sábado, 27 de marzo de 2010

MISA CRISMAL






2010
AÑO SACERDOTAL



SEMANA
SANTA




+MARIO MORONTA R.
Obispo de San Cristóbal.




PRESENTACION.

La hermosa oportunidad de celebrar el AÑO SACERDOTAL, convocado por el Santo Padre Benedicto XVI, enriquece, sin duda alguna, la meditación y la predicación a lo largo de la Semana Santa. Como todos los años, presentamos una propuesta de homilías y de meditación de las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, teniendo como punto de partida la figura de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. El es el centro de atención de este Año Sacerdotal. Además, es su acción sacerdotal y pascual la que celebramos en estos días.

Meditar y predicar en estos días santos inspirándonos en el misterio del Sacerdocio de Jesucristo, que se realiza sacramentalmente en los ministros ordenados, nos permite a todos profundizar en esa dimensión de ofrenda viva y de donación como sacerdote y víctima que alcanza la salvación de la humanidad. No en vano, el autor de la Carta a los Hebreos subraya que es causa de la salvación de todos (Cf. Heb 5,9).

El misterio del sacerdocio de Cristo se manifiesta de manera especial en la Cruz, donde como sacerdote y víctima, se entrega al Padre para conseguir la salvación de toda la humanidad. Y luego, con la Resurrección, se completa la acción pascual y liberadora de ese sacerdote: consigue, como fruto de su muerte y resurrección, que todos los seres humanos puedan llegar a ser hijos de Dios Padre (cf. Jn 1,12).

Ofrecemos esta modesta contribución que pretende ser un subsidio y una ayuda que permitan al lector, en especial a los ministros sacerdotes, seguir profundizando en el misterio del sacerdocio en la perspectiva de la Pascua del señor Jesús. El es nuestro Sumo y Eterno Sacerdote en quien se cumple la promesa de salvación del Padre Dios mediante el ministerio con el cual “es mediador de una alianza superior y fundada en promesas mejores” (Heb 8,6)… “porque ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos” (Heb 9,11).

Con la intercesión del Santo Cura de Ars y de la Madre de los sacerdotes, María Santísima, podremos meditar y vivir en nuestras celebraciones y en nuestra cotidianeidad la fuerza vital y transformadora del sacerdocio de Jesucristo, realizador de la Nueva Creación.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.


MISA CRISMAL

En este AÑO SACERDOTAL, siguiendo las directrices de la Iglesia, nos volvemos a reunir en torno a nuestro presbiterio para celebrar el día del sacerdocio y la consagración de los óleos santos. Como lo hemos venido haciendo desde siempre, es una hermosa oportunidad para reafirmar nuestro amor y apoyo a todos los miembros de nuestro presbiterio, quienes dentro de algunos minutos, delante de todo el pueblo de Dios acá congregado renovarán sus compromisos sacerdotales. Les invito a contemplar el misterio del sacerdocio, con el cual cada uno de nosotros es beneficiado para conseguir la gracia de Dios y continuar en el camino a la plenitud.

1.
Con la encarnación del Hijo de Dios, pero sobre todo con su entrega pascual, comprobamos la presencia de un nuevo sacerdocio: el de Jesucristo, el Salvador. Con Él, se abre un nuevo sacerdocio, el de la nueva alianza. Ciertamente ha sido prefigurado en el Antiguo Testamento, pero es nuevo y diverso. Mientras en los tiempos antiguos se pertenecía a una familia sacerdotal, con Jesús cambia la situación. Se introduce un cambio radical que hay que tener en consideración.

Jesús realiza la salvación de la humanidad con su entrega redentora, que vamos a celebrar de manera especial en el triduo pascual. Así estaremos ante una realidad única e inédita: Cristo se presenta como el Sacerdote que hace de mediador entre la humanidad y Dios. Y lo hace, siendo Dios y hombre. Como Dios está en plena comunión con el Padre; como hombre, está en comunión con la humanidad. Viene a cumplir la voluntad del Padre, que es la de salvar a todos los seres humanos.

Además de lo novedoso, por el prodigio de la encarnación, Jesús es sacerdote que ofrece una víctima propiciatoria especial: su propia vida. Así se ofrece para conseguir el perdón de los pecados, para quitar el pecado del mundo con el cual se había introducido la ruptura de la humanidad con Dios. El es el sacerdote que se ofrece como víctima para conseguir la salvación de todos. Sacerdote y víctima. Con su sangre, a la vez, se sella una nueva alianza que permite conseguir una especial comunión entre Dios y la humanidad, pues como nos enseña el evangelista Juan, todos los seres humanos hemos adquirido la posibilidad de ser hijos de Dios.

