Nuevas intenciones
Pablo Mora
Desde este cruce de sueños, siglos y caminos. Desde estas lomas, estos vientos, estas severas soledades, encendidos de frío, de furia y de esperanza. De pie. En vasijas de barro, bebamos el agua, nuestro vino. Podrá faltar el aire, el agua, el pan. La fe, jamás. Cuanto menos aire, más. Cuanto más sedientos, más. Ni más ni menos. Más.
Desde nuestra misma antigüedad. Frente a este amanecer en fogarada. Sin aspavientos, sin bajar los brazos, sin bajar la alegría. A rodear este esfuerzo. A superar este pleito. Venidos del tifón en infección batiente, irrumpamos contra la sangrienta demencia que atenta con la tribu.
Detrás el mito y su atroz corriente. El águila rapaz y su avaricia loca. Toda espumeante de historia, tragedias y misterios, exhalando el vaho putrefacto de los siglos, sorbiendo la polvareda de las necias apetencias, alcantarilla de los grandes asesinos en el desesperado despresamiento de brechas, trojes o caminos.
Hasta ese horrendo desaguadero de la muerte, una pálida cargazón de cadáveres revolotea en la garganta de la fiera. Todo frente al cómplice silencio para distraer el hambre de los humildes o arrancarle el fruto de sus sienes. Blancos simios, responsables de la lívida, azulosa desolladura de las grandes heridas, tatuadas en el hondón del callado petroglifo, el que lanza a la conciencia y a la fronda descubierta el grito sempiterno, adolorido.
Largas, confusas estaciones en las que levanta, amasa y cuece el hombre su pan escaso, esparcido por el viento, buscando la pulpa ausente de los frutos. Unos y otros disimulando las razones del hambre, eludiendo los hechos ineluctables de la vida, las cosas entrañables del hombre y de sus hambres. Babeantes, incompletas verdades, vertiendo su estiércol entre nosotros, retrasando nuestra marcha hacia el pan de cada día.
Hombres de toda condición, de toda opinión, de toda fe, de toda creencia, de toda parcialidad, hombres de idéntica miseria bajo los pendones y los símbolos de los expoliadores: ved en qué se trocaron los nidos en que albergasteis el exceso de ternura de vuestra condición.
Al cantar el gallo. Al romper el día. Al abrir el sol. A filo de madrugada. Viaje admirable, alucinado, para la sangre en rebeldía al borde de la trocha tempranera. Veinte, cuarenta, sesenta hombres, hombres en fila, huellas en el polvo, rostros inconclusos. Cálidos, amargos, en vigilia, cándidos, furentes, engranajes listos, entrecejo insomne, briznas al viento, con lágrimas salobres. Si nos diéramos las manos y formáramos la rueda, sin mirarnos la cara, sin saber quién es quién... sesenta, cien, mil, doscientas veces mil, doscientas cincuenta mil veces mil manos fueran el perímetro exacto, con un poco de tierra, para vivir otra vez. A madrugar. A liberar. A restaurar. A sembrar. A crecer. Al agua. Al sol. A la espiga. La luna alumbra nuevas intenciones. (PSA).
No hay comentarios:
Publicar un comentario