domingo, 6 de junio de 2010

Del juego y sus modales






Del juego y sus modales

Naturaleza del juego

El agua es bien precioso, y entre el rico tesoro, como el ardiente fuego en noche escura ansí relumbra el oro. Mas, alma, si es sabroso cantar de las contiendas la ventura, ansí como en la altura no hay rayo más luciente que el sol, que es rey del día, por todo el yermo cielo se demuestra; ansí es más excelente la olímpica porfía, de todas las que canta la voz nuestra… (Píndaro: Olímpica I).

Entre los dos grandes azares, la unívoca aventura, / una jara arrojada hacia el crepúsculo, / mera jugada apenas, ínfima, / si lo substancial de los días infinitos se comprende. /... ¿Cómo alcanzar un momento, un ámbito, donde la muerte no quepa? / Aprehender lo eterno en la transfugacidad: / de ahí la naturaleza del juego. (Lubio Cardozo: Juego).

Nadie se olvida, Platko, no, nadie, nadie, nadie, oso rubio de Hungría. Ni el mar, que frente a ti saltaba sin poder defenderte. Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía. Ni el mar, ni el viento, Platko, rubio Platko de sangre, guardameta en polvo, pararrayos. No, nadie, nadie, nadie. Camisetas azules y blancas, sobre el aire, camisetas reales, contrarias, contra ti, volando y arrastrándote, Platko, Platko lejano, rubio Platko tronchado, tigre ardiente en la yerba de otro país. ¡Tú, llave, Platko, tú, llave rota, llave áurea caída ante el pórtico áureo! No, nadie, nadie, nadie, nadie se olvida, Platko.

Volvió su espalda el cielo. Camisetas azules y granas flamearon, apagadas, sin viento. El mar, vueltos los ojos, se tumbó y nada dijo. Sangrando en los ojales, sangrando por ti, Platko, por tu sangre de Hungría, sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto, temieron las insignias.

No, nadie, Platko, nadie, nadie se olvida. Fue la vuelta del mar. Fueron diez rápidas banderas incendiadas sin freno. Fue la vuelta del viento. La vuelta al corazón de la esperanza. Fue tu vuelta. Azul heroico y grana mando el aire en las venas. Alas, alas celestes y blancas, rotas alas, combatidas, sin plumas, encalaron la yerba. Y el aire tuvo piernas, tronco, brazos, cabeza. ¡Y todo por ti Platko, rubio Platko de Hungría! Y en tu honor, por tu vuelta, porque volviste el pulso perdido a la pelea, en el arco contrario al viento abrió una brecha. Nadie, nadie, se olvida. El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan. Las insignias. Las doradas insignias, flores de los ojales, cerradas, por ti abiertas.

No, nadie, nadie, nadie, nadie se olvida, Platko. Ni el final: tu salida, oso rubio de sangre, desmayada bandera en hombros por el campo. ¡Oh Platko, Platko, Platko, tú, tan lejos de Hungría! ¿Que mar hubiera sido capaz de no llorarte? Nadie, nadie se olvida, no, nadie, nadie, nadie. (Rafael Alberti: Oda a Platko).

Un poema debe ser una fiesta del intelecto: un juego solemne, regalado, significativo. (Paul Valéry).

Bienaventurado quien confíe en que basta un lucero para que haya noche. También el hombre que jugase con el sol y más el sol porque juega con el niño. (Pablo Mora).

Crisol de voluntades

El juego es crisol de voluntades. Nada ni nadie como el juego define mejor la vida del niño o de los hombres. Al joven el juego lo acompaña en su desarrollo. Progresivamente, el hombre va dejando el juego, imbuido en el mundo de agobios, azares y progresos. Y, entonces, antes que practicarlo, se transforma en simple espectador, ya desde una butaca, cómodo, en su casa o en el bar; ya desde la tribuna de un estadio, fanático empedernido entre el vocerío o la humana ola. De no ser así, goza igual de los resultados al leer el periódico al día siguiente, donde periódicamente se le ofrece el desarrollo de uno y otro deporte o juego, los de su preferencia. Juego, sin embargo, debería ser, según esclarecidos pedagogos, la vida toda del adolescente, infante o estudiante, pues sólo un esfuerzo, por más científico que sea, puede llegar a ser o realizarse, si se le engarza entre sólidos lazos lúdico-terapéuticos.

