viernes, 16 de julio de 2010








Libertador, despierta, acompáñanos

Pablo Mora

II Congreso Anfictiónico Latinoamericano y del Caribe
Universidad Central de Venezuela
Julio 1997




Padre, una plegaria en esta hora grisácea, oscura, de la patria. De parte de una porción de tus hijos, desde esta "Casa que vence la sombra".

Padre, en esta hora menguada, turbia, devaluada, de la patria, tu Patria, nuestra Patria, te invocamos, te pedimos nos ayudes: A salvar nuestra palabra, nuestra palabra primordial. A captar los latigazos del instante. A no perder la capacidad de reacción. A creer firmemente en "la insurrección como garantía de los pueblos". A "presenciar todas las agonías". A crear al hombre necesario. A encontrar la exacta dimensión de esta rabia. A enterrar y gritar valientemente, a tiempo. A confirmar, Padre, ante la historia que "la civilización no es más que una injusticia armada".

En esta hora lluviosamente nocturna de la patria, tu Patria, nuestra Patria, ayúdanos, Padre, a saber que "hacia la esperanza nos conduce tu sombra, el laurel y la luz de tu ejército rojo a través de la noche de América con tu mirada mira. Tus ojos que vigilan más allá de los mares, más allá de los pueblos oprimidos y heridos, más allá de las negras ciudades incendiadas, tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace; tu ejército defiende las banderas sagradas; la Libertad sacude las campanas sangrientas, y un sonido terrible de dolores precede la aurora enrojecida por la sangre del hombre". (Pablo Neruda).

En esta hora lluviosa, humosa de la patria, tu Patria, Nuestra Patria, enséñanos a no enhebrar más lugares comunes en tus plazas. Enséñanos a recordar que "nadie es la patria". Ni América. Ni tú. Ni nadie. Sino todos, jineteando sueños como el barco ebrio del Vidente, perdido entre los mares, en espera de aquella aurora, cuando "armados de una ardiente paciencia, entraremos en espléndidas ciudades". (Arthur Rimbaud).

Por eso, Padre, escúchanos, hasta que la palabra caiga en otra franja fecunda que es como decir la vida. En esta hora de escombros, cuya brújula parece desguarnecida, enloquecida, volvamos al hambre que cobija nuestra sombra desde este ruedo fantasmal del pobre.


Como la pólvora en los cartuchos de los revólveres congelados, plantadores de árboles de humo en la floresta del incendio. Como la angustia de una espada y el puño del pan magro que tragan los muchachos sucios de sombra y de sueños, mineros de la muerte en la cantera de la aurora, y los harapos de las madres, higueras de los cielos abrasados. ( Gonzalo Escudero ).

Entre el pavoroso tesoro del hambriento, el eterno basural de los zamuros, boca buscando vida a dentelladas, buscando libertad, buscando aurora, hambre embistiendo en ciegas oleadas que sólo pan y soledad devora. Es la mano del hambre la que guía este sordo destino, esta aventura por donde el hombre asoma cada día como una indominable dentadura. En el ruedo del hambre y de la lluvia se agiganta la sombra de la muerte. ( Leopoldo de Luis. Pablo Mora ).

Pan, Libertad, Dios, paz, olvido, día a día buscando por sustento, y hombre a hombre, como un niño perdido, como un instinto de animal hambriento. Amargo pan, la libertad negada, amor que es odio, paz que es turbia guerra, seco rencor que nunca olvida nada, Dios que desde su altura nos destierra. Cuanto tocan los dientes con su frío se vuelve masa de amargor y hastío. ¡Sólo comemos soledad y pena! ( Leopoldo de Luis ).

Pan pide la mano cerrada y la mano extendida, la que amenaza y la que codicia, la que acaricia, la que cocina, la proletaria y la patria. Seguimos con el hambre. Seguimos con el hambre todavía. ( León Felipe ). El hambre es el primero de los mandamientos. Tener hambre es la cosa primera que se aprende. Por hambre vuelve el hombre sobre sus laberintos. Donde la vida habita siniestramente sola. ( Miguel Hernández ) Madre antigua y atroz de la incestuosa guerra, borrado sea tu nombre de la faz de la tierra. ( Jorge Luis Borges ).


Padre nuestro Bolívar, te invocamos hincados en el surco humedecido, desde este acoso de penumbra alzamos este sueño de luz ultrasentido. Padre nuestro Bolívar, te pedimos con esta voz de vegetal alondra, que borres esta angustia en que sentimos convertir nuestro sol en nube y sombra. Padre nuestro, Bolívar, te rogamos desnudando este diálogo terrestre y hurgando este prodigio que soñamos: que alumbres desde tu órbita celeste esta senda de sombras donde andamos perdidos como pájaros silvestres. (José Joel Lorenzo Flores ).

