jueves, 6 de mayo de 2010

HOMENAJE A LA MADRE








HOMENAJE A LA MADRE


La madre es una sombra,
¿lo sabes?
La madre es una sombra acostada a los pies.

Antonio Arráiz



MIRADLA

Pablo Mora


Vino quizás de la loma o del aljibe nomás; del llano largo hacia adentro, de la montaña hacia el cielo o del viento en descontento. Un día alcanzó la luz; otro, alargó misterios; desde muy de madrugada, amasa el pan en la casa. Camino de la quebrada, se empeña en lavar tristezas. Las chamizas de la aldea dejaron huella en sus piernas: amor ardiente en recelo, le da por mecer los sueños. Cosechó cafetos, extendió atarrayas, bailó entre los maizales y hasta el barbasco se acuerda de ella. Enlazaba potros, calentaba eneldos. Primera en saludar el día, última en cerrar la noche. Libro sin índice siquiera. Agenda sin líneas vacías. Tango sin queja y sin letra. Llama en asombrado vuelo.

Miradla llena de honor y de ceniza. Miradla en los collados del amor delirante junto al lirio de tallo celestial, junto a los grandes bueyes de la tierra. Miradla naciendo desde un vientre de espigas misteriosas, desde un túnel de cálidas penumbras. La misma, la tremenda, la del mohín en los labios; la guaricha, la pícara, la Imelda, Cecilia, Gaudencia, Florinda, Lucrecia, Rosenda o Emeteria. La que se entendió con las flores, el luto, el llanto y el gozo. La simple, la cotidiana, la del humo de leña. La que ara el amor y cosecha su trigo, la que sabe el lenguaje de las cosas y el tierno frío del amanecer. La que se va con la neblina, apacentando sueños detrás de los rebaños. La oliente a piso de tierra, a musgosas tejas. La pobre, la grande, la hermosa; milenaria, aventurera del tiempo y del espacio; heredera del río y del relámpago, millonaria de lumbres y tristezas. La que de espaldas a la noche, vela con la estrella. La que entre barricadas de miseria, desgarra el corazón a la amargura o la amargura le desgarra el corazón.

Miradla, yacente sobre páramos helados, tendida en la soledad de la cascada, en la llanura implacable de la vida, con una rosa turbia en la mirada; a veces victoriosa, a veces en la esquina, sentando su lagrimón en la maleta, camino de la guerra, con la sordina de la retirada.

Miradla, llama entre las llamas, lámpara, estrella, para la angustia del hombre. Va por el mundo porque existe el hombre antes del grito de su eterna entraña. Vela callada el fuego de la vida, madre la llaman por llamarla hermana. Hermana de la lumbre en su ternura, desmorona la angustia de los hombres y mantiene su pulso en plena llama ante la dura ramazón del odio. Compañera del hombre, jornalera, únicamente necesita él vida, para llamarla siempre compañera.

Miradla, nacida en algún barrio triste del pueblo oscuro o la ciudad remota. Miradla, camino de su trabajo, la pobre piensa y piensa. Desde la calle de la melancolía, lluvia cantando de la sonrisa a los pies.

Miradla, cuando niña, zarrapastrosa, alrededor del fogón, cargando sobre la cabeza haces de chamiza; sobre los cuadriles, a los muchachos pequeños; pronto, unos pechos naranja brotan de su seno; entonces, los hombres comienzan a rondarla. Al fin, cuando los grillos chillan ensordecedoramente y el viento hace crujir las ramazones, se la posee.

Miradla, como a esta tierra, se la lleva en el corazón cuando uno se aleja de ella, y a flor de la pupila cuando se marcha en pos de ella por veredas y caminos. Después que el hombre la roza, se le mete por los sentidos y sensualmente lo amarra a sus árboles. Se la quiere en las sementeras, y se encariña uno con ella, abrazada al invierno de los retoños y al verano de las flores cuajadas. Eduvigis, Gumersinda, Críspula o como te llames, mujer de nombre infeliz que te puso el almanaque; india color de la tierra que se ha chupado tu sangre, siempre callada y humilde, concubina, bestia o madre. Flor de anónimo heroísmo, todo el color de esta tierra en el corazón te cabe con fe que no tuvo nadie. Hembra, menuda y cetrina de mis anchas soledades perdida en el triste olvido de un rancho cualquiera. Tu nombre no importa; da lo mismo si eslavo, sajón, latino o el que fuere. Vino quizás de la loma, de las uvas, de la montaña hacia adentro y se fue en ascuas metiendo, ensortijada en el sueño; fondo de llanto al acecho, bajo la luz redimida, bajo la luz de la pena; farallón de madrugada, despertador de su pueblo.

Miradla, a la orilla de las parvas consumiendo su cigarro; junto a la cerca de piedra, cabizbaja; frente al hierático pino, solitaria. A la orilla de las parvas, como naciendo de nuevo. Miradla, miradla naciendo bajo la luz que la espera. (Poesía, Sociedad Anónima).



EL BUEN SENTIDO

César Vallejo


Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.

Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.

La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso. La cierro, al retornar. Por eso me dieran tanto sus ojos, justa de mí, in fraganti de mí, aconteciéndose por obras terminadas, por pactos consumados.

Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro a mis otros hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!

Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se ruboriza y se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui dichoso. Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.

-Hijo, ¡cómo estás viejo!

Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuánto más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora por que estoy viejo de mi tiempo y por que nunca llegaré a envejecer del suyo!

Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:

- Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez grande.

La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente por mis brazos.

[ De Poemas en prosa]





LETTERA ALLA MADRE


Salvatore Quasimodo

«Mater dolcissima, ora scendono le nebbie, il Naviglio urta confusamente sulle dighe, gli alberi si gonfiano d'acqua, bruciano di neve; non sono triste nel Nord: non sono in pace con me, ma non aspetto perdono da nessuno, molti mi devono lacrime da uomo a uomo. So che non stai bene, che vivi come tutte le madri dei poeti, povera e giusta nella misura d'amore per i figli lontani. Oggi sono io che ti scrivo.» - Finalmente, dirai, due parole di quel ragazzo che fuggì di notte con un mantello corto e alcuni versi in tasca. Povero, così pronto di cuore lo uccideranno un giorno in qualche luogo. - «Certo, ricordo, fu da quel grigio scalo di treni lenti che portavano mandorle e arance, alla foce dell'Imera, il fiume pieno di gazze, di sale, d'eucalyptus. Ma ora ti ringrazio, questo voglio, dell'ironia che hai messo sul mio labbro, mite come la tua. Quel sorriso m'ha salvato da pianti e da dolori. E non importa se ora ho qualche lacrima per te, per tutti quelli che come te aspettano, e non sanno che cosa. Ah, gentile morte, non toccare l'orologio in cucina che batte sopra il murotutta la mia infanzia è passata sullo smalto del suo quadrante, su quei fiori dipinti: non toccare le mani, il cuore dei vecchi. Ma forse qualcuno risponde? O morte di pietà, morte di pudore. Addio, cara, addio, mia dolcissima mater.»



Ti lasciamo gridare

Urla pure, umanità trafitta,
ti lasciamo gridare la tua ira noi
eterni eroi vittoriosi
agguerrite corse su neri destrieri,
quel turbinio di polvere c'inebria
e vanno alti i nostri vessilli
delle tue piaghe sventolano.
Troverai usci e sportelli serrati,
siamo in confabulazione...
legge nuova, illusione di giustizia.

E grida anche tu, donna,
diritto è la violenza sul tuo corpo
sulla mente,
senz'ali vogliamo che resti
insicura,
sicurezza per noi,
e la tua carne a nostro trastullo
domestico uso pur dove il sol muore
e dicon che bella civiltà riluce.
Siamo in confabulazione...
è pronta per te legge nuova:
rimarrà slavata carta.

Antonietta Benagiano












Madre


Nos cantaste:
Aserrín, Aserrán...
María Moñito me convidó...
Doña Ana está en el vergel...
Estaba la pájara pinta...
Madre:
Nos contaste:
Caperucita, Blanca Nieves, la Cenicienta...
Madre:
Te uniste a nuestros juegos
del trompo, las metras y cometas...
estos recuerdos guardados están
en el cofre del tiempo
y cuando ser feliz quiero
allí me refugio
y en tu regazo vuelvo a descansar...
A soñar... a delirar...

María de Velandia



Madre


I

Madre: Usando las estrellas
Nos enseñaste a contar.
Haciendo el barquito,
Colocándolo en el agua
Y dejándolo partir,
Nos enseñaste que existen
Regiones ignotas, lejanas,
Ni remotamente presentidas.

II


Mostrándonos la raíz,
El tallo, la flor y el fruto,
Quisiste hacernos sabios,
Juntando nuestras manos
Y haciéndonos elevar los ojos,
Nos enseñaste
Quién creó todo. Y qué es lo divino.



III


Colocada a nuestro lado
Y mirando hacia la oscuridad,
Nos alentaste
Contra el peligro.
Qué visionaria eres, Madre.


María de Velandia




Madre


I


Al evocar los lejanos días
de la infancia,
¿Dónde te ubicamos?
Al pie de la cuna
velaste nuestro sueño,
curaste nuestro mal.
El infantil terror,
Tú lo sedaste.


II


Además, ¿De dónde salió
la muñeca, el helado,
el caramelo y el balón?
De tu corazón.


María de Velandia



Madre


Vas por el mundo porque existe el hombre
antes del grito de la eterna entraña,
velas callada el fuego de la vida,
madre te llaman por llamarte hermana.

Hermana de la lumbre en la ternura,
desmoronas la angustia de los hombres
y mantienes su pulso en pleno vuelo
ante la dura ramazón del odio.

Compañera de siempre, compañera,
únicamente necesito vida
para llamarte siempre jardinera.

Quédate, no te vayas tan temprano
que solamente tú sabrás colmarnos,
camarada de siempre, jornalera.


Pablo Mora






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