jueves, 6 de mayo de 2010







Vasito de agua de coco

Pablo Mora



Cuando empecé la subida,vasito de agua en la mano,mi madre me digo en vano:váyase yendo en la vida.


El niño aquel que veníadesquiciado, medio loco,vasito de agua de cococuando la luz sorprendía.Brillaba mi poesíaen la flor de la vereda.No hay quien conmigo pueda,ni la tromba huracanada,soy mucho menos que nadaen mi locura que queda.


Vasito de agua de cococon tu sabor endulzado,me fui en la vida de lado,¡malhaya mi amor tan poco!Así fue como de locome encontré con mi tristeza,la misma que en tarde rezapor su aldea y por su lampo.Grítenme piedras del campocuando griten su belleza.


Siervo sin tierra mi padremadrugándole a la aurora—triste vasija que lloralas lágrimas de mi madre—.¿Dónde la luna que encuadrelas soledades sin vino?Zarzas, ortiga y espino,amaneceres en vano,fueron dándole la manoa las llagas del destino.


De vuelta ya de la vidatorna mi infancia a su aldea,la antigua lumbre que arreaa mi locura dolida.No hay pena desconocidaque no distingan mis pasos:ramazón y ramalazos,el delta de mi amargurapor donde va mi venturaa golpe, sangre y leñazos.


Siempre en la tarde me espera—guijarro del infinito—el terrenísimo ritodel hombre, fragua y hoguera.Y al ir a la sementeraencuentro sólo la risa,ínfimo leño de brisa,tizón para la esperanza,y mi lamento no alcanzaa traicionar la sonrisa.



Yo no sé bien qué sueños, faltan, sobran,me dejan ya los duendes de la aldea,los arroyos, los Alpes, las creencias;apenas me distinguen las gavetas.
Apenas si recuerdo mis cimientos,apenas si me oyen las luciérnagas.Tal vez ni Dios siquiera a ciencia ciertasepa de Pablo y de sus cuerdas sueltas.
Ante toda palabra que aparece hincaPablo el quejido de su pena,cabalga la palabra al descubierto.
Cuenta con cartas frías y arrugadasdonde bardo y Dios pactan con el Diablodesde el Antiguo y Nuevo Testamento.









Compañera del alma, compañera








In memóriam: Josefa Teresa Quintero de Mora
Compañera del alma, compañera

Pablo Mora



La madre mira desde la lejanía la noche es una antigua lejanía la noche siempre entre la sombra siempre la sombra antigua que a los hombres mira que a las costas de la divina antigüedad nos ata


Vas por el mundo porque existe el hombre antes del grito de la eterna entraña, velas callada el fuego de la vida, madre te llaman por llamarte hermana. Hermana de la lumbre en la ternura, desmoronas la angustia de los hombres y mantienes su pulso en pleno vuelo ante la dura ramazón del odio. Compañera de siempre, compañera, únicamente necesito vida para llamarte siempre jardinera. Quédate, no te vayas tan temprano que solamente tú sabrás colmarnos, jornalera de siempre, jardinera.


Desde el pulsar profundo del latido emerge tu presencia campesina y el eco de tu gracia se adivina cuando surge entre el aire florecido. Acorralas conmigo tu gemido en la choza abrazada de neblina y, entonces, tu recuerdo se encamina tras el fogón tiznado del olvido. A pesar de la lluvia y los zarzales sigo con tu orfandad en mi aventura, al lado de tu sombra en los cañales, porque mi esfuerzo siempre te figura entre riscos de sol y peñascales pulsándole la cuerda a la amargura.


Madeja embrujadora de mis años envuelta en el redil de la inocencia, qué lejos el primor de tu presencia de la cumbre mortal de tus peldaños. Imagen de los místicos rebaños trenzados en la infancia de la ausencia con neblina de luz y transparencia, ¿dónde el azul de tantos desengaños? ¿Dónde, madre, estrecharte entre mi beso sino en tu tierno abrazo campesino bañado por la luz del candelabro? ¿Dónde, madre, encontrar nuestro regreso sino en la soledad de nuestro sino mientras hurgo la tierra en que me labro?


