viernes, 16 de abril de 2010

Rafael Ulacio Sandoval





Rafael Ulacio Sandoval
Pablo Mora

En sus ochenta años de vida


Para llegar al corazón del hombre. Para recoger la rabia y la ternura. Para sabernos vivos todavía bajo el granado trigal de la noche insomne, rumorosa de viento alto y de luceros. Para convencernos que roja será la rosa en el azul del sueño. Para llegar al mar y a tanta llamarada viva. Para que el arco iris vesperal al hombre de la estrella nos remonte. Para que la aurora sea capaz de convertirse en Dios. Para que el arma se deponga pronto y se empuñe la paz de la mañana. Para que cese el cósmico dolor de la galaxia. Para que a tantas guerras desbocadas las detenga un bordón amanecido.
Para saber que está completamente prohibido llorar sobre los vivos y menos aún sobre los muertos. Para abrazarnos a la paz desde las barricadas de la guerra. Para prestarle al Comandante su montaña, su sierra, sus morteros, su soledad, su naufragio, sus planos, sus trincheras, sus secretos, su escondite, sus manos, sus portentos. Para empuñar fusiles nuevamente. Para prestarle su mochila, su escopeta, su carabina, su boina, su barba, su estrella, su bandera o arrechera; su revólver, su camisa, guayabera y documentos; sus botas, su pistola, su dolor, su ternura, su sonrisa, su tormento y recovecos; su frente, su fusil y sus morteros; su fuerza, su foco, su asma, su garganta y su pañuelo; su morral, su memoria, sus veredas, su nobleza, su magia y suerte y comunión y poesía y espera: el tiempo que le falte para una Nueva Era.
Para esa gruta clara y luminosa, toda nosotros, toda violencia, toda muerte. Para la aspiración, para la espiración, para la queja, la aflicción. Para el deseo. Para que sople el viento blandamente. Para respirar el aire que quedó en la infancia. Para juntar todos los pasos y oír la algazara de los sueños. Para medir el hambre. Para saber bien en qué lugar hay barro, hay sangre, adónde el camino quiere ir, dónde queda la razón, dónde la palabra, dónde la injusticia, hasta que alguna vez si ya no somos, si ya no vamos ni venimos, estemos juntos extrañamente confundidos, así no acepten nuestras vidas unos cuantos hijos de puta.
Para el hombre zurcido y compartido o quien canta, celebra y santifica o el que denigra al odio y sus resabios. Para el hombre lluvioso, otoñabundo, duro y puro a lo largo de los renglones. Para el cántico, el castigo. Para los callados y oprimidos. Para los dolores amigos y ajenos. Para quien viene del pueblo y canta para el pueblo. Para quien padece de sombra o a la luz camina. Para el letargo de las horas donde yacen el alarido, la conciencia, las carnes vulneradas. Para despertar a latigazos el silencio. Para los estambres, las astillas y estallidos. Para estrenar truenos, trenos, trinos, tiros, franjas, fraguas, fragores, fogonazos. Para el canto del silencio. Para el silencio de la sombra. Para espiar cada aurora y comprobar claramente que el día no existe, que la noche se apoderó del mundo. Para respirar juntos el silencio, el silencio, el silencio del silencio.
¡Para una vida tejida de caminos. Para un camarada de pie ante la vida. Pendiente del hombre, su tiempo y sus lejuras. A pulso de júbilo, tapices y añoranzas! ¡Ad multos annos!




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