viernes, 30 de abril de 2010

HAY








Hay
Pablo Mora

Hay un retrato de agua y de quebranto palabras de entre casa y las de cambio un juntar de palabras escondido una cuerda más tensa y resonante la amenaza de muerte o de esperanza hay un paso dos muros apretados hay sombras y luciérnagas hay vida ese olor de mujer que nos persigue o ese clamor de patria que nos reta o con el alma de la patria en ascuas una vena sangrando de pavor la nocturna memoria sofocada el murmullo del día amanecido la jaula de locura enfurecida hay mentiras de más y compromisos la vida inesperada descubierta la promesa escondida en la semilla aguas blancas secretas reunidas lo amargo de las sombras y las penas

Hay el grito solar como protesta el infierno el martirio de los hombres un río una promesa el mar dormido un juego de demencia una ventana el íntimo rumor que abre las rosas el camino del perro su pupila señales de estar vivo y en peligro la noche y su recado a la intemperie altos troncos y en lo alto el claro canto la palabra y el llanto y sus hogueras el mar su llamarada sus confines grandes secretos todos escondidos hay un terror de manos en el alba un rechinar de puerta una sospecha un grito que horada como una espada un ojo desorbitado que te espía hay un fragor de fin y de derrumbe un enfermo que rompe una receta hay un niño que llora medio ahogado hay un juramento que nadie acepta una esquina que salta en emboscada un trazo negro un brazo que repele un resto de comida masticada una mujer atada que se acuesta

Hay un viento que danza hay una calle un cielo hay unos árboles en fila hay una soledad ciertos recuerdos hay una atmósfera de hollín cargada de asombro de pavor de escarapela hay un viento que danza enloquecido hay un reloj de tiempo detenido hay un reloj paralizado ahora una calle un rencor hay alguien solo hay hambre junta en oleada atroz hay hambre antigua nueva y a montones la miseria el luto otra vez el hambre al hombre lo cobija el hambre antigua en el umbral del tiempo se acurruca sólo comemos soledad y pena seguimos con el hambre todavía en el ruedo del hambre y de la guerra se agiganta la sombra de la muerte la lluvia Dios el hombre tienen hambre

Hay un paso dos muros escondidos hay un batir de remo acompasado el silencio que ahoga y amordaza de pie la cuerda tensa del orgasmo la sombra de la muerte que reúne el peso de la noche y el gemido el reverso del trono el rudimento la promesa dormida en la semilla hay el grito solar como protesta el grito la amenaza el perro malo la pena del silencio el sinsentido hay un terror de manos en el alba el aullido del pan acá en la puerta la pólvora y el pueblo y la palabra hay la esquina del tiempo que resurge el destino del hombre su sollozo hay un pobre que llora en el barranco un niño que entre lluvias llanto apaña hay un dolor de huecos por el aire hay una luna canjeada en muerte —miserable torpeza de la noche— hay un hombre que lucha con su hambre hay mil pruebas mortales que vencer hay que amar con horror para salvarse ¡Hay hermanos muchísimo qué hacer!

pablumbre@hotmail.com




jueves, 29 de abril de 2010

VUELA LA VIDA






VUELA LA VIDA
Pablo Mora

El asunto es acompañar la vida
a sol y sombra, donde sea preciso;
saber de donde nos sacó el hechizo
y contar con la última embestida.

No importa el llanto o la final salida,
la vida es solamente el compromiso
de estar donde la vida misma quiso:
al lado de la vida de por vida.

Abundarán ventiscas y huracanes
al dar con el confín de nuestros días
cuando en batalla, casi como canes,

lidiaremos las propias agonías.
Disputarán, entonces, nuestros manes
llanto, grito, dolor y rebeldías.


Florecer libremente, éste es el éxito,
encontrar la grandeza en lo pequeño,
navegar entre mares levantiscos,
en la espuma de todos los misterios.

Irse cantando entre la luz, cantando
la indómita belleza de los días,
dejar que el viento cumpla sus destinos,
moverse, trasladarse, abrir banderas.

Rizar el agua, embellecer las horas,
quedarse en la altura y lo profundo,
en la puerta frutal de las veredas.

Vivir en prodigiosa fortaleza,
crear mil rutas, aventar caminos,
florecer libremente, éste es el sueño.


Vuela la vida como el sueño vuela.
Vuelan los días, los apremios vuelan.
Espacio, tiempo, glorias esperanzas,
de ventura en ventura, todo es vuelo.

Lo que es, eso fue ya, y lo que fue
eso será en soledad y vuelo.
Abrumado de alturas y estrecheces
de vuelo en vuelo se desplaza el sueño.

Soplo de viento en el estadio abierto,
el camino tremendamente largo
cabe en el vuelo de una golondrina.

¡Cuánto cansancio, soledad, desvelo,
cuántas horas de marcha, cuánto vuelo
andando, andando, andando, andando, andando!












La Poesía

A Daniella Alejandra Medina Peñaloza, Técnico Superior en Ciencias Gerenciales.

“Fue creada en el instante del trueno y los presagios, de la verde llovizna y la tierra encrespada; una dríada salvaje que atravesó los cauces seminales del origen para engendrar, en cada ser viviente, la liturgia alfarera de sus voces. Es inasible y casi inexplicable. Se oculta en nuestras íntimas callejas, en guaridas de cuarzo subterráneo, va transmigrando, clandestinamente y un día, sin aviso, nos invade. Y aquellos que pudimos ser aristas, alambres, filos, dagas, esqueletos de ortigas, somos vasijas, cántaros, vertientes, úteros torrenciales donde el verbo despeña sus sílabas azules; zarzas avasalladas por decisión de un fuego que nos revela brillos dormidos en la escarcha, las duras cicatrices que clavan dentelladas, los aullidos mecánicos perforando la noche, las hojas que destierra en su agonía la cintura inocente de los plátanos, la carne mutilada, el largo luto de las muertes largas... Y aquellos que pudimos ser gárgolas de piedra, patrimonio del odio o de la cólera, arquitectura de indolencia o páramo, heredamos este espacioso oficio de traducir vocablos fugitivos, erigimos la claridad fecunda del lenguaje, diseminamos sus simientes grávidas.


Venimos de distintas geografías. Nos mecieron en cunas impregnadas con humildes cadencias de maderas o en la dorada asepsia de los bellos metales. Venimos de muy lejos; de hedores o fragancias, pedregales o rosas, goteras, seda, encaje o desamparo. Por eso, cada poeta la ama, la seduce, la interpreta y la expresa en ese original abecedario que le dicta su sangre. Y ella congrega por igual el pan y las corolas, la sangre y el otoño, el rocío y el hambre, el frío, el horizonte, los harapos… En mi opinión, es fuerza y testimonio. No le calzan las hipocresías ni las falacias ni la indiferencia. Reclama exactas proporciones de cielos transparentes y légamos descalzos. Porque, ¿qué sentido tendría la espesura final de la belleza si no prevalece en ella la mirada del hombre, esa efímera huella de la estirpe? ¿Cuál sería, entonces, el idioma del aire, del sol, de la distancia?


Ser poeta no es sencillo. Hay que asumir un compromiso, establecer un pacto con la autenticidad, abatir cada puente levadizo y permitirle entrar a saco en nuestros calendarios hasta lograr que sentimientos, convicciones, actitudes y escritura constituyan una unidad sin intersticio alguno. Desmitificando nuestra tarea, pero reconociendo que hemos de librar duras contiendas contra la frivolidad y el esnobismo. Repudiando demagogias literarias, pero comprendiendo que la verdad está golpeando siempre a nuestra puerta con sus empecinados aldabones.


Alguna vez su máscara de arcilla —esa cruel dualidad de luz y sombra—, llamó a mi corazón con resecos nudillos de miseria y allí, frente al vacío de ácidas agonías y amarillos martirios desdentados, tuve la breve revelación que dio sentido a la proporción y simetría de mis versos. Sin mayor explanada para erigir su esencia que aquellos territorios que nos legaron Pablo (Neruda) y Federico (García Lorca), Miguel Hernández, Mario Benedetti... y tantos otros que andan mis desmemorias pero siempre renacen porque en sus fuentes beben mis raíces. Sin otras intenciones que esta antigua ternura. Sin más bandera al viento que los sueños del hombre engalanando el mástil de mi canto.” (Escribió: Norma Segades – Manias: “Definir la poesía”).





jueves, 22 de abril de 2010









La vida de los libros
Pablo Mora

A nuestros lectores, una página emblemática, digna del mejor encomio, de Eduardo Carranza, admirable caso de una vida consagrada, por entero, a la poesía, con un fervor incomparable.
“¿Quién dijo que la ciudad de los libros era una muerta ciudad, un amarillo panteón? Habría que olvidar el atractivo casi femenino que esos breves cuerpos de papel ejercen, tiránicamente, sobre nuestro cerebro y nuestro corazón.
¡Qué rumorosa, palpitante vida, la de una asamblea de libros! ¡Qué trémulo concierto de voces, de músicas, de silencios, en el ámbito de una biblioteca! Algunos, entre los que la habitan, hablan con seca entonación doctoral explicando las razones del mundo, los problemas del tiempo, del espacio, de la inmortalidad; otros se congojan de la fugacidad y de la muerte; cantan aquéllos en voz baja, humedecida de voluptuosa ternura; otros narran, sin fin, un cuento melancólico como la flauta de Satán; se alza aquél, paladín de la verdad y la justicia; otros suspiran y sonríen en tenue prosa menor; ése, en un rincón solitario, medita con la frente inclinada; éste vuelve su rostro hacia Dios; ése y ese otro se enfrentan, ceñudos, en acerada polémica; aquél danza entre la llama jocunda de la vida; otro disuelve en el aire el filtro de los sofismas encantadores; uno dice con caliente voz el siempre nuevo CANTAR DE LOS CANTARES y otro llora, nostálgico y dolido, sobre la ruina de los sueños y los amores, sobre la vanidad, inanidad y futileza de las cosas. Y ese otro, la mano en la mejilla, meditabundo, como el soñador de Azorín, escucha la respiración del abismo, es decir, de nuestra conciencia, o se asoma a lo angustioso, lo hermoso, lo tenebroso y enardecido que subyace en nuestra sangre, nuestra alma y nuestro sueño.
Tal vez, a media noche, cuando los hombres duermen bajo el cielo, viven los libros –como en un cuento de Andersen– sus existencias feéricas. Y descienden de sus callados aposentos y, en delirante confusión, discuten, predican, monologan, relatan, meditan, sueñan, cantan. Y cuando el alba pone su gajo de luz en el balcón y el gallo alza la cresta de su canto, regresan presurosos a las estanterías, se aquietan los negros diablillos de las palabras; y los libros duermen, a su turno, esperando unas finas manos, unos ojos enamorados, una frente absorta, una mirada ansiosa o fatigada que los despierten y encuentren dulce su compañía bajo la lámpara y su luz a media voz.” (Eduardo Carranza)
Así la vida secreta de los libros, la misma de la poesía: “La poesía circula, va y viene en la mochila del estudiante o en los ojos de la muchacha, y en los vientos y caminos impensados. Avanza o baja o retrocede (según de desde donde se la mire). Nada la detiene, ni el valor del timbrado del correo, que poco entiende de poesía, de libros, de cultura, y sólo sabe sumar… tampoco la detienen las viejas vallas para entrar a librerías, a universidades, ni otros cercos. Ella fluye paciente, inconmovible. Es como un agua, como un aire, desde siempre, y ahí va… No deja de ser un camino, ni puede dejar de serlo. La vida siempre quiere ser; es su destino (qué falta haría si no la poesía), y cuando lo hace es un brote plural, natural y un encuentro.” (Carmín).
pablumbre@hotmail.com




miércoles, 21 de abril de 2010

Del Libro







Del Libro
Pablo Mora

En el Día Internacional del Libro

Puente para llegar al hombre. Bosque donde moran las luciérnagas. Río por donde navegan los hombres, los jardines, las estrellas. Un mensaje que enseña, conforta y vivifica. Nave que nos lleva al ensueño, al solaz, la rebeldía, el sosiego. La voz que clama en el desierto. El grito, el ruego, el llanto de la tierra.

Soliloquio, meditación, refugio, donde acampa el hombre. La trinchera mayor de la palabra. Lumbrera que ayuda a razonar. Memoria infatigable del encanto y desencanto. Acopio de mentiras, miedos, grandezas y miserias. Inagotable provisión en trashumancia.

Sin él, el mundo no fuera; la posteridad perdería la memoria. El tiempo no sería sin ellos; la vida, menos. Voz de los gemidos, deshilvanan alabanza, ambición, arte y desvarío.

Razón o sinrazón, en todo tiempo, lugar o desconcierto, tienen ellos la palabra. Responden por el silencio; otorgan vida a la soledad de los remansos. La belleza se esconde en sus recintos. En ellos se refleja el reino poderoso de las luces y las sombras.

Confidencia casi siempre, confiesan los anhelos, el asombro de las almas. Al hombre cabizbajo, alumbran el contentamiento, gobiernan sus insomnios. Sueño de los árboles. Hablan en nombre de los dioses. Faros titilantes, conducen naves, lumbres, penas, lomas.

En noches de lluvias impetuosas, sus alas, ardientes, nos cobijan. Ante un mundo que nos deshace, ellos siguen siendo. En nombre de la humanidad, descifran paz y guerra. ¿Quién registraría la comedia humana, los absurdos caprichos, las locuras de los hombres? ¿Dónde habría escrito Dios? ¿Dónde los dedos rosados de la aurora?

Elogian a los dioses, elogian a los hombres, preguntan que preguntan por el destino de la tierra. Podrá el tiempo malgastarnos, mientras ellos testigos de todas las victorias. Enseñan a dudar, celebran la gloria de los pueblos, la intimidad y grandeza de la humana hazaña. En la verdad o en la mentira, cada uno con su medida, su perfil, su música, amplía la razón, la duda, el goce.

Alegría del niño, cantera de los sabios, apuntan el confín de los mortales. Toda duda en él cabe, todo dolor, angustia, desasosiego o esperanza. La inspiración en él reposa: la inteligencia o terquedad del hombre. Aplacan penas, dialogan, conocen todos los misterios, todos los estados del alma. El canto a la libertad, el amor a la vida, a ellos los debemos. Cuando de todo esto no quede sino rocas, vendavales, volandera, la hoja de un libro delatará las bondades, lozanías y crímenes del hombre.
pablumbre@hotmail.com






viernes, 16 de abril de 2010

Lolita Robles de Mora / Mitos y Leyendas de Venezuela






Lolita Robles de Mora.Mitos y Leyendas de Venezuela
Pablo Mora
Profesor Titular, Jubilado, UNETSan Cristóbal, Táchira, Venezuela






Introito
Lámpara encendida desde el hondo misterio de su alma. Roble hecho mujer. Maestra y Poesía. De leyenda en leyenda teje los caminos. Fluye del alba e inunda el resplandor del día. Conoce la Grecia, el mito, el coraje, la constancia, lo que debe ser leído. Cabal taurina, lidia con la vida. Ilimitada como el agua, como el fuego, levanta la atención del niño, sobre las rocas de las altas sierras. Entre valles y colinas, entre páramos y abismos, entre picachos de belleza abrupta, el enigma, lo inexplicable, lo real maravilloso, lo maravilloso que llega a ser real. Sin ninguna prisa, sin ninguna pausa, ante el reto al descubierto. Desde la vigilia esplendorosa de su lumbre, una mujer que muestra al mundo y a los suyos la imagen de un pueblo, el encanto, el paisaje, la flora, la fauna y sus costumbres.


