sábado, 17 de marzo de 2012

El robot, ¿siguiente paso en la evolución?






El robot, ¿siguiente paso en la evolución?

La Fundación Santander aborda la última hora de la Inteligencia Artificial


Ramón SANGÜESA | Publicado el 16/03/2012

Emociones, conciencia y creación podrían dejar de ser patrimonio del ser humano si la Inteligencia Artificial sigue su curso. Películas como la premiada "Eva", de Kike Maíllo, recrean con grandes dosis de verosimilitud lo que la ciencia está convirtiendo en realidad. Ramón Sangüesa, de la Universidad Politécnica de Barcelona y promotor de CoCreating Cultures, participa en el Ciclo Ciencia y Sociedad de la Fundación Santander y analiza los progresos en esta disciplina.


La pregunta permanente sobre la Inteligencia Artificial es ¿cuándo? ¿Cuándo crearemos un ente artificial con una inteligencia tan elevada, al menos, como la nuestra? ¿Cómo reaccionaríamos si llegara ese momento? El arte ha intentado anticipar esas sensaciones. Por ejemplo en "A.I". de Spielberg o la más reciente "Eva" de Kike Maíllo.

Llegado el día, quizá sentiremos algo similar a los Homo Sapiens cuando interactuaron con un Neanderthal. ¿O sería más apropiado decir que en este símil los Neanderthales seremos nosotros? Las apuestas en uno y otro sentido abundan. Henry Markram, director del Blue Brain Project de Lausana (Suiza), dice que tendrá lista una simulación casi completa del cerebro humano para el 2019.

Blue Brain es una simulación de software que replica con gran detalle el funcionamiento de las columnas neuronales del neocortex. Ha comprobado que emergían entre ellas patrones neurales como los reales. De ahí a todo un cerebro... falta muchísimo. Pero este reto no está en la estratosfera de lo imposible. Al menos, según Markram.

Una conciencia artificial

Ray Kurzweil, pionero de muchas tecnologías y promotor de la Universidad de la Singularidad de Silicon Valley, se aferra a la acelerada lógica de la extrapolación. Con el presente ritmo de interconectividad entre circuitos, se atreve a proponer el 2030 como el año en el que emergerá una conciencia artificial a partir de software y hardware masivamente conectados.

Por cierto, ¿es imprescindible una conciencia para un comportamiento inteligente? Según Kurzweil, sí, y además muy pronto podremos replicar la nuestra en software y transferirla a otro hardware. Como mínimo es una cabriola curiosa de la ansiedad por conseguir la inmortalidad. Hans Moravec, investigador en inteligencia artificial, “anhela” que esos nuevos seres nos superen como especie. La realidad sigue estando lejos.

Cincuenta y tantos años de Inteligencia Artificial no nos han traído C-3POs, Robocops, R2-D2s o Terminators. De hecho, no nos han acercado ni al HAL de "2001: una odisea del espacio". Los sistemas con cierta inteligencia abundan, eso sí. En las filas del ejército estadounidense hay unos 9.000 robots.

Pronto habrá uno por cada nueve soldados. Pero ningún robot actual se puede comparar con las capacidades o el criterio de un niño de dos años, con su enorme acervo de conocimientos sobre el mundo real. Eso sí, construyendo estos sistemas hemos aprendido o confirmado lo difícil que es crear inteligencia.

Y hemos tenido éxitos parciales en dominios muy concretos. En cualquier caso, cada éxito ha suscitado tres respuestas bien humanas: un rechazo frontal que empieza por negar que la conducta observada sea inteligente, incluso cuando claramente lo es; una indiferencia a veces desinformada o un entusiasmo desaforado que linda con el fervor mitológico.

Por ejemplo, si un compositor crea obras indistinguibles de las de Bach, negaremos que sea inteligente... en cuanto sepamos que el creativo es una máquina. En cambio, desarrollamos apegos muy profundos por nuestros compañeros robóticos, como ha estudiado Sherry Turkle, antropóloga especializada en la tecnocultura, en su libro Alone Together y extrapolado David Levy, un experto en juegos e Inteligencia Artificial, en Love and Sex with Robots.

Hay ambigüedades enormes en nuestra relación con estos... ¿objetos? En Occidente sigue planeando el mito de Frankenstein y el tabú prometeico de robar el fuego de los dioses. En Japón, con su raíz animista y su tradición de los Karakuri (robots mecánicos para la ceremonia del té con más de dos siglos de tradición) la percepción es diferente.

Lo cierto es que hoy en día vivimos sumergidos en un medio compuesto por millones de ordenadores. El sociólogo Salvador Giner, entre otros especialistas, han bautizado la cultura de la sociedad resultante de esta coevolución como “tecnocultura”. Se resume en una presuposición, discutible, pero que invade muchos ámbitos: todo aquello que puede traducirse en código binario es programable y buena parte de las actividades programables corresponden a acciones que llamamos inteligentes.

Cognición y computación

El matemático y pionero de la computación Alan Turing señaló, parafraseando al filósofo Thomas Hobbes, que toda “cognición es computación”. Lo cierto es que una colección de entes más o menos inteligentes, más o menos autónomos, rodea ya nuestras vidas. Hemos generado una complejidad que propicia más complejidad lejos de nuestro control. Vivimos en un continuo de niveles de inteligencia y artificialidad donde nosotros somos un agente más. Un agente que se funde con el sistema que ha creado colectivamente.

Del ciborg al híbrido

Quizá esta fusión anticipa hibridaciones aún más extremas, por lo que no habrá Neanderthales de lo artificial sino híbridos. Pensemos en el ciborg Kevin Warwick, profesor de la Universidad de Reading (Reino Unido), que saltó a la fama por conectar su sistema nervioso a diversos interfaces digitales. O en el equipo de Ricard V. Solé, de la Universidad Pompeu Fabra, que utiliza la materia viva como soporte de computación. O cuando uno escucha a Craig Venter, biólogo y empresario que ha sintetizado una creación viva pero artificial, la bacteria Mycloplasma Laboratorium. Es como oír a un programador... de la materia viva. La inteligencia artificial es un componente más de esta tecnocultura en explosión galopante.

Nuestra especie despegó, entre otras cosas, por su descollante coevolución con las herramientas que creaba. Nuestra naturaleza es el artificio. Deberíamos aprender a crear juntos nuevas herramientas, espacios y formas organizativas que nos permitan experimentar y jugar con la nueva complejidad de la inteligencia externa. Quizá así podamos contestar no tanto a la pregunta del “cuándo” sino del “para qué” y del “por qué”. Y saber cómo actuar en consecuencia.



¿Somos únicos?

El Ciclo Ciencia y Sociedad de la Fundación Santander, coordinado por Eduard Punset y titulado "¿Somos únicos?", cuenta, además, con Frans de Waal, director del Living Links Center (Emory University, Atlanta), Ken Nealson, director del Centro para la Detección de Vida de la NASA (que intervendrá el día 22 para hablar sobre “Lo que los microbios nos mostrarán en el futuro”) y el profesor de Física Max Tegmark, que lo hará el 29 con “Una perspectiva cosmológica”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario