Pablo Mora
El compromiso es en principio un estado de ánimo, y aunque comúnmente se lo relaciona con el intelectual, es obvio que puede originarse en toda persona. Cualquier ciudadano puede estar tan comprometido con su medio social como un intelectual, pero curiosamente nadie habla de un albañil comprometido, de un ingeniero comprometido, de un deportista comprometido. Lo que ocurre es que en el intelectual el compromiso toma estado público, y además, puede (o no) reflejarse en su obra. El compromiso político de un ingeniero no se refleja (al menos, en forma directa) en la construcción de un puente o de una carretera, ni el del deportista en la obtención de un campeonato o una marca olímpica. Y en ese sentido, nadie los cuestiona. Por el contrario, en el caso de un artista o un intelectual, la crítica y aun el público vigilan la presencia o la ausencia del compromiso en cada una de sus obras.
Ahora bien, ¿cómo germina ese estado de ánimo llamado compromiso? ¿Cómo llega a infiltrarse, digamos, en un drama, un poema o una novela? Si en tiempos de tutelas y mecenazgos era posible que un escritor se aislara del turbulento alrededor ("Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal ruido", escribió, con indudable fruición y alguna diéresis, el bueno de Fray Luis), hoy la realidad empuja, ciñe, machaca, y si ingenuamente le cerramos la puerta, no tiene inconveniente en entrar por la ventana.
Sartre, que fue probablemente el principal ideólogo de una littérature engagée, criticó con particular dureza la actitud del escritor que rehusaba pronunciarse, o sea que eludía la coincidencia de sus actos con el dictado de su conciencia. Por supuesto, ya no se trataba de aquella conciencia pura, descarnada, incontaminada, que durante siglos fue el catecismo ético de la civilización occidental, sino más bien de una conciencia contaminada por la conciencia del prójimo. Como señalara otro comprometido, el dramaturgo norteamericano Arthur Miller, "el hombre está dentro de la sociedad y la sociedad está dentro del hombre".
"En la literatura comprometida, el compromiso no debe, en ningún caso, hacer oxidar la literatura" (Sartre). Sintomáticamente, la única literatura de tema político que por fortuna sobrevive y continúa trasmitiendo su mensaje, es aquella en que la prioridad primera fue desde el inicio la literaria. ¿Qué sería del poema "Masa", de Vallejo o del Guernica, de Picasso, (…) si la inocultable intención política no estuviera dignificada y respaldada por una notable calidad artística? El compromiso no siempre se ejerce desde la certeza, sino también desde la inseguridad, desde la incertidumbre. "Por el momento nada me ampara sino la lealtad a mi confusión", escribió con estricta franqueza el poeta mexicano José Emilio Pacheco. Pero aún inseguro, el poeta debe interrogar e interrogarse.
El compromiso del ciudadano, y por ende el del intelectual, está menos embretado, tiene más libertad para expresarse. En un mundo donde el hombre se entienda cada vez más y mejor con las máquinas pero se desentiende del semejante, el compromiso es uno de los últimos enclaves de la solidaridad. Y como tal hay que defenderlo. (De: Mario Benedetti: Convalecencia del compromiso. Revista Cuatro Semanas. Barcelona, 3 abril 1990)
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