Trocando la imagen del color del Ande por su obra plenificada en luz, asombro, huella, lejanía, el gran cantor de la montaña, salir parece al paso:


Sobre las rocas de las altas sierras y entre tus lagos siempre iluminados, tus leyendas indígenas encierras. Guardas tus viejos mitos ya olvidados. Manuel Felipe Rugeles [1]


Así va la vida-obra de Lolita Robles de Mora, oriunda de Noreña, Principado de Asturias, habiendo, muy pequeña, viajado a Venezuela con sus padres y hermana. A la vuelta de los años, un percance en su camino -fúlgida sombra de repente- no fue sino acicate para catapultar la lozanía de su coraje, tornándose luz en su conciencia el prolífico acervo de su creatividad.
Lo que a tiempo evocan en justiciero verso sus bardos amigos:
Por ser toda bondad: o simplementevenda de sol para la oscura herida,se da en amor sin tasa ni medidacomo se da la espuma en la corriente.
Llama que de lo intacta y transparenteconvierte en flor la espina entenebrida;absuelta claridad, luz redimida, vueltas fúlgida sombra de repente.
Lealtad y abnegación y azul querellay remanso y relámpago y estrella,en divina y humana perspectiva.
Todo esto y mucho más, Lolita eres…!Y en tanto más a la bondad te adhieresrefulge más tu amor en carne viva…! Elio Jerez Valero [2]

Dicen, no sé si es cierto, que en la sombraNo hay luz, que de ella huyeron los luceros.Mentira. Los cocuyos son viajerosEn la noche de luna que los nombra.
Hay noches toda luz, noches sin sombraQue el cielo las envidia. Son reguerosDe estrellas en los altos ventisquerosQue al mismo Dios, su jardinero, asombra,
Doña Lolita, profesora amada,Tú vives de luceros incendiada,Tu luz está en tus libros, en tu ciencia.
Tu pluma es el buril con el que labrasTu cátedra, tu acento, tu palabraQue se nos torna luz en la conciencia. Emiro Duque Sánchez [3]

Razones de sangre
Lolita Robles de Mora, a quien Venezuela entera conoce de vista y trato, dada la permanente comunicación entablada a lo largo y ancho de la geografía nacional y de las ondas hertzianas de acá y acullá, en ocasión del fecundo y permanente levantamiento del imaginario colectivo patrio, española de nacimiento, tachirense, venezolana, de corazón, desciende de un escritor que, como ella, propagó y elevó la literatura popular de su tierra, Asturias, desvelado por cantar y enaltecer su terruño. Nos referimos a su tío, Emilio Robles Muñiz (1877-1938) conocido como Pachín de Melás, quien elaboró su obra en la Lengua de esa provincia española: el bable. Amigo de Vasconcelos, ganador de premios y sobre todo cultivador del cuento, la poesía y el teatro, es considerado como el padre del teatro costumbrista asturiano. De donde, se deduce que muchas de las virtudes literarias de Lolita obedezcan a razones de sangre. Máxime cuando la atmósfera geográfica que circunda su vida en Los Andes venezolanos una alta afinidad guarda con la tierra asturiana que la vio nacer. En su propio decir: “Me encanta esta tierra, porque me parece estar en Asturias.”[4]

Volver a nuestras raíces
Convencida de que el pueblo que no conoce sus raíces no sabe quíén es ni de dónde viene, ni adónde va, de que mientras viva el hombre habrá sueños, Lolita Robles de Mora, nuestra autora de marras, resume, desde el escenario de su alma, la razón de ser -retrato hablado- de su entero trajín, de su mestiere o misse en scène.
“Después de caminar por valles y colinas, llanuras y médanos, sentir la caricia de la brisa marina y el sonido de las olas al chocar contra las rocas, de extasiarnos ante nuestras apacibles lagunas misteriosas y contemplar las cadenas de montañas, de sentir la paz de La Gran Sabana con su maravilloso paisaje de tepuyes y cascadas, escuchar los sonidos de la selva, la quietud de los viejos pueblos o el chapaleo de curiaras en los caños del Orinoco, percibimos en todo ello algo enigmático y sobrenatural en donde la flora y la fauna cobran vida y movimiento, en donde el lugareño explica lo inexplicable, pues detrás de lo real surge lo irreal y fantástico, es el imaginario colectivo perdido en el tiempo… La naturaleza y el tiempo forman un conjunto de elementos que nutren la imaginación. Entre las ruinas de una casa podemos encontrar un tesoro; de una laguna pueden salir duendes que asustan o castigan a los intrusos por interrumpir la paz del lugar; ánimas milagrosas que salen para proteger a un caminante o castigar a quien no cumplió una promesa; figuras legendarias con su estela de misterio y toda clase de personajes con hechos que van de lo natural a lo sobrenatural.
Aparecen en las narraciones -la autora hace la Introducción a una de sus obras capitales: Mitos y Leyendas de Venezuela- una serie de hechos contados por los ancianos que trasmiten un cúmulo de sabiduría popular y al contar las leyendas se emocionan como si las vivieran, esa es nuestra tradición oral, rica y variada, con las características propias de cada zona que están presentes en MITOS Y LEYENDAS DE VENEZUELA. Escuchar a los mayores es encontrarse con lo más auténtico de nuestro pasado, es conocer nuestra idiosincrasia y es volver a nuestras raíces.
La tradición oral manifiesta a través de mitos y leyendas los valores y visión de mundo de la cultura popular, en donde cada relato tiene su lenguaje particular y su discurso narrativo que sufre modificaciones a través del tiempo. Al valorar este rico tesoro nos encontramos con lo más auténtico de nuestra identidad nacional.
Se ha comprobado que en Venezuela existe una tradición oral que enriquece la narrativa con mitos y leyendas y a través de ellos se conocen creencias y supersticiones basadas en aspectos mágico-religiosos. Se piensa que con la electricidad y la tecnología, los tesoros ocultos, duendes, espantos, aparecidos y diablos han desaparecido, pero aún pueblan nuestros campos, aldeas, pueblos y ciudades.
La temática de MITOS Y LEYENDAS DE VENEZUELA, producida en las leyendas por ánimas milagrosas, espantos, aparecidos, duendes, encantos, encuentros con el diablo, tesoros, imágenes religiosas, princesas aborígenes y maldiciones; en los mitos de origen: lagunas, metamorfosis en animales. Perla, arco iris, nacimiento de una etnia y del fuego, es abundante y variada. Debemos rescatar nuestros mitos y leyendas para que nuestros descendientes las conozcan y puedan contarlas.
Estamos seguros que mientras viva el hombre habrá sueños, fantasía y leyendas.” [5]

El sentido oculto de sus leyendas
Dejemos que sea el consagrado crítico literario Lubio Cardozo quien nos explique o clarifique el sentido oculto, los alcances de las leyendas de Lolita Robles de Mora, a partir de una aproximación a una de sus obras, pero cuyos deslindes y precisiones cubren en mucho la totalidad de su altísima riqueza creadora:
“Concluyo de leer Leyendas del Táchira (2001), segunda edición. Gustoso libro, en prosa transparente, en impecable impresión escritural, donde Lolita Robles de Mora recoge más de ochenta leyendas del imaginario popular tachirense. Viaje fantástico por la geografía mágica de la oralidad leyendaria de los pobladores de esa privilegiada región andina. La autora nos lleva de la mano ya por la ruta de la montaña, ya por la del sol, o por la del café, o la cerámica, o la frontera, hasta aterrizar en la planicie de la parte llanera del estado. Gratísimos relatos del mundo de lo fantástico cual una manera también de entender la vida cotidiana al lado de la poesía, de la fantasía, de ese paralelo universo ficcional y fabuloso enraizado en la base de la pirámide social, cuyo pensamiento mítico va más allá de la frontera de la lógica, de la racionalidad. Horizonte aquél donde todo es posible, espacio para todos los planteamientos insolubles en la vida real: salir de la pobreza, satisfacer las necesidades elementales, calmar el dolor, tangibilizar los sueños, en fin el itinerario por el maravilloso país de lo verosímil. Todo ello materializado en un libro de más de trescientas páginas -simpáticamente ilustradas por Ender Rodríguez- entre las cuales el lector hallará ratos de sosiego, de relax, asimismo identidad con su circunstancia comarcal, tachirense, y también extraviarse un momento por los senderos de la fantasía, de la oniria.
Pero más allá de lo literario Lolita Robles de Mora contribuye con esa escritura a la consolidación del complejo mosaico de la autoctonía venezolana latinoamericana. Ella suma su esfuerzo al de decenas de investigadores de este Continente preocupados de rescatar, valorar, expresar, fortalecer el ethos de la identidad de estos pueblos. Al lado del desarrollo del humanismo erudito, tan importante para la cultura occidental, precísase además entroncarlo con su nutriente autóctono, vitalizador mítico, el de la literatura y el arte populares, folklóricos, indígenas, el suelo nutricio de la vida espiritual de la base de la pirámide social: el pueblo anónimo pero muy real, extenso, poderoso y sustentador de toda la estructura de la sociedad del País y de las naciones americolatinas. Esta entidad popular posee una manera peculiar de ver la existencia, por eso al costado de la lógica erudita de las clases ilustradas está el otro costado de la ilogicidad mágica, la fantasía abrumadora, la irracionalidad de los sueños, de un gran sector de la población cuando comunican su oralidad literaria. Otra manera, en fin, de explicarse el mundo, las cosas, la vida. Ahora bien, este rasgo de la etnicidad venezolana, esta literatura fantástica se perdería en el olvido, o en el silencio, si no existieran los pacientes recopiladores, los transcriptores de la oralidad a la escritura, y en el Táchira, (en Venezuela), la persona quien ha demostrado idoneidad en este menester se llama Lolita Robles de Mora.” [6]

Leyenda y mito
Al realizar un recorrido espiritual por la geografía venezolana a través de nuestro pintoresco paisaje natural y humano, el lector de Viaje Poético por Venezuela (1993) -título que sintetiza muy atinadamente la Leyenda Personal de Lolita Robles de Mora- tendrá ocasión de conocer algunas de las tantas leyendas y mitos con los cuales nuestro pueblo y nuestros aborígenes fueron cifrando sus más significativos sucesos o explicando, desde su primigenia madrugada, las luces y las sombras de las cosas, los dioses, los hechos y sus formas. Recomendable, entonces, adelantar algunas ideas sobre los conceptos de leyenda y de mito de modo que contribuyan al éxito de la mejor excursión por entre el alma de nuestra nacionalidad.
Entre las formas narrativas en prosa de los géneros literarios, la leyenda se distingue por su carácter misterioso-fantástico, por su origen popular, en general, por su brevedad. El objetivo del autor consiste en recoger un hecho, un sucedido, una conseja de la vida de una comunidad, una aldea, un pueblo y contarlo, narrarlo, imprimiéndole su propio brillo, matizándolo con una buena dosis de fantasía, de modo que, gracias a la virtud creadora del cimiento u hormigón poético, pueda hacer recobrar una particular magia al más mínimo de los hechos populares.
Del latín legenda, nominativo plural del gerundio de legere, leer, equivalente a debiendo ser, que debe ser leído, lo que se ha de leer, la leyenda alude a la recolección de un hecho popular que un autor considera digno de perpetuarse en la memoria de los pueblos, gracias a su pluma e imaginación creativa, es decir, narración de acontecimientos fantásticos, que se consideran como parte de la historia de una colectividad o lugar. En ella, lo sostiene Coll y Vehi, “divaga agradablemente la fantasía, ya deteniéndose en minuciosas descripciones, ya en incidentes fantásticos o populares, ya en disgresiones enteramente líricas.” [7]
Emparentada de alguna manera con “la tradición”, su forma es ligera, rápida, con un gran talento narrativo, un algo de mentira y tal cual dosis de verdad o humor, como acostumbraba recetarlo Ricardo Palma. A la luz del análisis estructural de la forma, a la leyenda se le ubica entre la prosa propiamente dicha, junto a la novela, cuento, relato y cuadros de costumbres.
En tanto, la leyenda y la tradición discurren entre bucólicas veredas, caminos o calles reales de los pueblos, entre los intersticios de las calzadas de la historia, el mito, del griego mythos, narración, fábula, en cuanto esfuerzo por dar con lo inconocible, se pierde en nuestra cultura primitiva a manera de ingrediente vital de los orígenes cósmicos o humanos de las tantas realidades existentes; de las causas y razones de las catástrofes; de los por qué del dolor, la muerte, el infortunio, el día, la noche; los tapices, las perlas, los pantanos y cascadas; el sol, la luna, las estrellas; la lluvia, los animales, las flores y los pájaros; y así sucesivamente en orden a la genésica, vetusta curiosidad humana.
Apunta a tiempo Karina Donángelo: “Los mitos suponen un despegue hacia lo conceptual: la representación de los orígenes, las "transmutaciones" del mundo y de la sociedad mediante narraciones de carácter sagrado. Expresan dramáticamente las ideologías. Mantienen la conciencia de los valores, ideales y vínculos que se suceden de generación en generación. Avalan y justifican reglas y prácticas tradicionales y se resignifican. En ellos está implícita la moral, lo cosmogónico (creación del mundo), lo teogónico (origen de los dioses), antropogónico (origen del hombre), lo etnogónico (organización política, social y económica) y lo escatológico (vida ultraterrena y fin del mundo).” [8]

Leyendas nacionales
Sabido es que la épica castellana tiene sus orígenes en leyendas hispanoárabes.
Cierto igualmente que lo autóctono y el alma popular, nacional, son, sin duda alguna, fundamento de toda tradición oral, todo lo cual se remonta a las grandes leyendas nacionales, como el Cantar de los Siete Infantes de Lara, en España, reconstruido por Menéndez Pidal, adscrito a la más genuina épica española, la que a su vez nos conduce de uno u otro modo al denominado tradicionalismo hispanoamericano, entendido como la conjunción de lo imaginativo con lo histórico, cuya paternidad, al interior del mejor romanticismo literario, corresponde al limeño Ricardo Palma (1833-1919); así, como, entre otros, al venezolano Tulio Febres Cordero (1860-1938). [9]
De hecho, es Juan Varela quien sostiene en torno a las Tradiciones peruanas de Palma: “La obra es interesantísima... conciso es el estilo. Anécdotas, leyendas, cuentos, cuadros de costumbres, todo sucede con rapidez, prestando grata variedad a la obra.” [10]

