal » , inspirado en un episodio del Quijote ; y a los nueve tradujo del inglés «El príncipe feliz » de Oscar Wilde. Su obra incluye cuentos, ensayos y poesía. Fue un innovador, abrió senderos. No hay que olvidar que d os de las grandes revoluciones de la lengua castellana, tuvieron su origen en la América morena: una fue la de Rubén Darío y el modernismo; y la otra, la de Borges, a partir del cambio que impuso a la narrativa. Además, hizo guiones de cine, crítica literaria y prólogos; escribió en colaboración con otros escritores, y tradujo obras del inglés, francés, alemán, anglosajón y escandinavo antiguo. Era como Leonardo da Vinci, complejísimo y lleno de matices, con inteligencia fascinante e imaginación enorme. ¿Era como el genio da Vinci? Así lo siente María Kodama. Cultivadísima, escritora e incansable cancerbero de la obra del Maestro, ella amaba tanto «su rostro de conejo» como verlo reír tal «un cachorro de tigre al sol». «Ulrica», según él la llamaba –nombre nórdico que quiere decir «Osita»–, escuchó por primera vez un poema del que sería su esposo, cuando tenía cinco años; lo conoció a los 12 y la relación amorosa empezó a finales de los’60, pero se hizo exclusiva, desde el adiós a Elsa. «Osita» fue también un gran soporte de la actividad literaria y personal de Borges, lo ayudó en la dirección de su colección «Biblioteca personal»; y escribieron juntos, en colaboración, «Breve antología anglosajona» y «Atlas». Fue desenfadada, fresca y espontánea con el Maestro: a pesar de su juventud, le discutía cosas que podrían haber parecido una insolencia y que, sin embargo, a Georgie le gustaban y divertían. Y así la disfrutó: libre como un animal en la selva, según ella se define, a costa de ser prisionera de su libertad. María fue los ojos a través de los cuales Borges descubrió geografías, amaneceres y obras de arte presentidas pero vedadas para sus pupilas en penumbras. Hoy, el poeta descansa – por su elección – en el cementerio Plainpalais (Ginebra), cerca de donde había tenido su primera experiencia sexual, en aquel prostíbulo. Vaya coincidencia. Y tantos amores frustrados, y tantos versos, y dos esposas, tan diferentes. Elsa le había dicho: «Georgie, aprovecha tu cuarto de hora; hoy estás en el candelero, pero dentro de dos o tres años nadie se acordará de vos». María lo acompañó hasta el final y hoy recorre el mundo, para mantener vigente y hacer crecer la obra del poeta. Y no le debe de ser fácil: no es sencillo tener talento y ser la viuda de un grande, en un país como Argentina, donde tantos quieren apropiarse del alma del Maestro. ¿La amó? Nadie puede saberlo, el corazón del hombre es insondable, aún para sí mismo. «Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. / Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines de Oriente y de Occidente, cuánto Virgilio», le escribió, entre tantos versos. Es como el ojo del huracán: serenidad y silencio cuando todo se arremolina a su alrededor, dijo de su mujer. «Y que nadie temiera», está grabado en la tumba de Jorge Luis Borges, un grande de las letras y un poeta sin compromiso con la vida humana. Sediento, lúdico, incontinente verbal, brillante, desamparado, a veces un niño. En los días anteriores a su muerte, contaba a su esposa de los caramelos «toffie» que le compraba su abuela, hablaban de literatura y estudiaban árabe. ¿Fue un hombre ciego pero con la lucidez a flor de alma, o la luz del conocimiento lo encegueció? «Debo justificar lo que me hiere. /No importa mi ventura o mi desventura. /Soy el poeta», había escrito. Quizás sea la mejor sentencia y la única conclusión. Cristina Castello es poeta y periodista, bilingüe (español-francés) y vive entre Buenos Aires y París. http://www.cristinacastello.com/ http://les-risques-du-journalisme.over-blog.com/ Este artículo es de libre de reproducción, a condición de respetar su integralidad y de mencionar a la autora. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=89478



sábado, 6 de febrero de 2010

Nelson Mandela, 46664 Pàjaros de libertad




Nelson Mandela, 46664 Pájaros de libertad
2010-2-6
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Por Cristina Castello.

