domingo, 12 de mayo de 2013

VASITO DE AGUA DE COCO

Cuando empecé la subida, vasito de agua en la mano, mi madre me digo en vano: váyase yendo en la vida. El niño aquel que venía desquiciado, medio loco, vasito de agua de coco cuando la luz sorprendía. Brillaba mi poesía en la flor de la vereda. No hay quien conmigo pueda, ni la tromba huracanada, soy mucho menos que nada en mi locura que queda. Vasito de agua de coco con tu sabor endulzado, me fui en la vida de lado, ¡malhaya mi amor tan poco! Así fue como de loco me encontré con mi tristeza, la misma que en tarde reza por su aldea y por su lampo. Grítenme piedras del campo cuando griten su belleza. Siervo sin tierra mi padre madrugándole a la aurora —triste vasija que llora las lágrimas de mi madre—. ¿Dónde la luna que encuadre las soledades sin vino? Zarzas, ortiga y espino, amaneceres en vano, fueron dándole la mano a las llagas del destino. De vuelta ya de la vida torna mi infancia a su aldea, la antigua lumbre que arrea a mi locura dolida. No hay pena desconocida que no distingan mis pasos: ramazón y ramalazos, el delta de mi amargura por donde va mi ventura a golpe, sangre y leñazos. Siempre en la tarde me espera —guijarro del infinito— el terrenísimo rito del hombre, fragua y hoguera. Y al ir a la sementera encuentro sólo la risa, ínfimo leño de brisa, tizón para la esperanza, y mi lamento no alcanza a traicionar la sonrisa. Yo no sé bien qué sueños, faltan, sobran, me dejan ya los duendes de la aldea, los arroyos, los Alpes, las creencias; apenas me distinguen las gavetas. Apenas si recuerdo mis cimientos, apenas si me oyen las luciérnagas. Tal vez ni Dios siquiera a ciencia cierta sepa de Pablo y de sus cuerdas sueltas. Ante toda palabra que aparece hinca Pablo el quejido de su pena, cabalga la palabra al descubierto. Cuenta con cartas frías y arrugadas donde bardo y Dios pactan con el Diablo desde el Antiguo y Nuevo Testamento. Pablo Mora

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