Lo real maravilloso
Definitivamente, hemos de reconocer que, como pocos, nuestra autora ha contribuido al mejor levantamiento del mapa espiritual de Venezuela a pulso de júbilo, constancia, dedicación, entrega, confirmando, así, lo que para Alejo Carpentier, tal como nos lo asoma Carmen Tersa Alcalde, es la realidad en la literatura: “Lo maravilloso comienza a serlo de una manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de ‘estado límite”. [11]
Que sea nuestra autora quien nos explique el fundamento de lo real maravillo y el realismo mágico: “(En) la narrativa oral (…) lo real se trasmuta en fabuloso, pero conservando un trasfondo de la realidad, la esencia de lo maravilloso.”
“No podemos confundir lo real maravilloso con el realismo mágico, ya que este último es creación literaria en la que el escritor da al hombre y a la realidad un tratamiento determinado y esencialmente estético. Por el contrario, lo real maravilloso no es creación artística sino una manera de ser, es maravilloso por sí mismo.”
“El mundo exuberante de América, donde lo fantástico se hace patente, está presente en el Estado Táchira con paisajes de majestuosa belleza donde los sucesos, siendo reales, producen la ilusión de irrealidad y la naturaleza se entremezcla con la sobrenaturaleza, lo real puede ser maravilloso y lo maravilloso tiene apariencia de realidad. Aquí se comprueba lo expresado por Alejo Carpentier: En el Táchira lo maravilloso está ahí, sólo tenemos que alargar la mano para encontrarlo.” [12]


Itinerario de la leyenda
Ya en el suelo helénico, ya en el Mediterráneo, ya en América, la leyenda viene a ser natural manifestación humana, cantera que se diluye en los caminos con distintas formas, particulares matices, testimonio de la memoria colectiva, huésped de variadas geografías, parajes, pueblos.
La famosa leyenda de Carmelo Niño, en la que éste protagoniza un encuentro-desafío con el diablo, de quien finalmente se libera, gracias a la protección divina que oye sus ruegos, oraciones, es la que mejor explica el itinerario, la larga trayectoria que puede alcanzar una leyenda.
De nuevo la autora nos relata: “Es en Santa Ana del Táchira (1890) donde esta tradición (el encuentro con el diablo) se hace patente con el contrapunteo de Carmelo Niño con el diablo [13] en el que un desconocido desafía en el canto a Carmelo:
Con qué Usté es el cantarínque tiene tan buena fama,yo vengo del otro fin,yo vengo si me llama.
Cantan hasta primeras horas del alba y cuando el diablo le dice que se lo va a llevar, él lo espanta invocando a Dios y a la Virgen:
¡Ave María de los cielos, Virgen del Carmen Bendita! ¡Sagrado Rostro de Cristo, Santo Cristo de la Grita!
Por ser la primera vez que en esta casa yo canto: ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!” [14]
“Años después -explica Lolita Robles de Mora- en 1934, el escritor Rómulo Gallegos (1884-1969) hace alusión a esta temática en su novela Cantaclaro, luego en 1947 el coplero Justo Borrego, en Para-Para de Ortiz, Guárico, cuenta una historia similar a la de Carmelo Niño. Por último en 1957, el poeta Alberto Arvelo Torrealba (1905-1971) publica Florentino, el que cantó con el diablo, basado en el mismo tema.” [15]
Así como la leyenda de marras, desde los Andes, ha dado la vuelta a Venezuela, la autora nos hace ver como numerosas leyendas se basan en pactos o encuentros con el diablo, ya en Venezuela como en otros países latinoamericanos, confirmando, así, el enorme espectro en que se desenvuelve, peregrina lo mágico, el imaginario colectivo en esta fantasiosa geografía que nos circunda.
Textualmente, en una nota, registra Robles de Mora: “La tradición oral chilena recoge la paya de don Javier de la Rosa con el Mulato Taguada, 1790. En Argentina Bartolomé Mitre (1821-1996), escribe por primera vez acerca de Santos Vega, 1838, y José Hernández (1834-1886) el Martín Fierro, 1872.” [16]

Afinidades creadoras
A pesar del respeto que merecen los críticos de la obra de Gustavo Adolfo Bécquer —clásico autor de la leyenda de todos los tiempos— quienes sostienen, como Mauro Armiño, que “los hechos más nimios del relato están nimbados por una ola de poesía de tal calidad que cada una de sus leyendas vale como un poema… en una prosa poética, en que el pensamiento queda envuelto por una sutil atmósfera lírica… (donde) lo lírico predomina siempre sobre lo narrativo” [17], tres acápites, tomados aleatoriamente, de la obra del insigne poeta G. Adolfo Bécquer, - La leyenda aragonesa “El gnomo”, la religiosa “La rosa de la pasión” y la toledana “El beso”- con todo y el alto coturno poético que lo distingue, reafirmando las virtudes de la poesía en la prosa, nos demuestran que también él pareciese darle la razón a nuestra autora en cuanto a sacrificar el vuelo lírico ante la simplicidad de la palabra en aras de la comprensión total del objetivo literario propuesto: una claridad y sencillez idiomática que permita un lenguaje popular accesible, dejando a la rima lo que es de la rima. A Bécquer lo que es de Bécquer, él que de Rimas y Leyendas bien sabía: Como se arranca el hierro de una herida… asomado a las profundas simas.
Las muchachas del lugar volvían de la fuente con sus cántaros en la cabeza. Volvían cantando y riendo con un ruido y una algazara de una banda de golondrinas cuando revolotean espesas como el granizo alrededor de la veleta de un campanario.Gustavo Adolfo Bécquer: Leyenda “El gnomo”. [18]
Al día siguiente, cuando las campanas de la catedral asordaban los aires tocando a gloria, y los honrados vecinos de Toledo se entretenían en tirar ballestazos a los Judas de paja, ni más ni menos que como todavía lo hacen en algunas de nuestras poblaciones, Daniel abrió la puerta de su tenducho, como tenía por costumbre, y con su eterna sonrisa en los labios comenzó a saludar a los que pasaban, sin dejar por eso de golpear en el yunque con su martillito de hierro; pero las celosías del morisco ajimez de Sara no volvieron a abrirse, ni nadie vio más a la hermosa hebrea recostada en su alféizar de azulejos de colores.Gustavo Adolfo Bécquer: Leyenda “La rosa de la pasión”. [19]
La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos, o hacía girar con un chirrido apagado las veletas de hierro de las torres.Gustavo Adolfo Bécquer: Leyenda “El beso”. [20]

Leyendas del Táchira
Que sea Pedro Pablo Paredes quien se encargue, magistralmente, de hablarnos acerca de lo que significa para el Táchira la permanente vigilia docente creadora, investigativa, pedagógica de Lolita Robles de Mora.
“Doña Lolita Robles de Mora es personalidad bien conocida en nuestro ambiente pedagógico. Es licenciada en Letras por la Universidad Católica "Andrés Bello" Extensión Táchira. Ejerció la docencia directa, en materias de su especialidad, en nuestros institutos locales por unos cuantos años. En todos estos institutos dejó bien sentado su sentido de la responsabilidad profesional; su sentido de la influencia de la cátedra sobre la formación de los jóvenes; su sentido, siempre ejemplar, del compañerismo.
Cuando la Profesora Robles de Mora tuvo que dejar la docencia directa, por motivos completamente extraños a su voluntad, orientó su servicio pedagógico en otra dirección. La del libro de texto destinado al conocimiento de la lengua y al de la correspondiente literatura. Con varios de estos textos nos ha regalado a todos, en una labor de dedicación investigativa, de análisis, de divulgación de todo cuanto hace relación con la enseñanza del idioma.
Simultáneamente con la tarea de los textos, Doña Lolita Robles de Mora ha venido desarrollando otra. Consiste esta en la investigación, la acumulación, el estudio y la selección de las leyendas populares del Táchira. Nuestra diligente colega comenzó, en este campo, como quien no quiere la cosa. Por pura y simple curiosidad. Y, a medida que se fue adentrando en esta cantera de la imaginación colectiva tachirense, se fue apasionando más y más por la faena; hasta que llego el momento decisivo. El momento decisivo de someter el resultado de su pesquisa a la prestancia del libro. Son tan gratas, a veces tan sorpresivas también, las leyendas populares de nuestra región, que, de manos de nuestra autora, mal podían conquistar otro mejor destino.
La señora Robles de Mora, pues, dadas las circunstancias que originaron su retiro de la docencia, ha realizado una labor extraordinaria en relación con las Leyendas del Táchira. Las ha encontrado, en ciertas ocasiones no muy numerosas, hechas y derechas; las ha escuchado, en forma verdaderamente eventual en los sitios más inesperados; las ha pedido más de una vez a los colegas y a los amigos; se las ha escuchado contar, en esa lengua arcaica de nuestros archivos y en nuestros libros. Ya con ellas en la mano, o las ha limpiado de elementos extra estéticos o les ha reelaborado casi en totalidad; o las ha reducido a la unidad necesaria definitiva.
Todo esto lo ha realizado Doña Lolita Robles de Mora sin ninguna prisa y sin ninguna pausa. Sin la menor preocupación por la originalidad. Solo, eso sí, con la convicción pedagógica que estas leyendas les van a ser de sobre manera útiles tanto a los profesores que enseñan la lengua que hablamos cuanto a los estudiantes que se afanan por llegar a su dominio. Y, desde luego, con alegría personalísima: la de darnos una imagen del Táchira que permanecía desconocida para todos.
Nos referimos a la imagen del Táchira en redondo y a puerta cerrada, como decía el Caballero de la Triste Figura, porque nuestra investigadora, para comprender sus leyendas, ha puesto los pies espirituales en todos los rincones tachirenses. Tras el encanto de una laguna remota; tras el espanto que recorre una aldea entre gallos y media noche; tras la huella medio misteriosa que dejó un cacique en el cruce de dos caminos; tras el ruido de armaduras con que, más allá de la media noche, en algunos lugares parece identificársenos el alma errante de un conquistador. Y estos hechos, con su poco de historia y su mucho de imaginación, han sido verificados por la señora Robles de Mora en todas partes. Lo mismo en el apartado Pregonero que en la vecina Táriba; igual en la siempre gentil y siempre poética ciudad de La Grita que en la bucólica y cafetera santa Ana; en Colon y en San Antonio; en los heroicos Capachos y en el idílico Cordero; y en nuestra propia y entrañable Aldea en la Niebla.
Leyendas del Táchira, de esta manera, es libro que habrá de solazar por igual a colegas y a periodistas, a historiadores y a escritores de toda laya, a estudiantes y a lectores comunes.
Unos y otros encontrarán en sus páginas la imagen del Táchira que decíamos. Una imagen que se levanta, sin la menor petulancia, de cada una de estas deliciosas leyendas de Doña Lolita Robles de Mora, escritas con sencillez cristalina como para que lleguen a cumplir en verdad la doble finalidad que la autora, tal vez sin pensarlo muy claramente, les tiene asignada: estimular, desde el punto de vista más exigentemente didáctico, la sensibilidad y la inteligencia del estudiante; y deleitar, desde el punto de vista mas estrictamente tachirense, a todos los lectores posibles.” [21]
Vida y método
Definitivamente, Lolita Robles de Mora es ante todo una excelente pedagoga-etnóloga-creadora-investigadora. Supimos de sus virtudes, de su acendrado amor por el estudio y de su excepcional disposición para la investigación, cuando tuvimos la suerte de contarla entre nuestros condiscípulos en la Escuela de Letras de la Universidad Católica “Andrés Bello”, Extensión Táchira, hoy UCAT. Igual era para ella adentrarse en los pormenores, dificultades, requerimientos de la Gramática de la Lengua Castellana de don Andrés Bello que incursionar en los vericuetos e intríngulis que nos deparaba o reclamaba el estudio, verbigracia, de la lengua griega. En todo instante, fue ejemplo de trabajo y de investigación.
De esta manera concluimos la Licenciatura en Letras y nos dimos a la docencia, desde distintos ángulos de nuestra nación hasta que, como confirmación de su afán por el estudio, nos sorprendió un día y otro día con dos nuevos títulos: el de Profesora de Castellano, Literatura y Latín, obtenido en el Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio, así como, más recientemente, con el de Magister Scientiarum en Literatura Latinoamericana y del Caribe, de la Universidad de Los Andes, Núcleo Táchira, rematado éste con su tesis Caminos de Leyenda, la que publicada constituye su libro más logrado, sobre todo gracias al enjundioso Marco Teórico donde se define y establecen los más rigurosos deslindes en torno a la tradición oral, la oralidad en sí.
Vale la pena referirnos, así sea someramente, a la metodología empleada por nuestra autora en la confección de sus leyendas:
Recolección de datos
Transcripción y revisión
Recreación - geografía - historia - costumbres - flora - fauna - folklore
espaciotemporalidad
contextualidad
Relectura / Revisión
Redacción final
Publicación
Es decir, que a tenor del método histórico-geográfico, gracias a una desvelada investigación de campo, inicia su tarea atendiendo al supuesto fundante del aljibe de la oralidad, el informante o testigo oral. Luego procede a transcribir y revisar lo oído hasta llegar al hito o momento culminante del proceso, la recreación, donde en verdad se pone a prueba la capacidad creadora de un autor a partir de la atención ofrecida a un espectro de variables sin las cuales no se cumpliría a plenitud el objetivo propuesto. Con esa gama de saberes atendidos es con la que se logra la atmosferización, el brillo que ha de caracterizar a toda leyenda.
Requisito axiomático, conditio sine qua non, epicentro del mejor punto de fuga para el oficio de marras: la transcripción, revisión, respetando la verdadera esencia del suceso original. Todo en sí equivale al adorno, la forma de expresión, la justa ubicación, el encuadre espacio temporal de la situación. “Dándole vuelta a lo contado, lo recreo” -dice-.
Ya con el arqueo total cubierto a satisfacción, el imaginario colectivo en sinergia plena puede corroborarse y echarse a andar. El evento llega a ser documento, algo digno de ser leído, leyenda en fin, en un colectivo creador que asegura la trascendencia o perpetuidad de la acción, siempre bajo la rigurosa batuta del autor o autora [22].

Poder de conversión espiritual
Propios de las religiones, tradiciones y costumbres de las poblaciones primitivas, remontándonos a los mitos universales por antonomasia: la edad de oro, el eterno retorno, el que supone el regreso a las fuentes, la brillante renovación, celebrada por Virgilio en las Bucólicas y por tantas otras leyendas de una y otra cultura; yendo por mórfica resonancia, por resilencia, a la leyenda más antigua -desconocida-, hemos de reconocer las múltiples claves de lectura que esta visión del mundo nos depara a modo de comprensión de las múltiples vicisitudes actuales, gracias al rico potencial explicativo, delineante, alumbrador, de lo mítico y lo “legendario”.
Así, el mito de la edad de oro al interior de las cinco edades del mundo, nos pone en claro, nos esclarece el sentimiento pesimista de pueblos y hombres puesto de manifiesto en el mito de la degeneración, presente en numerosas tradiciones del orbe y al interior del hombre mismo.
Diríamos que ideas como la eterna nostalgia del hombre hacia tiempos mejores, la idea del derecho, cimiento de todo pathos social, y así sucesivamente las tantas que de rondón se cuelan al interior del reino popular de la leyenda, esconden un tremendo y valioso legajo -mensaje- rico en convincentes moralejas ético sociales dignas de la mejor hechura humana.
Lo que lleva a Werner Jaeger a subrayar enfáticamente el ilimitado poder de conversión espiritual que el arte -léase: el mito y la leyenda- tiene, la función social y educadora, llegando los mitos y las leyendas a constituir un tesoro inextinguible de ejemplos y modelos de nación, de civilidad, de formación humana, a través del pensamiento, los ideales y normas de vida propuestos. Es decir que velis nolis es indiscutible reconocer, verificar la acción, la importancia educadora que subyace en mitos y leyendas [23].
Acción educadora de la que sin duda alguna Lolita Robles de Mora es consciente y fundamental abanderada, dadas sus amplias dotes de pedagoga acaudaladas a lo largo de su vida.
Ante los hombres de nuestro tiempo inmersos en un desalentador panorama de magia desbordada, de abundancia desmedida, de devoradora tecnología, de eliminación del débil, de cotidiana tortura, de galopante inseguridad, descarada alienación, descabellada anarquía, surge la leyenda como hito mayor de reflexión, meditación, encuentro y liberación verdadera. Diríase que nolens, volens mitos y leyendas de ayer y de hoy convocan al hombre a una convivialidad creadora verdadera, capaz de hacer honor a la nuevantigua vigilia humana.

ANTOLOGÍA
EL PACTO
Corre el año de 1975… Un jinete alto y delgado cabalga hacia la Plaza Bolívar de Palmarito, se apea y camina despacio tomando de las riendas a su fiel caballo. Calza alpargatas por donde le salen los dedos largos y sucios; su pantalón mugroso y arrugado, la camisa descolorida, el cabello largo y grasiento, la barba desarreglada y cubre su cabeza un sombrero roto.
Todo en él indicaba abandono.
Al pasar delante de un negocio alguien lo llama:
- ¡Don Modesto…!
El reconoce al caporal de la hacienda Los Araguaneyes y se detiene.
- ¿Cómo está don Modesto?
- No tan bien como usted, fuerte y buen mozo.
Hace una pausa.
- ¿Me puede comprar el caballo?
- Se lo vendo con todo y montura, es lo único que me queda.
Discuten hasta ponerse de acuerdo. Ceferino se lleva el caballo y él, con el poco dinero se corta el cabello y se afeita la barba, compra ropa y va a una posada donde se baña y se cambia, luego se dirige al comedor. Una vez que hubo saciado el hambre y la sed se sintió como nuevo, seguidamente se dirigió a una cantina.
Allí estaban bebiendo varios compadres, él saludó y se dirigió al mostrador. En la semipenumbra vio salir de un rincón del salón a un hombre alto que vestía liquiliqui y sombrero de pelo’e guama. Dirigiéndose a él, dijo:
- ¿Cómo está don Modesto Ramírez? ¿Puedo ofrecerle un trago?
- Claro, lo acepto con mucho gusto, así olvidaré todo lo malo que me ha sucedido.
El forastero preguntó a Modesto, aunque él lo sabía:
- ¿Qué le ha ocurrido en estos últimos años?
- Muchas cosas y ninguna buena. Debido a mi mala administración contraje muchas deudas con los bancos, el dinero lo gasté en parrandas y mujeres. Mi esposa me abandonó y se llevó los hijos; el ganado mermó considerablemente y solo quedan doce o trece cabezas de ganado; el pasto se acabó, el hato Los Alcaravanes está en la ruina, no tiene pastos ni ganado y para colmo el capataz y los peones también se fueron; éstos han sido los peores años de mi vida, he vivido la más profunda soledad…, claro, por mi culpa.
Después de varias horas de conversación Modesto exclamó:
- ¡Estoy tan decepcionado que sería capaz de venderle mi alma al diablo…!
El hombre alto, vestido de liquiliqui le dice:
- Don Modesto, ahí afuera nos esperan dos caballos, vamos al hato de Los Alcaravanes.
Salieron y en ese momento las campanas de la iglesia sonaron, eran las doce de la noche. Los dos hombres subieron a los caballos y a galope tomaron el camino hacia el hato.
Detuvieron un poco la marcha, mientras el desconocido decía:
- El Hato Los Alcaravanes será el más fértil en pastos y en ganadería, tendrá mucho dinero, camioneta nueva, mujeres y todo lo que quiera…
Se estaban acercando al hato, situado frente al río Apure, el hombre prosiguió:
- Le daré todo esto con una condición: en el centro del hato hay un hermoso toro negro, el más bello que jamás ha visto, ése no podrá ni venderlo ni matarlo… El día que lo haga todo se acabará… recuerde que ofreció dar su alma al diablo, su alma será mía…
El hombre espoleó su caballo y desapareció entre una nube de humo, dejando en el aire un olor a azufre…
Modesto corrió asustado hacia el hato y se acostó; a la mañana siguiente se despertó muy temprano y se sorprendió al ver el hato mucho mejor que tres años atrás: movimiento de peones atendiendo el ganado, las tierras cubiertas de pasto y miles de cabezas de ganado. Recorrió la casa y se admiraba cada vez más, le parecía un sueño, pero recordó su conversación con el desconocido y se inquietó.
Mandó a ensillar el caballo que le había regalado el hombre del liquiliqui y todo el día estuvo recorriendo el hato; en el centro vio al toro negro…
El sol descendía cuando Modesto regresó a la casa, un escalofrío le recorrió el cuerpo…
Vendió parte del ganado y fue a Guasdualito a revisar su cuenta bancaria y cuando vio tantos ceros juntos abrió mucho los ojos asombrado, nunca había tenido tanto dinero. Estuvo varios días de parranda. Regresó a Palmarito, era el hacendado más rico del lugar, podía darse todos los caprichos…, pero estaba preocupado, no era feliz.
Pasó el tiempo, un atardecer envío a unos peones a buscar el toro negro, para matarlo y comérselo con los amigos y mujeres de parranda…
Al intentar amarrar el toro se oyó un gran estruendo y el hato volvió a ser un erial sin pastos ni ganado, los peones desaparecieron lo mismo que los amigos y mujeres.
En las noches, del centro del hato salen los gritos sobrecogedores de un hombre que pide perdón por todo lo malo que hizo en su vida… [24]

CORO DE ÁNGELES
Venía enfrascado en mis pensamientos cuando una voz melodiosa dijo:
- Señores pasajeros, estamos llegando a la isla Terceira. ¡Abróchense los cinturones!
En la semipenumbra del atardecer vi algunas montañas y llanuras. Había leído que las Azores son islas abundantes en agua y se dedican especialmente a la agricultura, pesca y artesanía. Miré por la ventanilla: al final de la pista de aterrizaje vi muchas luces. ¿Qué sería aquello? -me pregunté-.
“Esperaría al aterrizaje para preguntar a la aeromoza”. Salí de último, al fin y al cabo nadie me esperaba. El personal del avión no sabía lo que significaban aquellas luces. “¡No importa! -me dije- ¡Ya lo averiguaré!”
Llegué al hotel entrada la noche y después de comer una rica especialidad de la isla, me retiré a mi habitación.
Mi ánimo estaba inquieto y mi imaginación vagaba de un lugar a otro.
Me vi en otro aeropuerto despidiendo a un grupo de muchachos. Todos hablaban alto, reían y me gastaban bromas: “¡Pero, Andrés, cómo se te ocurre meter la pata a estas horas, ahora no nos puedes acompañar...!” Yo sonreía, aunque me daba mucha rabia por mi mala suerte. Tenían razón. “¿Por qué me había caído y roto la pierna cuando estaba a punto de viajar?” Natalia me miraba con sus grandes ojos azules, me apretó una mano y yo sentí su energía: “¡Cuídate, Andrés! ¡Te echaré mucho de menos!” -contesté.
- ¡Y yo a ti...! ¡Cuídate, amor!
Sus expresivos ojos se humedecieron y sentí una gran emoción seguida de un sentimiento de angustia, como si algo se rompiera dentro de mí. No le dije nada para no entristecerla y cambié la conversación, le gasté bromas. Así transcurrió el tiempo hasta que llamaron para abordar el avión.
Natalia apresuradamente me dio un beso y salió corriendo. Me asomé al ventanal y no me despegué de allí hasta que el avión hubo desaparecido.
De regreso, miré la pierna enyesada con todas las firmas y bromas de mis amigos. Me preguntaba: “¿Por qué no pude viajar?” Mi hermano que era el que manejaba el automóvil me preguntó:
- ¿Qué pasa, Andrés? Te veo muy triste, tranquilízate, si no viajaste, por algo será.
No dije nada, solo contesté sacudiendo mis pensamientos:
- ¡Pasará!
Aquella noche dormí intranquilo aunque traté de serenarme. Hablé con los nativos acerca de las luces en la pista de aterrizaje, conocí la isla, los alrededores del aeropuerto y visité las playas cercanas.
Estaba informado de todo lo que necesitaba conocer. Eran las seis y media de la tarde y el sol estaba llegando al ocaso. El cielo y el mar se tiñeron de arreboles. Soplaba una brisa fresca, pensé en mi país tropical y en sus coloridos atardeceres. Caminé un rato descalzo por la playa que estaba semidesierta. Sentí una gran emoción, el corazón me saltaba en el pecho: “¡Es cierto...!” Se escucharon las notas del Ave María de Schubert. Un coro de ángeles las entonaba. Se me erizaron los vellos y sentí que no estaba solo. “¡Dios mío…!” -exclamé como si susurrara una oración-. Me sentí transportado a otra dimensión, como si flotara y no tuviera materia. El coro celestial enmudeció y volví a la realidad.
Me puse los zapatos y llegué al final de la pista de aterrizaje, a lo lejos la ciudad prendía sus luces; a la derecha, el aeropuerto se iluminaba también. Caminé unos pasos. Delante de mí, cientos de velas prendidas y una hondonada como si fuera una concha acústica; bajé unas gradas y entré en una capilla subterránea. El sencillo altar tenía solo una rústica cruz de madera. Delante de él muchas flores y en las paredes gran cantidad de exvotos por favores recibidos. “Es igual a como me la había imaginado”. Me senté y tapé la cara con las manos, volví al pasado…
El regreso a Caracas había sido angustioso. Esa noche no pude dormir. En la madrugada las noticias decían: “Un avión de las Fuerzas Armadas Venezolanas zozobró cuando iba a tomar pista en el aeropuerto de Lages, isla Terceira de las Azores, a las siete y cuarenta minutos hora de Venezuela, nueve y cuarenta y tres minutos, hora de Portugal. Seguiremos informando”.
Al poco rato continuaban las noticias: “El avión que se precipitó a tierra era un Hércules C-130, cuatrimotor de plano alto con las siglas YV7772. El accidente fue motivado por los huracanes Emma y Frances con vientos de más de ciento veinte kilómetros. En la isla reina el desconcierto, no se sabe aún si hay sobrevivientes”.
Estaba desesperado, iba de un lado a otro caminando a saltos con la pierna enyesada. Me decía: “Ese era mi presentimiento, ¡Dios mío! ¿Qué será de Natalia?”
Pasé todo el día angustiado, repetían siempre las mismas noticias…
Estaba en la capilla subterránea. Saqué del bolsillo un recorte de periódico, miré la fecha: lunes 6 de septiembre de 1976. La nave estaba tripulada por el Comandante Miguel Vázquez Ocanto, quien era Comandante del grupo de transporte No. 6 del Comando Aéreo de Operaciones. Guardé el recorte y de nuevo cerré los ojos. Escuché una voz: “Se tiene conocimiento que el avión siniestrado llevaba un grupo de jóvenes de la Universidad Central de Venezuela para participar en el Festival Internacional Día del Canto Coral a celebrarse en Barcelona, España”. Luego la noticia fatal: “El Hércules de las Fuerzas Aéreas se estrelló a los 38 grados 46 minutos de latitud Norte, 27 grados, 6 minutos de latitud Oeste. Lamentablemente no hay sobrevivientes. A bordo del avión iban 68 personas, de ellas 55 eran coralistas, 10 tripulantes y 3 invitados”. No quise oír más, fui a mi cuarto y lloré desesperadamente…
Volví a la realidad. Entró a la capilla una joven rubia con un ramo de claveles, el aroma de las flores se esparció por el recinto, cuando pasó por mi lado sonrió, y vi sus ojos claros. Todo se llenó de una alegre música… Era un joropo… Las voces armoniosas entonaban:
Por si acaso yo no vuelvo,me despido a la llanera;despedirme no quisiera,porque no encuentro manera.
Los recuerdos vinieron otra vez. Me vi en el paraninfo de la universidad interpretando piezas clásicas y populares. Cerca de mí, los ojos azules y brillantes de Natalia.
Sentí que me invadía un bienestar y una paz tan grande que no sabía si era fantasía o era realidad. El coro seguía:
Si yo pudiera teneralas para volar: como tengo un corazónque sabe muy bien amar.
No sé si pasaron horas o segundos, había perdido la noción del tiempo, tenía esa beatitud de los cuerpos celestiales. A mi lado, todo daba vueltas: las flores, las luces… Ráfagas de niebla me quitaron la visión de las cosas, alguien estaba a mi lado, era mi amada Natalia que había venido a mí [25].

CARMELO NIÑO Y EL DIABLO
Era tan grande la fama de Carmelo Niño que no había fiesta ni velorio donde no fuera invitado; recetaba hierbas y curaba a la gente. Estando de amores con Francisca Sánchez desde hacía algunos meses, una tarde cuando iba a visitarla se topó por el camino con una mapanare que le mordió un tobillo. De inmediato, se amarró la pierna con su pañuelo y se sacó el veneno, hasta que cojeando llegó a la casa de su novia. Lo auxiliaron y él dirigió la cura. Solicitó que le llevaran un sacerdote para que lo casara con Francisca “in articulo mortis” y le diera la extremaunción. Después cayó privado. Lo velaron en la casa de Francisca sus familiares y amigos.
Poco después de medianoche, cuando todos cansados de rezar y tomar, dormitaban, oyeron la voz de Carmelo, quien sentado en la urna decía:
- ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué me tienen entre cuatro velas?
No recibió respuesta, todos lo miraron espantados creyendo que era una pesadilla; pero ante ellos estaba Carmelo sonriente. De un salto, salió de la urna y pidió miche para celebrar su regreso al mundo.
Tiempo después Carmelo y su esposa viajaron a Colombia a cumplirle la promesa a la Virgen de Chiquinquirá por su curación. Por muchos años siguieron contándose las hazañas de Carmelo Niño, siendo la más celebrada la del Contrapunteo…
Corría el año de 1890 y jornaleros de Barinas, Apure y Guárico habían llegado a la Hacienda El Diamante para la recogida del café. Los días transcurrían entre el ir y el venir con los cestos llenos de granos maduros, y en las noches, los patios plenos de algarabía entre música y canto. Al finalizar la cosecha se organizó una fiesta de despedida en donde cada uno de los jornaleros demostraría sus dotes con el cuatro o la mandolina, así como su gracia en el contrapunteo. Carmelo Niño era famoso por lo vagabundo, enamorado, buen bailarín, poeta, curandero y coplero; incansable en el canto y la bebida, con chispa para vencer al que se le enfrentara y de ello se jactaba:
Yo soy el gran cantarín,canto, bailo, juego y riño.En Santa Ana y San Joaquínhay sólo un Carmelo Niño.
Dicen que Carmelo Niñopasa la vida cantando,mentira que no es así,también vive recetando.
Carmelo alardeaba de su fama como coplero y curandero, cuando entró a la fiesta un desconocido de buena presencia, quien lo reta al contrapunteo:
Con que Usté es el cantarínque tiene tan buena fama,yo vengo del otro fin, yo vengo si se me llama.
Pero esta noche me he entraotan sólo para cantar. Si es que Usté es el cantarínyo lo vengo a desafiar.
Carmelo, picado, contesta:
¡Yo lo vengo a desafiar! ¡Cuánta ignorancia revela! Carmelo Niño cantando alumbra más que una vela.
Van pasando las horas y recuerdan episodios y personajes de Santa Ana, el forastero canta:
Por zoquete y majaderoyo me lo voy a llevar. Carmelo Niño, aquí he visto,no sabe sino charlar.
Hace rato comenzó sin que me haya dicho nada; cuando cante el gallo al alba tendrá el alma condenada.
A lo que Carmelo responde molesto:
Tendrá el alma condenada el que la deje a su antojo;yo estoy cantando versosy le estoy pelando el ojo.
Carmelo se da cuenta quien es su retador, especialmente después de escuchar las siguientes coplas:
Este ser tan vagabundo será de la diabla yerno,porque solamente sirve para atizar el infierno.
Preparen la paila gorda,denle candela al fogón,pongan todas las parrillas,pongan rojito el tizón.
Zamuro que vas volandopor las peñas de Río Frío, andá decí por allá que Carmelo Niño es mío.
Viene llegando el amanecer y Carmelo comprueba que al terminar el contrapunteo se condenará, por ello pide protección a Dios y a la Virgen:
Que Carmelo Niño es suyo,eso ya lo va a saber. Carmelo Niño no pierdey aquí lo va a resolver.
Que Dios te salve María, Virgen de Chiquinquirá; ponete al lado Carmelo, ponete y se salvará.
¡Ave María de los cielos,Virgen del Carmen bendita! ¡Sagrado Rostro de Cristo, Santo Cristo de La Grita!
Por ser la primera vezque en esta casa yo canto: ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo,gloria al Espíritu Santo!
Al terminar las coplas, Carmelo deja el bandolín y se hace la señal de la cruz, en ese momento su contrincante despide fuego por los ojos y boca, se le ve pezuñas y cola. De inmediato se desvanece envuelto en una nube de humo y deja el ambiente impregnado de un fuerte olor a azufre ante el espanto de los jornaleros [26].