En el atardecer del 2 de febrero de 1990, pudo respirar de nuevo a corazón abierto, después de haber sufrido 27 años de cárcel, acusado de ser Inocente. Nelson Mandela comenzó por tratar de cambiar su aldea para poder cambiar el mundo (Gandhi dixit). Había empeñado su vida en la lucha contra el apartheid, que segregaba a la población negra de Sudáfrica y la obligaba a vivir de manera infrahumana. Por cierto que para aquel régimen discriminatorio esto fue suficiente para considerarlo un «terrorista».
La respuesta del gobierno sudafricano ―hambriento de injusticia y de la mano de la CIA yanqui― al intento ininterrumpido y heroico de terminar con la exclusión, fue una cifra. Una cifra atroz.
46664.
46664 fue el número de prisionero que selló a Mandela tras las rejas, primero en la mazmorra de Robben Island y luego en la de Pollsmoor.
Pero también fueron 46664 las palomas que surcaron el cielo hace veinte años, el día de la liberación del pájaro de la libertad, el 2 de febrero de 1990.
Mandela había abierto sus ojos a la vida el 18 de julio de 1918 en Umtata, Sudáfrica, hijo del jefe de la tribu de los Tembu, quien lo bautizó Rolihlahla. Después de la educación primaria en una escuela de misioneros británicos, hizo el bachillerato en artes y luego la carrera de abogado. A los 24 años se inició en la política, durante su tiempo estudiantil en Johannesburgo y se incorporó al Congreso Nacional Africano. (ANC). Desde allí, con otros jóvenes, se dio a la tarea de rescatar de la exclusión a millones de trabajadores casi esclavos, a campesinos de zonas rurales y a profesionales.
Portar sangre negra en las venas, era ―y es, aún― un estigma y una condena, para un mundo sin piedad. Pero nuestro hombre soñaba con la emancipación.
Mandela ama la música de Händel y de Tchaikovski y su vida inspiró a no pocos músicos, que convirtieron su itinerario de piel negra y albas interiores, en canción. Él ama la escritura, los libros y el cine: su propia historia fue llevada a la pantalla, en «Invictus», flamante filme de Clint Eastwood, protagonizado por Morgan Freeman y Matt Damon. Ama los atardeceres, amó a sus tres esposas, con la última de las cuales ― Graça Machel― se casó cuando tenía 80 años. «Quiero al ser humano. Es un símbolo, no un santo», dijo ella de su marido.
Sí. Mandela es un ícono de la paz y de la entereza para enfrentar la adversidad, y un emblema de la resistencia ante la menor posibilidad de renunciar a sus principios, aunque eso lo haya sumido en más y más años de prisión.
Pájaros del amor
«En prisión uno está frente a frente con el paso del tiempo. No hay nada más aterrador», había escrito Mandela en su celda, que es hoy un sitio de atracción turística. ¿El morbo no tiene límites, como parece tenerlos la memoria?
Después de los primeros años de prisión, nuestro hombre no era para los jóvenes, más que una referencia, un recuerdo vago, sólo una mención. La conciencia pública no guardaba con interés su nombre ni su lucha: era un candidato para el olvido. Pero estaba Winnie.
Winnie fue su segunda esposa, después de Evelyn ― su amor de juventud― con la cual estuvo casado en el período 1944-1950 y con quien tuvo cuatro hijos. A Winnie, una trabajadora social ―un huracán de pasión― la desposó en 1958 y la pareja tuvo dos bebés.
Inteligente, bella, infatigable, tomó la antorcha, a pesar del odio y las persecuciones de la policía. Fue varias veces arrestada, se convirtió en un símbolo de la resistencia y fue conocida entre la población negra, como Madre de la Nación. Fue tal su fuerza y tan potentes sus convicciones que, con el tiempo, surgió como una figura en sí misma, más allá de Mandela.
Se separaron en 1996. La pasionaria sudafricana se habría rodeado de un grupo violento, en resistencia por la cárcel de su amado, y por las masacres con que el Poder causaba millares de muertos; la cometida en Soweto, es un «ejemplo» del horror que el hombre puede causar al hombre.
El grupo de Winnie fue implicado en acusaciones de asesinato, secuestro y violación; y ella misma, en 1991fue juzgada por el supuesto asesinato de un escolar. No fue condenada. El hombre de los pájaros de libertad la acompañó en todo momento, pero luego ambos anunciaron el fin del matrimonio. Fue entonces Zinzi, una de las hijas el matrimonio, quien escoltó y representó muchas veces a su padre en el extranjero. Él había sido elegido presidente de su país en 1994, cargo que mantuvo hasta 1999.
Pájaro de la paz
«Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que he vivido. Es un ideal por el que espero vivir, y si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir».
Con esta declaración de principios, Nelson Mandela cerró su alegato ante la justicia en 1961. Las supuestas «causas» de su detención y acusación de alta traición, había sido su resistencia frente al apartheid. Con aquellas palabras, desafiaba al Tribunal a condenarlo a la pena de muerte. El público lloraba en los palcos; las Naciones Unidas habían impuesto sanciones contra Sudáfrica y la resistencia contra la ignominia era cada vez mayor, pero el líder sostuvo en palabras la actitud de toda una vida, con la serenidad de la verdad, con esos valores que lo mantuvieron erguido, cuando todo zozobraba.
Y siguió ese camino. En 1985, cuando llevaba 25 años de cárcel, resultaba una molestia para el gobierno sudafricano, a causa de la presión internacional. Entonces, le ofreció la liberación, con ciertas condiciones. Entonces, Mandela ―a través de una carta que leyó su hija Zini― esgrimió de nuevo su esencia incorruptible. Rechazó dejar las rejas, hasta que toda la población negra alcanzara sus derechos.
Fue una conducta que le valió cinco años más de prisión. En 1988, en el estadio Wembley de Londres, miles más miles de personas celebraron su setenta cumpleaños, en un concierto que vieron millones de personas en todo el mundo. «Te saludamos Nelson Mandela. Y queremos verte a ti y a los otros prisioneros políticos en libertad», bramó la voz del cantante Harry Belafonte y su voz estremeció al Poder.
El día del vuelo de las 46664 palomas, cuando las calles recuperaron los pasos del hombre de piel azabache para transitar la libertad, él habló de reconciliación. ¿Reconciliación con el opresor? Mandela explicó la necesidad de evitar una masacre: «si no, la única sangre que correría sería la del hombre negro», sentenció.
Es curioso, el líder había dicho siempre que el enemigo era la supremacía blanca y, sin embargo, hasta el blanquísimo ex-presidente Pik W. Botha, uno de los responsables de sus 27 años de cárcel, pensó que su víctima era la única esperanza hacia una salida pacífica.
En 1948, el Partido Nacional había ganado las elecciones, donde sólo los blancos tenían permitido votar, y empezó a instalar el apartheid. Y casi hasta los finales del siglo XX, el Poder en Sudáfrica provino de ese partido y de la Iglesia Reformista Holandesa. En aquel año, entre otros códigos que deberían ser extraños a la naturaleza humana, se establecieron una serie de normas, como la Ley de Clasificación Racial, la Ley de Matrimonios mixtos, que prohibía las uniones entre personas de diferentes razas y la Ley de Áreas, que confinaba a los negros a vivir en zonas delimitadas.
Por cierto, estos horrores no existen ya, en la evidencia cotidiana, sino disfrazados de democracia; y hay otros horrores: siempre hay más. ¿Pudo Mandela cambiar su aldea, su África del Sud? ¿La idea de reconciliación fue una idea o es una realidad? Todo parece indicar que fue sólo un sueño.
Este hombre ejemplar dejó un surco; él es una huella y una antorcha, pero la historia enseña que tratar de negociar con el enemigo en el Poder, aunque sea con la más sana intención, sólo lleva al influencismo. A creer que, dentro de las filas del enemigo, se podrá influenciar, sin pensar que siempre es el enemigo quien decide sobre la vida de las personas. Hoy gobierna Jacob Zuma, negro y en representación de negros y mestizos. Pero, ¿gobierna para los excluidos, por la justicia y la igualdad, tan caros a Mandela?
¿Pájaros libres?
En 2004 Nelson Mandela se retiró de la vida pública. «No me llamen, yo los llamaré», dijo. De cualquier manera, continúa trabajando por la paz, como gran estadista y se dedica muy especialmente a combatir el SIDA, desde hace mucho; su hijo ― Makgatho― murió a causa de esa enfermedad en 2005, a los 54 años, y son más del 20% las personas que la padecen en las tierras sudafricanas.
Hoy, a pesar del sacrificio de 27 años de prisión de Mandiba― así lo llaman, con ese título honorario que daban los ancianos de su tribu― el dolor recorre los senderos de su país. La pobreza aumenta en progresión geométrica, según las cifras oficiales hay un 26% de desempleados, que en realidad es del 40%. La lucha contra el apartheid parecía ganada y, de hecho, el apartheid no existe en lo formal; y los adeptos al gobierno, y en particular el Partido Comunista, afirman que están dispuestos a «matar o morir» por Zuma.
En los hechos, la clase dirigente es la misma del capitalismo del apartheid. Un hombre de raza negra gobierna, sí. Pero sigue tutelando a una minoría. Más del 43% de la población vive con menos de 22 euros por mes; y ya desde 1994 las tierras están distribuidas con cifras que cuentan la verdadera historia: el 3,6 por ciento de ellas es para los negros; y más del 80% para los blancos.
Para mantener el sistema, estas políticas aseguran la perpetuación del capitalismo del apartheid. Dicho sin máscara: garantizan la súper explotación de la población negra y refuerzan los obstáculos para la constitución de una nación unida y soberana.
9855 días de `prisión, 27 años de 46669 pájaros sin libertad. Y ahora, ¿qué?
El carnaval del mundo engaña tanto....*
*Juan de Dios Peza
*Cristina Castello es poeta y periodista, bilingüe (español-francés) y vive entre Buenos Aires y París.
http://www.cristinacastello.com/
http://les-risques-du-journalisme.over-blog.com/
* Este artículo es de libre de reproducción, a condición de respetar su integralidad y de mencionar a la autora.




EPITAFIOS





Epitafios
Pablo Mora


“Aquí descansa alguien cuyo nombre escribió en el agua”. Jhon Keats "Aquí yace el poeta Vicente Huidobro Abrid su tumba, debajo de su tumba se ve el mar”. "Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios”. De Lord Byron para su perro “Botswain" "Toda la oscuridad del mundo jamás podrá apagar la luz de una velita”. Anónimo "Conocí el bien y el mal, pecado y virtud, justicia e infamia; juzgué y fui juzgado, pasé por el nacimiento y la muerte, por la alegría y el dolor, el cielo y el infierno; y al fin reconocí que yo estoy en todo y todo está en mi”. Hazrat Inayat Khan "Lo que el alma hace por su cuerpo, es lo que el hombre hace por su pueblo”. Gabriela Mistral “Quietos yacen los huesos entre las piedras mientras el alma vuela a la voluntad de Dios”. Catacumbas de San Calixto en Roma “Yo no pido más, quiero ser un buen recuerdo alguna vez”. Hugo Chaparro Valderrama “En contra tuya volaré con mi cuerpo invencible e inamovible, ¡oh muerte!”. Virginia Woolf “Qué mudos pasos traes, ¡oh! muerte fría, pues con callados pies todo lo igualas”. Quevedo. "Los soles se ocultan y pueden aparecer de nuevo pero cuando nuestra efímera luz se esconde, la noche es para siempre y el sueño, eterno”. Cayo Valerio Cátulo "… y cuando me vaya quedarán los pájaros cantando..." Juan Ramón Jiménez “Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. Miguel de Unamuno "Si no viví más, fue por que no me dio tiempo”. Marqués de Sade “Estoy aquí en el último escalón de mi vida”. Marlene Dietrich “Siempre decía que los pies la estaban matando pero nadie la creyó.” Anónimo “Por fin dejé de fumar”. Anónimo “Aquí se acaba el gozo de los injustos”. Anónimo “La verdad, no me parece del otro mundo”. José Roca “No sé qué hago aquí”. Fernando Lleras de la Fuente "Quiso contar, cantar para olvidar su vida verdadera de mentiras y recordar su mentirosa vida de verdades". Octavio Paz para la tumba de un amigo. "Busco el oro del tiempo". André Bretón “Aquí yace media España, murió de la otra media”. Larra “Estuve borracho muchos años, después me morí”. Scott Fitzgerald "Aunque cambiado resurgiré". Bernoulli "Que baje el telón, la farsa terminó". Rabelais “That’s All Folks!” (Esto es todo, amigos). “En realidad, no estoy aquí”. Jaime Cerón “Con una fría mirada a la vida, a la muerte. ¡Jinete, pasa!”. W.B. Yeats. “Por lo demás, los que mueren son siempre los demás”. Marcel Duchamp "La muerte es vida”. Friedrich Hegel “El cielo estrellado sobre mí y el sentido del deber dentro de mí”. Kant “La vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerda de ella”. Gabriel García Márquez “Una tumba es suficiente para quien el Universo no bastara”. Alejandro Magno. “Ni el poder ni la riqueza, sólo el arte y la ciencia persistirán”. En la tumba de Tycho Brahe. “Perdonen mi polvo”. Dorothy Parker “¡Oh, hombre! Cualquiera que seas y de dondequiera que vengas, acércate y contempla la tumba de Ciro, el fundador del imperio persa; mas no envidies la escasa tierra que cubre mi cuerpo”. Ciro “Yace aquí, como ha vivido, en soledad decorosa. Su gloria cabe en la Rosa, que ninguno le ha traído”. Conrado Nalé Roxlo “Este que yace aquí, de luenga barba y compostura recia, no hizo sino joder mientras vivió”. Pablo Mora.




