sábado, 30 de abril de 2011

ERNESTO SABATO








ERNESTO SABATO

Resistencia, esperanza demencial


Foto: Archivo
Sábato notaría un documento con la muerte

Ernesto Sábato roza los noventa años y ha decidido no rendirse. Su frase de alguna vez, que cuando le llegara la muerte tendrían que obligarlo con la fuerza pública a irse con ella, ha cambiado a una aceptación que ha pactado la rebeldía final, el testamento postrero en el que nos conmina a que nunca es tarde para cambiar esta destartalada sociedad, este descompuesto mundo que cada día fabrica más islas dentro de cada uno de nosotros. Ernesto Sábato ha notariado un documento con la muerte, como aquel Max von Sydow de El séptimo sello, a no terminar de marcharse mientras no finalice de componer sus alegatos, que no son otros que invitarnos a darnos cuenta de que la existencia es más preciada de lo que normalmente sostenemos. Este libelo de demanda a la condición humana, a sus líderes, a eso tan cursilonamente pedante que se llama los constructores de la sociedad (que debiera las más de las veces sustituirse por los destructores de la sociedad) está contenido en su último libro La resistencia (Seix Barral, Buenos Aires, 2000) y enteramente dedicado a urgirnos, a implorarnos, que no sigamos en el loco despropósito de desentendernos.

Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, como compuso Enrique Santos Discepolo en Cambalache, no es una sentencia definitiva, un determinismo insalvable que nos condene a patear la misma piedra una y otra vez. Para el escritor la cuestión de los valores equivocados, de los falsos ídolos a quienes la humanidad les enciende cirios día a día, es la piedra de tranca para ese añorado entendimiento puesto a un lado. El hombre ha renunciado a la tradición, al amor, a la cortesía, refugiándose en el materialismo más cruel. Al parecer el único placer que encuentra la gente es comprar, se dice en el texto, sin mencionar por otro lado a los condenados de la Tierra, aquellos para quienes la prosperidad no es ni siquiera una ilusión sino un cuento mentido y desganado.

Que, así, el hombre mantenga lo que de niño prometió, grita Sábato recordando el verso de Hölderlin. Cuántas veces miramos hacia atrás y contemplamos un puñado de promesas incumplidas, de torceduras del destino, de lo que pudo ser y nunca fue. Sábato nos invita a regresar la vista sobre los propósitos que una vez nos hicimos, no para lamentar lo transcurrido sino para un futuro que se prometa menos pasos en falso. La gran pretensión de Sábato, en síntesis, es que la historia del futuro no sea inexorablemente negadora y cegadora como la que venimos construyendo. Que este desportillado orbe y la sociedad sí tienen redención y tan sólo requerimos esfuerzos para mirarnos mutuamente en el espejo de los demás.

Sábato desconfía de la globalización y del capitalismo salvaje. Habría que apostillar que lo hace de sus efectos perniciosos. En efecto, la globalización puede convertirse en el pez grande devorando al pequeño si el pequeño no defiende su especificidad cultural. Y las reglas del capitalismo para evitar la distorsión deben tener en cuenta algo esencial que la diplomacia siempre ha asumido como su espina dorsal: la reciprocidad. Concebir la globalización y el capitalismo como un espacio exclusivo donde los países poderosos nos reciten nuestra cartilla de obligaciones y (limitados) derechos, genera un mundo dispar, asimétrico, ultimadamente inaceptable y desdichadamente unilateral. Si vamos a ser globales, la equidad tendría que ser la tabla de medición planetaria. De qué sirven todas las declaraciones sobre el libre comercio a la hora que los países subdesarrollados no pueden exportar sus productos por el muro de acero arancelario y protector con que el mundo desarrollado los ha cercado. Qué decir de la polución infecto-contagiosa que el grupo de los siete le vomita al mundo entero. Si asistimos a la fiesta global, que no haya invitados de segunda ni internados en el patio trasero. Entendiendo esas contradicciones y la posibilidad de curarlas significa que el mundo puede dejar de ser aquella porquería.

La convicción de Sábato es la vuelta al humanismo: un humanismo que desvirtúe el individualismo poco solidario que impera en las sociedades y ciudades masificadas de nuestra contemporaneidad. Para desarrollar su libelo Sábato lo divide en cinco cartas y un epílogo: "lo pequeño y lo grande" (Tengo una esperanza demencial de que algo grande pueda consagrarnos a cuidar afanosamente la tierra en la que vivimos); "los antiguos valores" (En otra época aún se mantenían valores que hacían del nacimiento, el amor, la adolescencia, la muerte, un ceremonial bello y profundo); "entre el bien y el mal" (Entre lo que deseamos vivir y el intrascendente ajetreo en que sucede la mayor parte de la vida, se abre una cuña en el alma que separa al hombre de la felicidad como al exiliado de su tierra); "los valores de la comunidad" (Esta crisis no es la crisis del sistema capitalista, como muchos imaginan: es la crisis de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del hombre); "la resistencia" (Detesto la resignación que pregonan los conformistas) y el epílogo "la decisión y la muerte" (Creo que lo esencial de la vida es la fidelidad a lo que uno cree su destino, que se revela en esos momentos decisivos, esos cruces de camino que son difíciles de soportar pero que nos abren a las grandes opciones).

Hay una inmensa gratitud que nos deja la lectura de esta buena batalla de vida convertida en libro. En primer lugar las gracias por la no resignación. Hasta el último momento el autor demuestra que su lucha (y por consiguiente toda lucha) es del tamaño de su esperanza. Decir que todos deberíamos visitar sus páginas es cándidamente creer que los libros pueden cambiar algo. Pero aun así, confirmando la simpática engañifa, quienes decidan encarar sus líneas podrán salir convencidos de que no está del todo mal creer que la bandera de los ideales aún puede ser enarbolada en este planeta donde todo parece que da lo mismo. Y quizás al menos propondrá un lúcido momento de reflexión sobre el hombre y su destino. Este libro no está hecho para conformistas ni para buenas conciencias: su invitación a resistir los haría bostezar en su muerte cotidiana que rezongan con debilidad. Recomendar su lectura podría parecerme un deber y probablemente una aspiración: más que eso lo creo un ejercicio de optimismo.

Karl Krispin. Ensayista

http://www.eluniversal.com/verbigracia/memoria/N138/libros.htm





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