EL COLLAR DE CRISTAL (mito Wayüu)
Hace mucho tiempo vivía en la Guajira un joven de nombre Arikuai, hijo de un piache, sabio y prudente como él; conocía los secretos de la naturaleza, sabía curar las enfermedades, tanto del cuerpo como del alma, imitaba los sonidos del viento y de los animales.
Arikuai era alegre y amistoso, no había contienda ni baile en donde él no participara; era el confidente, el amigo, y a todos infundía ánimo y serenidad.
En una ranchería cercana a la de Arikuai vivía un adinerado patriarca con su numerosa familia. Entre las hijas se destacaba Anakuai, delicada, diligente, alegre y cariñosa. En los bailes animaba a los tímidos con su amplia sonrisa y los invitaba a bailar, era incansable y todos la requerían, no porque fuera la más bella, sino porque era agradable y cordial; cuando se realizaba un baile era la primera invitada.
Arikuai y Anakuai se encontraban siempre en todas las fiestas; naturalmente, terminaron enamorándose, pero siguieron repartiendo alegría como lo habían hecho siempre.
Las dos familias se hicieron los regalos de rigor, poco después se efectuó el matrimonio. La feliz pareja continuaba siendo el centro de todas las reuniones y repartían toda la gama de colores de la alegría.
El anciano piache colocó en el cuello esbelto de Anakuai un sencillo collar de cristal con estas palabras:
- Hija mía, conserva siempre este collar, no te separes nunca de él, úsalo cuando estés en peligro. La única condición es que ames y seas siempre fiel a tu esposo.
Se amaron los dos con pasión; la selva, los arenales y los cardones fueron testigos, pero no por eso dejaron de ayudar a sus amigos y fueron arcos de ilusión entre las parejas, continuaron siendo la alegría en los bailes y torneos.
La cordialidad de Anakuai fue malinterpretada por un apuesto, valiente y rico joven venido de un lugar distante de La Guajira. La requirió en amores y ella contestó:
- No puede ser, estoy casada con Arikuai y lo amo.
Siguieron encontrándose en fiestas y competencias. Ante las negativas de Anakuai, el joven indignado amenazó:
- Si no te divorcias de tu esposo, me vengaré.
Anakuai se entristeció, pero por temor a empañar su amor o no ser comprendida por Arikuai no le dijo nada.
Tiempo después los esposos caminaban en dirección a la selva. Sin ser visto, el vengativo enamorado los seguía. Ellos se sentaron en un tronco caído y él tocó la zagüagüa* mientras ella cantaba con pasión, luego se juraron amor y fidelidad. El pretendiente furioso por lo que veía y escuchaba, en un ataque de celos sacó una flecha, templó el arco y cuando se disponía a lanzarla hacia Arikuai, ella lo vio y lanzó un grito de terror a la vez que se llevaba las manos al collar, regalo del piache, y lo lanzó al intruso.
De pronto la selva enmudeció y se pobló de niebla, en el cielo aparecieron dos hermosísimos arcos de siete colores que cegaron la vista del vengativo pretendiente.
Desde entonces, en el cielo de La Guajira aparece después de las tempestades un símbolo de paz, de luz y esperanza: dos esplendorosos arco iris que poseen los colores encerrados en el collar de Anakuai -símbolo de la alegría- trayendo paz y optimismo a los habitantes de la Guajira cuando los contemplan [27].
* zagüagüa = pequeña caña de bambú con cuatro huecos, tres arriba y uno abajo.

Currículum Vitae
María de los Dolores Robles de Mora, mejor conocida como Lolita Robles de Mora, nació en Noreña, Principado de Asturias, España. Muy pequeña viajó a Venezuela con sus padres y hermana. Invidente desde 1976 a raíz de un accidente automovilístico.
Estudió Bachillerato y Normal. Trabajó como docente desde muy joven en las siguientes instituciones educativas: Instituto Católico Femenino de la Ciudad de San Cristóbal, Colegio Parroquial Monseñor Arias Blanco, Grupo Escolar Perpetuo Socorro, Colegio Andrés Bello, INCE Comercio, Instituto Alberto Adriani y Unidad Educativa Gonzalo Méndez.
Se graduó en Letras en la Universidad Católica Andrés Bello, Extensión Táchira, 1996. Profesora de Castellano, Literatura y Latín, Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio, 1974. Magister Scientiae en Literatura Latinoamericana y del Caribe, Universidad de Los Andes Núcleo Táchira, 1995. Cursó Temas Actuales de la Cultura Literaria Cubana en la Universidad de Las Villas, Santa Clara, Cuba, octubre de 1995.
lolitaroblesmontes@yahoo.es
Obras publicadas
De tradición oral
Leyendas del Táchira I, II, III (1985, 2002, 2003)
Mitos y Leyendas Aborígenes de Venezuela (1986). Tres ediciones.
Leyendas de Venezuela (1996)
Leyendas de Venezuela - Leyendas, Mitos y Tradiciones (2002)
Leyendas de Espantos y Aparecidos (1998)
Caminos de Leyendas - Tradición Oral en el Táchira (1997). Cuatro ediciones.
Leyendas de la Ciudad de San Cristóbal (2000)
Leyendas y Mitos de Venezuela (1992). Cuatro ediciones.
Los Barí, Habitantes de la Serranía (2002)
Carrao y Mayalito, Tradición del Estado Apure (2003)
Los Wayüu, Caminos de la Guajira (2004)
Cuentos de Animales
Serie Mamíferos (6)
Serie Aves (6)
Además de contar con 25 publicaciones entre libros de texto, lecturas para niños y cuentos y de 1980 leyendas recopiladas, de las cuales 728 escritas y publicadas, es colaboradora en periódicos y revistas tanto nacionales como extranjeras. En total ha publicado 85 obras, tiene siete en imprenta, once inéditas y una en preparación.
Fue Miembro de la Peña Literaria Zaranda, actualmente de la Peña Literaria Manuel Felipe Rugeles, ambas de la Ciudad de San Cristóbal, Táchira, Venezuela. De 1991 a 2004 Vice Presidenta de la Asociación de Escritores del Táchira y Vicepresidenta del Encuentro Colombo-Venezolano de Escritores. Fundadora y Presidenta de 1997 a 2004 del Fondo Editorial Toituna, habiéndose publicado bajo su dirección 27 libros en su mayoría de autores del Táchira. Desde julio 2004 es Presidenta del Consejo Directivo Nacional de la Asociación de Radioaficionados de Venezuela. Desde agosto 1998 Directora del Programa Turístico Radial “Conociendo a Venezuela Primero”.
Ha recibido innumerables reconocimientos y distinciones, entre ellos: Orden “Manuel Felipe Rugeles”, Gobernación del Estado Táchira, 1992. Orden “María del Carmen Ramírez de Briceño”, Gobernación del Estado Táchira, 1996. Botón Honor al Mérito en su Única Clase, Gobernación del Estado Táchira, 1999. En reconocimiento a su labor literaria se le da su nombre a la Sala Libros de Autores Tachirenses en la Biblioteca Central “Leonardo Ruiz Pineda”, San Cristóbal, 2001. Orden Gran Colombia, Primera Clase, Instituto Universitario Gran Colombia, San Cristóbal, 2005. Orden Honor al Mérito “Doña Cecilia Ferrero de Romero Lobo”, en su Única Clase, Sociedad Bolivariana del Táchira, 2006. Reconocimiento por su valioso aporte en el rescate de la memoria e identidad de los pueblos del Táchira, Museo de Artes Visuales y del Espacio del Estado Táchira, San Cristóbal, 2006.

NOTAS
[1] RUGELES, Manuel Felipe. Obra Poética. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 1978. p. 313.
[2] JEREZ VALERO, Elio. Hasta el Sol de Hoy. Obra Poética. Mérida, Venezuela, 1996. p.321.
[3] DUQUE SÁNCHEZ, Emiro. Con motivo del bautizo de los libros “El Duendecito”, “El Velerito” y “Caballito de Mar”. San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 13.10.1988.
[4] HOMERO VIVAS;, García. Para elevar lo nuestro. Lunes Literario. En Diario La Nación, San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 8 de julio de 2001.
[5] ROBLES DE MORA, Lolita. Mitos y Leyendas de Venezuela. San Cristóbal, Táchira, Ediciones Robledal, febrero 2005. pp. 5-7.
[6] CARDOZO, Lubio. Lolita: el sentido oculto de sus leyendas. En: Diario de La Nación, San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 16.03.2001.
[7] COLL y VEHI. Citado por Julián Marías y Germán Bleiberg. En: Diccionario de Literatura Española, Madrid, s/f. p. 350. Citado por Lolita Robles de Mora. En: Caminos de Leyenda. Tradición Oral en el Táchira. San Cristóbal, Táchira, Venezuela, mayo de 1997. Gobernación del Estado Táchira, p. 53.
[8] DONÁNGELO, Karina. La Leyenda del Minotauro. Enero de 2003.http://www.almargen.com.ar/sitio/seccion/cultura/minotauro/index.html
[9] SAMBRANO URDANETA, Oscar. MILIANI, Domingo. Literatura Hispanoamericana I. Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1994. pp. 173-175.
[10] DÍAZ REJÓN, F. Tradiciones Peruanas. En: Parnaso. Diccionario Sopena de Literatura. Barcelona, Editorial Ramón Sopena S/A, 1972. p.577.
[11] CARPENTIER, Alejo. Prólogo. En: El Reino de este Mundo. (1967), p. 10, Citado por ALCALDE, Carmen Teresa: Prólogo.En: Leyendas de la Ciudad. Fondo Editorial Toituna, San Cristóbal, 2000. pp. 7-8CORREA MACHADO, Adriana. Lo real lo surreal y lo maravilloso en Alejo Carpentier.
[12] ROBLES DE MORA, Lolita. Caminos de Leyenda.” Tradición Oral en el Táchira” Gobernación del Estado Táchira, San Cristóbal, mayo de 1997. pp. 294-295
[13] VILLAMIZAR MOLINA, José Joaquín. Carmelo Niño y el Diablo. En Diario Católico. San Cristóbal, Táchira, sábado 23 de diciembre de 1978. pp. 9-10. Citado por Robles de Mora, Lolita: Caminos de Leyenda - Tradición Oral en el Táchira. San Cristóbal, 1997, Gobernación del Estado Táchira. p. 277.
[14] ROBLES DE MORA, Lolita. Caminos de leyenda (Tradición Oral en el Táchira). Gobernación del Estado Táchira. San Cristóbal, mayo de 1997. pp. 227-228.
[15] Ídem.
[16] Ídem.
[17] ARMIÑO, Mauro. Leyendas. En: En: Parnaso. Diccionario Sopena de Literatura. Barcelona, Editorial Ramón Sopena S/A, 1972. pp. 101-102.
[18] BÉCQUER, Gustavo Adolfo. Leyenda “El gnomo”.http://www.analitica.com/bitblioteca/becquer/leyendas.asp#gnomo
[19] BÉCQUER, Gustavo Adolfo: Leyenda “La rosa de la pasión”.http://www.analitica.com/bitblioteca/becquer/leyendas.asp#rosa
[20] BÉCQUER, Gustavo Adolfo.Leyenda “El beso”.http://www.analitica.com/bitblioteca/becquer/leyendas.asp#corza
[21] PAREDES, Pedro Pablo. Prólogo a Leyendas del Táchira. Sexta Edición. Librería Editorial Salesiana, S. A. Caracas, 1988.
[22] VIVAS GARCÍA, Homero. Para elevar lo nuestro. En: Diario de la Nación, Lunes Literario,. 8 de julio de 2001.
[23] JAEGER, Werner. Paideia. Fondo de Cultura Económica. México. pp. 53-55.
[24] ROBLES DE MORA, Lolita. Mitos y Leyendas de Venezuela. Ediciones Robledal. San Cristóbal, febrero 2005. pp. 61-65.
[25] Ibídem. pp. 183-188.
[26] VILLAMIZAR MOLINA, José Joaquín. Carmelo Niño y el Diablo. En: Diario Católico. San Cristóbal. 9 de octubre de 1978. Citado por ROBLES DE MORA, Lolita. Caminos de Leyenda - Tradición Oral en el Táchira. Gobernación del Estado Táchira. San Cristóbal, mayo de 1997. p.305-308.
[27] ROBLES DE MORA, Lolita. Mitos y leyendas de Venezuela. Op. cit. 272-274.

