domingo, 29 de agosto de 2010

La alegría de vivir






Pablo Mora

Acerca del carácter de Mozart, sus biógrafos han escrito innumerables páginas, coincidiendo todos en señalar como sus dos rasgos más distintivos: su alegría de vivir y su alta confianza en sí mismo. Elementos estos que bien pudieran generalizarse hasta establecerse como bases fundamentales de la vida.

Punto de partida que nos lleva a Engels, quien se refiere al salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad, donde los hombres, finalmente dueños de su propia organización social, llegan a ser al mismo tiempo dueños de la naturaleza, dueños de sí mismos, libres. Es como decir que la alegría de vivir y la confianza en sí mismos robustecen la libertad humana. Así como se nos dice que el conocimiento está al servicio de la libertad, la tecnología es esclava de la justicia y el poder súbdito de la verdad. Pilares, pues de la libertad y de la dignidad de la vida, el goce de vivir y la autoestima, presupuestos fundamentales de toda humana existencia.

Ahora bien, si pensamos que es el poder el que organiza la vida, siendo el poder el fin, la vida un medio, prevaleciendo la lógica del poder sobre la lógica de la vida, hemos de estar de acuerdo en que según sea nuestra capacidad de autorrealización inmersa en nuestra circunstancia, así será el timbre, el peso específico de nuestra libertad. A pesar de que la sociedad racionalizada ha establecido las distancias entre la libertad y la dignidad, habiendo abandonado la vida como valor último, sustituyéndola por el poder, más allá de toda violencia social, donde, según Freud, toda civilización debe estar constituida sobre la base de la coerción, hemos de enarbolar, a toda costa, la bandera de nuestra libertad más allá del sueño democrático que no deja de ser sino mera ilusión.

Con todo, la lucha por la vida, permanentemente contrasta con mi proyecto que puede o no estar confirmado por la lectura de la realidad que me circunda. Si logro adecuarme al entorno sociopolítico es porque el conjunto vital confirma mi versión de lo que acontece; al contrario, si ocurre lo opuesto, es porque no soy capaz de hacer coincidir el mundo de mi entorno con mi proyecto. Y si advierto que la realidad no confirma mis expectativas, entonces experimento inconformidad y hasta dolor, sintiendo que la organización se mueve en dirección contraria a mis valores.

Es cuando tomamos muy en serio nuestras emociones, valores y aspiraciones, llegando a afrontar el curso natural de los eventos. Según Kant, donde hay emoción no hay verdad ni bien. Progresivamente, entrevemos cuales son las zonas de sombra y de vergüenza y cuales las páginas de luz y de orgullo. Y confirma Rubem A. Alves: “Nuestro inconsciente personal es, en último análisis, condicionado por el poder del inconsciente colectivo de nuestra civilización. Aquí está el origen de nuestra represión.”

Entre tanto, en medio de uno y otro inconsciente, nuestras vidas se desenvuelven dentro del conflicto freudiano entre el principio del placer y el de la realidad. El hombre condenado a ser destruido por su circunstancia, apela a la lógica de la creatividad, la imaginación, premisa del acto creativo, la más alta expresión de la vida humana, puesto que “la imaginación es para la realidad lo que los sueños son para el individuo.” Para ello, la alegría de vivir y la alta confianza en sí mismo son indispensables.



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