jueves, 6 de mayo de 2010

Celebrar la vida





Celebrar la vida
Pablo Mora

Reconocer de una vez por todas que la mayor dimensión por el hombre conocida: la vida. Disponernos a celebrar el nacimiento de una mariposa, la desbotonadura de una flor, el asomo del grillo por el postigo. Acampar en el lugar donde de verdad habita la vida, lejos del hospedaje del atroz horror. Ocuparnos de la risa clara del niño, del aplauso de los pájaros, del latido vegetal del bosque, de la confesión del relente matutino, del grito del amor en la montaña, del abrabeso de la noche insomne. Dejar que las cosas sean. Oír las quejas de las cosas. Sentir los reclamos del hombre, del río, de la fronda, de las aguas procelosas o lustrales. Abrirle la ventana al día.

Comprometidos con la misma causa, los hombres, poetas aliados con la vida, en identidad suprema, no usamos la palabra para que nos acaricie, la tomamos para que acaricie el mundo. La verdad, la belleza, la justicia, la piedad. En comunión de palabras, transmutamos el horror. Tratamos de que las imágenes dancen en las palabras como mariposas niñas en los párpados de un bebé.

La orden del día: fraguar, festejar la vida. Apuntalar. Enarbolar la vida. Debatir la vida. Entusiasmar la vida. Por cada llanto, levantar un camino. Por cada acoso, encender una esperanza. Una luz, por cada oscuridad. Oír el amanecer. Escuchar al azulejo. Dejar que el azulejo ilumine el canto, que la llama —el insaciable fuego de la vida— sea nuestra. Acercarnos al dolor del día. Servirle a la vida. Rescatarla. Liberarla. Ejercer la vida. Lidiarla al alimón, al quiebro, al cuarteo. Perseverar en la defensa del pan, la libertad, la disidencia o convergencia. Que al tiempo que el mundo esté impregnado de algo, logremos nosotros impregnar a alguien. Que no sean sólo sombra nuestros días sobre la tierra.

Reconocer que no se trata de ser rico o ser pobre, necedades no más del hombre.
Importa la completitud humana. Enriquecer el mundo a partir de nuestra propia realización, compromiso, acción. Abrirse a los horizontes de una utopía donde nos dispongamos, como fuerza naciente, a rescatar la dignidad de la palabravida, en solidaridad creciente. Lejos de una egocracia fatua, insustancial, intrascendente, enrumbarnos hacia una ego-cocreación con miras a alcanzar la máxima sociocreación que el aquí y ahora nos demande. Decidirnos por el fortalecimiento de una corporeidad psicosocial tal que sea capaz de construir el cuerpo real del hormigón histórico, donde tengan vida por igual el silencio del bosque, el sueño de la máquina y el estupor del viento.

Complacerse en el rumor de la ciudad, conscientes del hermano que duerme, gime o espera. Vislumbrar el hombre nuevo, aquél que un día soñamos ser. Antes que asirnos a una fe única, a una doctrina única, explorar la posibilidad de un consenso que, partiendo de la devastación horripilante del momento, conduzca a la concreción del proyecto en el que la danza de la vida signe la esperanza, el renacer de una humanidad nueva, donde conciencia y fraternidad apuntalen todo progreso, todo porvenir, altibajo, desafío, logro, rejoneo, “fundando una sociedad de hermanos, en nuestra casa, en el trabajo, en la calle, en el país y el continente, en el planeta que se quiebra.”




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