© Pablo Mora2006
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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A coro en el asombro









Pablo Mora
A coro en el asombro
San Cristóbal / Venezuela
1998


A
La Poesía, Sociedad Anónima
A
Los Ángeles Custodios de este Coro










Rafael Ulacio Sandoval





Rafael Ulacio Sandoval
Pablo Mora

En sus ochenta años de vida


Para llegar al corazón del hombre. Para recoger la rabia y la ternura. Para sabernos vivos todavía bajo el granado trigal de la noche insomne, rumorosa de viento alto y de luceros. Para convencernos que roja será la rosa en el azul del sueño. Para llegar al mar y a tanta llamarada viva. Para que el arco iris vesperal al hombre de la estrella nos remonte. Para que la aurora sea capaz de convertirse en Dios. Para que el arma se deponga pronto y se empuñe la paz de la mañana. Para que cese el cósmico dolor de la galaxia. Para que a tantas guerras desbocadas las detenga un bordón amanecido.
Para saber que está completamente prohibido llorar sobre los vivos y menos aún sobre los muertos. Para abrazarnos a la paz desde las barricadas de la guerra. Para prestarle al Comandante su montaña, su sierra, sus morteros, su soledad, su naufragio, sus planos, sus trincheras, sus secretos, su escondite, sus manos, sus portentos. Para empuñar fusiles nuevamente. Para prestarle su mochila, su escopeta, su carabina, su boina, su barba, su estrella, su bandera o arrechera; su revólver, su camisa, guayabera y documentos; sus botas, su pistola, su dolor, su ternura, su sonrisa, su tormento y recovecos; su frente, su fusil y sus morteros; su fuerza, su foco, su asma, su garganta y su pañuelo; su morral, su memoria, sus veredas, su nobleza, su magia y suerte y comunión y poesía y espera: el tiempo que le falte para una Nueva Era.
Para esa gruta clara y luminosa, toda nosotros, toda violencia, toda muerte. Para la aspiración, para la espiración, para la queja, la aflicción. Para el deseo. Para que sople el viento blandamente. Para respirar el aire que quedó en la infancia. Para juntar todos los pasos y oír la algazara de los sueños. Para medir el hambre. Para saber bien en qué lugar hay barro, hay sangre, adónde el camino quiere ir, dónde queda la razón, dónde la palabra, dónde la injusticia, hasta que alguna vez si ya no somos, si ya no vamos ni venimos, estemos juntos extrañamente confundidos, así no acepten nuestras vidas unos cuantos hijos de puta.
Para el hombre zurcido y compartido o quien canta, celebra y santifica o el que denigra al odio y sus resabios. Para el hombre lluvioso, otoñabundo, duro y puro a lo largo de los renglones. Para el cántico, el castigo. Para los callados y oprimidos. Para los dolores amigos y ajenos. Para quien viene del pueblo y canta para el pueblo. Para quien padece de sombra o a la luz camina. Para el letargo de las horas donde yacen el alarido, la conciencia, las carnes vulneradas. Para despertar a latigazos el silencio. Para los estambres, las astillas y estallidos. Para estrenar truenos, trenos, trinos, tiros, franjas, fraguas, fragores, fogonazos. Para el canto del silencio. Para el silencio de la sombra. Para espiar cada aurora y comprobar claramente que el día no existe, que la noche se apoderó del mundo. Para respirar juntos el silencio, el silencio, el silencio del silencio.
¡Para una vida tejida de caminos. Para un camarada de pie ante la vida. Pendiente del hombre, su tiempo y sus lejuras. A pulso de júbilo, tapices y añoranzas! ¡Ad multos annos!




sábado, 10 de abril de 2010

ABRILERÍAS







ABRILERÍAS


Fantasía de una nota de abril


¿Sevilla?... ¿Granada?... La noche de luna. Angosta la calle, revuelta y moruna, de blancas paredes y obscuras ventanas. Cerrados postigos, corridas persianas... El cielo vestía su gasa de abril. Un vino risueño me dijo el camino. Yo escucho los áureos consejos del vino, que el vino es a veces escala de ensueño. Abril y la noche y el vino risueño cantaron en coro su salmo de amor. La calle copiaba, con sombra en el muro, el paso fantasma y el sueño maduro de apuesto embozado, galán caballero: espada tendida, calado sombrero... La luna vertía su blanco soñar. Como un laberinto mi sueño torcía de calle en calleja. Mi sombra seguía de aquel laberinto la sierpe encantada, en pos de una oculta plazuela cerrada. La luna lloraba su dulce blancor. La casa y la clara ventana florida, de blancos jazmines y nardos prendida, más blancos que el blanco soñar de la luna... —Señora, la hora, tal vez importuna... ¿Que espere? (La dueña se lleva el candil). Ya sé que sería quimera, señora, mi sombra galante buscando a la aurora en noches de estrellas y luna, si fuera mentira la blanca nocturna quimera que usurpa a la luna su trono de luz. ¡Oh dulce señora, más cándida y bella que la solitaria matutina estrella tan clara en el cielo! ¿Por qué silenciosa oís mi nocturna querella amorosa? ¿Quién hizo, señora, cristal vuestra voz?... La blanca quimera parece que sueña. Acecha en la obscura estancia la dueña. —Señora, si acaso otra sombra, emboscada teméis, en la sombra, fiad en mi espada... Mi espada se ha visto a la luna brillar. ¿Acaso os parece mi gesto anacrónico? El vuestro es, señora, sobrado lacónico. ¿Acaso os asombra mi sombra embozada, de espada tendida y toca plumada?... ¿Seréis la cautiva del moro Gazul? Dijéraislo, y pronto mi amor os diría el son de mi guzla y la algarabía más dulce que oyera ventana moruna. Mi guzla os dijera la noche de luna, la noche de cándida luna de abril. Dijera la clara cantiga de plata del patio moruno, y la serenata que lleva el aroma de floridas preces a los miradores y a los ajimeces, los salmos de un blanco fantasma lunar. Dijera las danzas de trenzas lascivas, las muelles cadencias de ensueños, las vivas centellas de lánguidos rostros velados, los tibios perfumes, los huertos cerrados; dijera el aroma letal del harén. Yo guardo, señora, en viejo salterio también una copla de blanco misterio, la copla más suave, más dulce y más sabia que evoca las claras estrellas de Arabia y aromas de un moro jardín andaluz. Silencio... En la noche la paz de la luna alumbra la blanca ventana moruna. Silencio... Es el musgo que brota, y la hiedra que lenta desgarra la tapia de piedra... El llanto que vierte la luna de abril. —Si sois una sombra de la primavera blanca entre jazmines, o antigua quimera soñada en las trovas de dulces cantores, yo soy una sombra de viejos cantares, y el signo de un álgebra vieja de amores. Los gayos, lascivos decires mejores, los árabes albos nocturnos soñares, las coplas mundanas, los salmos talares, poned en mis labios; yo soy una sombra también del amor. Ya muerta la luna, mi sueño volvía por la retorcida, moruna calleja. El sol en Oriente reía su risa más vieja.


Antonio Machado




Abril florecía


Abril florecía frente a mi ventana. Entre los jazmines y las rosas blancas de un balcón florido, vi las dos hermanas. La menor cosía, la mayor hilaba ... Entre los jazmines y las rosas blancas, la más pequeñita, risueña y rosada —su aguja en el aire—, miró a mi ventana. La mayor seguía silenciosa y pálida, el huso en su rueca que el lino enroscaba. Abril florecía frente a mi ventana. Una clara tarde la mayor lloraba, entre los jazmines y las rosas blancas, y ante el blanco lino que en su rueca hilaba. —¿Qué tienes —le dije— silenciosa pálida? Señaló el vestido que empezó la hermana. En la negra túnica la aguja brillaba; sobre el velo blanco, el dedal de plata. Señaló a la tarde de abril que soñaba, mientras que se oía tañer de campanas. Y en la clara tarde me enseñó sus lágrimas... Abril florecía frente a mi ventana. Fue otro abril alegre y otra tarde plácida. El balcón florido solitario estaba... Ni la pequeñita risueña y rosada, ni la hermana triste, silenciosa y pálida, ni la negra túnica, ni la toca blanca... Tan sólo en el huso el lino giraba por mano invisible, y en la oscura sala la luna del limpio espejo brillaba... Entre los jazmines y las rosas blancas del balcón florido, me miré en la clara luna del espejo que lejos soñaba... Abril florecía frente a mi ventana.


Antonio Machado





PRIMAVERA


Abril, sin tu asistencia clara, fuera invierno de caídos esplendores; mas aunque abril no te abra a ti sus flores, tú siempre exaltarás la primavera.
Eres la primavera verdadera; rosa de los caminos interiores, brisa de los secretos corredores, lumbre de la recóndita ladera.
¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa, abrazados los dos, sea tu risa el surtidor de nuestra sola fuente!
Mi corazón recojerá tu rosa, sobre mis ojos se echará tu brisa, tu luz se dormirá sobre mi frente...

Juan Ramón Jiménez






Abrilerías


En abril la tarde
tiene sabor
a gajitos de agua
escribiendo su canto
sobre los aleros
¿será que en las alas
de los aguaceritos
vuelan los sueños?

En abril la noche
derrama sus luceros
sobre la tierra
en movimiento
¿será que en los huertos
azules del cielo
recoge su dulzor
la pomarrosa?

No hablan nunca de muerte las pomarrosas. Ni los aguaceros de abril cobijan ausencias. En primavera, los jueves tienen sabor a miércoles. Y los cafetales, los limoneros, los inventarios y los insomnios no son otra cosa que rituales en los que la vida borda sus más hermosos designios. Si algún día hemos de marcharnos, se irá nuestra sombra, no el rayo solar que se posa en el corazón de las rosas. Y los paisajes, lejos de entristecerse, sonreirán para darnos la bienvenida al solar de su reino florecido. Lo dice el abril que nos pertenece.

En abril las pomarrosas deletrean sobre los árboles gajitos de eternidad las chicharras con su silbo iluminan el largo túnel de donde vienen los sapitos dibujan sobre los charcos una infinita canción de amor las siemprevivas se encienden como linternitas de la mañana los caminitos de agua hacen alianza con los guijarros para escribir un diálogo con el río las arbolas se ponen su floreado traje de primavera para transmutar los inviernos en el verde infinito de la vida que no cesa… abril es el andén solar donde la lluvia fabrica arco iris las hojas se orillan en las ramas las semillas consagran su travesía hacia el azucarado confite de las frutas tiempo azul de azulejos territorio en vuelo de mariposas almácigo de sepias y jazmín quien arriba al continente de la vida desde sus abrilerías queda poblado por siempre entre sus hierbas aromado de amanecer y eternidad

Mery Sananes




ABRIL

Aire de abril para mi luz andina
para mi cafetal para mi aldea
florida de tristeza y conticinio
de soledad de musgo y de vereda
Abril amor para el tejado azul
para el zaguán también adormecido
de esperar tu presencia azulmarina
y las fugas de amor en primavera
Desde niño anhelaba tu color
el de mi cerro y mi colina azul
cabalgando risueño por el cielo
Aire de abril amor para la lluvia
trenzada de neblina aquí en mi aldea
Abril por fin para nacer contigo

Voy en abril, seguro de que existo
desde que un viento largo allá en mi aldea
—sin saber la colina de mi sombra—
dejó mi sueño andando por la vida
Creo en abril en su reinado eterno
en su ancho pedestal de sombra verde
en la audacia taurina de su cielo
en su leve y dulcífera armonía
Abril contigo va mi corazón
mi sueño mi dolor y mi tardanza
contigo abril me alcanzará la aurora
cuando lejano ya de aquella aldea
te encuentre abril en plena primavera
durmiendo el corazón a alguna rosa

Me moriré en abril con aguacero
un día que la lluvia ya recuerda
aunque nunca escuchemos las campanas
irán aquella tarde a nuestro entierro
Seguro un jueves como es hoy de abril
un día de este siglo que amanece
seguramente un día a la intemperie
o sábado o domingo un día de estos
Pablo ha muerto dirán las pomarrosas
la aldea lo sabrá sus cafetales
el limonero y el amor ardiente
También los cangilones y Vallejo
almácigos insomnios aspavientos
la soledad la lluvia los caminos...


Pablo Mora








viernes, 9 de abril de 2010








Palabra insomne
Pablo Mora
Profesor Titular, JubiladoUNET San Cristóbal, Táchira, Venezuela

pablumbre@hotmail.com

Resumen: Aproximación a los intríngulis de la palabra, fundadora universal del ser y del humano encuentro.Palabras clave: Fundación, esencia, develación, goce, enigma insomne.



Toda palabra es como el hilo de un telar
que a cada quien toca enhebrar
para que no se detenga el oficio de tejedor
y por eso en esta alta hora del dolor humano
hay que organizar las tinturas que nos regalan
las flores para dibujar las ramas de los árboles
el ropaje de la noche y la luz girasol de los mediodías
con el violetamor de un amanecer humanecido

mery sananes



larga sombra de cópula y prodigio

rosa del mar al pie de la tormenta en la rosada desnudez del alba en las manos del mar silencio alado la engendra el mar la arena su oleaje la sombra primigenia de la luna los zumbidos del alba la interrogan la tarde el sol la lluvia las albadas la insomne playa el cielo la locura la piedra junto al mar de queja asombra cavila el mar como la ola empina de pronto al mar cobija y oye al mar camino de las alas de la noche en ella cabe el mar en piedra viva en noche en cielo en tierra en sueño en sombra

