domingo, 28 de noviembre de 2010

Nos acusa, nos grita, nos reclama




Nos acusa, nos grita, nos reclama

Pablo Mora

Siempre se nos ha dicho: La hora más oscura es la que precede al alba. Cuando la noche se vuelve más negra es cuando mejor pueden verse las estrellas. Nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer. Lo cierto es que un año muere, otro nace. El hombre, entre los años, en busca de la luz, de su luz, corre, va regresa, viene. El círculo perpetuo de la vida y la muerte. Uno y diverso, de perfil, sobre sus sombras, acaba el hombre, empieza, palpitando entre su sangre, llega; naciendo, renaciendo, melodía in crescendo, su locura, su fe, sus osadías lo acosan.

Poseso de su angustia, uno, uno más en el concierto, el hombre cavila, proyecta; enervante se sostiene, avanza, se defiende; desenfunda la paz contra la guerra. Hombro a hombro, codo a codo, enarbola los sueños de los árboles, la lluvia seminal de su plantío, el centro genital de su coraje, el canto forestal de sus costumbres. Camina noche, sueño, vida. Amanece en horizonte, desplegado. Estrena año, madrugada, aliento, tendido en la playa de su antigua pena.

Frente al largo espesor de su quejido, se reconoce, salta, se levanta; se sorprende, vivifica y lanza, enhiesto, sonreído. Relumbra, se decide, se esperanza, se reúne; finca su alborozo, su alegría o fija en el tiempo sus oídos. Arde de furia en la trinchera, eleva sus puños mal herido, cuenta salud, aire, olvido, quitándole la cara al miedo.

Cara a cara, se encuentra, dialoga en alto con las horas. Canta, se desborda, multiplica, de nuevo cuenta. A pecho descubierto, ofrece cuerpo, vida, alma y suerte. Aloja su rabia luminosa en las esquinas. Sostiene la mirada de los árboles. Bendice los salmos de las sombras, los imponentes secretos de la niebla, la silenciosa castidad de los cordones, mientras avienta duro el corazón del sueño.

En furia cordial se descontenta ante el hierro, el cemento, la grasa o la tormenta; la tarde, el fragor, el desespero; asido a su hermana gota jornalera, al pan que se esconde en los aleros. Lluvia tras lluvia, el suburbio se subleva. Llueve la grieta, la pobreza, el adobe llueve. Hambrientas, se arrinconan las miradas, se arropan furentes las tristezas; se persignan a gritos los silencios. De repente, estalla, se desata la lluvia entre los sueños y arrasa, intensa, choza, caserío, vereda, ahorro, sementera.

El hombre siempre, siempre el tiempo. Todo pasa. Todo queda. Irrepetible, el instante perpetúa el camino, algo intemporal que el hombre saborea antes de que pase. La eternidad, deseo de que un instante eterno sea: presente sea, futuro sea. Presente como el mar, como el mar que no se arruga, no cambia, no pasa. Como el mar, presente el hombre siempre. Niño ayer, infante, camino de la vida o de la mar. De nuevo existe, canta, sueña, cree. Desde los manantiales del olivo, locura al cinto, en lucha con su pena, andando, andando, andando, andando, andando.

Proviene de una despeñadura enloquecida. Insinúa una suave sonrisa divinal. Respira la celeste mirada de su sol. Consume la agónica tristeza de las hojas. Interpreta la silenciosa huracandad del tiempo. Cavila debajo de la noche y la tormenta. Desangra en las cinco parcelas de la Tierra. Navega entre borrasca, grito y alborada. Agoniza en la nieve, en el llanto y en el plato. Cabalga con toda la tristumbre de los montes. Transita en tempestades mundanal miseria. Maldice las horrendas torturas del hermano. Consagra la levadura eterna de los panes. Conoce los pasos permanentes de la sombra. Despliega temores, ramalazos y portentos.

Se agita en el fuego bravío de la mar. Se afinca en la locura en lucha con su pena. Mendiga la lumbre de la gota en el alambre. Quisiera recuperar el curricán perdido. Tritura las indómitas fieras que lo acosan. Renace de entre la podredumbre de la fosa. Se entrega en las redes de un tiempo submarino. Violenta volcánico la luz de otras estrellas. Arremete contra la infancia alada de las rosas. Se enrumba delirante al acecho de otra aurora. Se astilla ante el antiguo malecón del puerto. Desgarra el alma fulgurante de la flor. Se inclina sobre los fogonazos de sus huesos. Se aferra a las entrañas de su viejo pan. Llovizna sobre la polvareda de sus sueños. Desguaza furente el huracán en alta mar. Desgaja las indomables fauces de la sombra. Se eterniza sepultado en la fragua de la guerra. Se esfuma entre las ventanuras del azul. Nos acusa, nos grita y nos reclama.

Uno y diverso, de perfil, sobre sus sombras, acaba el hombre, empieza, palpitando entre su sangre, llega; naciendo, renaciendo, melodía in crescendo, su locura, su fe, sus osadías lo acosan. Poseso de su angustia, el hombre cavila, proyecta; enervante se sostiene, avanza, se defiende; desenfunda la paz contra la guerra. Enarbola los sueños de los árboles, la lluvia seminal de su plantío, el centro genital de su coraje, el canto forestal de sus costumbres. Camina noche, sueño, vida. Amanece en horizonte, desplegado, tendido en la playa de su antigua pena. Frente al largo espesor de su quejido, se reconoce, salta, se levanta; se sorprende, vivifica y lanza, enhiesto, sonreído. Relumbra, se decide, se esperanza. Arde de furia en la trinchera, eleva sus puños mal herido, cuenta salud, aire, olvido, quitándole la cara al miedo.

Dialoga en alto con las horas. Canta, se desborda, multiplica, de nuevo cuenta. A pecho descubierto, ofrece cuerpo, vida, alma y suerte. Aloja su rabia luminosa en las esquinas. Sostiene la mirada de los árboles. Bendice los salmos de las sombras, los imponentes secretos de la niebla, la silenciosa castidad de los cordones, mientras avienta duro el corazón del sueño. Desmenuzando las horas de su vida: luz, sombra, sangre, trigo, repulsión, dulzura. Barco de larga, larga travesía, ola lenta de fuertes resonancias, cabalga el hombre a pelo sobre el mar; el hombre en el Pegaso de la mar cabalga que cabalga las estrellas a caballo en las crines de la mar.

pablumbre@hotmail.com





No hay comentarios:

Publicar un comentario