jueves, 20 de junio de 2013

Une tu mano

Une tu mano
Pablo Mora El supremo hizo al hombre, igual el hombre a Dios. Por entre enmarañados cortinajes cosió sus sueños. Lentamente todos las veredas fueron nuevas. De las manos hamacas capelladas, pampas y montañas en colosal carrera victoriosa. Monturas, cangilones, ventanuras salieron de las manos. Alforjas, flechas, arcos, garabatos para asir las esperanzas los debemos a las manos. Las jarras, los chorotes, la escoba y el pollero —la mochila—, tambores, furrucos, bandolas, requintos, zambombas, cuatros y guitarras a fuego y sombra van con nuestros sueños que hacen nuestras manos. Nuestra primera vasija fue la mano. Regamos nuestra cara y a andar echamos. Venimos de las manos, con ellas vamos. Sólo nos falta hacer al hombre con las manos. Mancha de sangre zurcida, sombra zurcida de noche, asombro, insomnio zurcidos de sangre, mano a mano, juntamos cantos, telas y palabras, empatamos zurcimos el espacio. Primero fue la aldea, quien nos dio su mano. O la tierna luna que alumbraba. Luego la maestra de la primera plana. Y, así, la de quinto y sexto. Hasta que llegó la amiga con sus tiernos ojos, con sus dulces manos. Ya en la universidad, manos nos sobraron. En los escarceos políticos de nuestra juventud, íbamos de mano de los sabios. Saltamos a la vida, con un titulo en la mano. Fuimos, llegamos, regresamos asidos de alguna mano. Siempre vamos de la mano, con la mano. El hombre es un ángel con una sola ala, que requiere del ala del hermano, madre, padre, amigo, para llegar, para volar, para existir, para ser. Nos lo recuerda el poema “Humanos de un ala” de Oscar René Mendoza Vizcaíno, quien nos insiste en que todos aprenderemos a respetarnos y a no quebrar la otra ala, la de la otra persona, porque podemos estar acabando con nuestra oportunidad de volar. Ciertamente, nadie es nadie ni hace nada por cuenta propia. Una como fuerza, tentación, llamada, nos lleva a hacer lo que hacemos. Convencidos de que todo lleva directamente al encuentro humano, la solidaridad humana, la comunión humana, el diálogo humano, concluimos en que el amor —la fraternidad— es, indudablemente, la clave del existir, de la existencia: sin el otro, nada seríamos. Y hasta cabe preguntarse si el “ala” tachirense de nuestra conversación, la expresión que se usa como apelativo cariñoso para dirigirse a alguien, entre nosotros, nos lleve a pensar que el hombre no sea más que ala. Un ala para acompañar al otro. Y así cuando nos saludamos, por ejemplo: ¡Qué tal, ala! o cuando nos despedimos: ¡Nos vemos, ala! no estemos sino haciendo honor al ala que somos o a la que necesitamos mientras existimos. Uno no es más que la suma de eslabones surgidos en el camino de la vida. Todo nos remonta al poema “Revolución” de Gonzalo Arango: Una mano / más una mano / no son dos manos / Son manos unidas / Une tu mano / a nuestras manos / para que el mundo / no esté en pocas manos / sino en todas las manos

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