claridades de sombra opalescente sueño desenterrado lacerado flor reseca enroscada retorcida personificación reflejo altivo jadeo de mujer sobre la arena benigna resistencia de las cosas implacable sonrojo de las venas la perenne cuestión de los modales profunda y antiquísima visión soplo oleaje vela azul tormenta azul enrojecido amoratado el gris vagando en las colinas pardas los colores los sueños visionarios aconteceres del alucinado
un pedazo de pan para los pájaros un alarido entre la guerra la imagen vegetal de la lechuga un alpargata recibiendo sol gota de lluvia roedura ajada la sílaba final del viento errabundaje vuelo trashumancia mientras murmura alrededor la noche en la punta del tiempo navegando justa medida del asombro humano sed de viento de pan de sombra y huella manera de sentir junto a los otros para sacar la flor de las cenizas la eternidad en sol andando raza que canta en la tormenta yunque espiritual en la refriega vino legítimo del sueño en armas lumbre fulgor verdad nostalgia cósmica un eco colectivo corregido ágora del delirio y la tragedia secreto en flor lugar del alumbraje
la fundación universal del ser el hombre ante el espejo de su sombra retrato del mundo y sus costumbres algo visión fidelidad relámpago milagro de la vida compartida íngrima huella hembra deslumbrante no le conocemos longitud altura ciclo molecular peso específico mas le conocemos su sabor exacto es un sabor a trigo a leche y miel a rosas a durazno que como un corazón recién nacido palpita entre los dedos de las hojas por su sola dulzura sostenido
rasgón terrazgo espada triza cópula ramaje ramazón o ramalazo las palabras compiten y complotan capaces de recuperar al hombre o de inventar al sol o al propio vino se levantan temprano con el alba
mantiene abierta la beldad del hombre cabalga que cabalga en las tinieblas relumbra vela brilla resplandece para que el canto siempre permanezca viene del fondo de los siglos sigue vuelve como la aurora y el ocaso sabe de noche sabe de alborada del sagrado silencio de las piedras del lugar en que el grito nos religa las cosas no sabrán cuando ella parta
el modo en que amanecen hombre y agua la imagen intrincada de los sueños manera de llevar a pelo el día sed de sal sol de abrazo noche vuelo desnuda yegua para amanecerla hasta la última siembra última lumbre hasta la última lucha última milla hasta el último jadeo segundo esperanza de fe plenificada furiosa tempestad de noche y día es la arena enredada entre las olas el mar que se desborda sobre el risco feliz morada del soñar antiguo sobre el azul espejo de las aguas es la mirada de la noche en vela el paso de los duendes sobre el mar el relente susurro de los árboles la sal la espuma el sol la madrugada
breve lechuza ardiente lujuriosa sorpresivamente alada reciamente atuendo oscuramente lumbre súbitamente viva humanamente cierta airadamente tierna nocturnamente yendo desnuda levedad a ras de suelo
jaula de cristal hembra jadeante jirón de prado nube pura sol y casa y universo y clarinada jovial esencia hendiduras configuración del inacabamiento ruptura momentánea fluir inagotable del murmullo fraternas potestades del asombro
contra la sed y el hambre sobre el puente contra todo forma de vida asombro deshojado sueño de la piedra piedra de los sueños fecunda entraña de la luz andadura pasturanza festín de sombra y llama plato de aromada miel idilio diosa aparejada milagro del insomnio desatado en la nochumbre a vista del rocío amanecido blanca palomica en soledad herida en uno de los ojos de pronto reclinada flujo y reflujo en comunión altiva relámpago la sombra del designio desangrado crepúsculo del ocio
lejana silenciosa larga sombra alta vigilia rastro de la tierra bramido sordo de la parda luz ventanas goznes muros quemaduras clamor del hambre grito poderoso infinita orilla aire detenido sagrada apuesta vengativa luz paloma caracol y compraventa feraz gloriosa repentina ilesa íntima soledad amenazada la línea precisa del abismo para llegar a tientas a la nada desde el morir al no morir viviendo del otro lado de la sombra en luz
se detiene estremece sube baja viene del sueño viene de la nada toca tierra lleva sonidos de metales de sangre de hambre guerra horror pavura conoce el canto de las aves el silencio del paraguas la melancolía del guanábano el sitio del silencio las alas de la noche y de la lluvia el gemido de las nieves las voces de la sangre honda navegación paso del día el regreso del sueño el rastro del celaje su grito de cigarra la navega en la muerte y se cuida de lo vivo ronda entre soledad por muchas albas sale de su envoltura puro asombro querer apoderarse de los sueños de las cosas las luces y los pájaros larga sombra de cópula y prodigio
alba engrifada cielo animal prado en manos del sol que se despierta virilmente el hombre en cósmica entrega permanente sigue al arroyo en su silencio lúgubre a la intemperie al descubierto el más airado grito de la tierra el más largo suspiro de la fronda el más verde silencio iluminado
lenta alucinación de estrellas rotas planicie en llamas jubiloso asombro jungla de sueños jaspes arrojados cóndores en parejas blanquecinas agua ajada cascadas jadeantes sed de mitos en sombra de alborada mística sorprendente hipnótica única nave estrellada soledosa mágica selénica arenisca del desierto paraje azul retamas y algarrobos tótem tensado en fuego arrasador ocre perenne enloquecido abrazo alzado cabizbajo valle erguido en la antigua quebrada de la noche
Y vino la palabra
Y la palabra fue. Tal vez de un tiempo móvil, volátil y espiralado, el que quizás nunca tuvo aurora. De no se sabe qué alba. O qué noche, qué incendio o llamarada. Ya se podrá saber qué antorcha la ha encendido. Y desde entonces anda con el hombre. Sabe de su llanto, su alegría. De su pena, su gloria y su desmayo. Sabe cada paso de los hombres, pero nada de su espera, de su intento, su inocencia. Con el hombre, la palabra va a la huerta, a la vereda, al mercado, a la alacena, al griterío. Con la mujer va al parto, amamanta, acuna y llora, reza y canta, cantilena, centinela, cantío y dulzura de cielos arrullados. La palabra siempre, siempre en rebeldía, bandera enarbolada en el balcón embravecido. La mujer, brava hembra de dichas y quebrantos, enhebrada en la esencia de la nostalgia, teje que teje cielos realmente nada celestiales. La vida se encabrita hasta llegar al nochero bravío de los cantos del sol oscurecido. Desde un principio fue la verba creadora de la ciela y de la tierra. Aliento, impulso, asomo, asombro. La que anima, infunde vida. Madre gaia que estás en todas las instancias de la vida y de la muerte. La que combate el frío de la muerte. Da vida, resucita, alumbra. La que inspira y brinda sueño. Y en la trinchera, vigila y combate con el hombre. La que enciende la luz en las ventanas de la oscuridad. La partera del renacimiento diario. La mujer, la vida, la dadora de vida, la del niño resurrecto, la de la visión, la libertad, el canto; la señora, la hija, la nieta, hermana, la amiga, la abuela del multiverso. Emancipadora, combatiente, anima, se asoma al horizonte, resplandece, descifra enigma, enfado, encono, enredo, entuerto, mientras camina junto al hombre. Muy honda, la palabra anduvo y anda. Lugar común para llegar al hombre. Al pie del hombre siempre.
Siempre madre, siempre verba del viento, del carrillón que suena en sus entrañas hasta dejarla exhausta, del hijo que late hasta vivir en un azul de tiempo inexplorado. Encrespada la violencia, en oleada siniestra, vence, sobrevive. Cuando la muerte acecha, acurrucada, la palabra afronta el sueño, horada el muro, lanza el grito, salta, auxilia, corre, va, revela, adivina, cavila, tienta, intenta, arriesga, profundiza, infine, se devuelve, convoca, increpa, aviva. Y la palabra levantó su voz y clamó herida, se arrodilló ante lo eterno, bebió la copa de lo efímero y el hombre, necio, de mentiras se embriagó. La palabra asedió los campos y sembró promesas en la arena del desierto, cavó tumbas y arremetió contra los muertos, fantasmas indiferentes que se pasean por las calles malditas y les dejó en la boca la huella del beso. La palabra se calló y lloró ante la lengua infame de los días, quiso redimir los labios al tiempo; bohemia, viajó desnuda ante la incredulidad del silencio, se hizo sombra y viento enfurecido con milenarias historias desde el principio hasta el fin de las edades y los días.
Pero también la palabra se vuelve honda y disparo, grieta y sepultura, muro y barrera, pozo hondo y oscuro que dibuja distancias y linderos. Un día, sin saberlo, se quebró en tantos pedazos como hombres aventó a la tierra. Diáspora, desprendimiento, fractura y lejanía. Hay que ir por ella, para reconstruir las sonoridades infinitas de su vuelo, trazando elipses de amor sobre los cielos de la vida de los hombres.
Se desgarró en relámpagos, en fogonazos. Alzó su llama hacia las estrellas. Palabra en mano, el hombre junto al muro. Callada, espesa sombra tardecida. Sombra insomne. Del lado acá del canto. Del lado allá del vuelo. Del lado acá del tiempo.
Nos dejaron las palabras“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola... Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció...Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada... Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos lo dejaron todo... Nos dejaron las palabras.” (Pablo Neruda, Confieso que he vivido).
“El poeta nos ofrenda, así en tan poquitas palabras, todo el universo, a través del sonido de una flauta, afinada con la ley de los pájaros, de las alas, del viento, de todo lo que se extiende desde el ojo hasta el universo que lo ve, con la marea que roza, labio a labio, la vida… ¿Juego de palabras? El poeta juega con las palabras porque está apostando a darles vida, a convertirlas en mágicos talismanes que le devuelvan al ojo su capacidad para ver y al corazón la hondura para escuchar el código de los pájaros, afinando las flautas del universo. El poeta siempre quiere ser un alquimista. Porque al hombre le han arrebatado su capacidad de ser creador, de ser un engranaje único en la estructura infinita del universo. El poeta se la quiere devolver, o señalar, o advertir, para que tenga una silla para mirar el universo a través de si mismo.” (Mery Sananes, De la palabra, la cultura y el conocimiento).
Potestades del hombre
Poseso de su angustia, va, calcula, se sostiene, adelanta, se defiende. Cavila debajo de la noche y la tormenta. Desangra en las cinco parcelas de la Tierra. Cabalga con toda la tristumbre de los montes. Desenfunda la paz contra la guerra. Enarbola los sueños de los árboles, la lluvia seminal de su plantío, el centro genital de su coraje, el canto forestal de sus costumbres. Camina noche, albada, sueño, vida. Amanece en horizonte, desplegado. Estrena atajo, madrugada, aliento, desde la playa de su antigua pena. Frente al largo espesor de su quejido, se reconoce, salta, se levanta. Sorprende, vivifica, sonreído. Relumbra, se decide, se esperanza. Finca en sus potestades la alegría, en los goznes del tiempo sus oídos. Arde de furia en la trinchera ardida, esconde sus consejas mal herido, quitándole la cara al fuego, al miedo.
Dialoga desde lo alto con las horas. Canta, se desborda, multiplica, de nuevo cuenta. Ofrece cuerpo, vida, alma y suerte. Aloja luminosa su rabia en las ojeras. Sostiene la mirada de los árboles. Bendice los salmos de las sombras, los imponentes secretos de la niebla, la silenciosa castidad de los cordones, mientras avienta duro el corazón del sueño. En furia cordial se descontenta ante la tarde, el fragor, el desespero, asido a su hermana gota jornalera, al pan que se esconde en los aleros. Lluvia tras lluvia, el suburbio se subleva. Llueve la grieta, la pobreza, el adobe llueve. Hambrientas, se arrinconan las miradas, se arropan furentes las tristezas; se persignan a gritos los silencios. Se desata la lluvia entre los sueños y arrasa, intensa, choza, caserío, vereda, ahorro, juerga, sementera.
Transita en tempestades mundanal miseria. Maldice las horrendas torturas del hermano. Consagra la levadura eterna de los panes. Conoce los pasos permanentes de la sombra. Despliega temores, ramalazos y portentos. Se agita en el fuego bravío de la mar. Se afinca en la locura en lucha con su pena. Mendiga la lumbre de la gota en el alambre. Quisiera recuperar el curricán perdido. Tritura las indómitas fieras que lo acosan. Renace de entre la podredumbre de la fosa. Se entrega en las redes de un tiempo submarino. Violenta volcánico la luz de otras estrellas. Arremete contra la infancia alada de las rosas. Se enrumba delirante al acecho de otra aurora. Se astilla ante el antiguo malecón del puerto. Desgarra el alma fulgurante de la flor. Se aferra a las entrañas de su viejo pan. Desguaza furente el huracán en alta mar. Desgaja las indomables fauces de la sombra. Se eterniza sepultado en la fragua de la guerra. Nos acusa, nos grita, nos reclama.
Respira la celeste mirada de su sol. Consume la agónica tristeza de las hojas. Interpreta la silenciosa huracandad del tiempo. Perpetúa el camino, lo consiente, antes de que el instante eterno sea: presente sea, espejismo sea. Como el mar no se arruga, cambia, pasa, ensaya continuas eternidades, arroja penas, activa aguas puras. De nuevo existe, canta, sueña, cree. Desde los manantiales del olivo, por obra y gracia del asombro el hombre, el hombre, rayo que arde en la tormenta, alarido crispado, verbo, cosmos, el hombre a punta de hombre y tempestad, el hombre, simplemente el hombre, yendo, en paz consigo, con su pena al hombro. El hombre en ventanuras del azul, sobre los fogonazos de sus huesos, delirante, al acecho de otra aurora, sobre las polvaredas de los sueños, entre borrasca, grito y alborada, locura al cinto, en lucha con su pena, andando, andando, andando, andando, andando.
La calificación de las palabras
Palabra por palabra, entre el bufido de nuestra montaña, decir lo que pensamos, con la seguridad del sabio, la transparencia del niño o el alarido de los locos. Reconocernos al encontrarnos con la palabra. Sacarla del baúl de nuestras vidas para empezar a compartirla, adulta, fraternal, con el soldado, la patria y la arboleda. Pronunciar, con aptitud juiciosa o en aras del escándalo, la palabra decisiva que la vida y la historia nos fueron enseñando. Envueltos en subversiones y versiones, marchas y contramarchas, dar con la palabra necesaria, para ir nuestro destino arreando. Decidirnos por la libertad de la palabra; hasta hacerla timón en nuestras manos, frente al vendaval, la noche y los dioses que nos cruzan, confusos y ominosos. Enseñar la palabra al hombre que llora, hambriento, cabizbajo, en su bravura. Lugar por excelencia de lo humano, en la palabra vivimos, nos movemos y somos. Como la patria, en desdicha, en hechura o en deshonra, en ella gime, vive o sobrevive. Hacer buena la palabra. Hacerla voz, viveza, arado; lengua, paz y pueblo; combate, libertad, salario; amor, vida y arte. Arte subversivo. Violación de límites y paciencia represiva. Rebasar lo permisible. Transgredir lo decible. Asumir la razón poética, en creación, asombro y maravilla. Concebir la magia de la patria, su visión real, irreductible, ineludiblemente misteriosa, amarga, mortal o vengativa. Palabra en alto. Y la victoria crecerá despacio como siempre han crecido las victorias. Videntes, alucinados, intermediar la fuerza oculta. Jugar a la paz con el soldado o con el niño que nos reta, vagabundo. Recobrar la palabra –antes que la pólvora–, su encanto germinal, su magma, su hermosura, su historia, su legendaria esquina, donde espera, acurrucada, el hambre, en miseria cobijada. Asistir al combatiente, en cárcel, en rincón, enfurecido. Hacerle conciencia conflictiva, desgarrada. Empuñarla, fulgurante, solar y duradera. A favor de la apuesta, el combate, la batalla y la final victoria. Lejos Palabra en mano, volear la pródiga semilla sobre el campo, el hermano y la pradera, en sincera alianza, tras un despuntar de claras madrugadas, de gracia, paz y vida nueva. Palabras y más palabras, cataratas de palabras. En la distancia del futuro, el vuelo de las palabras, rebeldes en el tiempo y al olvido refractarias. Cuesta arriba, cuesta abajo, las cosechas de palabras, buidas y aceradas, por las sendas urticantes. ¿Hasta cuándo la calificación de las palabras? Alma arriba, alma abajo, meridiano esclarecido de nuestras ansias fulgurantes. Lejos de tantas patochadas; lejos de perlas, monjes, molinos o castillos; de confundir caballo y hombre, pueblo y pólvora; lejos de diferenciar fusil de patria, vino, oficio, trago y trigo; vida, misterio, alma y poesía; lejos de comernos las palabras, dar palabra, corazón y mano; empeñarlos, cruzarlos con el hombre, sus asuntos y sus sueños; manteniéndolos en pie de guerra por la paz o el pan que hagan falta, palabra por palabra. Frente a una palabra enmascarada, fantasiosa; una clave, articulada, lujuriosa, pertinente; una palabra activa, digna, apasionada, certera, cruda, furente, fehaciente, empuñada, insomne, verdadera. Una palabra que golpee al mundo y acompañe al hombre. Urgida, llameante, inextinguible. Adecuada al enigma universal y al majestuoso corazón del hombre. ¡A pulso de vinagre, vino y júbilo! El corazón, los ojos de los hombres se llenaron de letras, de mensajes, de palabras. Letras que caminaron y encendieron, que navegaron y vencieron, que despertaron y subieron, letras que libertaron, letras en forma de paloma que volaron. Y el hombre fue otro y otra fue su palabra. El canto, el himno ardiente que reúne a los pueblos de una letra agregada a otra letra y a otra de pueblo a pueblo fue sobrellevando su autoridad sonora y creció en la garganta de los hombres hasta imponer la claridad del canto. La palabra sólo es. Tenemos que fluir con ella. Entregarnos al momento. Dejar que como el vino ocurra. Para aprender el tiempo. Para aprender la vida. Para aprender la muerte. Para leer la luna con el alma mientras canjea el puesto con la muerte. Para empeñar la guerra. Para empuñar la Paz. ¡Y si después de tántas palabras, no sobrevive la palabra! Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
¿Para qué sirven?
“Son del viento? ¿Son de la Poesía? ¿Nacen de las hondas concavidades de la tierra? ¿Quién inventa las palabras? Tal vez sean de la lengua, Valentina. O la lengua se deba a ellas; a sus misterios. A su noche oscura, a su luminoso amanecer; quizá a los sonidos fundacionales del pájaro, al ruido de las hojas al caer; tal vez al fuego, a la chispa del primer frotar de piedras en la caverna. Quién sabe si al roce de los cuerpos descubriéndose en la cálida desnudez de sus asombros; en el rotundo gemido de un vientre que prende brasas y arde como yesca en otro vientre.
Qué difícil decirte acerca de las palabras, de su nacimiento; de su tránsito por tantos y este pequeño, reducido, universo que aparentamos. A poco de andar en su posesión, si acabamos de comprender que son ellas las que nos llevan por sus territorios interiores, por el vértigo de sus desfiladeros y promontorios; por la escarpada falda por la que sube Sísifo con su piedra inmortal.
¿Y en donde se encuentran las palabras? Si no le tienes miedo a la materia, si no te asusta la esencia que la mueve y la hace ágil, en la calle; a la vuelta de las esquinas, en los ventorrillos de pueblos, en las plazas de mercado; en los funerales de los muertos pobres y en el dolido llanto de sus almas vivas que quedan por aquí penando de soledad y desamparo.
Otras veces son ellas las que se abalanzan sobre ti, te dan coletazos en el rostro; te acarician como a este tu abuelo que casi ya revienta por decir palabras que aún no lo presienten. Ni saben de él ni se interesan por su larga ausencia de voces.
La palabra es lo que es; eso que tú tocas, tiras, maltratas y vuelves a mimar; a dejar que habite tu aposento, que calce tus zapatos y vista tus vestidos; que suba y que baje y se vuelva a trepar por las ramas de tus brazos, que se escurra como pez y se zambulla sin ahogarse en las aguas invisibles de la memoria; en el río desbordado de las emociones.
Si se ponen donde no deben ir; si se dicen cuando no deben decirse; sino dicen lo que deben decir; sino aparentan algo más que la realidad de las formas, las palabras se malgastan, se vuelven toscas y matreras; se resisten a decir y a significar y a simbolizar. Se asustan, casi no quieren contar lo que saben ni cantar lo que inventan.
¿Para que sirven las palabras? Para limpiar la sangre de los muertos, para encomendarles su alma a cualquier dios, para apagar la sed, para incendiar los matorrales, para proclamar el infierno redentor, para ejecutar a los culpables, para exorcizar los demonios, para proclamar la salvación en la carne, para despertar a los dormidos, para saltar la cerca, para imprecar contra el mar, para bañarme todas las veces en el mismo río.
¿De quién son las palabras del cerrajero de Lisboa? ¿Y las del alucinado Blake? ¿Y las de Carlos Fuentes ¿ De qué sustancia están hechas, con cuál pegamento las soldaron, qué viento las lleva, qué sol las orea, qué oídos las oyen? ¿Qué manos las escriben?” Al menos éstas, lector amigo, son de Cristo Rafael García Tapia, caminante en la palabra, en la mitad del camino.
Silencio iluminado ¿Acaso seria del cielo silencioso de inviernode quien aprendí los largos silencios iluminados? Federico NietzscheAl silencio se le oye gritar en la montaña. Basta con saber de la naturaleza alpina o haber pulsado el diapasón del Ande, para corroborar el reino del silencio, su hospedaje, fundos, predios, enigmas, solarajes. El señuelo de la poesía se funda en el silencio a modo de pensar oculto, secreto, escondido en el más alto sueño. Espectáculo enervante, entre nosotros, como en cualquier rincón alpino, oír el amanecer camino del Zumbador. Palpar la hora en la que el verdoso silencio se despierta, en la que, desperezada, el alba levanta los susurros al viento. El silencio mordido por las ranas semeja garzas pintadas de lunitas verdes. Engrifado el prado, se erizan cielo y animal en manos del sol que se despierta. Entonces el silencio iluminado comienza a platicar. De par en par en manos de la luz, el hombre inicia su trajín. Frío, silencio, altura, en reto permanente, ante la dulzura musical que alcor, presagio, empeño, alumbra.
En esa hora matinal, desprendida de la paz albada, pareciera que el hombre tomase el pulso al mundo. En silenciosa ligereza alada, donde la suprema levedad oficia, en vuelo el hombre, confiado, retorna, se apresura, se dispone, se entrega, se eterniza. La suerte de la tierra virilmente recae en el hombre. Profundamente altos, los Alpes y los Andes de codo con el hombre fraguan el azul en cósmica entrega permanente. Entonces, el hombre se abre a la palabra, la levanta, la enarbola entre su huerta. Blandiendo diapasones subversivos, la lleva hasta la cima, la despliega, asegurando la militancia plena por la belleza y la verdad del sueño. Hombre y suelo en aspas transformados, cimientan la esperanza, en oronda libertad fundada.
Apoyada sobre el hombre, de pie, proveniente de la larga noche insomne, la palabra, forma de vida, asombro deshojado, pasa a ser compromiso, riesgo, santo y seña; desafío, soplo, aire, poder de creación; rayo, sol, susurro de semilla, fluir inagotable del murmullo; génesis, memoria vegetal, larga sombra de cópula y prodigio; el vientre de las flores anunciando el suspiro de los soles; el silencio hospedado en la cascada o el anafre. Palabra y poesía y silencio. Al principio fue el silencio. El mismo aliento que al principio fue. Silencio del silencio del silencio.
Empieza por abrir la soledad. Por escuchar el día y sus afanes. Sigamos al arroyo en su silencio. Convéncete del viaje hacia la sombra. Que vuelvan los caminos a encontrarse. Vayamos al misterio como el río. Fijemos a los sueños su mirada a lomo de coraje y de esperanza. Zumbe el silencio mientras hombre viva. Ilumine el silencio todo sueño.
Sobre la polvareda de los sueños, entre borrasca, grito y alborada, locura al cinto, en lucha con su pena, andando, andando, andando, andando, andando, por obra y gracia del asombro el hombre, resistiendo en la tierra de la noche como un árbol al pie de la tormenta, silencio a la intemperie, al descubierto, insomne, terminal, asombro insomne. El más airado grito de la tierra. El más largo silencio iluminado.
Noticias enigmáticas
Casa de los pájaros, casa de los vientos: el aire. Cerdo del oleaje: la ballena. Bosque de la quijada: la barba. Asamblea de espadas, tempestad de espadas, encuentro de las fuentes, vuelo de lanzas, canción de lanzas, fiesta de águilas, tormenta de hierro, encuentro de las fuentes, juego de los filos, borrachera de las espadas, lluvia de los escudos rojos: la batalla. Fuerza del arco: el brazo. Sacudidor del freno: el caballo. Peñasco de los hombros, castillo del cuerpo: la cabeza. Fragua del canto: la cabeza del poeta. Ola del cuerno, marea de la copa: la cerveza. Yelmo del aire, tierra de las estrellas, camino de la luna, taza de los vientos: el cielo. Manzana del pecho, dura bellota del pensamiento: el corazón. Riscos de las palabras: los dientes. Luna de los piratas, techo del combate, nubarrón del combate: el escudo. Hielo de la pelea, vara de la ira, espina de la batalla, pez de la batalla, perro de cadáveres, remo de la sangre, lobo de las heridas, rama de las heridas: la espada.
Granizo de las cuerdas de los arcos, gansos de la batalla: las flechas. Sol de las casas, perdición de los árboles, lobo de los templos: el fuego. Delicia de los cuervos, alegrador del águila, señor de la pelea, árbol de la espada, teñidor de espadas: el guerrero. Negro rocío del hogar: el hollín. Árbol de los lobos, caballo de madera: la horca. Rocío de la pena: las lágrimas. Serpiente de la guerra, dragón de los cadáveres, serpientes del escudo: la lanza. Espada de la boca, remo de la boca: la lengua. Asiento del halcón, país de los anillos de oro: la mano. Techo de la ballena, tierra del cisne, camino de las velas, prado de la gaviota, cadena de las islas: el mar. Árbol de los cuervos, avena de águilas, trigo de los lobos: el muerto. Lobo de las mareas, caballo del pirata, ciervo de mar, patín de agua, potro de la ola, carro arador del mar, halcón de la ribera: la nave.
Piedras de la cara, lunas de la frente, joyas de la cabeza: los ojos. Fuego del mar, lecho de la serpiente, resplandor de la mano, tesoro del dragón, bronce de las discordias: el oro. Reposo de las lanzas: la paz. Casa del aliento, nave del corazón, base del alma, asiento de las carcajadas: el pecho. Tesoro del pecho: el pensamiento. Nieve de la cartera, hielo de los crisoles, rocío de la balanza: la plata. Señor de anillos, distribuidor de espadas y tesoros: el rey. Tejedora de la paz: la reina.
Sangre de los peñascos, tierra de las redes: el río. Riacho de los lobos, marea de la matanza, rocío del muerto y de las armas, agua de la espada, sudor de la guerra, cerveza de los cuervos, ola de la espada: la sangre. Hermano de la luna, fuego del aire: el sol. Mar de los animales, piso de las tormentas, caballo de la neblina: la tierra. Yelmo del aire: la neblina. Yelmo de la noche: la sombra. Crecimiento de hombres, animación de las víboras: el verano. Hermano del fuego, daño de los bosques, lobo de los cordajes: el viento. Bosque de la guerra: el ejército. (J. L. Borges: La poesía de los escaldos).
Saliva de las estrellas: el rocío. Guarapo de los ojos: las lágrimas. Semilla del vientre: el corazón. El sol del pecho: el alma. Mi otro corazón: amigo. Madre: tierra. Ternura: madre. Entrega: ternura. Perdonar: olvidar. (Gustavo Pereira: Sobre salvajes).
Labra nuestra paz
Fundidos entre palabras, vamos presagiando el tiempo sin saber si existe de veras el camino. Cuando el aire nos devuelve, nos vamos a la orilla. Es el tiempo que nos llama. Pendientes de la huella de la vida, no sabemos si estamos de regreso o si somos apenas caminantes. Hay horas fugaces por doquier. Las arenas del lunes nunca son las del domingo. Asidos del presente fugitivo, oteamos nuestro ayer, una estela de horas nos saluda. La soledad en acecho remansada nos ciñe de repente entre sus sienes, tiene una larga cara de mujer. Si supiéramos nosotros cuántas cosas no sabe la noche. Menos mal que existe el mediodía. Los hombres solamente somos los puntos suspensivos de la más vieja carta de la historia. Hay quien nos interpreta y quien nos deja de leer. A veces somos sólo interjección.
Palabra surcadora entre los siglos sin fecha de nacimiento, entre todas las fronteras libre. Palabra mariposa, labradora, volarás y surcarás, de tus sembrados tornarás alegre. Quédate aquí, palabra, a flor de labios, adorna nuestro amor, brinda con nosotros tu triunfo. Única amazona ríe de tu hazaña. Palabra victoriosa, veterana, legendaria, marinera, la misma que una mañana acampara en nuestras sienes. Muchas coronas faltan todavía, mil riberas esperan tu llegada. Quédate cerca de nosotros, únenos, destruye las fronteras, traspásalas, labra nuestra paz. Palabra surcadora, femenina voluptuosa, mensajera, tristemente entorpeciendo tu esencia, ensayamos tu discurso, te soltamos como si fuéramos tus dueños, siendo tú sola dueña de nosotros. De vez en cuando vas de mano con el hombre. Acompáñalo por siglos. Palabra enarbolada en el jardín de los espacios, déjate sembrar lejos, cerca, en todos los rincones. Florece siempre. Ayuda a florecer al hombre. Siempre habrá mar para estrechar las tierras. Siempre habrá amor para hermanar los hombres. El verbo siempre abonará la tierra. Palabra sola labra nuestra paz. Ordena el espesor de la tardanza. Amartilla tú sola nuestra espera. Sacando cuentas y después de todo, tú sola y para siempre la palabra.