Si tomamos a la danza como el más elemental juego humano, pudiéramos proponernos transcurrir todo el día, entre vaivén y vaivén, en plena danza, a son de danza. Desde el poner los pies en tierra al levantarnos, hasta el cerrar una y otra puerta, al agacharnos aquí o alzarnos allá; al apurar o reducir el paso, todo no viene a ser más que danza elemental de nuestra antigua y nueva tribu humana. Aparentemente, hechos para el trabajo, pudiéramos creer que estamos al servicio del juego o de la danza. Es más, la meta prevista en cada juego, nos hace evocar el objetivo, el destino, el blanco, al que han de apuntar todos nuestros esfuerzos, sacrificios, angustias, triunfos, reveses y esperanzas.

En campo de juego permanente se debate nuestra vida. Lo importante es sabernos jugadores preparados, entrenados, listos para la partida de cada día, compitiendo de frente, a pleno sol, con lluvia o ventisquero, al descubierto; cuidándonos de la rivalidad que nos espera, adivinando o afrontando cada contragolpe, adelantándonos a cualquier inesperado o sorpresivo avance, ataque. Después de todo, vencedores unos, perdedores otros, con San Pablo sabemos que uno sólo es el galardón. Justamente decía Pablo de Tarso: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno sólo alcanza el premio?”. Corramos, pues, de modo que lo alcancemos. Ya en esta o en aquella competencia o en la “única” competencia.

Recordemos que el hombre integralmente es humano cuando juega: es entonces cuando trabaja creativamente. Y ese trabajo “lúcido” es fuente de la más pura felicidad. (I. Burk). Ya Schiller afirmaba: “Sólo juega el hombre cuando es hombre en pleno sentido de la palabra y sólo es plenamente hombre cuando juega”. ¡Ay de aquél que trabaja por disgusto y no por gusto! No olvidemos que “la sociedad cuya organización económica impide el disfrute del trabajo como juego, es detestable y tiene que ser revolucionada”. (I. Burk).

Sostuvo Gregorio Marañón que el deporte era una actividad improductiva, en oposición al trabajo, productivo. Al respecto, el Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa consideraba que una y otra actividad son productivas. Era del parecer que “el trabajo crea bienes materiales en dinero”, mientras “el deporte crea en el espíritu una actitud, una alegría gozosa que hace amar la vida y predispone para el trabajo creador”. Y concluía, dirigiéndose vocativamente a los jóvenes estudiantes: “Tomad el deporte como una actividad tonificante, pero aprovechando el estímulo que deja para crear en el trabajo. Sólo quien trabaja con alegría deportiva es capaz de crear una obra perdurable, sólo quien es capaz de rendir el esfuerzo con alegría deportiva puede sobreponerse al fracaso para seguir luchando. No despilfarréis vuestras energías, utilizadlas para crear y para servir...”. Al célebre maestro venezolano fácil le fue cotejar las virtudes del trabajo con las del deporte: el primero, remuneración y obra; el segundo, proporción de alegría; ambos, eso sí, creadores, frente a las necesidades biológicas, sociales y culturales del hombre.

En todo coincide nuestro Maestro con Jalil Gibrán, quien nos recuerda: “Cuando trabajáis, sois una flauta en cuyo corazón el murmurio de las olas se hace música... Cuando trabajáis, cumplís con una parte del más remoto sueño de la tierra, asignado éste a vosotros desde el nacimiento... Trabajar con amor es imprimir a todas las cosas que creáis un soplo de vuestro propio espíritu... El trabajo es amor hecho visible...”.

Lo que cabe preguntarse es cómo un solo deporte, como el que tiene de cabeza al mundo en estos días, pudo alcanzar a poner en jaque el trabajo del planeta entero, hasta hacer tambalear los índices de rendimiento, dedicación y responsabilidad laboral, en general, gracias a la “aldea global” en que discurre el ajetreo de nuestro tiempo. Porque una cosa es corroborar cada día en nuestros jardines, con los nietos, que el hombre está hecho para el juego, y otra el creer que se juega con tan sólo hablar del juego o ver, muy apoltronadamente, un juego en la pantalla de nuestra televisión. Lo cierto es que el juego, consustancial al hombre, hoy constituye una de las mayores industrias de la humanidad junto con las de la guerra, el narco y párese de contar. Ojalá que la máxima de Juvenal: “Mens sana in corpore sano” no termine siendo expresada como “mens sana in machina sana”, donde prácticamente la salud del alma o de la mente provenga de la “salud” de tanto artefacto de nuestra técnica o tecnotrónica.

