domingo, 22 de julio de 2012

Ventura humana
Pablo Mora Ojea, mira, considera, discierne, asimila, explica, carga las velas, amaínalas; adivina, transmite, discute, crece, rebela, crea, re-crea, siega. Cáscara salvaje, consciencia vertebral, hilvana, zurce, empata, graba en el alma, configura la colcha arquitectónica, el mundo del espacio, el tiempo de esta aciaga hora tormentosa. Rompe las cadenas para poder tornar el torso desnudo hacia el umbral de la caverna. Todas las rutas van hacia la misma morada, la paz pasa a través de la revolución: la creación, la esperanza, el riesgo. Lee el mundo. Alcánzalo. Ahonda, universaliza. Incautada, retenida, confiscada nuestra identidad, procura dar con la entonación, el humor, la tendencia, la salida definitiva: que atinemos a dar con la mejor praxis, el mejor amanecer. Cuidemos nuestras espigas, rastros y candiles, nuestros rostros y rastrojos, nuestro trote y tropa. Desde la yermitud, el Paso de la Soledad, el Paso de Casa Grande, el Paso de la Esperanza. Asume el riesgo de la ventura humana, afronta con entereza la eventualidad del fracaso, pues “solo una tierra distinta hará menos imposible el cielo.” Mientras a las puertas marinas de nuestro Continente, encima de nuestras patrias, cerca de los hombros de esta América, —sin que nadie sepa de aquel hombre, aquella gesta —se yergue, orondo, el invasor con sus últimos alaridos de dominación y violencia, como nunca nuestra orgánica y subterránea unidad vital ha de afianzarse en nuestra Lengua, en nuestras ideas, nuestros enunciados, nuestros principios, canciones, minas, siembras, soledades, graneros, horizontes, tinieblas, clarores, llagaduras, signos, señas, para retomar el discurso de nuestra Liberación mediante una auténtica lectura selectiva, analítica, evaluativa, convencidos de que nuestra mejor defensa es el conocimiento de nuestro propio idioma, nuestros propios textos, que es como decir nuestros propios sueños, creaciones, trasnochos, vigilias o esperanzas. Afortunado quien hubiere estado en las entrañas del monstruo porque supo como nadie de sus horrendísimos secretos, maquinaciones y asechanzas. Feliz quien, a primera leída, lo asombren los relámpagos del pobre, los rostros de las palabras vida, muerte, sobrevida o tiempo o pan o luna o rabia. Venturoso el hombre que acostumbre leerle a las horas sus celadas; a los sueños, sus celadas y a los hombres, sus celadas. ¡Ay del hombre que tenga que recordar: aprendí de niño a disparar con la pistola de mi padre! Bienaventurado, en cambio, quien confirme que aprendió a leer en el seno de su madre y, mejor aún, quien empezó a conocerla por su sonrisa. Bienafortunado el hombre que lea los grises secretos del camino en los augurios de las aves, laderando sueños detrás de alguna barricada. Conténtese quien haya conocido la Libertad en el regazo de una nodriza negra, soñando a la sombra de sus pechos amasar la paz para su gente. Florézcale la vida a quien en todo acordeón palpe la lágrima del hambre escondida en la garganta de un hombre o en un fusil o ametralladora mercenaria, ajena. Confórmese quien detecte tantas muertes anunciadas lejos de Macondo, entre su aldea, cerca de su casa o en su propia cena. Venturoso hombre que aprendió a leer y a descifrar a tiempo el vientre de su noche larga y oscura en la cual la luna canjeó su puesto con la muerte. pablumbre@hotmail.com

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