jueves, 4 de febrero de 2010

ANTOLOGÍA





Antología
Pablo Mora

Yo soy yo y mi circunstancia. (José Ortega y Gasset). Soy una parte de todo aquello que he encontrado en mi camino. (Alfred Tennyson). Soy el dueño de mi destino; el capitán de mi alma. (William Ernest Henley). Sólo sé que no sé nada. (Sócrates). Siempre seré el futuro Nobel. Debe ser una tradición escandinava. (Jorge Luis Borges). Sé que la poesía es imprescindible, pero no sé para qué. (Jean Cocteau). No sé si Dios existe, pero si existe, sé que no le va a molestar mi duda. (Mario Benedetti). No sé quién fue mi abuelo; me importa mucho más saber quién será su nieto. (Abraham Lincoln). No me encuentro a mí mismo cuando más me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos lo espero. (Michel de Montaigne). No digo todo, mas pinto todo. (Pablo Picasso). No cito a los demás más que para expresar mejor mi pensamiento. (Michel de Montaigne). Necesito compañeros, pero compañeros vivos; no muertos y cadáveres que tenga que llevar a cuestas para donde vaya. (Nietzsche). Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. (César Vallejo). He preferido hablar de cosas imposibles porque de lo posible se sabe demasiado. (Silvio Rodríguez). En todos los libros acostumbro a leer el prefacio, porque a veces suele ser lo mejor de la obra. (Fernán Caballero). Creo bastante en la suerte. Y he constatado que, cuanto más duro trabaje, más suerte tengo. (Thomas Jefferson). Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. (Pablo Neruda). Amo a aquél que desea lo imposible. (Johann Wolfang von Goethe). Nunca releo mis libros, porque me da miedo. (Gabriel García Márquez). He preferido estudiar los libros que a los hombres. (Francis Bacon). Cada uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. (Proverbio árabe). Uno sólo tiene lo que puede dar. (Carmen Martín Gaite). Sin oscuridad no habría sueños. (Karla Kuban). La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad. (Francis Bacon). Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. (Jorge Luis Borges). Al mirar hacia atrás, el crítico ve la sombra de un eunuco. ¿Quién sería crítico si pudiera ser escritor? (George Steiner). ¿Por qué te tienes que conformar con ser luciérnaga pudiendo ser estrella? (Anónimo). No se trata de ser el primero, sino de llegar con todos y a tiempo. (León Felipe). Yo encañono, tú encañonas, él encañona, nosotros encañonamos, vosotros encañonáis, ellos encañonan… en tanto de los cielos baja la mortaja, deslumbrando los tránsitos finales. (Pablo Mora). La casualidad es quizá el sinónimo de Dios, cuando no quiere firmar. (Anatole France). La poesía, el arte, la escritura significan libertad. (Lubio Cardozo). He llegado a la conclusión que el hombre es un animal profundamente filosófico, que busca una realización en el contexto universal y esto solo será posible a través del concepto materialista de la historia. (Asdrúbal Ramírez). La vida es un milagro, los sueños preceden toda transformación. La vida sin sueño niega la poesía. Sin poesía todo estaría muerto. (Antonio Mora). La contradicción es el alma de la verdad, el aroma del pensamiento. (Pablo Mora). No hay camino para la paz; la paz es el camino. (Mahatma Gandhi). La libertad, querido Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. (Miguel de Cervantes Saavedra). pablumbre@hotmail.com




martes, 2 de febrero de 2010





Manuel Felipe RugelesJinete insomne en las crecidas del alma
Pablo Mora pablumbre@hotmail.com Profesor Titular, Jubilado, UNETSan Cristóbal, Táchira, Venezuela


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Flor y luz de los jardines
Empezó su canción con tema de cosas ya olvidadas. Dejó que el alma pasajera apacentara sus sueños. Lejos, perdida, olvidada, y sin embargo tan cerca, la ecuménica majestad de Dios, la advirtió en el espejo de la estrella y del agua. Buscó su voz perdida entre las rutas altas de la montaña, en la ciudad de la sangre. Buscó acercar su alma a toda cosa. Descubrió la alegría en el revuelo de pájaros que habitan los bosques, en los pájaros de la tarde. Habló de paz y amor en sus parábolas. A cántaros, pidió a su Dios se hiciera en él la voz de su grandeza eterna, iluminada. Clamó en nombre de los tristes del mundo, por los oprimidos. Y, casi blasfemando, dijo: “Y tú, Dios, perdonando la mentira y el odio / y la sangre vertida que corre en nuestras manos.” Revélale al hombre el hondo destino de los hombres.
Entre cuatro horizontes, pasó su niñez entera hasta descubrir un camino que lo llevaría siempre a regresar al territorio inédito de sus asombros. A la aldea dio su alma. Y la aldea le sigue dando de turbio en turbio palo y palo. Lanzado a todos los puertos, nunca dejó de caminar por su corazón adentro. Sintió la voz de oro de los pájaros, el silencio augusto de abejas, árboles y aire. Cruzó una y otra vez frontera. Supo de la íngrima soledad del hombre. Del páramo y su larga pena. Tendió su mano al labriego. Llevó en su canto niebla y desvarío. Fue, anduvo, regreso, vino, siempre con su montaña a cuestas: con los pinos, los prados, los sauces, los páramos, los valles, la neblina -la palabra alada del agua-.
Su casa fue la casa de la harina. Cantando estuvo con su propio canto. Gritando anduvo con su propio grito. Supo de la encina, de la fe, del llanto; de la arena, el mar, la sangre, los fusiles; de la nostalgia, del Ande y de sus breñas. De la soledad, la lluvia, los caminos...
Aunque en la sombra sigue, su corazón lo habitan altos sueños, fraternidad, jardines, fuentes, mariposas, lontananzas, cánticos de esperanza y voces nuevas; anónimos patriarcas en zarzales, gritando en la corteza de las siembras, mientras viste la tarde de neblina y va cayendo el sol, el agua, el iris. En su interior, aromado de almendro, viven los labriegos de pie, sobre la tierra, esclarecidos. Las espigas, los frutos, las colmenas, la tristeza y la música y sol de los arroyos y la flor y la luz de los jardines. Su palabra -viento sobre el ala- y el ala y la luz de su presencia, hasta la sombra en su rosal de olvido.

Jinete insomne
El poeta es un jinete insomne, cabalgando la vida entera en el paisaje que se beben sus pasos. Como si la tierra que camina fuese enarbolando magias que su pupila deshace en versos de madrugada, para reencontrar el hombre que las habita. Allí entre esos horizontes que dan cuenta del mundo, el poeta construye su equipaje frugal de pájaros y neblinas, para no perder jamás la vasta hondura que lo contiene. El jinete insomne cabalga estrellas hasta el amanecer. Barco de larga travesía, ola lenta de fuertes resonancias, cabalga que cabalga las estrellas, a caballo en las crines de la mar.
“El poeta no sólo sabe imaginar. Puede sentir lo que ocurre a su alrededor, lo que sucede lejos de su siglo, lo que quizás nunca suceda, haya sucedido o pueda suceder... Cuando el mundo colisiona vuelve sus ojos al poeta, quien proporciona un faro de chispazo eterno para combustionar los elementos. Son águilas azules que trazan signos con su vuelo herido. Por eso cuando se va el poeta se va el equilibrista que tambalea sobre una línea de luz tras un telón de sombras; un mago de la inseguridad -diría Char- y bien podría afirmarse que aún la muerte azuzará en él su rebeldía de infinito, se irá sonriente y pálido, jineteando la vida, copulando con la muerte, y ya sentado en el bostezo de la noche le seguirá tirando palos a la luna.” (Tirso Vélez). Le seguirá tirando besos a la aldea.
Se va jineteando la vida, pero convocando el galope que resuena sobre la hierba, que hace cauce en el viento, que toma impulso en el corazón del hombre, cuando se asoma, asombrado, a las claves que le ofrendan las palabras que dicen los árboles, la neblina, los pájaros, la aldea. Ese es el trayecto que el poeta invita a rescatar, desde el solar de cada casa, cada huerto, cada espacio habitado por una soledad y un silencio que él convierte en surtidores de amor, en un tiempo traspasado de guerras, ocupado en la propiedad de la semilla, más que en multiplicar los hornos para repartir un pan de espigas, aliñado con levadura de neblina y polen de amapola.
¿Será por eso que se recitan sus versos en el tono bajo de quienes comparten un secreto? ¿Será por eso que su gloria -su palabra, su coraje, su canto-vida, su semilla- ni nos convoca, ni nos reta, ni nos lleva a echarla en el viento que prospera? ¿Será esa la razón por la cual sus versos piruleros con sabor a risa, no se aposentan en los rostros de quienes dejaron de ser niños? ¿Será por ello que, a cien años de su nacimiento, aún no relumbra su aldea florecida? Rendirle homenaje debe significar abrirle compuertas al amor, encontrar nuestro propio lenguaje-acción para multiplicar la existencia de un hombre capaz de leer en los almendros encendidos, los samanes y las acacias, la dimensión exacta de la vida que tendrá que ser.
El poeta no anda solo, se desvive y es en el otro y a través del otro. Su pena se confunde con la pena del mundo. Convoca la palabra del otro. Una palabra liberada, purificada, primordial, esencial, resolutiva, signo del ser, una palabra-ser a la que da rienda suelta hasta que revele el porvenir. Habla de una vez para mañana. Pronuncia la palabra decisiva. Envuelto en subversiones y versiones, marchas y contramarchas, da con la palabra necesaria, subversiva. Confirma que la civilización no es más que una injusticia armada. Que la poesía es una insurrección. Que no se ofende el poeta porque le llaman subversivo, cuando le dicen insurgente.

Armados de una ardiente paciencia
Desciende por favor a sus entrañas. Verás que el corazón de los poetas es un injerto de desierto y luna. Amigo de la sombra y sus caudales, de la sombra difusa de la muerte, de las maneras de morir al día. Revelarás el triunfo del poeta: saberse polvo, polvo enamorado, velando a pensamientos desatados.
Vive fuera de sí o muy adentro. Sabe el tamaño exacto de la pena. Conoce el lado oscuro de la rosa y la terrible majestad del pan. De lumbre en lumbre, en orfandad suprema -hijas de los trigales y las piedras- su cólera y ternura vagando andan por campos, farallones y veredas. Vigilia del asombro detenido, marchándose de prisa sin moverse, estatua en soledad, en estampida. Remontando hacia adentro de la lumbre, entre umbrales, abrojos y neblinas, subterránea fuente al descubierto.
Así como la poesía fluye, eterna, en el espacio cósmico, palpitante girará en el espacio blanco de la hoja y la esperanza. Mientras la lógica pretende explicar el mundo, será la Poesía la que se encargue de salvarlo. Sólo, entonces, la razón poética podrá rescatar para nosotros el mundo destruido por la razón científica, la razón técnica y la razón política. Sólo, entonces, al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades (A. Rimbaud).

La edad eterna
A cien años del nacimiento del poeta, recorrer el itinerario vital de su palabra es asistir, una vez más, al alumbraje de esta tierra-aldea y sus neblinas, atravesar con él el cauce natural del hombre para descifrar su lento asombro; por el que paulatinamente busca afianzarse, eternamente predicando y develando lo enigmático, lo irredimible; lo lumínico, lo inimaginable, lo asombroso, lo inaudible que reposa en la oquedad fulgente del camino. Ciudad de Sombras, Viendo la noche, Lunas y Ocultamientos, Las casas líquidas, La costumbre de ser sombra, Donde aclaran los abismos, Todos los instantes, El reverso del reloj, El color de la nada, Fuego por tierra, Tierra de ámbar, Amenaza del Tiempo, Tiempo de guerra, Hileras de sol, Materia de eternidad, El pozo de los sueños, Parte de asombro, en aparente complicidad, se hermanan para alumbrar la maravilla, descubrir la dicha oculta, exultar la certeza sensible, volver al hallazgo de estar vivos, de ser definitivamente un gran dolor en viaje, la voz antigua de la tierra.
Con Manuel Felipe Rugeles, celebramos la edad eterna de la verdadera poesía, la que Neruda declara indestructible. La que se hará mil astillas y volverá a ser cristal. La que nació con el hombre y seguirá cantando con él. La que canta y cantará. Manuel Felipe, el hermano de la harina, es por eso quien nos entrega el pan de cada día, amasado de neblina y almendros, hojarasca y mariposa, aliñado con la tristeza del hombre que no vuela, y a quien él le construye alas de pájaros, para un bosque infinito de cielo enamorado.

El peso de la andinidad
Todo este cúmulo de ideas, constituye la plataforma estética que signa el magisterio poético de Manuel Felipe Rugeles, máxima estrella de nuestras letras regionales, poeta mayúsculo en la lírica iberoamericana. Ecólogo, ecologista, Manuel Felipe Rugeles rindió culto al hombre y la naturaleza: a lo telúrico, al paisaje y a lo humano. Consciente de que el hombre habita en cuanto construye, respetando la tekne aristotélica, en tanto creación, arte, ‘poner al descubierto’; conocedor de la tríada heideggeriana: ‘construir, habitar, pensar’; de que el arte -la poesía- contiene y edifica un mundo a la medida del hombre, se propuso realizar su mayor anhelo: ser fabricante de la ilusión espiritual, de los sueños de su tierra y de su gente.
Poner al descubierto la palabra matriz, fundante, inicial, el logos seminal -la sustancia de origen, de cópula, de semen, de sangre-, la palabra sustancial, sustantiva, la del engendramiento del telúrico hormigón, fecundación y canto, apertura de un nuevo territorio; revelación de Los Andes ante el orbe a través de las sendas naturales que, generosa, brinda la montaña.
Así, el “destino escritural” en la sustancialidad de la palabra se hizo verbo, verso, imagen, metáfora, sueño, vida. Sabía que alguien tenía que cumplir, entre nosotros, con una suerte de tarea, de pasión adánica: nombrar para que fuesen nuestros seres y cosas, nuestra vasta geografía, nuestro hombre, nuestro paisaje, nuestra neblina, nuestros confines, nuestros sueños campesinos, siderales.
Entonces, su mirada fue. Y conoció la lejanía. Imagen verbal, precisa, grano, semilla, germinación y fruto. Figura decisiva en los laureles, hundidas sus raíces bien a fondo, a prueba de tormentas, con él surgió uno de los árboles mayores de la patria, con la verdad deslumbrante de su armonía nativa.
Armonía natural que con Rugeles, el hegemón, consagró el peso de la andinidad, “la tradición de la poesía andina, afincamiento en la teluridad de la vida campesina serranera, prisionero y tributario del paisaje de las tierras altas con toda una manera de decir, con todo un léxico peculiar...” Lo que hace pensar a Lubio Cardozo que “no es fácil zafarse al peso de una habitud tan densa como la literatura de la andinidad, esconder las voces del hechizo del entorno de la serranía andina.” Literatura que encierra “ese orbe de panoramas, costumbres -mores patrii-“ pozo del patrimonio, el suelo, la memoria.
Leer a Rugeles es encontrar fuentes innumerables, inagotables, que nos revelan hurganzas, riquezas y hallazgos; ráfagas, jirones, pensamientos y versos, que difícilmente uno hallaría y que de pronto están allí reunidos, como un manjar para quien busca en ellos huellas, claves, líneas, designios poéticos y vitales.
La lectura de sus textos siempre enriquecedora. Dueño colectivo de la neblina y los paisajes andinos, hechos de sombras, de lumbres, de azules mariposas y procelosos soles, los dejó correr, los echó a andar, los dejó libres, para que poblasen el horizonte, nombraran el asombro, disolviesen las sombras desde el fondo de la oscuridad, hasta que, tomando el vuelo de los azulejos, aromados de pomarrosas, enarboló y lanzó al voleo, tendiendo su oficio creador hacia esa ilusión de refundar la humanidad.
Sembrado, así, en los huertos y en la neblina de nuestros territorios siderales, en la terca, pertinaz esencia de este suelo; de esta tristeza, de este grito, de esta angustia, este alarido, este anhelo; fincado en el desiderátum y en la trayectoria de la esperanza que cultivamos, su palabra -vuelo de colibrí en sembradío- visión del mundo para un solar lluvioso, aliento y tempestad para los vuelos altos, para el largo rodeo, para el jinete insomne que a pulso de trigal y de neblina, soltándole las riendas al ensueño, ¡puro, como la harina de los trigos! toma por asalto los amaneceres.
Palabras sustanciales a modo de hitos emblemáticos inundaron, entonces, el acervo poético nacional, continental: cántaro, neblina, niebla, aldea, memoria, melodía, presencia, valle; vereda, zarzales, espiga, cielo; paz, terrazgo, copla, canto.
Todo:
Para que exista menos hambre,menos dolor y menos miedo.
...Y no el mal de una nueva guerra que atice el odio contra el odiode hermano a amigo o camarada.
... para que al fin sobre la tierrano haya más sangre derramada....Para que siempre con su brilloduerman las vírgenes espadas.
... Para que el hijo se levantecomo la espiga de las erasy se renueve la esperanzadel solitario o del vencido.Para que nunca haya una sombraque apague el sol de nuestra frente,ni la verdad de nuestras manos.
...Y en la plenitud del espacio,sobre el azul de los abismos,triunfe la bíblica palomacon el mensaje de sus alas,anunciador de la Alegría!
Canto a la Paz(Dorada Estación)

Todo, por el hombre:
Este hombre es el mismo que conocen los siglos.Vencedor o vencido, filósofo o esclavo,justo o impenitente, conforme o vengativo.
Este hombre es el mismoque ha tirado el guijarro o ha aromado la venda,que ha escondido el puñal o ha cortado la rosa,que ha erigido el patíbulo o ha apagado la hoguera.
El que avivó la ira o prendió la alegría;el que vistió la púrpura o el que anduvo desnudoo lloró frente al mar o atizó la tormenta.
...O el que desesperado sin esperar blasfema,o el que ha hundido sus labios en la herida de Cristoo el que ahoga su llanto profético en la sombrao el que mide su vida por un grano de trigo.
Todos el mismo hombre que conocen los siglos.Y en la historia o la fábula diciéndonos hermanos.Y tú, Dios, perdonando la mentira y el odioy la sangre vertida que corre en nuestras manos.
Hombre(La Errante Melodía)

Todo, por la pena que da mirarlo:
Mi voz perdida en la nieblacomo pluma sobre el viento, ha de llegar hasta tipor estos desfiladeros.
Indio sin tierra, sin rancho, sin cobija, sin sombrero, solo, desnudo en el páramo,con hambre de pan moreno.
Indio que ya nada tienesallí donde fuiste dueño y que ahora por la sierra vas caminando en silencio tras el caballo y la sombra del último encomendero.
Mi voz perdida en la niebla te va buscando a lo lejos. Mi voz sacude el tamborprimitivo de tu ancestro.
Indio sin pez, ni laguna, sin carnada, sin anzuelo.Indio que estás en la tierra como un sauce a campo abierto.Ruina impasible. Dolidaestatua. Pájaro ciego.
¡Qué pena me da mirartey saber que eres tan nuestro!
Qué pena me da mirarte(Aldea en la Niebla)

Todo para que nos detengamos a mirar al hombre solitario que cabizbajo camina las piedras.
La cobija rojinegra sobre los hombros. ¡Qué frío el de los páramos!
Mirad al hombre. Miradlo.
Junto a la cerca de piedra,cabizbajo.
Frente al hierático pino, solitario.
Mirad al hombre. Miradlo.
Aguda barba de oro.Ojos oscuros, lejanos.A la orilla de las parvasmirad al hombre. Miradlo.
¡Qué soledad! ¡Quién pudiera saber lo que está pensando!
Mirad al hombre, miradlo(Aldea en la Niebla)
Y Manuel Felipe Rugeles, con su verso, dio aliento y cauce sonoro a esa soledad, porque cuando el hombre tiene una aldea, tiene el universo entero, en los cristales que le da el río, los pájaros que le da la huerta y a Dios sobre la hierba, caminando en el viento.

Escuela Andina
Nunca el paradigma naturaleza-creación mejor enarbolado que por él, Fundador de la Escuela Andina, donde la belleza y la musicalidad de nuestro paisaje son la razón de ser de nuestras grandes pertenencias o manifestaciones en orden a lo poético, lo musical, lo pictolírico -estímulo, motor fundamental de nuestras mayores creaciones, realizaciones-. Lo que ipso facto conduce a una visión ecopoética basada en un peculiar entorno estético-natural, esencia primordial que define la luz frutal de nuestra gracia.
Dentro de la concepción de la ‘sabiduría del ser’, de la Ontología Psicosomática, diríase que Rugeles encarnó como ninguno el cuerpo ecosistémico -ecologizado, libre-, haciendo realidad, con su vida y su palabra, la sabiduría del ser y del ser regional.
Hombre verdaderamente “musical”, hizo honor a la racionalización intelectual del “patrimonium salutis”. En uno como patetismo, envolvió, registró y reportó los flujos y reflujos naturales elevados a la mayor dimensión poética.
El escenario andino -belleza corporal auténtica- sublimado, idealizado, es ensalzado entre suprema gloria, magistralmente, contrastándolo con la bellísima e inconmensurable energía del ser humano universal. Nadie como Rugeles, en fulgurante encarnación de su terruño, confirmó mejor que sólo quien ahonda en su aldea universaliza. Tal como la poesía de Rugeles universaliza a su región andina.
Siempre al caer de la tarde.Yo, solitario en la sombra,mirando el final del valle.
Oyendo la voz del ríoque jamás cambia su cauce.
... Yo, solitario en la sombra,no sé si acaso perdido y sin volver a encontrarme.
Oyendo el agua del río, mirando el final del valle.
Yo, solitario en la sombra, por fin un desconocido.Uno más. Un habitante.
... El valle es de oros tranquilos siempre al caer de la tarde.
Yo, solitario en la sombra(Dorada Estación)

Rugeles, nacido lejos del mar, es quien mejor entiende la dimensión más vasta del espacio, aquella que adivina en el cerca el horizonte más lejano, y en la gota de agua el cauce que conduce a las lejanas orillas.
Madre, mirando uno el marde cerca se sueña lejos.Parece que el agua tiene la luz de todos los puertos.
Por mi corazón adentro(Aldea en la Niebla)

Su palabra es su herramienta construida desde la soledad. Su sueño es alcanzar con su amor el corazón del mundo.
Ve tú, palabra mía,como un golpe de viento sobre el alade una gaviota oscura.
Ve tú, palabra mía,con el beso ignorado de cien bocasy la música y sol de los arroyos.
Ve tú, palabra mía,con la caricia leve de cien manosy la flor y la luz de los jardines.
Ve tú, palabra mía,a sosegar su corazón que tiembla.Y hasta la sombra en su rosal de olvido,lleva el mensaje del amor al mundo.
Ve tú, palabra mía(Dorada Estación)

La georgicidad
Faceta determinante, nos presenta a Rugeles en toda su potencia imaginativa, recogiendo las íntimas relaciones entre ella y el quehacer humano; de cuerpo entero el poeta de la rusticidad, de la campiña, del campesino, de la solidaridad, de la vida campestre.
Tal georgicidad nos la explica Lubio Cardozo: “Uno de los poemarios más hermosos del siglo veinte literario venezolano sobre la tierruca nativa es Aldea en la niebla (1944). Se desarrolla en sus páginas, de manera fulgente, el tema de la georgicidad. Lírica inspirada en el mundo campesino, de los panoramas sometidos a la agricultura, de la belleza domesticada del ámbito rural, de esa geografía dulcemente por el labrador domeñada para la obtención del alimento, la fecunda gleba de los valles, de las faldas de las imbricadas colinas del Táchira. Exaltación de ese paisaje entre silvestre y humano, de campos provinciales de un verdor tranquilo y ordenado, bajo el cuido y la vigilia amorosa del agricultor, de la comarca salpicada de aldeas, de pueblos, de plantíos, de rebaños, de abejales, sustentadores de la atenuada alegría de la sociedad rural.”
Horizontes de una aldea liberadora porque los caminos que llevan a tierras lejanas, siempre vienen de regreso al corazón de donde salen:
Preso entre cuatro horizontespasé mi niñez entera. Después descubrí un camino nacido al pie de mi aldea.
La aldea(La Aldea en la Niebla)
Es el paisaje que moldea al hombre de la montaña, que borda con su silencio las sonoridades de la palabra tejedora de versos:
Mundo apenas recobradopor la luz es este mundo que con el ojo circundo: río, camino, arbolado,bueyes que van al arado, hombres de ruda certeza, fuentes donde el alba empieza, flores que alumbra el rocío forman este mundo mío, ¡pleno de naturaleza!
Mundo(Décimas en Azul)
Porque de tu entraña soyy de ti, montaña, vengo,a tu silencio me doy y a tu palabra me entrego.
Montaña(Coplas)
Un poeta que le pone nombre de árbol a la entrada y la salida del vivir, amor y despedida, conjugados en la raíz de la que se parte:
Este pueblo de montañatiene amor y despedida,con un samán a la entrada y una acacia a la salida.
Realidad(Coplas)
Ofrendó el espacio habitado de corazón de su niebla, otorgó el ingreso al territorio sagrado de su aldea, moldeando con su propia mano el cacharro-cuenca que habrá de dar de beber al hermano hombre.
El agua que es nuestro vinosiempre en vasijas de barrola bebimos. El cacharro tiene un sabor cristalino.¡Ya lo sabes, campesino!¡Ya lo sabes, alfarero!Vete a la arcilla, primero,y haz la vasija redonda, de modo que ella responda siempre a la sed del viajero.
Obra(Décimas en Azul)

Epístola a Manuel Felipe Rugeles
Esta tarde hablo contigo, Manuel Felipe Rugeles: cien años de cielo y gloriapesan sobre tu palabra, y aunque sigas en la sombra,con tu sombra fatigada,tú diste vida a una fuentey en el soñar te acompaña.
... En tu tierra -nuestra tierra- todas las cosas te aguardan. “Coplas”, “Neblina” y “Azul” perviven en tu morada.
Y aquel Antonio Machado, de soledades lejanas. El clavel de los domingos siempre abierto en la montaña. Y la plaza con su sol y la niña en la ventana. Las violetas de la Ermita que adornaban tu solapa, y el agua dulce del ríoque hoy no alegra tu garganta.
... ¡Ah, sigamos recordando,antes que se nos caiga
la noche y estemos ciegos, sin ver todo lo que pasa! Hay que hacer algo esta tardepara templar la añoranza,para renovar los sueños,para juntar la nostalgia. Unidos pétalo y trino, virtud de pureza intacta, guardados y defendidos por invisibles murallas,viven aún los poemas que maduró la esperanza,puestas las manos al viento con un temblor de alborada. Testimonio de tu espíritu. Rescoldo azul de tu llama.
Al fin de cuentas, hermanoManuel Felipe Rugeles,la vida no es lo que importa. ¡Es lo que al morir se salva! Ya lo dijo Omar Kayam. Lo dijo en el Rubayata: “Barco que al final se rompe”. Y yo agrego estas palabraspara comprender tu sino de copa que se derrama con lumbre, aceite, rocío,perfume, vino, miel, agua. ¡Tu canto es ya vida eterna! Y es amor que nos traspasa,aroma que no se extingue, luz que no nos desampara. Lo mismo que las violetas y el clavel de la montaña, tu canto es flor que ha vivido en su plenitud de graciay que se eleva hasta el cielo,midiendo tiempo y distancia, con sus raíces profundas, crecidas dentro del alma.
Romance para un poeta(Dorada Estación)

