Conócete a ti mismo
Pablo Mora
"Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses" (Traducción latina de la máxima griega inscrita en frontispicio del Templo de Apolo en Delfos). Porque qué tienes tú que el universo no tenga. Comienza a desnudarte y empezarás a quitarte el universo. Explórate. Reconócete mortal. Húndete en lo que de verdad eres. Húrgate entre los ramalazos del ser que apenas somos. Ve al fondo. Léete. Cae en cuenta que casi nada sabes.
Sin pretender fundamentar nuestra vida en el solo pensamiento, en sus limitaciones, pensamos con San Agustín que, antes que acudir al ámbito meramente social, hemos de regresar a nosotros mismos, pues, sin tener que ir fuera, es en el interior del hombre donde habita, reside la verdad: Noli foras ire, in te redi, in interiore homine habitat veritas (Aurelius Augustinus: De Vera Religione). “Todas las rutas van hacia la morada de los hombres”. Nos lo dice Horacio: Est modus in rebus, sunt certi denique fines, quos ultra citraque nequit consistere rectum. (Hay en las cosas medida y ciertos límites prescriptos, de los cuales jamás puede la virtud ir atrás ni ir adelante.) “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Lo más importante es invisible.” Nos recuerda Antoine de Saint-Exupéry.
Si importante es volver a nuestro ser, a la infancia, con ojos de niños, reconstruir lecturas, encontrarse con la niebla de vuelta a las primeras madrugadas, preguntar a la neblina por la primera plana de la escuela, por el cafetal y por su aldea, su soledad, su musgo, su vereda; por el sueño y su colina azul, cabalgando risueños por el cielo; tornar al fuego interior de la morada humana, al hombre que con nosotros va, a nosotros mismos, más importante y difícil elegir el destino colectivo: leer el mundo, configurar el destino de la propia patria, su mejor proyecto o porvenir.
Saber leer el mundo es impostergable, indispensable, una necesidad. A partir de la lectura de nuestra aldea, de nuestra localidad, alcanzaremos la del mundo. Desde el cimiento de nuestra propia lectura y la de nuestras circunstancias, lograremos leer el mundo, el que nos correspondió, contribuyendo así a entender y salvar a la humanidad misma. Es Ernesto Sábato quien lo recuerda: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y el aquí.” Nos convence de que sólo universaliza quien ahonda en su aldea.
Apenas ojeado el panorama de violencia permanente, de incertidumbre y pre-revolución, de turbulencia, atrocidad y angustia, pudiera sostenerse que, hoy, entre nosotros, en nuestra patria, nadie lee, nadie estudia y menos, investiga. Ni está en condiciones de hacerlo. Nadie puede leer, ni estudiar, ni investigar holgada, cómoda, sistemática, metódicamente, como convendría, debido al clima reinante de zozobra, desasosiego e intranquilidad, con las concomitantes secuelas negativas para nuestro desarrollo intelectual, técnico y científico.
pablumbre@hotmail.com
Pablo Mora
"Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses" (Traducción latina de la máxima griega inscrita en frontispicio del Templo de Apolo en Delfos). Porque qué tienes tú que el universo no tenga. Comienza a desnudarte y empezarás a quitarte el universo. Explórate. Reconócete mortal. Húndete en lo que de verdad eres. Húrgate entre los ramalazos del ser que apenas somos. Ve al fondo. Léete. Cae en cuenta que casi nada sabes.
Sin pretender fundamentar nuestra vida en el solo pensamiento, en sus limitaciones, pensamos con San Agustín que, antes que acudir al ámbito meramente social, hemos de regresar a nosotros mismos, pues, sin tener que ir fuera, es en el interior del hombre donde habita, reside la verdad: Noli foras ire, in te redi, in interiore homine habitat veritas (Aurelius Augustinus: De Vera Religione). “Todas las rutas van hacia la morada de los hombres”. Nos lo dice Horacio: Est modus in rebus, sunt certi denique fines, quos ultra citraque nequit consistere rectum. (Hay en las cosas medida y ciertos límites prescriptos, de los cuales jamás puede la virtud ir atrás ni ir adelante.) “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Lo más importante es invisible.” Nos recuerda Antoine de Saint-Exupéry.
Si importante es volver a nuestro ser, a la infancia, con ojos de niños, reconstruir lecturas, encontrarse con la niebla de vuelta a las primeras madrugadas, preguntar a la neblina por la primera plana de la escuela, por el cafetal y por su aldea, su soledad, su musgo, su vereda; por el sueño y su colina azul, cabalgando risueños por el cielo; tornar al fuego interior de la morada humana, al hombre que con nosotros va, a nosotros mismos, más importante y difícil elegir el destino colectivo: leer el mundo, configurar el destino de la propia patria, su mejor proyecto o porvenir.
Saber leer el mundo es impostergable, indispensable, una necesidad. A partir de la lectura de nuestra aldea, de nuestra localidad, alcanzaremos la del mundo. Desde el cimiento de nuestra propia lectura y la de nuestras circunstancias, lograremos leer el mundo, el que nos correspondió, contribuyendo así a entender y salvar a la humanidad misma. Es Ernesto Sábato quien lo recuerda: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y el aquí.” Nos convence de que sólo universaliza quien ahonda en su aldea.
Apenas ojeado el panorama de violencia permanente, de incertidumbre y pre-revolución, de turbulencia, atrocidad y angustia, pudiera sostenerse que, hoy, entre nosotros, en nuestra patria, nadie lee, nadie estudia y menos, investiga. Ni está en condiciones de hacerlo. Nadie puede leer, ni estudiar, ni investigar holgada, cómoda, sistemática, metódicamente, como convendría, debido al clima reinante de zozobra, desasosiego e intranquilidad, con las concomitantes secuelas negativas para nuestro desarrollo intelectual, técnico y científico.
pablumbre@hotmail.com
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