sábado, 27 de marzo de 2010




2010
AÑO SACERDOTAL



SEMANA SANTA




+MARIO MORONTA R.Obispo de San Cristóbal





DOMINGO DE RAMOS

Con la celebración del Domingo de Ramos comenzamos de manera directa la Semana Santa. En ella, conmemoramos el misterio de la Pascua, es decir de la entrega e inmolación pascual del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Como tal, es la celebración de un hecho eminentemente sacerdotal. Es así, pues conmemoramos al Sumo y Eterno Sacerdote que se hizo víctima propiciatoria, para alcanzar la comunión de Dios y la humanidad, rota por el pecado de los primeros padres.

La entrada a Jerusalén no fue entendida por los jefes de los judíos. No era la entrada de un Rey cualquiera, sino de aquel que iba a inaugurar con su entrega sacerdotal el nuevo Reino. La gente sencilla, la única que puede entender las maravillas de Dios, sí co prende lo que está sucediendo. Por eso aclaman al Señor: Bendito el que viene en el nombre del Señor.

Luego de un peregrinar haciendo el bien y anunciando el Reino, con enseñanzas y acciones y signos prodigiosos, Jerusalén entra en la ciudad sacerdotal por excelencia. Es allí donde va a ofrecer el verdadero y auténtico sacrificio: la donación de su vida. Con ello, no sólo logrará restablecer la comunión con Dios, sino que inaugurará la nueva Alianza.

Con su llegada a Jerusalén, se va a cumplir la profecía, pues con la entrega sacerdotal de Jesús, se podrá confortar al abatido. Ya lo había hecho con sus palabras de vida. Ahora lo va a hacer ofreciendo su espalda y su mejilla ante quienes le van a herir y torturar. Así, por otra parte, el Redentor va a demostrar que se hizo el más pobre de todos para enriquecer a cada uno. Por eso, se hizo semejante a los hombres. Se humilló hasta aceptar la muerte de cruz. Así demostró la obediencia a la voluntad del Padre Dios.

En su acto redentor, Jesús es exaltado sobre todas las cosas. A partir de entonces, es reconocido como el Señor. Ante Él se doblará toda rodilla. Con su entrega pascual y sacerdotal, Jesús consigue la salvación y manifiesta de manera radical y decidida el poder salvador de Dios.

Nosotros, al conmemorar la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, tenemos la oportunidad hermosa de renovar nuestra fe y nuestra comunión, con Aquel que, por otra parte, nos consiguió la comunión con el Padre Dios; tanto que nos convirtió en hijos del Padre. Al escuchar su Palabra y contemplar su entrega, podemos no sólo sentir la fuerza de la salvación, sino también el empuje de su gracia. Con ella no sólo reconocemos en Él al Salvador, sino que lo anunciamos con nuestros labios y por medio de nuestro testimonio. Es lo que tenemos que hacer en el marco de la misión evangelizadora de la Iglesia que hemos recibido como tarea. Así, junto con nosotros, los que reciban nuestro testimonio, también podrán cantar hoy y siempre Bendito el que viene en el nombre del Señor.




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