jueves, 10 de diciembre de 2009

MIRADLA CON UN HIJO EN PIE DE GUERRA





MIRADLA CON UN HIJO EN PIE DE GUERRA


Dedicado a Yorky Lorena Bello
Ante la pérdida de su hijo Jesús Eduardo Ramírez Bello



Vino quizás de la loma o del aljibe nomás; del llano largo hacia adentro, de la montaña hacia el cielo o del viento en descontento. Un día alcanzó la luz; otro, alargó misterios; desde muy de madrugada, amasa el pan en la casa. Camino de la quebrada, se empeña en lavar tristezas. Las chamizas de la aldea dejaron huella en sus piernas: amor ardiente en recelo, le da por mecer los sueños. Cosechó cafetos, extendió atarrayas, bailó entre los maizales y hasta el barbasco se acuerda de ella. Enlazaba potros, calentaba eneldos. Primera en saludar el día, última en cerrar la noche. Libro sin índice siquiera. Agenda sin líneas vacías. Copla sin queja y sin letra. Llama en asombrado vuelo.
Miradla llena de honor y de ceniza. Miradla en los collados del amor delirante junto al lirio de tallo celestial, junto a los grandes bueyes de la tierra. Miradla naciendo desde un vientre de espigas misteriosas, desde un túnel de cálidas penumbras. La misma, la tremenda, la del mohín en los labios; la guaricha, la pícara, la Imelda, Cecilia, Gaudencia, Yorky o Lorena, Florinda, Lucrecia, Rosenda o Emeteria. La que se entendió con las flores, el luto, el llanto y el gozo. La simple, la cotidiana, la del humo de leña. La que ara el amor y cosecha su trigo, la que sabe el lenguaje de las cosas y el tierno frío del amanecer. La que se va con la neblina, apacentando sueños detrás de los rebaños. La oliente a piso de tierra, a musgosas tejas. La pobre, la grande, la hermosa; milenaria, aventurera del tiempo y del espacio; heredera del río y del relámpago, millonaria de lumbres y tristezas. La que de espaldas a la noche, vela con la estrella. La que entre barricadas de miseria, desgarra el corazón a la amargura o la amargura le desgarra el corazón. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Miradla, yacente sobre páramos helados, tendida en la soledad de la cascada, en la llanura implacable de la vida, con una rosa turbia en la mirada; a veces victoriosa, a veces en la esquina, sentando lagrimón en la maleta, camino de la guerra, con la sordina de la retirada. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Miradla, llama entre las llamas, lámpara, estrella, para la angustia del hombre. Va por el mundo porque existe el hombre antes del grito de su eterna entraña. Vela callada el fuego de la vida, madre la llaman por llamarla hermana. Hermana de la lumbre en su ternura, desmorona la angustia de los hombres y mantiene su pulso en plena llama ante la dura ramazón del odio. Compañera del hombre, jornalera, únicamente necesita él vida, para llamarla siempre compañera. Miradla, nacida en algún barrio triste del pueblo oscuro o la ciudad remota. Miradla, camino de su trabajo, la pobre piensa y piensa. Desde la calle de la melancolía, lluvia cantando de la sonrisa a los pies. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Miradla. La estrella, la ventisca, la llama, la silencia. La danza, la puntada, la aurora, la almada. La sabia, la guitarra, la madre, la entraña. La tristeza, la dulce, la cicatriz, la calandria. La alondra, la paloma, la partera, la garza. La vieja, la princesa, la niña, la abeja, la calma. El llanto, la inocencia, la olla, la gracia. La fragancia, la muerte, la pasión, la espera. La soledad, la patria, la mujer, la amaranta. La amazona, el ahora, la tierra, el hallazgo. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Miradla, cuando niña, alrededor del fogón, cargando sobre la cabeza haces de chamiza; sobre los cuadriles, a los muchachos pequeños; pronto, unos pechos naranja brotan de su seno; entonces, los hombres comienzan a rondarla. Al fin, cuando los grillos chillan ensordecedoramente y el viento hace crujir las ramazones, se la posee. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Miradla, como a esta tierra, se la lleva en el corazón cuando uno se aleja de ella, y a flor de la pupila cuando se marcha en pos de ella por veredas y caminos. Después que el hombre la roza, se le mete por los sentidos y sensualmente lo amarra a sus árboles. Se la quiere en las sementeras, y se encariña uno con ella, abrazada al invierno de los retoños y al verano de las flores cuajadas. Eduvigis, Gumersinda, Críspula o como te llames, mujer de nombre infeliz que te puso el almanaque; india color de la tierra que se ha chupado tu sangre, siempre callada y humilde, concubina, bestia o madre. Flor de anónimo heroísmo, todo el color de esta tierra en el corazón te cabe con fe que no tuvo nadie. Hembra, menuda y cetrina de mis anchas soledades perdida en el triste olvido de un rancho cualquiera. Tu nombre no importa; da lo mismo si eslavo, sajón, latino o el que fuere. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Miradla, a la orilla de las parvas consumiendo su cigarro; junto a la cerca de piedra, cabizbaja; frente al hierático pino, solitaria. A la orilla de las parvas, como naciendo de nuevo. Miradla, miradla naciendo bajo la luz que la espera. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Vino quizás de la loma, de las uvas, de la montaña hacia adentro y se fue en ascuas metiendo, ensortijada en el sueño; fondo de llanto al acecho, bajo la luz redimida, bajo la luz de la pena; farallón de madrugada, despertador de su pueblo. Miradla con un hijo en pie de guerra.
Pablo Mora
pablumbre@hotmail.com



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