En la aldea de noche un reverbero, un anafre azulando madrugadas, un sueño en cierne, en lumbre, en alto, en alas, un camino, un aprieto, a solas yendo. El camino extendió sus manos lejos, el sueño acompañó la siembra alada, el anafre fue dicha soberana, en tanto el reverbero iba fulgiendo. Camino, anafre, reverbero y sueño tejieron la esperanza cristalina donde toda mañana fue llegando. Con la tarde afloraba el azulejo, la noche toda infancia devolvía desde mil novecientos quince y tantos.


¿Dónde el anafre en fresca madrugada, dónde el sueño tejido en el camino, dónde la cumbre deshojada en sino, dónde la siembra en dicha engalanada? ¿Dónde el anafre en calma tersa, alada, dónde la aurora desafiando trino, borrasca, cumbre, portachuelo, vino, dónde la siembra en dulce fogarada? ¿Dónde el azul de tantos desengaños, dónde la paz en místicos rebaños, dónde la antigua luz del candelabro? ¿Dónde lluvia, zarzales y quebrantos, dónde la tierra en que de azul te labro, dónde este 2007 y cuántos tantos?


Cosías presagiosas serranías desde la orilla más pura de tu alma; con toda la paciencia, en santa calma, mil colchas conocieron de tus días. En cordajes bordabas sinfonías, bordabas sueño, lontananza, palma, segura de que en vida todo empalma nunca tus manos del amor vacías. A pulso de donaire y gallardía, coqueta entre coquetas, bien oronda, tu vida la llevabas muy erguida. Venada, intacta, atenta, en lozanía, gozas del fruto de tu enhiesta fronda desde este dos mil siete esclarecida.





HOMENAJE A LA MADRE








HOMENAJE A LA MADRE


La madre es una sombra,
¿lo sabes?
La madre es una sombra acostada a los pies.

Antonio Arráiz



MIRADLA

Pablo Mora


Vino quizás de la loma o del aljibe nomás; del llano largo hacia adentro, de la montaña hacia el cielo o del viento en descontento. Un día alcanzó la luz; otro, alargó misterios; desde muy de madrugada, amasa el pan en la casa. Camino de la quebrada, se empeña en lavar tristezas. Las chamizas de la aldea dejaron huella en sus piernas: amor ardiente en recelo, le da por mecer los sueños. Cosechó cafetos, extendió atarrayas, bailó entre los maizales y hasta el barbasco se acuerda de ella. Enlazaba potros, calentaba eneldos. Primera en saludar el día, última en cerrar la noche. Libro sin índice siquiera. Agenda sin líneas vacías. Tango sin queja y sin letra. Llama en asombrado vuelo.

Miradla llena de honor y de ceniza. Miradla en los collados del amor delirante junto al lirio de tallo celestial, junto a los grandes bueyes de la tierra. Miradla naciendo desde un vientre de espigas misteriosas, desde un túnel de cálidas penumbras. La misma, la tremenda, la del mohín en los labios; la guaricha, la pícara, la Imelda, Cecilia, Gaudencia, Florinda, Lucrecia, Rosenda o Emeteria. La que se entendió con las flores, el luto, el llanto y el gozo. La simple, la cotidiana, la del humo de leña. La que ara el amor y cosecha su trigo, la que sabe el lenguaje de las cosas y el tierno frío del amanecer. La que se va con la neblina, apacentando sueños detrás de los rebaños. La oliente a piso de tierra, a musgosas tejas. La pobre, la grande, la hermosa; milenaria, aventurera del tiempo y del espacio; heredera del río y del relámpago, millonaria de lumbres y tristezas. La que de espaldas a la noche, vela con la estrella. La que entre barricadas de miseria, desgarra el corazón a la amargura o la amargura le desgarra el corazón.

Miradla, yacente sobre páramos helados, tendida en la soledad de la cascada, en la llanura implacable de la vida, con una rosa turbia en la mirada; a veces victoriosa, a veces en la esquina, sentando su lagrimón en la maleta, camino de la guerra, con la sordina de la retirada.

Miradla, llama entre las llamas, lámpara, estrella, para la angustia del hombre. Va por el mundo porque existe el hombre antes del grito de su eterna entraña. Vela callada el fuego de la vida, madre la llaman por llamarla hermana. Hermana de la lumbre en su ternura, desmorona la angustia de los hombres y mantiene su pulso en plena llama ante la dura ramazón del odio. Compañera del hombre, jornalera, únicamente necesita él vida, para llamarla siempre compañera.

Miradla, nacida en algún barrio triste del pueblo oscuro o la ciudad remota. Miradla, camino de su trabajo, la pobre piensa y piensa. Desde la calle de la melancolía, lluvia cantando de la sonrisa a los pies.

Miradla, cuando niña, zarrapastrosa, alrededor del fogón, cargando sobre la cabeza haces de chamiza; sobre los cuadriles, a los muchachos pequeños; pronto, unos pechos naranja brotan de su seno; entonces, los hombres comienzan a rondarla. Al fin, cuando los grillos chillan ensordecedoramente y el viento hace crujir las ramazones, se la posee.

Miradla, como a esta tierra, se la lleva en el corazón cuando uno se aleja de ella, y a flor de la pupila cuando se marcha en pos de ella por veredas y caminos. Después que el hombre la roza, se le mete por los sentidos y sensualmente lo amarra a sus árboles. Se la quiere en las sementeras, y se encariña uno con ella, abrazada al invierno de los retoños y al verano de las flores cuajadas. Eduvigis, Gumersinda, Críspula o como te llames, mujer de nombre infeliz que te puso el almanaque; india color de la tierra que se ha chupado tu sangre, siempre callada y humilde, concubina, bestia o madre. Flor de anónimo heroísmo, todo el color de esta tierra en el corazón te cabe con fe que no tuvo nadie. Hembra, menuda y cetrina de mis anchas soledades perdida en el triste olvido de un rancho cualquiera. Tu nombre no importa; da lo mismo si eslavo, sajón, latino o el que fuere. Vino quizás de la loma, de las uvas, de la montaña hacia adentro y se fue en ascuas metiendo, ensortijada en el sueño; fondo de llanto al acecho, bajo la luz redimida, bajo la luz de la pena; farallón de madrugada, despertador de su pueblo.

Miradla, a la orilla de las parvas consumiendo su cigarro; junto a la cerca de piedra, cabizbaja; frente al hierático pino, solitaria. A la orilla de las parvas, como naciendo de nuevo. Miradla, miradla naciendo bajo la luz que la espera. (Poesía, Sociedad Anónima).



EL BUEN SENTIDO

César Vallejo


Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.

Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.

La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso. La cierro, al retornar. Por eso me dieran tanto sus ojos, justa de mí, in fraganti de mí, aconteciéndose por obras terminadas, por pactos consumados.

Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro a mis otros hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!

Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se ruboriza y se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui dichoso. Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.

-Hijo, ¡cómo estás viejo!

Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuánto más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora por que estoy viejo de mi tiempo y por que nunca llegaré a envejecer del suyo!

Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:

- Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez grande.

La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente por mis brazos.