Con todo, ciertamente, el juego es, ha de ser crisol de voluntades. Nada ni nadie como el juego define mejor la vida de los hombres, los pueblos y sus culturas. Aprendamos del estadio en estos días que ninguna carrera se puede ganar sin esfuerzo, disciplina y sacrificio.


Jugar

Jugar es descubrir el secreto de los vinos mojados por el tiempo o el vientre de las flores anunciando el suspiro de los dioses.
Jugar es darle rienda suelta al niño que se esconde en nuestros sueños.
Jugar es sentir que el viento nos acerca a los difuntos o nos hace volver a las espigas o al fondo más lejano de los vasos.
Jugar es destejerle al herbaje sus clinejas, no olvidarse de darles de beber al agua, los rastrojos y botellas.
Jugar es celebrar el cumpleaños de los árboles.
Jugar es escuchar el aplauso de los pájaros cuando revienta en diapasón el día a pesar del estruendo de las hambres.
Jugar es desarmar como un niño la osamenta y dejar el juguete de nuestra estatura abandonado en un rincón
Jugar es echar una canción en la mirada para dar con el canto del asombro.
Jugar es hacer caber a Dios en un dedal, al Sol en el ojo de una hormiga, al mar en los labios de una perla mientras la luz ensimismada duerme.
Jugar es apiadarse de una pomarrosa engrifada entre la lluvia.

Jugar es crepitar en enigmas tenebrosos pregunta que pregunta por el hombre.

Jugar es querer partir al infinito de cara hacia el misterio para siempre.

Jugar es saber del hospedaje del silencio mientras la muerte nos espera un rato.
Jugar es saber del viento y su camino largo, del sol y su trajín sagrado, del niño y su cocuyo insomne, del mar y de sus islas claras.
Jugar es ir de contragolpe hacia la muerte cantando entre los pinos asombrados.
Jugar es comprobar que la alegría existe todavía, auténtico gol, tal como la tristeza no otra cosa que autogol.
Jugar es defendernos de la infinita goleada de la muerte, la más eterna de todas las goleadas, desde esta inmortalidad que somos en la vida a sabiendas de que el jaque final estará siempre en otras manos.
Jugar es encontrarse con la muerte, fijarle a los sueños su pisada, andar de tempestad en tempestad, ser. Jugar es dejar pasar la noche por encima de nosotros.
Jugar es inventar ratos, penas, alegrías y tardanzas.
Jugar es oír el clamor, el griterío, al hambre en su galope.
Jugar es sentir el sollozo del alma de la piedra.
Jugar es medir la larga soledad de los caminos.
Jugar es convencerse del viaje sin regreso, convencerse del viaje hacia la sombra.



Juguemos a la patria

Porque siguen los imperios velando tu riqueza, defendiendo a dentelladas, a mordiscos, su trono y lozanía, mientras la guerra se decreta; sigue, crece, se desborda y multiplica. Sigue arreciando cerca de los golfos, cerca de los mares, cerca del hombre y sus tormentos. Verdadero asalto a mano armada, arrebatando conciencias, minerales, alboradas; mundos y submundos ante la colosal supermandad del odio.

Porque morimos de miseria cada tarde ante el viento huracanado de la larga letanía de este dolor definitivamente inhumano. Porque el pecho es un celaje que no puede contenerte. Porque bebemos nuestra agua a precio de sangre dolarada. Porque casi no alcanza el sudor para la leña. Porque el yugo se encarama en la cerviz y nuestra piel quema como un horno por el ardor del hambre. Porque seguimos con el hambre todavía, descalzos todavía, sedientos todavía.
Oigamos el clamor, el griterío, al hambre en su galope. Escondámosle los dados a los dioses. Cuidemos de quedarnos de pronto sin presente, sin futuro, sin fe, sin osadía. ¡Juguemos a la patria! Hijos del Mañana, escuchemos la melodía del futuro. Comencemos de nuevo. Acumulemos paz, previendo las luchas que le faltan al torrente. Acumulemos sueños y verdades, lo que importa es la luz de los caminos. ¡No más odio! ¡No más cólera! ¡Sólo el hombre! ¡Nuestra condición! ¡Sólo campos, huertas, sementeras! ¡Sólo arados para el hombre! ¡Sólo hogares para el hombre! ¡Sólo amor, el viril amor del hombre por su hermano, su llanto y esperanza!
¡Menos fuerza para la guerra! ¡Más valor para la paz! ¡Soñemos con la paz! ¡Apostemos a la patria! ¡Juguemos a la patria!




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