Este hecho maravilloso que Pablo denomina la nueva creación permite que todo seguidor de Jesús se asocie a Él y pueda actuar en su nombre. Como discípulos, los miembros de la nueva alianza en el también nuevo pueblo de Dios, participan de su enseñanza, de su Palabra y de su Vida, por lo cual reciben una misión especial: seguir anunciando el Reino y edificando el Reino de Dios.

2.
Cristo inaugura, con su triunfo pascual, el pueblo de la nueva alianza. Lo incorpora a su acción redentora y así cumple todos los anuncios del antiguo testamento: es el pueblo sacerdotal por excelencia. Cada uno de sus miembros, por el bautismo y la confirmación, se van identificando a Él. Así, se convierten en hostias vivas, ofrendas agradables a Dios, que actúan, con su testimonio, a favor de la misma humanidad a la que pertenecen.

El nuevo pueblo, adquirido por la sangre del Cordero Pascual –sacerdote y víctima-, hereda la condición sacerdotal anunciada en la antigua alianza. A través de sus miembros y en plena comunión con el Señor, actúa de manera sacerdotal: no sólo porque ofrece el sacrificio de la nueva alianza, mediante la acción de sus ministros, sino también porque recibe la misión de ser el puente entre toda la humanidad y Dios. Es pueblo mediador: y por él, Dios salvador se va dando a conocer y va entregando el fruto de comunión que consiguió Jesús en el altar de la Cruz: la salvación.

Con ese pueblo, ya los seres humanos se pueden acercar a Dios y adorarlo en espíritu y verdad desde cualquier parte. Gracias al testimonio decidido de los mismos cristianos, son muchos los que pueden acceder a la condición de hombres nuevos, mujeres nuevas. Es el pueblo sacerdotal –la Iglesia- que tiene en sí la inmensa tarea de ir preparando el banquete del Reino, atrayendo hacia Dios a todos aquellos que aceptan responder a la llamada divina.

3.
Para poder realizar todo esto, dentro de ese pueblo sacerdotal, hay algunos que son elegidos, no para recibir algún privilegio mundano, sino para actuar más directa y sacramentalmente en nombre de Cristo. Ellos reciben el sacramento del Orden Sacerdotal y así son configurados a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Esto marca para siempre su existencia y así se convierten en servidores del pueblo de Dios para hacer memoria viva de Cristo y su acción redentora. Ellos salen del mismo pueblo sacerdotal al cual son destinados a servir. Por eso, San Agustín llega a afirmar que los sacerdotes son pastores de las ovejas, sin dejar de ser ovejas del Pastor Bueno, Jesús.

Los sacerdotes, configurados a Cristo, reciben las tres funciones propias del sacerdocio de Jesús: son profetas y maestros, por lo que proclaman la Palabra a tiempo y a destiempo; son Pastores, por lo que guían a su grey, conociendo a las ovejas y dejándose conocer por ellas, y, además, poniendo su propia vida como garantía ante ellas; son santificadores para hacer que todos puedan alcanzar la salvación, para ello son ministros de la Liturgia, en especial de los sacramentos y particularmente de la Eucaristía.

Como ministros ordenados están directamente al servicio del pueblo de Dios. No son profesionales de lo religioso ni gerentes de la pastoral. En los sacerdotes se aplica de una manera especial lo que Pablo afirma que debe vivir todo cristiano bautizado: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Por el bautismo ya lo es, pero por ser configurado a Cristo Sacerdote, quien recibe el sacramento del Orden debe manifestarlo en todo momento y en todo lugar: su preocupación es la grey, su interés es la salvación de la humanidad, su riqueza es el tesoro que llevan en los vasos de barro de sus propias personas, su gloria radica en ser capaces de dar la propia vida por sus ovejas…

El sacramento del Orden, por la imposición de las manos del Obispo, les da también un poder… pero no al estilo del mundo. El sacerdote no es un hombre de poderes mundanos, ni de puestos de relevancia, ni de privilegios excluyentes… Está en el mundo pero no es del mundo: por ello, configurado a Cristo, actúa en su nombre y recibe el poder de perdonar, de reconciliar, de edificar la comunión, de ser profeta que proclama e interpreta la Palabra. Ese poder sacerdotal se resume en una cualidad propia de todo aquel que es consagrado como sacerdote: es testigo.

Como tal actúa en el nombre de Jesús. No es extraño que también se le considere “otro Cristo”. Lo da a conocer y, con el entusiasmo y la decisión de su testimonio, guía a su pueblo, sale en busca de la oveja perdida, no tiene reparo de comer con los pobres y los pecadores, tiende la mano a quien lo necesita, sana y cura a los corazones afligidos y desgarrados por el dolor… Pero, ante todo, es el Pontífice, que construye puentes entre Dios y la humanidad, los cuida y vigila y hace que muchos peregrinen por él hasta el encuentro vivo con Jesús y su Padre.