Hermanó el viento con el canto de los pájaros, a sabiendas de que en el bosque, la presencia del amor, más allá de los desvelos, sería arrimo de luz.
Vamos a entrar ahora en el bosquedonde ya han esperado tanto tiempo los pájarostu presencia y la mía.Vamos a oír las vocesdel viento que en los árbolesse hermanan con el canto de los pájaros.
... Sobre antiguos desvelos,sobre cicatrices ya viejas,pongamos este arrimo de luz que nos ofrecenlas entrañas del bosque.
Vamos a entrar cantandohasta encontrar la hebradel primer trino en algún árbol.Vamos a entrar despaciohasta el follaje densodonde el sol llega apenas en jirones,dorando la tierra y las raíces de los cedros.
Tu presencia y la míaen el bosque la esperan hace tiempo los pájaros.
Tu presencia y la mía(Cántaro)

Manuel Felipe, hermano de la harina, permanente juglar de nuestra aldea, testigo fiel de toda la odisea de esta sufrida tierra campesina. Manuel Felipe, acaso la neblina -tu dulce amante- solamente sea tenue sombra que apenas señorea en este valle de tristeza andina. Manuel Felipe, en lumbres jornalero, apenas si se ven las mariposas, apenas si se siente el ventisquero. El oculto presagio de las rosas nos recuerda tu claro derrotero hacia la luz total de nuestras cosas.
La paz que tú soñaste ya no cuenta. Los niños hacen guerra apenas nacen. Las crónicas son todas policiales. Ya no es nuestro el sabor de nuestra música. El último poema para niños ellos lo escriben con sus propios sueños: es sólo una parábola a la guerra con todas las metáforas en gris. Andrés Eloy ya no anda por aquí, el pobre Aquiles tuvo un accidente y se nos fue. Ya casi no contamos con poetas que quieran a los niños. Manuel Felipe, hermano de las cumbres, casi nadie le canta a la neblina.
Manuel Felipe, ya nadie apacienta ningún sueño detrás de los rebaños; los viejos cántaros nos son extraños así el crisol del horno los presienta. La neblina quizás apenas sienta la ausencia de los sueños aledaños y en el rojizo almendro de tus años tal vez ningún turpial ya ni se asienta. Tal es el precio de la vida, hermano: echar un barquichuelo en la quebrada, echarlo de mañana, bien temprano, luego irse con la tarde alucinada y estarse con la luna de la mano para caer en cuenta de la nada.
Epístola a Manuel Felipe Rugeles(A coro en el asombro)
Pero no fue la nada lo que nos dejó. La luna en la mano sigue siendo el talismán que nos entrega, cada tarde alucinada, para echar el frágil barquichuelo a la travesía de la vida, que se mide por la hondura de la neblina o los sueños que se aposentan como fulgores delante, no detrás de los rebaños de nubes que las altas montañas regalan a los ríos.

La casa vesperal
Esta es la casa vesperal del poeta -su canto paradigma-.
Entrad. Esta es la casa vesperal del poetaque aún lee a Horacio y habla del ruiseñor de Keats. El mismo que os dio a tiempo la flor de sus jardinesy os ha tendido siempre sin oquedad la mano.
En su huerto aún quedan retazos de neblina temblando sobre el fuego de las enredaderas. Y pájaros y estrellas en el verde y el agua su claridad y júbilo juntan bajo su cielo.
... Venid a oír sus cantos de juglar en reposo, ya cuando en las colinas eterniza el otoño su dorada estación. Y el clamor vive siempre como un dios en la cima lejana de su canto.
... Entrad por esta casa de par en par abierta sólo para vosotros, ¡oh! poetas, ¡oh! hermanos, que al crear en silencio vuestra canción más pura, cobráis la paz del alma que anhela vuestro sueño.
Esta es la casa vesperal del poeta(Dorada Estación)
Un juglar nunca en reposo, creador de una canción que aún falta por componer, para que alcance su estatura de ofrenda.

Lugar para los árboles
Entre tanto, a la luz de nuestros padres mayores, los árboles, -porque somos hijos del árbol- Manuel Felipe, con Jorge Rojas y Carlos Augusto León, nos increpa en alto sueño:
Si quieres acercarte más a mi corazónrodea tu casa de árboles.
... Y cuando esté maduro el silencio del bosquepártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.
Jorge Rojas: El salmo de los árboles

En los pequeños pueblosrodeados por la siembra. En todas las ciudades que han crecido,en todas las ciudades por nacer. Dejad, amigos, lugar para los árboles.
... Hombres de todas partes,de toda edad, de todamanera de vivir,si es que queréis que el Hombresiga vivo en la Tierra. Dejad, amigos, lugar para los árboles.
Carlos Augusto León: Canción en Defensa de los Árboles.

Sálvame del que se empeña en hacer del árbol leña.Y del hacha y del hachero,como el rayo, traicionero.... En mi follaje se encierravida, amor, canción y vuelo.Tengo la raíz en tierray la copa abierta al cielo.
Manifiesto del árbol(¡Canta, Pirulero!)

Todo está aquí
Definitivamente, antes que llegue muerta la neblina o tremenda locura se le ocurra o alguna cosa grave le suceda, Rugeles a pulso de puntada larga y noble, hilvanó las raíces profundas de su canto, de su suelo, crecidas dentro del alma, para que sus hermanos en el tiempo, con el tiempo las cosiesen, de una y otra manera, con el mismo y el mejor tino, con igual y superior empeño, con la propia sonante verdad del tinajero.
A la muerte llegaríamos y más allá del cielo, tal vez hasta donde duerme la neblina o vive la lejanía, tratando de hilvanar, pespuntear y rematar el mejor elogio, homenaje, a Manuel Felipe Rugeles. ¡A su alfabeto de trinos!
Sentimos que a sus cien años de encendida paz y fulgurante gloria, jinete insomne en el vendaval andino, jineteando la vida tras los entresueños del alba, hoy nos trae, como ayer al hijo, a conocer los viejos caminos de su aldea, nuestra aldea. Viene a entregarnos las llaves doradas de su infancia, para que abramos las puertas azules de la aldea y siempre en ella encontremos lo que tanto él supo amar: su Retorno a la Heredad.
Gregory Zambrano nos recuerda:
Ahora, después de cien años,el poeta cabalga estrellashasta el amanecer,es jinete insomne...
... El poeta no cree en lo que ve, por esolleva siempre un farol entre sus manosy toca la realidad como para salir de dudas.
Gregory Zambrano: Poeta en estado de emergencia.En: Desvelo de Ulises y otros poemas
Todo está aquí nos dice:
Anhelaba esta hora de vida en la montaña.Esperaba este sol para buscar senderosperdidos en la niebla de la remota infancia.
Me detuve en la orilla luminosa del ríoy jugué con el agua, limpia como un espejo,y en ella vi mi rostro como cuando era niño.
Piso mi valle. Siento la verde luz del campo,la gravedad del pino que se curva ya viejosobre la tierra y siento las grietas del arado.
Estoy aquí sembrado como si fuera un robleque respira en sus aires y se yergue hacia el cielocon una algarabía de pájaros cantores.
Creo en el sol de junio y en el pan de la espiga;creo en las amapolas que iluminan los huertosy en las simples violetas que oculta la neblina.
Creo en el hombre triste, sin palabra y sin llanto,que anda por las veredas con su vara y su perro,apacentando sueños detrás de los rebaños.
Creo en la niña pálida que casi va desnuday detiene a su paso las palomas en vueloo dobla ante una malva la flor de su cintura.
Creo en los manantiales y en el fuego sin límitedel frailejón de oro, guardando su secretomás allá de la noche que su aliento percibe.
Creo escuchar la abeja que despierta a la rosa.La ronda de los niños, segadores del tiempo.La rueda de los juegos girando en mi memoria.
Todo está aquí: la brisa, la flor, la mariposa.Y Dios está en la yerba. Camina sobre el viento.¡Ah! ¡Creo oír el canto matinal de las horas!
Todo está aquí(Retorno a la Heredad. En: Cantos de Sur y Norte)

