domingo, 8 de enero de 2012

Lo que guardo





Lo que guardo

Pablo Mora

Guardo los barrancos. La imagen del primer amor allá en mi aldea. El duende que nunca conseguí. Las orejas empinadas del animalito aquel que saliera al paso del rastrojo. Guardo las hojas de pomarrosa que aromaron mis pininos. Salvo de la creciente la camisa que el hijo del sastre me donara. Guardo en el corazón el tronco que escuchó mi primer poema. La nieve de Saluggia. El ronquido de la tarde. La albada, el desbotonamiento de la rosa guardo. La sonrisa de aquella niña que robó mi infancia. En mi mesita de noche, guardo una cajita de bombones y un par de recortes de la prensa diaria, donde caben todos los recuerdos de mi padre. Guardo el crucifijo bendecido con los orines de aquel cura amigo a la luz de luna. La pizarra negra de la primera plana. Papeles literarios, magazines, donde reposa la sangre de las letras de tanto bardo amigo. Un pedazo de hierro del cerro Bolívar, que supe se llama la Parida. Salvo un par de nidos de la poda del guanábano, donde el llanto de un pájaro hizo escalofriar mi alma, cuando por sus hijos un medio día vino. Una rosa del viento surgida del desierto decora la alegría de mi sala. La casa de mis abuelos va a su lado. La Cueva Pictolírica, entre pinceles engastada, vela la noche del almácigo. La Virgen chata nunca ha salido de mi casa. Un detalle de la Creación de Miguel Ángel, desde la pantorrilla de Adán descaradamente muestra en erecta desnudez la encendida mujer eternamente junto al hombre. La lluvia del Amazonas mis alborotos aleja, calma. Guardo un azulejo, una mariposa y una garza, venidos de San Bernardino, de tres, dos y un año, respectivamente. En un caracol, guardó el imponente sonido de la mar. Olvidaba la escarcha del Parque San Valentín, allá en Turín, donde transcurrió el amor. Guardo lo que pierdo. Pierdo lo que guardo. Guardo las palabras que tienen filo de navajas para cortar la maleza de la tierra, como soñaba Rafael. Guardo los sueños de mi abuela Betsabé llevados por las golondrinas desde los piélagos del viento. Guardo un sueño, una tierra, una vida; presiento que ligeramente vienen por las huellas inciertas de los días. Guardo el nombre que apenas le dejé a mi madre. Las lágrimas de un par de sauces que tropezaran con mi locura a pie. Las hojas del otoño que dieron con mi alma. El recuerdo de unas olas que llevaron mi soñar hacia los puertos. El mismo cuerpo que apenas ayer venía, el pie descalzo, la misma huella, la misma vida, la ceniza siempre entre la huella. Guardo el silencio mordido por las ranas, el que semeja garzas pintadas de lunitas verdes. En mi memoria, a Turín, donde un amor se lo llevó la nieve sabiendo el mar que volvería por él. Guardo la belleza, la única verdad del hombre en medio de la infamia de este mundo. La neblina que arropa mi conciencia hoy. Guardo la charla de los ríos que convocan amor en las riberas. Los platos rotos del payaso de los circos pobres. Los pasos de los perros en la noche. El recodo donde duerme el silencio. Guardo el sonido del Po que parece que durmiera vegetal, la sombra de los sueños de la Italia. En mis adentros, Los Alpes, imponentes, serenos, majestuosos, la vieja firma de la antigua Europa. Guardo el amanecer en muchos puertos, lejos de los bajeles de la infancia. Guardo el asombro, la paciencia, hacia la luz total de nuestras cosas. En mi corazón, a Alicia, el azulejo y la alcancía.

Pablo Mora

pablumbre@hotmail.com

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