domingo, 8 de diciembre de 2013
Invocación a la Paz
Invocación a la Paz
Pablo Mora
1
Paz es un elemento
que no tiene contornos definidos;
no le conocemos longitud, altura,
ciclo molecular, peso específico.
Mas le conocemos su sabor exacto:
es un sabor a trigo,
a leche y miel, a rosas, a durazno,
que como un corazón recién nacido
palpita entre los dedos de las hojas
por su sola dulzura sostenido.
Tiberio León
Ancha soledad de los desiertos. Sol en los tejados. Silenciosa frescura del aljibe. Vellón azul rondando por el aire. Voz en alta llamarada. Milagro para el rayo en muerte de la guerra. Canto de la brisa, el sol y las quebradas. Amor que no puede caminar como una hoja. Una hoja entre el viento que camina o un camino entre el vientre de la hoja que se va. Hoja y camino. Camino caminando con el viento. Incógnita en el tiempo. Una pregunta en pie para los hombres. Colina para otear a Dios. Hondonada para hallar la luz. La cresta de un lucero, por el postigo corazón mirando. Susurro de los árboles, tu sueño. Tu corazón, del tamaño del mar que conocemos. Tu cabellera, los ríos, las quebradas, los riachuelos. Diminuta, te escondes en los sauces que duermen a los lagos, en los cipreses de la tumba ajena, en los aljibes de las casas solas; en los zaguanes del amor del viento o en las pestañas de la madre pobre. Hojarasca entre la noche de los pájaros. Tronco fatigado por el tiempo y la tormenta. Latido de fogata crepitando entre la fronda. Lumbre y mujer para la misma sombra. Sueño y silbido para el mismo abismo. Amanecer y tarde florecidos, floreciendo en las sienes de la flora. Lucero y arrebol, azules horas. Cocuyo entre rastrojos vespertinos, iluminando el resplandor tardío, las noches de vigilia arrobadora.
2
Júbilo, alumbramiento, bienvenida. Ara en fulgor para el altar del tiempo, para elevar el corazón festivo. Trino con que cantamos a la vida, cuando la suerte nos ofrece el huerto para sembrar de estrellas el camino. El pan, el oro, la solemne sombra en esplendor divino, la alegría. Infancia en llama, en canto, en lejanía que el transparente corazón la nombra. La soledad que en la vereda asombra al trigo, al viento, al lirio en noche fría. Ardiente claridad la poesía que el huracán del corazón alfombra. Encanto de la luz, la Navidad que alumbra el triunfo matinal del hombre y el silencioso arroyo del deseo. En glorias del amor, la huracandad con que la brisa de la luna asombre la encantadora música de Orfeo. Conoces nuestra locura como nadie más conoce. Nos visitas muy de madrugada o cuando cae el sol sobre el tejado. Contigo “supimos los misterios de las cosas como si fuéramos espías de los dioses”. Sus secretos descubrimos. Conoces todas las nieves, todos los riscos, todos los gestos de los hombres, todo el espesor del viento, la justa medida de la espera junto a la luz total de nuestras cosas. Fabricas los sueños del jardín. Doblegas la furia de la guerra. En cada atrinchera nos proteges; nos cubres en cada retirada y avanzas con nosotros, la primera. Has asistido a mil batallas y tienes otras mil por combatir. Ilesa saldrás en cada portachuelo. Ninguna polvareda nublará tu paso, menos las luces de tus blancos senos.
3
Una leve sospecha nos consume: al borde de esta nueva primavera, van los hombres derecho hacia la guerra, dispuestos a acabar con la alborada. Amigos y enemigos se confunden con los mismos presagios de la muerte; no bastan los sollozos de las flores para calmar las furias de los vientos. Definitivamente se pelea. La sangre de los hombres se derrama. Cada vez son más altas las hogueras. La pavura del hombre se agiganta. Al verse codo a codo en la trinchera, ni dueño de su sombra ya se siente.
Hablamos de la muerte compañero, la misma que nos tiene sin cuidado, la que ha perdido el precio entre nosotros, la muerte, la infalible compañera. Pensamos en los campos de batalla, en ellos se nos funde la esperanza. Pensamos en mejores madrugadas para el pan amasado con la aurora. Pisoteada está la primavera. Son pocas las mañanas que nos quedan. No está quedando tiempo para el sueño. Cuidemos entretanto a nuestros hijos, mientras trenzan sus sueños lentamente. Sigamos con la vida que nos resta.
Es tiempo de velar por la esperanza, por los nuevos caminos de la aurora. Es tiempo de acercarnos a la madre a pedirle el aliento de la vida. Es tiempo de mirar a las estrellas, de andar con el hermano que nos queda a la huerta perdida entre la aldea para ver qué semillas recoger. Es tiempo de arrumbar los macundales, de encontrarnos de nuevo con la vida para invocar la aurora del vidente.
4
Hablamos de la guerra, infatigable huésped milenario, oráculo perenne del destino, se ensaña contra el hombre desde siempre y más contra el hombre de este tiempo. Acosa su figura, lo atropella, cabalga con los siglos, dibuja y desdibuja las fronteras, donde rebota, alegre, la pobreza. Carga con los sueños de los árboles y acaba con praderas y con valles. Implacable enemiga de los hombres, cruelmente los azota en todo tiempo. Primero fue Caín, quien no supo de su hermano y con él surgieron tantas guerras, que bastaría juntarlas para poblar una segunda tierra. Después fue un pueblo en el desierto en busca de la tierra prometida. Hoy los hombres pelean por la Luna. Mañana se disputarán el Sol. Hiroshima tan sólo fue una muestra. De niños supimos de Corea. Recordamos la suerte de Vietnam, alarido de un pueblo combatiente, amarrado a sus entrañas vivas. En Sabra y Chatila salpicaron de sangre las estrellas. Cuando el aire huele a pólvora la guerra envejece el corazón. En la noche de la guerra, del hambre y de la lluvia, aparece, gigante, la sombra de la muerte. Por los niños perdidos en la guerra ¡Señor danos menos fuerza para la guerra y más valor para la Paz!
Mientras seamos capaces de asistir a un terremoto sobre un rayo de luna o a una tempestad en una gota de sol, crecerá la Paz, Hilandera Majestuosa, la de todos los hilos de los sueños. Desde los Decretos de Belén y de la Sala de Actos del Smolni, con el mundo entero por testigo, tranquilidad no del orden existente, sino la de un orden nuevo, en busca de una humanidad nueva. La de elevar al hombre nuestro sueño. La de tan amarte y tan morirte, P A Z.
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