Tú, General, querido compañero, que padeciste tanto desengaño, pide que cesen este ciego daño y este dolor de pueblo, verdadero. Que cesen este aire lastimero y esta ceniza y este fuego huraño y este vivir en medio del engaño y el miedo que recorre el mundo entero. Pero si entre la sombra amenazante en vano se ha esperado y el camino se equivoca o lo cierran un instante. Entonces, General, no pidas sino ordena al pueblo que otra vez levante tus banderas y cumpla su destino. ( Dionisio Aymará ).

Libertador: empieza de nuevo tu conquista sobre los mismos Andes y otro imperio opresor, somos el pueblo altivo de la altiva sonrisa y el oro lo llevamos dentro del corazón. Libertador, despierta! América está lista. Más de cinco repúblicas en un solo clamor: La América insurrecta, la América insumisa reclama nuevamente tu espíritu veloz. Libertador, levanta tu espada libertaria, únete con Cauthemoc, consulta el Popol Vuh; una raza mestiza por la andina montaña busca entre las tinieblas tu lanza y tu laúd. Abandona tu lecho en la Quinta Samaria, ya se escuchan los hombres de Tupac Amarú! ( Mara Agudelo ).

Aunque vengas sin lanza y sin escudo, alta la frente, la rodilla en tierra, ¡oh genio de la paz y de la guerra, por mi patria y por mí yo te saludo! He venido a pedir, aunque te asombres, que redimas mi patria esclavizada; sus hombres lloran porque no hacen nada, y no hacen nada porque no son hombres. Resucita, levántate, camina; a un león español venció tu espada, vence con ella la aflicción divina. A tu raudo corcel clava la espuela; vuelve, ¡señor! Sal de la nada y liberta otra vez a Venezuela. ( Pío Tamayo ).


Hoy que la patria de vergüenza llora, qué triste es evocar tu nombre santo. En medio de este aterrador quebranto, de este cáncer social que nos devora. Hoy el alma no puede triunfadora lanzar alegre y victorioso canto, ni recordar sin que se escape el llanto, de la ya muerta libertad la aurora. Oh, genio, ven... Levántate un momento del sepulcro y acércate! Recobra un instante la luz del pensamiento. Mas... no vengas... no salgas del osario, porque pudieras maldecir tu obra y volver a la tumba sin sudario. ( Julio Flórez).

Llama de eternidad en cada altura, Caballero implacable de la gloria, en ti la Patria es bronce por tu gloria y antorcha desplegada en tu bravura. Testigos: Carabobo y Angostura, Pativilca, Junín y La Victoria y el mundo que renueva tu memoria desde el páramo audaz a la llanura. Porque en el pulso americano vive tu sangre de raigambre y fortaleza que fulge con los siglos y pervive. Y en tu lección de patriarcal grandeza se ilumina tu nombre y sobrevive con la huella tenaz de tu firmeza. ( Pablo Mora ).

Autóctono crisol americano, centinela y baluarte de Los Andes, donde tu espada hacia la gloria blandes para inflamar el corazón indiano. Tu acento repercute en nuestro Llano junto a la lumbre que en el mundo expandes, cuando en tus luchas con lirismo escandes la fragua encallecida de tu mano. Resonará tu gloria en las montañas desde el troquel del vendaval andino hasta el clamor del mar y sus entrañas. Y afianzará la Patria su destino, renovada al fragor de tus hazañas, mientras vibre tu espada en el camino. (Pablo Mora).

1

Vuelve tu rostro, Capitán, tu noble rostro
donde la eternidad y las serenas líneas de la luz se reflejan
y míranos;
alzamos hasta ti los brazos huérfanos,
la ceniza,
la sangre,
como una lámpara de cabellera interminable
ardiendo en tu pasión de libertad y sacrificio,
oh dios airado de la guerra,
oh poderoso Capitán de la ternura!

Míranos:
abrazados a tu cuerpo tallado en piedra viva,
levantado en el aire de América,
en tu región celeste, en tu mundo
de largo corazón desgarrado,
te convocamos, padre, para que tú presidas nuestro diálogo,
el tiempo donde cada minuto
nacen y mueren nuestras voces;
para que tú presidas
la mesa humilde a cuya orilla
cada día
repartimos el pan y la esperanza.

Escúchanos;
somos eco de tu clamor,
somos reflejo de tu luz perdurable,
somos tu aliento,
tu esforzada batalla por alzarnos
de la miseria y de la sombra,
tu don de vaticinios repartido.


