domingo, 11 de noviembre de 2012

A 120 AÑOS DE VALLEJO

A 120 años de Vallejo Pablo Mora Canto astillado por su propia quena, llama y prado incendiados en la altura; centinela esculpido en su pavura, valle repleto de esperanza ajena. Recia vertiente de tu antigua vena el autóctono grito de amargura, y el eco de tu raza quemadura en los heraldos negros de la pena. ¡Cómo crepita el múltiple alarido de tus pómulos y húmeros hambrientos! ¡Cómo retumba el íngrimo crujido de tus angustias y tus sufrimientos! ¡Cómo gime el clamor de tu latido en la hondonada gris de tus cimientos! ¿César Vallejo, seguirá parejo el alambre punzante del quebranto o habremos de regar tu propio llanto cual si fuéramos trizas de tu espejo? ¿César Vallejo, cesará el cortejo? ¿César Vallejo, se ahogará tu canto? ¿Sí, César —no el Augusto sino el Santo— César Vallejo, cesará Vallejo? ¡No cesará, Vallejo, tu ternura, tu desnudez es traje de grandeza que escondes en tu propia arquitectura! ¡No cesará, Vallejo, tu firmeza ya que haces del dolor arboladura sobre el hosco muñón de tu tristeza! Cementerio de quenas en la entraña lamentación del Ande americano; lazarillo del pobre y de su arcano que las vertientes de su llanto empaña. Estallido de lumbre en tu montaña que es borbotón de queja entre tu mano para advertir al fuero castellano: ¡Cuídate, España, de tu propia España! Tintos de la proclama de tu voz, cuídanse del martillo sin la hoz desde el viejo Alicante a Extremadura. Y, así, desde tu muerte, siempre altivo, amor en mano, el corazón cautivo, vigilas tu rebelde sembradura. (De: Almácigo 2) Me moriré en abril con aguacero un día que la lluvia ya recuerda; aunque nunca escuchemos las campanas, irán aquella tarde a nuestro entierro. Seguro un jueves como es hoy de abril, un día de este siglo que amanece, seguramente un día a la intemperie o sábado o domingo, un día de estos. Pablo ha muerto dirán las pomarrosas; la aldea lo sabrá, sus cafetales, el limonero y el amor ardiente. También los cangilones y Vallejo, almácigos, insomnios, aspavientos, la soledad, la lluvia, los caminos... De: “Insomnio Terminal” Así nazcamos para conocerla, nombrarla, repartirla. Así vivamos por la alegría, para la alegría. Así por la alegría muramos. Así deseemos que nunca la tristeza sea unida a nuestro nombre. Así a punta de alegría construyamos nuestros más altos porvenires y aunque en el instante supremo de la muerte queramos sonreír. Lejos de desgastes, agotamientos, llagaduras, destrucciones… ¡Todo está alegre, menos mi alegría y todo, largo, menos mi candor, mi incertidumbre! … mi triste tristumbre se compone de cólera y tristeza y, a su borde arenoso e indoloro, la sensación me arruga, me arrincona… Execrable sistema, clima en nombre del cielo, del bronquio y la quebrada, la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre. La tristeza se cuela en el mediodía, se empoza a veces en el corazón, con un sabor a nostalgia. La alegría, ese rumor de los cauces de agua de la infancia, para hacer crecer almácigos de encantamientos y contenturas, hasta ir construyendo en la sonrisa de las estrellas la dulzura de los días vividos y los por vivir. Hagamos el azul o la alegría… (De: Sombra Antigua)
A 120 años de César Vallejo TRÍPTICO A CÉSAR VALLEJO "... contra el sol: ¡César Vallejo, de perfil y de repente". Elio Jerez Valero Pablo Mora I Canto astillado por su propia quena, llama y prado incendiados en la altura; centinela esculpido en su pavura, valle repleto de esperanza ajena. Recia vertiente de tu antigua vena el autóctono grito de amargura, y el eco de tu raza quemadura en los heraldos negros de la pena. Cómo crepita el múltiple alarido de tus pómulos y húmeros hambrientos! Cómo retumba el íngrimo crujido de tus angustias y tus sufrimientos! Cómo gime el clamor de tu latido en la hondonada gris de tus cimientos! II ¿César Vallejo, seguirá parejo el alambre punzante del quebranto o habremos de regar tu propio llanto cual si fuéramos trizas de tu espejo? ¿César Vallejo, cesará el cortejo? ¿César Vallejo, se ahogará tu canto? ¿Sí, César - no el Augusto sino el Santo - César Vallejo, cesará Vallejo? ¡No cesará, Vallejo, tu ternura, tu desnudez es traje de grandeza que escondes en tu propia arquitectura! ¡No cesará, Vallejo, tu firmeza ya que haces del dolor arboladura sobre el hosco muñón de tu tristeza! III Cementerio de quenas en la entraña lamentación del Ande americano; lazarillo del pobre y de su arcano que las vertientes de su llanto empaña. Estallido de lumbre en tu montaña que es borbotón de queja entre tu mano para advertir al fuero castellano: ¡Cuídate, España, de tu propia España! Tintos de la proclama de tu voz, cuídanse del martillo sin la hoz desde el viejo Alicante a Extramadura. Y, así, desde tu muerte, siempre altivo, amor en mano, el corazón cautivo, vigilas tu rebelde sembradura. Pablo Mora De “ALMÁCIGO 2”