Hasta más acá del alma
Errabundos, soñamos con la paz de los primeros días. Lentamente, todos los caminos se hacen nuestros. Entre el herbaje vamos siendo. De ida o de regreso, damos con el viejo patio de la antigua casa, donde un árbol, único entre los árboles de la casa ya muerta, nos recuerda la infancia, solo entre la zarza herida, olvidado de todos, simple memoria viva, profunda de la tierra.
A pesar de la noche de la guerra, como gota de lluvia deshojada, la sombra, el gemido o el recuerdo de una casa aguardará al hijo del mañana al pie de un viejo almendro encendido, donde se quedaron para siempre sus voces rondando su silencio.
Manuel Felipe regresa desde el tiempo donde morimos a la luz del frío. ¡Porque el poeta es eterno! Porque no hay muerte sino vida. Porque estamos en ese gran libro de la naturaleza como enigma y respuesta. Porque otros hombres hablarán por él tarde o temprano también comprometidos con la vida hasta la muerte.
Nuestros encuentros no tienen mundo. Se hacen en el ser instantáneo que pasa y muere -como pastor y bestia- entre surcos y siglos paralelos. Nuestros encuentros no tienen número ni punto y menos muerte. La Poesía -el dolor más antiguo- busca en la neblina el milenario flujo de los sueños. El ojeroso cántaro del indio, el autóctono grito de amargura, la mazorca, la espiga, el arrebato, los escondrijos, vértebras y heces, el agua circular de la argamasa, los pómulos y húmeros vallejos.
Desde el insomne amanecer, Jinete Insomne, Rugeles perfectamente sabe que la memoria no es un sepulcro para recuerdos muertos, que la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos... Más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria. Sabe que el poeta es inmortal; el hombre, inmortal mientras viva en el recuerdo de los suyos, de su aldea, de sus goznes, sus cosas y sus sueños.
¡Somos! ¡Seremos! ¡Hasta más allá de la noche! ¡Hasta más allá del viento! ¡Hasta más allá del sol! ¡Hasta más allá de la lejanía! ¡Hasta más acá de la neblina! ¡De más acá del alma o de la vida! Del lado allá del canto, del lado allá del vuelo, del lado allá del tiempo.
Manuel Felipe, fue, es, será. La Antigua Ceiba lo recuerda. La Aldea en la Niebla lo recuerda. Cántaro lo recuerda. El Clamor por los oprimidos. La Errante Melodía. La Puerta del Cielo. La Luz de tu Presencia lo recuerdan. Lo recuerdan el Canto a Iberoámerica. La Memoria de la Tierra. ¡Canta, Pirulero! Los Cantos de Sur y Norte. La Dorada Estación lo aguarda en la tierra prometida, donde su amor, iluminado y fuerte, ya empieza a florecer en soledades, hasta alcanzar la eternidad del canto.

Jinete insomne, pan de espiga
Mientras a cien años del nacimiento de Manuel Felipe Rugeles, Los Andes reclaman su voz; y la neblina, las cascadas, el verdor, añoran su presencia, si queremos que florezca la oscuridad, juntemos nuestros sueños a su verso, su coraje y gloria para la eterna celebración de la vida, desde este alegre cielo y apacible temple.
Esta navidadfaltan pinos para los tristes de la tierra. El pan y el vino de la cena¿les podrá caer alguna vez de las estrellas?
Para la navidad de los tristes(Cántaro)
¿A quién busco en ésta la ciudad / en que no hay sino piedras derruidas / y sangre derramada entre las piedras; / calaveras de azul fosforescencia / y árboles fulminados y caídos... a quién en ésta la ciudad / de los muertos. Los muertos no llorados./ No recogidos. No enterrados. Muertos / que se pudrieron en la sombra, junto / a la casa y al árbol y a la fuente / de piedra milenaria. Sólo muertos...? (Elegía a una ciudad muerta. Memoria de la tierra).
¿A quién busco en esta casa que después la regaron / con sal los mercaderes, / al profanar la dicha / que había en sus umbrales / y el ámbito que ornaba sus cimientos? (Viejo almendro encendido. Dorada Estación).
¿A quién busco en la tierra de los pinos / y las palomas de alas extendidas/ sobre las viejas torres desvaídas / en la niebla al azar de los caminos? // ¿A quién sobre estos páramos andinos, / sobre estas nieves, águilas caídas, / y estos valles que añoran recias vidas / a la sombra o la luz de los molinos? (M. F. Rugeles: Voz de respuesta. De: Aldea en la Niebla).
Mi corazón hoy vuelve a la montaña, llega desde la fiera guerra huyendo, de plácemes encuentra a la neblina, al pájaro, a la tarde... a la entraña jubilosa de aquel almendro siendo enhiesto campanario en la colina.
Jinete insomne, lleva en sus alforjas una canción hecha de sol de junio y pan de espiga. Soplo de aire, soplo del alma, que desde los prados del Paraíso se nos rompió, y que el poeta recompone una y otra vez, soñando porvenires de rebaños de luz y amaneceres de alegría. He ahí la tarea poética, la pasión poética. He ahí la Canción Distinta tras la que apunta toda obra creadora en búsqueda del Orden Nuevo, Necesario, Imprescindible. El que ha de llevar al hombre, a la entera Humanidad, a la Insurrección que falta y se precisa para alumbrar la oscuridad, adelantar el porvenir desde los porhaceres del hombre, su contienda, su coraje, su vereda, sus zarzales.
Manuel Felipe cumplió su cometido de alfarero de la neblina, hortelano de los bosques, encendedor de almendros, palabra del hombre que en silencio recuesta su tristeza sobre la aldea de su destino, y que entendió que no tiene horizontes la tierra cuando la cabalga un jinete de la vida, un cantor de amapolas encargado de develar las violetas más allá de toda neblina, para entregarle al hombre su estación florecida. En esa escuela lo ubicamos, más allá de todo calificativo, en el centro de la canción insurgente del hombre que reclama el alba extendida sobre una aldea-bosque habitada de pájaros-hombres en permanente trabajo de hacedores de pan de amor.
Gloria de luz en su inefable gloria, sobre la mancha gris de los caminos. De noche lo despierta la neblina. Es ella el santo y seña del poeta. Casa, sauce de par en par abierto, su verso quiere ser, eternamente. Del aire al aire ir, de puerta en puerta. De mano en mano, estar, vivir, seguir.
Acepta, ¡oh! Dios, el peso de su gloria a la hora encendida de este infierno mientras corre la sangre en el camino. Y sobre tanto lloro y tanta pena se habrá de alzar su canto como un lirio y su himno de amor se oirá más fuerte.
¡Abramos casa, corazón y huerta!

POSTFACIO
Zafra crítica
Manuel Felipe Rugeles (1903-1959), el poeta por antonomasia del Táchira, es alguien a quien no ha sido posible ubicar fácilmente dentro del concierto de la lírica venezolana, por pertenecer más bien al reino de lo clásico, dentro de su perdurabilidad y fidelidad a su tiempo.
En efecto, los críticos venezolanos no se han puesto de acuerdo en la justa ubicación generacional de su obra. Pedro Díaz Seijas la sitúa en la Vanguardia del 28. Juan Liscano la ubica y desubica en el Grupo Viernes. Mientras Pedro Pablo Paredes lo considera el “mayor representante de la Generación del 18, puesto que es quien hace realidad estética cabal de los ideales de dicha generación; incorpora a la lírica nacional el paisaje andino, en una como especie de neo-nativismo; y alcanza, en cuanto que fue fiel a su tiempo y a su ámbito, categoría de clásico. ¿Tuvo conciencia de su destino lírico, de sus posibilidades de perduración, el poeta? Si no, no habría escrito en uno de sus instantes cimeros:
“La aldea me dio su alma.Yo di mi alma a la aldea”.
“... Estos dos versos de Aldea en la Niebla -libro fundamental en la lírica de Rugeles- son sin duda alguna clave de toda su producción, tanto de la juventud visionaria como de la madurez nostálgica.” (Fernando Paz Castillo).
Agrega Paredes: “Manuel Felipe Rugeles, en cuanto que constructor de poemas, se sitúa, muy inteligentemente, a igual distancia del esmero orquestal modernista y las libérrimas estructuras establecidas por el vanguardismo... Es quien mejor plasma estéticamente los ideales de la Generación del 18: exaltar lo esencial venezolano.”
Ubíquesele donde se le ubique, lo que todos corroboran, es el hecho evidente de que fue Rugeles el autor que se encargó de incorporar a la poesía nacional, a las letras patrias, el paisaje andino. Allá aquellos que se desvelen por ver en Rugeles un poeta menor dentro del nativismo, criollismo o costumbrismo, sin méritos de renovación dentro de un neo-nativismo, por lo menos. Es el caso de Juan Liscano, quien señala: “Su verdadera vocación lírica le inclinaba hacia lo popular, lo romántico, inclusive lo discursivo... Cantor de inspiración fácil, cordial, bohemio y reverente a la vez, en sus libros predominan las estilizaciones folklóricas, el color regional, las cancioncillas, los romances, cuando no la poesía entonada y elocuente.”
Al considerar a Rugeles como la más auténtica revelación poética de Los Andes del siglo XX, se está también de acuerdo en que su temática mayor es la tierra: su tierra andina, en toda su plenitud. He ahí su leitmotiv. En su caso, plasmada en la imagen de la Aldea en la Niebla, transformada al final de su itinerario vital en la Aldea Global, para decirlo, quizás no muy felizmente con McLuhan.
Su visión del terruño, su cosmovisión inmediata y mediata, hacen que su primera aldea sea, en fin de cuentas, el mundo entero. Lo que permite a Orlando Araujo sostener la tesis de que “la de Manuel Felipe Rugeles es una de las obras poéticas de más lograda circunferencia en las letras de América Latina.”
Uno de los poetas más representativos entre los que perpetúan la huella del nativismo de Andrés Bello y Lazo Martí, con marcadas afinidades con la lírica española de su época, Rugeles crea una poesía esencialmente vernácula a partir de una purificación de nuestro folklore y nuestro cancionero.
Olvidábamos decir, con Jacinto Fombona Pachano, que “si a algún poeta pudiera hallársele, a cualquier hora, en la actitud eufórica y armoniosa del agua que fluye cristalina, ese poeta sería Manuel Felipe Rugeles”. Poeta por la gracia de la tierra. Poeta del Hombre y la Naturaleza Poeta de la montaña y de los niños venezolanos. “... Y es que en la poesía de ‘¡Canta, Pirulero!’ el lenguaje se hace música; esa música que no oyen los oídos del cuerpo de los niños, sino que es audición imaginífera provocada por el dintorno de estrellas, árboles, flores, pájaros, agua cristalina y torrentosa, viento silbante y taumaturgo; elementos naturales que los niños -los más grandes mitómanos y soñadores- conjugan para fabular el mundo maravilloso de la infancia.” (Alberto Castillo Arráez).

