viernes, 19 de marzo de 2010






Pablo Mora

por J J Villamizar Molina


Jueves, 2 de julio de 2009


Estamos frente a un gran poeta venezolano con respetable personalidad en Europa y la América Latina. Es tachirense, de la talla de Manuel Felipe Rugeles, de Juan Beroes, de Dionisio Aymará y de Pedro Pablo Paredes. La suerte se extiende a Santa Ana, donde nació el año 1942. Siempre, cuando voy a San Joaquín, me detengo a contemplar la casa del bardo así como cuando voy a Alcalá de Henares me detengo allí para adquirir un ejemplar del Quijote, o cuando voy a Florencia hago escala en la casa natal del Dante Alighieri para hacerme a un ejemplar de "Tutte le opere". Para algo soy Cronista de la ciudad de Santa Ana.
En sus 25 años de vida artística se me designó para que yo hiciera su presentación en el Ateneo. Hoy, Pablo Mora no necesita presentaciones ni en Venezuela ni en la América Latina. Sintetizo la obra suya en tres palabras "Almácigo", "Asombro" e "Insomnio". Estos tres vocablos se armonizan como en un deslumbrante remolino, como en la más completa trilogía de la concepción lírica. Ellos son el prisma expositivo de todo su pensamiento, de toda su percepción y sensibilidad, de todo el juicio que de la existencia hace el incesante trovador. Almácigo recuerda la semilla, la raíz, el feliz tallo conductor, las ramazones en multiplicación infinita, las hojas que son "Les feuilles d` automne" de Víctor Hugo, las flores y los frutos, dádivas ofrecidas desde un rosal de nuestros jardines hasta un corpulento cedro del Líbano. Apreciamos aquí almácigos de seres vivos y sensitivos en su sombra y en su generosidad. Así son los árboles. Y por eso son los símbolos de Pablo Mora. El árbol da vida, confianza, sombra y deleite de vivir. Él centuplica las recompensas en el ramillete de sus flores y en su cesta de pomas. Jesús dijo que ni Salomón en medio de sus pompas se vistió como un lirio del campo. Pablo Mora dice que las ramas de su almácigo pretenden abrazar los espacios de los cielos.
Asombro es un elemento vivencial. Los seres vivos están dotados de la percepción dada por los órganos de sus sentidos, regidos por el portento prodigioso de la creación que es el cerebro humano. En este caso, parece que el poeta detuviera el ciclo existencial para embelesarse en todas las impresiones, en todos los sonidos, en todas las ensoñaciones de que es capaz un ser viviente. Asombro es detener las fuerzas de la vida para lograr un impacto estremecido, un trémulo de contemplaciones, un improntus de transportación, un adagio cantabilis de amores. Por ello, Pablo Mora se extasía en este coro estupefacto. Si el asombro es estático, el insomnio es dinámico. El insomnio no detiene ni un momento el curso de la vida. No lo interrumpe para que la inspiración lírica pueda seguir el curso en su carruaje de vivencias, de ensoñaciones, de triunfos, de dolores, de obnibulaciones. El insomnio en este caso es un regalo de los dioses. Para él no se hicieron los hipnóticos de la farmacología.
Pablo Mora se graduó en Letras en la Ucab. Luego se doctoró en Psicopedagogía y Periodismo en la Universidad Degli Studi de Torino y en la Universitá Cattolica del Sacro Quore de Milán. Profesor jubilado de la Unet, fue su Director de Cultura y es el autor de la letra de su himno. Es hermano de Rugeles en la pureza de la harina, en la caricia de la neblina y en el prodigio de los cántaros. Laureó su poesía en Nueva Esparta. Constantemente, a más de sus numerosos libros de poesía y ensayos, nos está extasiando con sus poemas en prosa, que son, como decía Pedro Pablo Paredes, "una gavilla de lumbres". Siempre está transitando en las innovaciones literarias. Porque si Rubén Darío dijo "yo soy aquél que ayer no más decía", Pablo Mora nos confiesa jubiloso en el mismo endecasílabo: "Yo soy el que ahora está cantando". * Decano de los cronistas de Venezuela.




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