sábado, 3 de noviembre de 2012

Manuel Felipe Rugeles Manuel Felipe Rugeles (* San Cristóbal, Táchira, 30 de agosto de 1903 - † Caracas, 4 de noviembre de 1959) fue un escritor y periodista venezolano, cultivó la poesía y el ensayo. Cursó educación primaria en el colegio Alemán de su ciudad natal, y el bachillerato en el Liceo Simón Bolívar de esa misma ciudad. Formó parte de los poetas de la llamada Generación de 19181 y fue apresado por el gobierno del general Juan Vicente Gómez en 1929, cuando publicó en el diario marabino Excelsior, artículos que no fueron del agrado del régimen. Posteriormente se exilió en Colombia de donde regresó a la muerte de Gómez en 1936. Ocupó diversos cargos públicos; Secretario del Ministro de Hacienda, diputado a la Asamblea Legislativa del estado Táchira, director de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación y director de la Revista Nacional de Cultura. También en el sector privado desarrolló su actividad como director de la revista El Agricultor Venezolano y del diario Crítica. Perteneció al llamado grupo "Viernes", cuya revista fue durante algún tiempo pantalla de presentación artístiva de la vanguardia venezolana. En 1945 fue galardonado con el premio municipal de poesía y el Premio Nacional de Literatura. EPÍSTOLA A MANUEL FELIPE RUGELES I Manuel Felipe, hermano de la harina, permanente juglar de nuestra aldea, testigo fiel de toda la odisea de esta sufrida tierra campesina. Manuel Felipe, acaso la neblina - tu dulce amante - solamente sea tenue sombra que apenas señorea en este valle de tristeza andina. Manuel Felipe, en lumbres jornalero, apenas si se ven las mariposas, apenas si se siente el ventisquero. El oculto presagio de las rosas nos recuerda tu claro derrotero hacia la luz total de nuestras cosas. II La paz que tú soñaste ya no cuenta. Los niños hacen guerra apenas nacen. Las crónicas son todas policiales. Ya no es nuestro el sabor de nuestra música. El último poema para niños ellos lo escriben con sus propios sueños: es sólo una parábola a la guerra con todas las metáforas en gris. Andrés Eloy ya no anda por aquí, el pobre Aquiles tuvo un accidente y se nos fue. Ya casi no contamos con poetas que quieran a los niños. Manuel Felipe, hermano de las cumbres, aquí nadie le canta a la neblina. III Manuel Felipe, ya nadie apacienta ningún sueño detrás de los rebaños; los viejos cántaros nos son extraños así el crisol del horno los presienta. La neblina quizás apenas sienta la ausencia de los sueños aledaños y en el rojizo almendro de tus años tal vez ningún turpial ya ni se asienta. Tal es el precio de la vida, hermano: echar un barquichuelo en la quebrada, echarlo de mañana, bien temprano, luego irse con la tarde alucinada y estarse con la luna de la mano para caer en cuenta de la nada. Pablo Mora