Afinidades electivas
Sin llegar al extremo -lejos de nuestra intención- de subestimar en algo la obra de Rugeles, valdría la pena un estudio sobre sus afinidades con Antonio Machado que reconocemos existen. Estudio que establecería deslindes y especificaciones y en donde, ciertamente, la obra rugeliana aparecería cada vez más resplandeciente y con luz propia.
Entre tanto, adelantemos algo. A ambos creadores les une el entusiasmo por la tierra y el paisaje, “sus” paisajes. Los títulos y contenido de “Soledades” y “Campos de Castilla” del sevillano están muy cercanos al de “Cantos del Sur y Norte” de Rugeles. El plectro de ambos poetas es la tierra, unida al noble sentimiento por el paisaje luminoso que, desde niños, los encandila. Los colores castellanos, sus olivares, sus estaciones, los cotidianos espectáculos de las callejuelas, las alusiones infantiles, pueden fácilmente intercambiarse con el Color de la Patria, el Color del Ande, del Valle, de junio, del mar; con el Retorno a la Heredad, escogidos por el venezolano. La consubstanciación de Machado con Soria -con sus “colinas plateadas, / grises alcores, cárdenas roquedas / por donde traza el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria...”- equivale a la pasión de Rugeles por eternizar sus visiones andinas:
¡Dejad, amigos, que os recuerde la edad azul de los rebaños, cuando el vellón de los redilesera la nieve de estos campos!
Elegía pastoral(Memoria de la Tierra)
Todo en esta comarca se adivinade pronto así como recién nacido: el valle, la hondonada, la colina, están cambiando ahora de vestido.
Tríptico del color de junio(Cantos de Sur y Norte)
Mientras Machado en su soneto titulado “Primaveral” nos habla de cómo el campo se viste de juveniles atavíos:
Los caminos van del valle al ríoy allí, junto del agua, amor espera.¿Por ti se ha puesto el campo ese atavíode joven, oh invisible compañera?
Sin ánimo de repetir algunos paralelismos, ya detectados entre ellos y que perfectamente pudiesen equivaler a meras imágenes eidéticas, nos permitimos presentar dos. Nos referimos a la famosa cuarteta de Machado:
¿Dices que nada se crea?no te importe, con el barro de la tierra haz una copa para que beba tu hermano.
Frente a la de Rugeles:
No en vano medita el indiojunto a sus blancas vasijas, sabiendo que son sus manos las que dan forma a la arcilla.
Igualmente, ilustrativas estas otras cuartetas:
¿Dices que nada se pierde? Si esta copa de cristal se me rompe, nunca en ella beberé, nunca jamás.
Proverbios y Cantares - XLII( A. Machado)
Si un vaso desvencijado tiene alguna utilidad, un corazón viejo y tristepuede servir mucho más.
Certeza(M. F. Rugeles: Coplas)
Siempre nos ha llamado la atención la calificación de “naranjos encendidos” de Machado frente a la de “almendro encendido” de Rugeles; aunque no desconocemos la profunda devoción que le guardaba el poeta al referido almendro familiar -emporio de su infancia y de su vida-. ¿Serán acaso los “naranjos encendidos” de Machado la lámpara que dio lumbre al “almendro encendido” de Rugeles? Es el corazón del hombre el candil que hace del árbol un lucero, del cielo un bosque de luceros, de la aldea la tierra toda de la alegría del hombre, de la tristeza el cauce que hay que recorrer para alcanzar el porvenir. Antes que querer empañar la obra de Rugeles, lejos de señalarle alguna rémora, somos los primeros en reconocer en este poema Viejo almendro encendido uno de los más definitivos, paradigmáticos, de su obra, al tiempo que uno de los de más carga elegíaca de la lírica venezolana, latinoamericana.
Insistimos en que estos señalamientos sólo se proponen motivar a nuestros estudiosos universitarios en cuanto al análisis de la obra de Rugeles, una de las de más unidad temática y hondura lírica en Venezuela e Hispanoamérica. Mientras más la estudiemos, de seguro que encontraremos no sólo alguna influencia, que no es pecado alguno por aquello de las afinidades electivas goethianas, sino que corroboraremos su extraordinaria originalidad en el concierto de las letras patrias, donde no tiene par en lo atinente a la poesía infantil.
Por lo demás, para nadie es secreto que algunos críticos han hallado afinidades temáticas y experienciales entre Rugeles y García Lorca, Bécquer, Garcilaso, Novalis, Heine, Hölderlin, Hernández, Alberti y Rilke. De hecho, a estos dos últimos dedica Rugeles dos de sus poemas. Afinidades -repetimos- que, sin duda, ennoblecen al poeta y a su obra, antes que enturbiarla en lo más mínimo. De ellos tomó el soplo de viento que los encendía, para llevarlos a nutrirse de su paisaje. Antes que pretender ver en toda Cántiga del desterrado” a una mozuela llevada al río o en todo compromiso a un “preso hasta la madrugada”, reconocer en Rugeles a un adelantado en los oficios y licencias de la actual generalizada intertextualidad, donde predominan la absorción y transformación textual a modo de mosaico más o menos reconocible.

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© Pablo Mora 2003Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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Salmo en ristre




Salmo en ristre
Pablo Mora


Oscura vereda. Un desierto el alba. Un espinar la tarde. Un tunero la noche. Llaga desolada. Fosa implacable. Falsa promesa. Suprema confusión. Apagado lucero. Fango turbio. Ciénaga. Desesperada ficción. Sequía desbordante. Magma horrible. Falsa vida. Falsas aguas. Falso sol. El alma confortada en los vericuetos de la noche. Púdrese el enfermo. Nadie trae el pan. No lo hay. Hay hambre, desolación, gemido, pena. Muerte, en cada esquina. Veredas en la sombra. Caminos falsos. Falsas esperanzas. Promesas falsas. Falsas obras. Todo ensombrecido. Falsificación total. Valle de tinieblas, lóbrego, tenebroso. Largo dolor. Sin una lucecita para tanta pena. Para tanto lagrimón en la vereda. Celadas, sueños, emboscadas. Cuevas, botines, dioses, demonios, bosques y maldades, cabe la muda paloma de los lejanos terebintos.

Nunca, un cayado más incierto. Jamás, noche más sombría. Horripilante y ciega. Embuste, delirio, desconcierto, desespero, universal destierro. Aguardemos, obedientes, la vuelta, el desagravio, la mañana eterna. Volvamos de golpe el golpe. Envetemos bolivarianas fragosidades. Mastiquemos brasas, ya no hay dónde bajar, dónde subir. Arriba el sufrimiento armado. Varios días el viento cambia de aire. Cae agua de revólveres lavados. Recógete a reír en lo íntimo de este celo de gallos ajisecos soberbiamente ennavajados. Nos espera la sombra apercibida. Nos espera la sombra acuartelada tras la muda paloma de los lejanos terebintos.

Sobre la paloma muda de los lejanos terebintos, hojean, persiguen, oprimen y combaten los enemigos, emboscados entre nubes tardecidas. El temor invade noche, soledad, espera. Al acecho, alguien arrebata la vida. Errante, quejumbroso, solitario entre la noche, zigzagueando sombra, vendaval, el hombre prosigue con la noche a cuestas.

¿Si su Dios arranca la vida de la muerte, qué podrá el hombre contra el hombre? ¿Qué podrá temer si se ampara a la sombra de sus alas? Al amparo de tus alas, Señor, cumpliremos votos, planes, sueños, cada día. ¿Hasta cuándo habéis de ensañaros contra el hombre? Como un soplo son los hijos de los hombres, menos que un soplo. Sólo en Dios está el poder. Saltemos de gozo a la sombra de sus alas junto a la muda paloma de los lejanos terebintos.

Los que asechan contra la vida serán pasto de los chacales. Dios dispara contra ellos su saeta y de improviso son heridos. Visita la tierra, temperándola con su lluvia. Dispersa a los pueblos que se deleitan con la guerra. Conservará nuestra vida y no dejará que nuestros pies vacilen. Dará casa a los desamparados, sólo los rebeldes se quedarán al seco. Sobre los lirios la muda paloma de los lejanos terebintos. Sean confundidos y avergonzados los que buscan mi vida, tu vida. Sálvanos, Señor de las manos del malvado, de las manos del perverso y del violento. Hemos sido para muchos un asombro, porque tú siempre fuiste nuestro seguro asilo. ¡Despierta! ¿Cómo es que estás dormido? ¡Despierta, no nos dejes del todo! ¿Olvidaste nuestra miseria, nuestra opresión?