Vuelve tu rostro, Capitán, tu noble rostro
bañado ahora por la majestad de la noche más alta
y míranos:
llevamos en lo profundo de los párpados
tu imagen recorriendo las soledades de Los Andes,
tu estatura sobre los llanos proyectada,
tu extendido corazón gigante
que infunde nueva vida
a su país, nuestro país que gime y canta
con la piel abrazada bajo la llama del petróleo
y el hierro.

Tus brazos de horizonte se ciñen a esta América tuya
hecha de nosotros
y para todos los que luego
vendrán a ocupar nuestros sitios.

Tus ojos desde la eternidad,
como ángeles custodios,
velan sobre tu hermoso Continente y tus puños
golpean sobre todos los hombros
para que no olvidemos que hay un alba escondida
en cada palpitación de la noche.

2

Amamos tu heroísmo,
tu vocación de libertad, tu fuego
que no apagan los años
ni el olvido
y amamos
tu pasión y tu sed de justicia,
lo que de humano hay en las honduras de tu carne y espíritu.

Bolívar, solitario varón con el pecho cruzado de relámpagos,
abierto a los grandes aconteceres de la Historia:
imploramos tu conducción magnífica,
tu radiante lección de martirio,
tu voluntad de amar y de vencer continuamente.

Quién sino tú pudo enseñarnos
el camino que conduce a la altura
donde sólo los más puros destellos
del espíritu habitan?

Quién sino tú, Bolívar,
pudo cruzar las desoladas cumbres de Los Andes,
los mares,
las tinieblas,
para dejarnos este sitio, esta herencia terrestre
donde no sabemos
cantar de rodillas?

3

De tu encendido tránsito,
de tu dolor y profunda fortaleza
se nutre aún
la tierra
pura que nos dejaste
bajo la formidable majestad del firmamento americano.

Tu itinerario heroico
recuerdan las ciudades,
los caminos,
las piedras
donde los astros beben el zumo de la noche.

Cada sitio donde estuviste, cada instante nacido
de tu pecho,
guardan el resplandor alucinado
de tus pasos abiertos como una flor de viva quemadura.

Con tu espada flamígera
nos señalas
el tiempo liberado
por cuyas hondas naves pasa todavía
la rebelión de los indígenas,
la luz ganada a golpe de hueso y sangre airada,
el amor y su júbilo
conquistado una vez, y mil veces
perdido, oh soñador de circulares Chimborazos,
domador de montañas,
anunciador de un alba nueva cuyo claror profundo
nos invade las venas!

4

A ti, Bolívar,
claro conductor de los ejércitos libertadores,
capitán de la aurora,
cruzado del afán victorioso,
nos volvemos
en esta edad del átomo,
la cólera,
los cohetes que buscan el corazón del infinito.

A ti volvemos nuestros ojos, Bolívar,
para vencer el llanto, la fatiga, las soledades
que amenazan el sitio
donde ardía la llama del laurel
en otro tiempo.

5

Evocamos tu gesta, tu lucha desigual con la sombra,
tu fuerza levantando la arquitectura de la Patria,
oh forjador de pueblos,
tu grito de libertad rompiendo nubes,
desgarrando las ataduras de milenios
y milenios
de látigo y ceniza
volcados sobre el rostro del hombre.

Hay cálidos vocablos - Casacoima, Angostura,
Carabobo -
para nombrar los astros que tus brazos invictos
colocaron en el cielo de América.

6

Vuelve tu rostro, Capitán. Fulgor y sangre tuyos
abonaron el suelo
donde luchamos por el pan y el sueño cada día
y donde tú nos enseñaste
a ser libres y ser nosotros mismos,
Bolívar, con tu esfuerzo de titán vencedor de la muerte.

Desde tus claridades profundísimas
sabemos que nos oyes y conduces
hacia el único destino
que soñaste para nosotros,
Padre:
el ser como tú, pasión y vida,
presencia visionaria,
llamas de un mismo corazón invencible,
oh dios airado de la guerra,
poderoso Capitán de la ternura,
Libertador!





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(Dionisio Aymará: Escúchanos, Libertador)

* * * *

Alumbra desde tu órbita celeste esta senda de sombras donde andamos perdidos como pájaros silvestres.

Libertador, despierta, acompañémonos!

Libertador, despierta, levantémonos!

Pide que cesen este ciego daño y este dolor de pueblo, verdadero.



RETO BOLIVARIANO
Pablo Mora


¡Creo en ti, perenne Hijo de la Gloria!
¡Inmarcesible Rayo de la Guerra!
¡Comandante invencible de Los Andes!
¡Espada vencedora de los Dioses!
Creo en el Ávila, fanal primero
donde irradió el fulgor de tu existencia.
En el vientre que arrulló tu gloria
y en el maestro que templó tu mente.
En el pueblo que siguió tus pasos
y en la nodriza negra de tu infancia.