4.
Ahora bien, todo esto es posible gracias a la acción del Espíritu Santo. El es el Consolador, es decir quien da fuerza y alienta tanto la vida cristiana, como el servicio de quienes son llamados para el ministerio sacerdotal. El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad Santa que actúa en plena comunión con las otras dos personas. Es Él quien sella la vida del sacerdote por medio de la imposición de manos del Obispo, sencillo instrumento del Señor.

Lo que realiza el Espíritu Santo en cada sacerdote, en cada cristiano, es lo que conocemos como la unción. Aunque pueda ser acompañada del signo externo del aceite bendecido para ello, la unción del Espíritu no es otra cosa sino la dedicación y la consagración para un fin, para una misión. El fin es la salvación, la misión es la evangelización, de la cual es el primer protagonista. El Espíritu actúa internamente en la persona del que es ungido. Y la unción no es para un momento o para una coyuntura determinada: es para siempre. Por eso, otorga unos dones, con los que el ungido y consagrado actúa, amén de otros carismas que regala y ofrece en beneficio no de unos pocos sino de todo el pueblo de Dios. Actúa internamente para manifestarse en la conducta y testimonio del consagrado. Por eso, como lo hemos aprendido en el catecismo, quien se deja guiar por el Espíritu produce unos frutos especiales, que reafirman la tarea de discípulos y testigos del Señor.

5.
En el caso de los sacerdotes (diáconos y obispos), luego de la imposición de las manos del Obispo, por la oración consecratoria, ellos reciben el don del Espíritu Santo. Es un don permanente, para siempre: por eso se indica que el sacramento del Orden imprime carácter. Es decir, sella para siempre la vida y ministerio de quien lo recibe: no es otra cosa sino la configuración a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

Para poder actuar en nombre de Cristo y también de la Iglesia, el sacerdote cuenta con la fuerza del Espíritu Santo que lo guía, lo anima y le da el poder ejercer el ministerio a favor del pueblo de Dios. El Espíritu Santo es quien realiza la transformación interna del sacerdote –la dignatio divina de la que nos hablaban los Padres de la Iglesia-. Así, cuando el sacerdote ejerce las funciones que le son propias, lo hace bajo la guía, inspiración y fuerza del Espíritu.

Entonces, como profeta y maestro, no enseñará su doctrina, sino la Palabra de vida: y lo hará de tal manera que cumplirá lo que enseña la escritura, pues tendrá siempre la Palabra en su corazón y en sus labios… más aún, lo que predique se cumplirá, pues hará que sus interlocutores puedan acceder al seguimiento de Jesús por el camino de la novedad de vida, o mejor dicho la salvación.

Como pastor, sin duda, el sacerdote podrá cumplir con su oficio de amor o caridad pastoral, porque quien le inflama ese amor por la grey es precisamente el Espíritu. Todo sacerdote que sea consciente de esta realidad entenderá que su preocupación por el rebaño de Dios no es una mera profesión, sino la realización de un misterio; es decir, de una presencia actuante de Dios a través suyo.

Por ser santificador, el Espíritu de Santidad que se recibe en la Ordenación no sólo ayudará a que el sacerdote sea santo de verdad, sino que permitirá que santifique al pueblo de Dios. En el ministerio santificador, el sacerdote no actúa por simple rutina o por mero rubricismo. No. Es guiado por el Espíritu del Señor. Cuando perdona los pecados lo hace por la fuerza que le da el Espíritu; cuando bautiza y hace nacer nuevos hijos de Dios, lo hace por inspiración del Espíritu; cuando celebra la Eucaristía, es el Espíritu quien se vale del sacerdote para transformar el pan y el vino en el Cuerpo de Jesús… Así como el Espíritu es quien hace que cada creyente pueda llamar a Dios Padre, asimismo el Espíritu es quien hace que cada sacerdote reconozca que esté configurado a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, Buen Pastor, y como Él, sea causa de salvación para todos (cf. Heb 5,9).

6.
Con la ayuda de sus sacerdotes, también el pueblo de Dios ejerce su vocación sacerdotal con la luz y gracia del Espíritu. Desde el día del bautismo cada creyente está convocado a una vida según el Espíritu. En esa experiencia continua, alimentada por el ministerio de los sacerdotes, cada creyente y todo el pueblo de Dios no sólo viven la espiritualidad que le es propia, sino también cumplen con la tarea de ser puente, camino y casa de comunión entre Dios y la humanidad. Lo hacen desde su pertenencia a la Iglesia, llamada ser servidora de la humanidad.

La misión de este pueblo sacerdotal es invitar y ayudar a todo ser humano a que alcance la salvación. Para ello, además de ofrecerse a Dios como hostias vivas, sus miembros se convierten en lugar de encuentro y en puentes para que la humanidad conozca al Salvador y opte por seguirlo. Es la tarea de siempre de la Iglesia. En esta línea, es importante tener en cuenta que todo ello es posible porque quien es el protagonista auténtico de la misión de la Iglesia es el Espíritu Santo.

Es Él quien va suscitando los diversos carismas dentro de ese pueblo sacerdotal, para que cada quien pueda cumplir con la misión de la Iglesia. Es Él quien actúa e inspira la acción de los laicos en el mundo para transformarlo en un cielo nuevo y en una tierra nueva. Es Él quien va haciendo que el compromiso por la justicia, la paz, la reconciliación, la solidaridad, la fraternidad… sea cierto y eficaz Es ese Espíritu quien conduce a la Iglesia para que sea Luz de las naciones, para que los creyentes sean luz del mundo y sal de la tierra… para que, en el fondo, con su entrega y su responsabilidad apostólica, los creyentes entusiasmen de verdad a los demás por las cosas de Dios.

7.
Cristo, el Sacerdote Eterno nos ha dado el ejemplo y nos ha enseñado el camino. En la Sinagoga de Nazaret reconoció que desde su encarnación se estaba cumpliendo en Él lo anunciado por el Espíritu. También Él se hizo presente en el mundo por obra y gracia del Espíritu, para cumplir con la promesa de salvación. Pero lo hizo como Sacerdote eterno, ungido por el Espíritu: así no sólo anunció la libertad a los cautivos y dio la vista a los ciegos, sino que también anunció el evangelio a los pobres y dio la liberación a los oprimidos… pero sobre todo, inauguró el tiempo de gracia, es decir de la salvación.

Cumplía así la voluntad del Padre, quien en varias oportunidades según nos relata el Evangelio, habló para invitar a que escucharan a su Hijo, el predilecto. Y lo hacía en plena comunión con el Espíritu de Dios, el cual concedió a sus discípulos y con el que marcó a quienes había elegido.

Queridos hermanos sacerdotes:

Dentro de algunos instantes renovaremos las promesas sacerdotales delante del pueblo, que es testigo ante Dios de lo que haremos. En este Año Sacerdotal es importante y necesario que centremos nuestros pensamientos en el ser que nos identifica. Al hacerlo, no sólo reafirmaremos lo que somos y le daremos una garantía a nuestra gente; también podremos hacer realidad lo que Pablo le decía a Timoteo, de reavivar continuamente el don recibido por la imposición de las manos.

Les invito a que, de verdad, dejemos que sea el Espíritu quien guíe y dirija nuestro ministerio. El ha sellado en nosotros nuestra propia identidad al configurarnos a Cristo Sacerdote Eterno de la nueva alianza. El nos da su carisma y otros tantos dones para que seamos auténticos servidores del pueblo de Dios. El fortalece nuestra debilidad y nuestra fragilidad, al hacernos imagen del Pastor bueno; esto es, íconos vivientes del amor redentor del Señor Jesús.

Queridos Hijos e Hijas:

Quiero agradecerles el cariño que profesan a sus sacerdotes. Ellos están al servicio de todos ustedes. Ustedes los necesitan: por eso les exigen santidad, dedicación y generosa disponibilidad. Ellos también necesitan de ustedes: no sólo de su aprecio y reconocimiento, sino sobre todo de su oración y su acompañamiento. Estamos llamados a ser un pueblo de comunión, que realice la ofrenda sacerdotal de cada una de nuestras vidas por la salvación del mundo. Ustedes no lo podrían realizar sin ellos; ellos han sido consagrados para realizarlo en la comunión del servicio con ustedes.

En esta hora que vive el mundo, desde este rincón tachirense, renovemos nuestra fe en el sacerdocio de Jesús, en la actuación del Espíritu en cada uno de nosotros y en nuestros sacerdotes. Hemos venido en peregrinación a esta celebración para acompañarlos, para ser testigos de la renovación de sus promesas… y también para comprometernos con la Iglesia y con Dios a vivir como ovejas que se dejan guiar por cada uno de ellos hacia los pastos seguros de la salvación.

Como expresión de esa fe en el sacerdocio de Cristo, presente en nosotros como pueblo sacerdotal y, de manera particular en cada uno de ellos, les invito a hacer un signo, muy humano y cristiano a la vez: de pie con al mirada puesta en ellos que reflejan al Pastor Bueno y Sacerdote Eterno, brindémosle el más cálido y sonoro aplauso de reconocimiento, comunión y amor.




No hay comentarios:

Publicar un comentario