lunes, 7 de septiembre de 2009

Tras la puerta de jade


Homenaje a Rafael Cadenas, Premio FIL de Literatura y Lenguas Romances 2009



Tras la puerta de jade
Rafael Cadenas.


(Ernesto Román Orozco).Un gimnasio de palabras que van dando vida a una idea. Un linaje, su pesadumbre que es tiempo y hojarasca alrededor de un árbol cargado de flautas lineales y sencillas. Así nos explicamos la paz y equilibrio del poeta Rafael Cadenas (Barquisimeto 1930). Un hombre que va dejando planteamientos sin responder, en sus caminos, pues la nada, en ciertos casos, es la respuesta. Un buen día decidió no creer en preguntas, limpiarse de esa interrogante “clásica” que semeja los garfios que abren y cierran planteamientos, ya que quiere darle rostro a la palabra poesía. Su voz (poética) y cotidiana, su conducta, su silencio y distancia, son su escritura, pues la poesía de Rafael Cadenas jamás se descarrila de su palabra diaria. Vaya tránsito hacia la verdad última que significa la plena comunión con la sencillez profunda, con la brevedad adverbial del pensamiento y el relámpago. Con su perenne estado lírico, como diría el Premio Nóbel de literatura, el poeta checo Jaroslav Seifert. Lo más admirable en Rafael Cadenas, es que su poesía muestra su modo de vida y su modo de vida muestra su poesía. Su escritura breve es su breve diálogo. Su silencio, es todo lo que queda en blanco en cada uno de sus libros de poema a poema, lo cual tampoco es gratuito o simple consecuencia de cada una de sus ráfagas. Uno de sus libros, para mí mayúsculos, es En torno al lenguaje, pues es un manual humano para entender al hombre desde lo deficiente o suficiente de su lenguaje. Nos aclara la sencillez de un habla que ni superficial ni profundo, se hace sentencia sin sentenciar, se hace verdad sin imponerla. Pero nos enseña que el hombre que conozca su lenguaje, jamás podrá ser corrupto porque sabe, palabra a palabra, lo que expresa. Porque, además, nunca podrá mentir pues se hace dueño de su realidad. A Cadenas lo resumo con una cita que él mismo convierte en respuesta, al referirse a su tardanza en publicar en el extranjero. Nos habla de cierto escrúpulo que lo ataja y se hace contundente consigo mismo, cuando nos dice:Ni siquiera nos atrevemos a decir que somos escritores, mucho menos poetas, y no creo que eso sea malo. Es como una inseguridad que contrasta con la seguridad que tanta gente exhibe en Venezuela. Ahora recuerdo que Chesterton decía en su libro Ortodoxia, que él sabía donde estaban las personas demasiado seguras: En el manicomio. El martes lo llamé a su apartamento de Caracas, en La Boyera, para felicitarlo. Él mismo me respondió el teléfono y le hice saber mi satisfacción y contento por que el lunes, un día antes, México otorgó a su obra literaria el Premio de Poesía Lenguas Romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El galardón que hasta el año 2007 honró al inmenso Juan Rulfo, llevando su nombre. El poeta Cadenas recibió mi llamada con la sencillez de siempre, como si nada hubiera pasado. Jamás deja de sorprenderme su actitud monacal y serena ante las buenas o malas noticias. Le oí, en varias oportunidades, sus carcajadas cuando conversábamos de lo inconveniente que significa seguir cargando en la vida, con esos ataúdes cargados de próceres, echarnos a la espalda la estatua de alguien que no descansó en hacerse llamar, con prepotencia, el gran inventor de la libertad. Entonces me dijo: en eso coincidimos: los únicos poseedores de la libertad son los pájaros. Y Rafael se reía con llaneza y candidez. Quedó en enviarme un ejemplar de la hermosa edición que le hizo La Sibila y la Fundación BBVA al poemario de Eugenio Montejo que se titula Terredad, y cuyo prólogo escribió. Me preguntó por un viejo amigo de aquí de San Cristóbal, Régulo Antúnez, y, como es cierto, le comenté que tenía tiempo sin verlo. A mediados del mes de noviembre de 2001, me repica el teléfono celular. - Aló, dígame…- ¿Ernesto?...-Sí, dígame…-Es Rafael Cadenas…-Poeta ¿Cómo está?-Cuénteme ¿a qué se debe su llamada?-Pues, te llamo para decirte que ya estoyen Venezuela de nuevo, y no quisiera dejar pasar por altotu invitación a San Cristóbal. Y la primera semana de diciembre, el poeta Rafael Cadenas abordó el Patio de Ladrillos y Cielo del Ateneo del Táchira. Allí estaba Raquel Martín, con sus ojos plenos de brillo cuando el poeta Cadenas abrió su legendario libro Memorial:La primera noche del encuentro, el Patio de ladrillos y cielo estaba pleno de expectativas, interrogantes, sosiego y desmesura. Chucho, Freddy Durán, Pablo Mora, Raquel Martín, Antonio Mora y tantos otros camaradas de intercambios de lecturas, esperaban al poeta… Al rato, unos minutos pasada la hora en la que estaba pautada su primera actividad, como sucede siempre, lo ven entrar junto a Milena, su esposa y compañera de vida. Yo les indicaba el camino, y sin perder tiempo y con el respeto que lo caracteriza por quienes lo esperan siempre, empezamos. Nos habló de sus entrevistas, un hermoso y sabio libro editado por La Oruga Luminosa, que recoge casi todos sus más importantes escrutinios sobre la relación del hombre con la poesía, ésta como origen estético, como manantial y vientre de la obra de arte y sensibilidad del ser humano. Preguntas y más preguntas iban cobrando respuestas muy lacónicas. A veces quedaban en el aire sin ninguna contestación, réplica. El poeta Cadenas, silente, apartado y sereno, observaba -luego a solas me lo comentó- cómo se formulaban las preguntas que le hacían. Habló de la barbarie de los sacrificios indígenas en la América Precolombina. Y así se fue desvaneciendo aquel primer interesantísimo encuentro con el poeta Rafael Cadenas, el mismo que hoy recibe el Premio de poesía Lenguas Romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El mismo que en su lectura de poemas, la noche siguiente, a nuestra querida Raquel, le hiciera aflorar esas redondas arquitecturas de su melancolía, como Eugenio de Andrade, el poeta de Povoa, llamaría a las lágrimas. Y un lino oscuro, tela de arcano, fue cayendo sobre aquel patio pletórico de astros e insectos de plata. Las lámparas de la palabra poética, daban luz a la experiencia blanca que signa la sede del Ateneo del Táchira.




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