jueves, 20 de enero de 2011

Josefa Teresa







Josefa Teresa

Pablo Mora



El limonero henchido de recuerdos de la primera casa perdida entre la fronda. La tristeza de las piedras que hospedaron las recuas de la aldea. La siempreviva, el amor ardiente, los caminos, las veredas. Los borbollones del río crecido en la cintura de los sueños. La calle donde la vida se quebrara en dos, de viaje hacia la nieve. Las locuras mayores de la infancia. Las golondrinas, arrendajos, gonzalitos y turpiales. El primer barquito echado en la quebrada. Las cinco de la tarde, cuando nos guindamos de una estrella. La sopa de frijoles o el picadillo de pescado.
El primer llanto anudado en la garganta. El latido emergiendo del postigo. La lluvia, la floresta, la neblina. La orfandad, la sombra, los zarzales. El fogón tiznado del olvido. Los místicos rebaños. Los riscos, los soles, las madejas, los regresos. El abrazo bañado por la luz del candelabro. La soledad de nuestro sino. La vieja casa, refugio de penas y alegrías. El mundo y sus caprichos. Su caspiroleta, su risa, su sonrisa y coscorrones. Su ceño donde escondía su gracia y su fiereza niña, la infinita lejura, el horizonte. Su celo para que nadie llegara a contagiarnos. Su usted sí es. Váyase a dormir temprano. Mucho cuidado. Que Dios lo bendiga y lo haga bueno. No regrese tan tarde. Córtese ese pelo, esa barba, esos bigotes.
Sus repisas, aderezos y corotos. Sus materos, sus flores, sus almohadas y pañuelos. Sus eternas colchas. La joven pareja estampada en el tendido, sobrecama o cubrecama. Su alma, sus besos, su gracia, su alegría y su tristeza. La hermana de la lumbre en su ternura, desmoronando la angustia de los hombres, manteniendo su pulso en plena llama ante la dura ramazón del odio. Camarada de siempre, jornalera.
La plana primera con que apostabas con el tiempo tus cabellos; la clineja que arropaba tu garganta niña y el aire despeinando el sueño. Tu ternura, tu donaire, tu mirada en lontananza en busca del lucero. El carriel, las zapatillas y la canastica tricolor, multicolor, guindando oronda en tu cintura. La niña que contigo anduvo, el padre que te compró el primer anillo, los tantos besos que te brindó el Sol, las tantas lágrimas que te largó la vida. El niño que te hizo madre, el pobre que apiadó tu gracia, el lirio que alzaste en tu jardín. Josefa Teresa sin que casi los jardines te advirtieran.
El pobre, el alba, el niño, el hambre, el hombre que gime entre la guerra, que muere en el desierto o tirita en la trinchera; que a tientas busca el pan; que roba entre los hombres, que grita Libertad; que tiene hambre, maldice, se ahoga y se arrepiente; respira, se abotona y se santigua. El Hambre, el Hombre… el hombre que te trajo para que conocieras a tu madre por la risa. El niño que estuvo en tu mirada y ahora navega por el mundo vuelto trizas. Entre la noche de la guerra, del hambre y de la muerte, como gota de lluvia deshojada, al pie de un árbol encendido en llanto, la sombra antigua de la madre, desde la lejanía, nos mira, nos aguarda, a las costas de la divina antigüedad nos ata. Entre el trémulo salmo de la aldea, errante, quejumbroso, solitario entre la noche, zigzagueando sombra, vendaval, tras la muda paloma de los lejanos terebintos, largo dolor en viaje confortado, prosigue el hombre a solas con su sombra.





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