miércoles, 11 de noviembre de 2009

Si vis pacem...





Si vis pacem…
Pablo Mora





Los intereses vitales de Estados Unidos, en torno a los cuales se organiza toda la actividad del Departamento de Defensa, comprenden: Proteger su soberanía, su territorio y su población. Prevenir la emergencia de hegemones o coaliciones regionales hostiles. Asegurar el acceso incondicional a los mercados decisivos, a los suministros de energía y a los recursos estratégicos. Disuadir y, si es necesario, derrotar cualquier agresión en contra de Estados Unidos o sus aliados. Garantizar la libertad de los mares, vías de tráfico aéreo y espacial y la seguridad de las líneas vitales de comunicación.


En referencia a las dimensiones del escenario en el que se dirime la hegemonía mundial, éste se modificó sustancialmente con algunos acontecimientos paradigmáticos, cada uno de los cuales con implicaciones y secuelas de diferente carácter: La derrota de la guerra en Vietnam, el estallido del mundo socialista y el “ataque del terrorismo”. Efectivamente, el horizonte se amplió pero su control se hizo más difuso. Ni el mayor hegemón, constituido ahora como poder global, actualmente vulnerado, es capaz de dominar todas las fuerzas sociales, organizadas o descontroladas, que lo conforman. En este contexto el diseño de estrategias y el propio pensamiento estratégico se colocan en un lugar central dentro de la organización de la dominación y la competencia. Esto repercute en la tonalidad militarista que han ido adquiriendo las relaciones mundiales, y que tiene evidentes y profusas manifestaciones en la vida cotidiana y en la creación de imaginarios, y explica por qué la teoría y la praxis militar se han ido comiendo los espacios de expresión de lo político.


Cuando de nuevo la cultura de la guerra enarbola sus huestes y banderas, recae en manos del diseño y el pensamiento estratégico de la hegemonía mundial unipolar la ocasión de optar definitivamente por la guerra o la paz. Si vis pacem, para bellum, nos lo dice claramente De Re Militari. Llegó la hora de definiciones claras y precisas. Como lo desea Federico Mayor: “Pasar de una cultura de guerra a una cultura de paz. Una conciencia de paz —para la convivencia, para la ciencia y sus aplicaciones— no se genera de la noche a la mañana ni se impone por decreto. Se va fraguando en el regreso —después de la decepción del materialismo y del servilismo al mercado— a la libertad de pensar y actuar, sin fingimientos, a la austeridad, a la fuerza indomable del espíritu, clave para la paz. Corresponde a las generaciones presentes la casi imposible tarea bíblica de ‘transformar las lanzas en arados’ y transitar desde un instinto de guerra —forjado desde el origen de los tiempos— a una conciencia de paz. ¡Aprender a conocer, a hacer, a ser y a convivir! ‘Evitar el horror de la guerra a nuestros descendientes, construyendo los baluartes de la paz en el espíritu’ de todos los pobladores de la Tierra.


Recoger las preguntas de los niños para que nunca el hombre pierda asombro. Nombrar la libertad, la vida, el fuego, la fuerza de los sueños de los ríos, las canciones, las hierbas de la tarde. Morir cantando, sacudir asombros, darle vida a la tierra, la alegría a la lluvia, color al arco iris, romper cercas, sembrar enredaderas, amanecer con nuevos alumbrajes. Preparar un manjar que a todos sacie, a la gacela bajo el tamarindo.


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