Creo en la Roma en que juraste un día
dar tu sangre por nuestra Libertad.
En el mar en que acampaste cuando
la Patria te confió el primer mandado.
En la ternura que le diste a Fanny
con el aliento de tu amor a prisa.
Creo en la flama de amor de Manuelita,
en la fulguración de tus soldados
y en la estampida de palomos briosos
en busca del Jinete redivivo.

Creo en la nívea pila bautismal
al fraguarte inmortal Libertador,
en la pila sagrada de Los Andes.
En el Llano que se fue contigo,
erguido fiel por nuestra libertad.
En la lealtad del corazón
del negro en llamas que inmoló la Patria.
Creo en el Mariscal en que creíste
y en la desgarradura de Berruecos.
Creo en tu arrojo que envidiaste a Piar
y en el Piar que tuviera que morir
para abrir paso a tu esperanza egregia
en medio de la lucha sin cuartel.

Creo en Petión, el de la noble mano,
al enjugar la lágrima al esclavo.
En la furiosa huracandad de Pisba,
acicate feroz de tus soldados,
en el alumbramiento de la helada,
hijo de aquél que se quedó en la cuesta.
Creo en la majestad del Chimborazo
donde de pie entendiste al viejo Tiempo.
En tu rostro desafiando el mar
cuando, lejos, clamabas por la Patria.
En los ásperos callos de tus manos
para el hambre de América harapienta.

Creo en tus brazos y en tus puños creo
desde la eternidad encabritados.
En el samán que te albergara creo,
en tus noches, tus selvas, tus caminos.
Creo en el tamarindo de Angostura
donde amarraras tu esperanza al río.
En el entrecejo de tus iras
y en el crispado acento de tu verbo.
Creo en tu hamaca, compañera fiel
en cada escaramuza libertaria.
En la orfandad de tus monturas viejas,
añorándote a ti, ¡Oh Padre Nuestro!

Creo en las plateadas herraduras,
hechizos del galope redentor.
En tu espada que atizó la gloria,
sembrando sobre sombras libertad.
Creo en Palomo y su inmortal relincho
cuando, gozoso, te sabía campal.
También en los secretos que confiabas
a tu mula Orejona y obediente.
Creo en el tremedal de Casacoima:
regazo en el delirio de tus sueños.
Creo en Pichincha y creo en Boyacá
y en Junín, Carabobo y Ayacucho.

Creo en la cruenta imagen que tenías
de aquella América rapaz del Norte.
En el recio camarada Rooke
quien a la noche le ofrendó su brazo.
En la Gran Colombia que fundaste
y en el sueño de América, la Patria.
Creo en tu pensamiento, fulminante
hoguera de visiones sempiternas.
Creo en Jamaica y creo en Angostura
donde fijaste el rumbo a nuestra América.

En la América tuya tan dolida,
ágora ayer: la comunión del mundo.
En Tinjacá y en tu Nevado perro,
en tu pobreza y tu camisa rota
para la desnudez de Santa Marta.
En el fulgurar de tu relámpago
perdido en la hondonada del vacío.
En el alarido de la noche
con la última proclama de la unión.
Creo en la redención de nuestro suelo
por tus huestes apenas comenzada.

En nuestra soledad iluminada
por tu ejército ahora clandestino.
En la reciedumbre de tu furia
amparada en melífera ternura.
Creo en tu sangre guaicaipura y éuscara,
hermana de la sangre de Lautaro,
¡Oh Fénix trashumante, la esperanza
de los partos solares por venir!

Creo en la Guerra de Tupac Amaru,
la Guerra a Muerte que empuñara el Ande.
En Martí cuando corrió a buscarte
en la noche sangrienta de tu América
y en la montaña que soñó tribuna,
entre relámpago y furente rayo,
y un manojo de pueblos en tu puño,
rendidos los tiranos a tus pies.
Creo en el Che, en Camilo y en Sandino
para tu valentía encarnaduras.
Creo en todos los hijos de la Tierra
capaces de fraguar la nueva aurora.

En la hospitalidad de estas neblinas
creo, remanso de tu luengo insomnio.
Definitivamente creo en Ti,
¡Omnipotente Padre de la Patria!
Y aunque tú ya una Patria nos dejaste,
creo en la Patria que nos falta hacer.
Creo en ti, ¡Adalid de Libertad!
Desde estos ventisqueros de los Andes,
donde una América de pie te espera
para salir a libertar más patrias
así tengamos que retar a Dios
con tal de no seguir arando el mar.





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