[ De Poemas en prosa]





LETTERA ALLA MADRE


Salvatore Quasimodo

«Mater dolcissima, ora scendono le nebbie, il Naviglio urta confusamente sulle dighe, gli alberi si gonfiano d'acqua, bruciano di neve; non sono triste nel Nord: non sono in pace con me, ma non aspetto perdono da nessuno, molti mi devono lacrime da uomo a uomo. So che non stai bene, che vivi come tutte le madri dei poeti, povera e giusta nella misura d'amore per i figli lontani. Oggi sono io che ti scrivo.» - Finalmente, dirai, due parole di quel ragazzo che fuggì di notte con un mantello corto e alcuni versi in tasca. Povero, così pronto di cuore lo uccideranno un giorno in qualche luogo. - «Certo, ricordo, fu da quel grigio scalo di treni lenti che portavano mandorle e arance, alla foce dell'Imera, il fiume pieno di gazze, di sale, d'eucalyptus. Ma ora ti ringrazio, questo voglio, dell'ironia che hai messo sul mio labbro, mite come la tua. Quel sorriso m'ha salvato da pianti e da dolori. E non importa se ora ho qualche lacrima per te, per tutti quelli che come te aspettano, e non sanno che cosa. Ah, gentile morte, non toccare l'orologio in cucina che batte sopra il murotutta la mia infanzia è passata sullo smalto del suo quadrante, su quei fiori dipinti: non toccare le mani, il cuore dei vecchi. Ma forse qualcuno risponde? O morte di pietà, morte di pudore. Addio, cara, addio, mia dolcissima mater.»



Ti lasciamo gridare

Urla pure, umanità trafitta,
ti lasciamo gridare la tua ira noi
eterni eroi vittoriosi
agguerrite corse su neri destrieri,
quel turbinio di polvere c'inebria
e vanno alti i nostri vessilli
delle tue piaghe sventolano.
Troverai usci e sportelli serrati,
siamo in confabulazione...
legge nuova, illusione di giustizia.

E grida anche tu, donna,
diritto è la violenza sul tuo corpo
sulla mente,
senz'ali vogliamo che resti
insicura,
sicurezza per noi,
e la tua carne a nostro trastullo
domestico uso pur dove il sol muore
e dicon che bella civiltà riluce.
Siamo in confabulazione...
è pronta per te legge nuova:
rimarrà slavata carta.

Antonietta Benagiano












Madre


Nos cantaste:
Aserrín, Aserrán...
María Moñito me convidó...
Doña Ana está en el vergel...
Estaba la pájara pinta...
Madre:
Nos contaste:
Caperucita, Blanca Nieves, la Cenicienta...
Madre:
Te uniste a nuestros juegos
del trompo, las metras y cometas...
estos recuerdos guardados están
en el cofre del tiempo
y cuando ser feliz quiero
allí me refugio
y en tu regazo vuelvo a descansar...
A soñar... a delirar...

María de Velandia



Madre


I

Madre: Usando las estrellas
Nos enseñaste a contar.
Haciendo el barquito,
Colocándolo en el agua
Y dejándolo partir,
Nos enseñaste que existen
Regiones ignotas, lejanas,
Ni remotamente presentidas.

II


Mostrándonos la raíz,
El tallo, la flor y el fruto,
Quisiste hacernos sabios,
Juntando nuestras manos
Y haciéndonos elevar los ojos,
Nos enseñaste
Quién creó todo. Y qué es lo divino.



III


Colocada a nuestro lado
Y mirando hacia la oscuridad,
Nos alentaste
Contra el peligro.
Qué visionaria eres, Madre.


María de Velandia




Madre


I


Al evocar los lejanos días
de la infancia,
¿Dónde te ubicamos?
Al pie de la cuna
velaste nuestro sueño,
curaste nuestro mal.
El infantil terror,
Tú lo sedaste.


II


Además, ¿De dónde salió
la muñeca, el helado,
el caramelo y el balón?
De tu corazón.


María de Velandia



Madre


Vas por el mundo porque existe el hombre
antes del grito de la eterna entraña,
velas callada el fuego de la vida,
madre te llaman por llamarte hermana.

Hermana de la lumbre en la ternura,
desmoronas la angustia de los hombres
y mantienes su pulso en pleno vuelo
ante la dura ramazón del odio.