ADENDA
La primera maravilla
“La palabra, “oficio de resonancia” nos arma y desarma, “viva todavía en el sufrimiento humano del hombre de la civilización”, nos permite enfrentar la “astucia de la razón”. Tropiezan el sueño y la palabra. La palabra es la primera maravilla del mundo que no cesa de traernos y llevarnos a palabras nuevas. Ella en sí es un mandamiento que interpela, que no pasa impune. Que habla siempre.
Nace una palabra que habla por mí, que me nombra, que me reconoce, que me identifica, esto es un tú hacia otro tú que se atienen a las consecuencias. El humano hizo de la palabra: voz, imagen y principio; destrucción y creación. Dice Hurt Koffka: “El hombre olvidó el lenguaje de los pájaros y de las piedras.” Se desnudó de inocencia la palabra. La palabra nos define como ser humano. Nos aniquila cuando la convertimos en arma. Oficio humano del sonido, mundo sonoro de la ocupación habitual. Nos duele en el cuerpo toda su ignorancia y sapiencia. La palabra desafía, rompe tabú, protocolos y estados inútiles. Su voz es un orificio donde nace lo hermoso, donde se concibe el sueño, donde reposa y se impulsa el deseo hacia donde habita su origen humano a pesar de la contienda con lo inhumano.
Ella es el principio de la vida eslabonando la eternidad en el paso por la muerte. Ella: la imperfecta creación de la belleza pura. Luego imagen de un diálogo perfecto, cogito oral del logos y de la existencia. Hay que restituir a la palabra su poder de evocación. Es la obertura del ser, su cauce es un movimiento de conquistas de espacios.
La memoria de la humanidad la hacemos todos. Cada sujeto humano es un eterno agricultor, jardinero y cultivador del lenguaje. Hay que trabajar por una reforma agraria de palabras, actos y obras suscitando aportes, trasformaciones y posibles ajustes para erradicar la explotación y esclavitud humana. La palabra es un sujeto, un recién nacido, una pareja, una familia, una colectividad: es un tú y un yo. Es un conjunto de lugares, de lotes, de parcelas, de cuadras, en fin de espacios para aprender a: leer, callar, escuchar, hablar, gozar del silencio, para que esa otra voz: la interior surja sin recriminaciones, sin resentimientos, sin obligaciones, sin presiones, sin sufrimientos, sin zancadillas, sin vergüenza, sin prejuicios, sin castigos, sin temores, sin imposiciones, sin calificaciones, sin chantajes, sin forzamientos.
La palabra es la patria desalineada y la tierra sin estado, ella, cada uno de nosotros, nos inserta desde el nacimiento, nos encarna y encuentra. Protegerla es aprender a rebelarnos para darle cabida. Devela la vida, no la encubre entre malezas ideológicas, la despeja con la hoz, el azadón, el machete de la sabiduría y del sentido común. Su consigna: no morir así no más. Encuentra la punta del hilo oportunamente para que agarres, zurzas o hagas puntadas de lecturas nuevas, para que te conmuevas, motives, a seguirla. La palabra es vida vivida, viviéndose, leyéndose, contándose. Habitándose. Posesionándose. Inscribiéndose. Registrándose. Certificándose. La palabra “un goce inédito” (J. C. Milner) de la lengua.
(Extracto de “La primera maravilla del mundo: la palabra”. Ensayo de Carmen Váscones).