jueves, 7 de marzo de 2013

Decálogo Pablo Mora PRIMERO.- Aprender a ver, a pulsar las grandes injusticias, los grandes ideales, a considerar las grandes patrañas o mentiras, en justiciero afán de libertad. El verdadero hombre, el verdadero pueblo, no miran de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber, de qué lado el devenir de la utopía, el sueño. SEGUNDO.- Convencerse de que la revolución social radica en la capacidad del hombre para transformarse a sí mismo, transformando su entorno. El sueño forma parte de nuestra realidad, consecuencia legítima de la genuina utopía concreta, enarbolando, profundizando y perfeccionando el respeto y la comunicación con el pueblo de modo participativo. TERCERO.- Tomar los fusiles y cargarlos, dispararlos cuando ello sea necesario, cuando no queda otra salida, cuando morir o matar es la única alternativa que resta para reconquistar la dignidad. La fuerza del pueblo unido es realmente invencible, indestructible. CUARTO.- Poder enterrar los fusiles de una vez y para siempre, para ello está hecha una Revolución. La Revolución es paz, y por eso cuesta tanto. La fuerza es el recurso definitivo que queda a los pueblos. Nunca un pueblo puede renunciar a la fuerza, pero la fuerza sólo se utiliza para luchar contra el que la ejerce en forma indiscriminada. QUINTO.- Contar cada quien con su palabra, pensar con cabeza propia, enriqueciendo con sus ideas el patrimonio colectivo. Por la palabra comienza toda revolución, en la medida en que sólo se consigue evitar los equívocos e hipocresías cuando la palabra realmente dice lo que significa. SEXTO.- Defender los derechos del pueblo pareciera subversión. Se empieza por la palabra. Al pie de ella, nace el pueblo. La justicia —pan del pueblo— casi siempre hambrea al hombre. Ante un pueblo con justicia, sobra el arma. SÉPTIMO.- Elegir entre empuñar los fusiles o las manceras de los arados. Perdida la palabra, al pueblo no le queda sino asirse a la pólvora para reencontrar el camino, que puede ser de mucha o poca sangre. Las revoluciones que empiezan por la palabra, a las veces concluyen con la pólvora de manos del pueblo, de los hombres. OCTAVO.- Encontrarse con la historia. Cada uno tiene su Moncada. La revolución es una necesidad histórica, un hecho inevitable. De pueblo en pueblo, la revolución un día llega. Podrá el día estar lejano, mas signado; y ningún artificio, ninguna represión podrá evitar su adviento. NOVENO.- Crear, paso a paso, un orden más justo, más libre, más pleno, que permita que cada cual, respetando a los otros, pueda expresar su propio credo. Es cuestión de crear la tierra nueva, asumiendo personal y comunitariamente el riesgo de la aventura humana. Sólo una tierra distinta hará menos increíble el cielo. DÉCIMO.- Desentrañar los secretos del asombro, asumir absurdos, enigmas, laberintos y zozobras, perpetuar la gloria del mundo en un grano de maíz, mantener la espada en la trocha que corresponda abrir, compartir la luz al mismo tiempo que la noche oscura, encender lámparas en el túnel de la infamia enloquecida: empuñar las manceras del arado en el lugar apropiado, en el momento apropiado y en la circunstancia apropiada. pablumbre@hotmail.com

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