Compañera de siempre, compañera,
únicamente necesito vida
para llamarte siempre jardinera.

Quédate, no te vayas tan temprano
que solamente tú sabrás colmarnos,
camarada de siempre, jornalera.


Pablo Mora






Celebrar la vida





Celebrar la vida
Pablo Mora

Reconocer de una vez por todas que la mayor dimensión por el hombre conocida: la vida. Disponernos a celebrar el nacimiento de una mariposa, la desbotonadura de una flor, el asomo del grillo por el postigo. Acampar en el lugar donde de verdad habita la vida, lejos del hospedaje del atroz horror. Ocuparnos de la risa clara del niño, del aplauso de los pájaros, del latido vegetal del bosque, de la confesión del relente matutino, del grito del amor en la montaña, del abrabeso de la noche insomne. Dejar que las cosas sean. Oír las quejas de las cosas. Sentir los reclamos del hombre, del río, de la fronda, de las aguas procelosas o lustrales. Abrirle la ventana al día.

Comprometidos con la misma causa, los hombres, poetas aliados con la vida, en identidad suprema, no usamos la palabra para que nos acaricie, la tomamos para que acaricie el mundo. La verdad, la belleza, la justicia, la piedad. En comunión de palabras, transmutamos el horror. Tratamos de que las imágenes dancen en las palabras como mariposas niñas en los párpados de un bebé.

La orden del día: fraguar, festejar la vida. Apuntalar. Enarbolar la vida. Debatir la vida. Entusiasmar la vida. Por cada llanto, levantar un camino. Por cada acoso, encender una esperanza. Una luz, por cada oscuridad. Oír el amanecer. Escuchar al azulejo. Dejar que el azulejo ilumine el canto, que la llama —el insaciable fuego de la vida— sea nuestra. Acercarnos al dolor del día. Servirle a la vida. Rescatarla. Liberarla. Ejercer la vida. Lidiarla al alimón, al quiebro, al cuarteo. Perseverar en la defensa del pan, la libertad, la disidencia o convergencia. Que al tiempo que el mundo esté impregnado de algo, logremos nosotros impregnar a alguien. Que no sean sólo sombra nuestros días sobre la tierra.

Reconocer que no se trata de ser rico o ser pobre, necedades no más del hombre.
Importa la completitud humana. Enriquecer el mundo a partir de nuestra propia realización, compromiso, acción. Abrirse a los horizontes de una utopía donde nos dispongamos, como fuerza naciente, a rescatar la dignidad de la palabravida, en solidaridad creciente. Lejos de una egocracia fatua, insustancial, intrascendente, enrumbarnos hacia una ego-cocreación con miras a alcanzar la máxima sociocreación que el aquí y ahora nos demande. Decidirnos por el fortalecimiento de una corporeidad psicosocial tal que sea capaz de construir el cuerpo real del hormigón histórico, donde tengan vida por igual el silencio del bosque, el sueño de la máquina y el estupor del viento.

Complacerse en el rumor de la ciudad, conscientes del hermano que duerme, gime o espera. Vislumbrar el hombre nuevo, aquél que un día soñamos ser. Antes que asirnos a una fe única, a una doctrina única, explorar la posibilidad de un consenso que, partiendo de la devastación horripilante del momento, conduzca a la concreción del proyecto en el que la danza de la vida signe la esperanza, el renacer de una humanidad nueva, donde conciencia y fraternidad apuntalen todo progreso, todo porvenir, altibajo, desafío, logro, rejoneo, “fundando una sociedad de hermanos, en nuestra casa, en el trabajo, en la calle, en el país y el continente, en el planeta que se quiebra.”




martes, 4 de mayo de 2010

Carta Abierta








Carta Abierta


Al Arquitecto Luis Arturo Mora Neuville



Hijo, un buen comienzo es la mitad del andado, nos lo recuerda el oriental. La verdad es que con el prólogo fotoarquitectónico que diste a tu Grado, has echado adelante la mitad de tu camino; has lanzado a los cuatro vientos la luz de tus planes, lejumbres y esperanzas. Como recordara nuestro Rector nada termina mientras se esté intentando. Intentar, crear, sobrevivir, he ahí la clave. Intentar: poner a prueba nuestro empeño, nuestro amanecer. Crear: sabernos presentes en el acecho cotidiano del relámpago. Sobrevivir: el reto permanente. Ir, entonces, palabra tras palabra, disparo tras disparo en soplo de aire con poder de creación. Fijarnos cada día nuevas metas. Superar las ya cumplidas. Atisbar el porvenir cuando venga de regreso. Saber que la guerra de por vida nos circunda y circundará. Apuntalar la paz mientras podamos a pecho descubierto. Sentir que la verdad reposa en nuestro ser y muy adentro. Confiar en el anónimo trabajo colectivo, el que ha de asegurarnos la victoria. En tu caso, Arturo, sentirse estrella cada día, tarde, noche, amanecer. Pulsarle la cuerda a la esperanza en busca de un pedacito más de vida. Seguir con el hermano, los hermanos; cruzar corrientes, tempestades, huracanes, hasta dar con el confín del alba, tras un amanecer que al fin alumbre un día con la noche esclarecida de azul mañana que la fe vislumbra. Hemos hablado de la guerra, de la paz y sus costumbres. La guerra, infatigable, impertérrita, persiste entre los hombres. La paz, apenas si entendemos, atisbamos, definimos. Mientras el orbe entero se empecina en la más horripilante hecatombe de los tiempos, no queda sino pertrechar la Paz, enarbolarla, desplegarla al voleo en todas las aldeas, en todos los caminos. Una mañana entre la Europa, que de niño conociste, ante la rosada inocencia de una niña rezagada en los andenes, nos sorprendiste al disparar tu primer retrato fotográfico, fue cuando dijiste: Amor, por qué no puedes caminar como una hoja. Después, no sé cuando, reafirmaste: A mí me gusta la belleza; no, la realidad. Lo que a nosotros con Einstein se nos hizo: A mí me basta con sentir el misterio de la eternidad de la vida, ser consciente y tener el presentimiento de la admirable construcción de todo lo que es, luchar activamente por alcanzar una parcela, por mínima que sea, de la razón que se manifiesta en la naturaleza. Hijo, cuando no entiendas a los hombres, mira las estrellas, bien fijos los pies sobre la tierra. Aldebarán, tu hermano, alguna vez con Nietzsche, nos recordaba: Mi naturaleza está hecha para dejarse atormentar largamente a fuego lento; ni siquiera entiendo de la cordura para perder allí el entendimiento. A veces corre por mi cabeza el presentimiento de que propiamente vivo una vida altamente peligrosa. Con todo, a pesar del nietzscheano vive peligrosamente, la vida ha de ser acción, lucha, combate, necesidad de fe y de fe combativa en el hombre, la palabra y sus retos. Lo que importa es la eterna vivacidad, la vitavirilidad, la vida. La afirmación de la vida. El ser uno mismo. Por encima del miedo, la compasión, el descontento, la rabia o la ternura. El asunto es acompañar la vida a sol y sombra, donde sea preciso; saber de donde nos sacó el hechizo y contar con la última embestida. No importa el llanto o la final salida, la vida es solamente el compromiso de estar donde la vida misma quiso: al lado de la vida de por vida.


Pablo

La Moraleja, 19.12.03















Portada: Revista Entre Rayas edición No. 82 (Fotografia: Luis Arturo Mora)


Revista entre rayas No. 82
4 fotos nuevas
La edición No. 82, correspondiente a los meses marzo-abril 2010, está dedicada al tema de Arquitectura y Espacio Público. Trae diversos proyectos y artículos sobre el espacio público en nuestras ciudades. Estará disponible a partir del 10 de mayo de 2010. Costo por ejemplar Bs. 40,00


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