jueves, 1 de abril de 2010

VIERNES SANTO






2010
AÑO SACERDOTAL



SEMANA SANTA




+MARIO MORONTA R.
Obispo de San Cristóbal.





VIERNES SANTO

En esta tarde conmemoramos el acto supremo de Jesús. Abriendo sus brazos realiza la entrega al Padre por la salvación de la humanidad. Ya no hay vuelta a tras. Ha caminado los caminos de su pueblo, ha hecho el bien, ha hablado palabras de vida eterna… ahora está solo ante la muerte cercana. Y aunque reclama que su Padre lo ha abandonado, sabe que está allí junto a él, recibiendo su ofrenda de amor.

El momento es más que solemne. No hace caso de los insultos, ni siquiera del desprecio cuando en vez de agua le dan una pócima amarga. Siente el dolor de la madre traspasada por una espada en su corazón maternal, pero aún así no la deja sola, pues la entrega al discípulo amado. Es el momento supremo en el que se ofrece como víctima para alcanzar la redención y hacer la nueva creación.

Por eso, la Liturgia de la Iglesia lo reconoce en este día como lo que es: Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo. El autor de la Carta a los Hebreos, nos lo recuerda. De manera sencilla nos indica que es el sumo sacerdote que se ha identificado de tal manera con nosotros, que ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. En la Cruz es donde Jesús aparece más humano que nunca: está compartiendo ese difícil trance que nos toca pasar a cada uno de nosotros. Con la diferencia de que lo está haciendo como víctima que se ofrece por nuestra salvación.

Es un hombre que fue tomado de entre nosotros mismos para cumplir con una misión; darnos la plenitud de vida, como hijos del Padre Dios. Hoy, podemos contemplar en la cruz al sacerdote que ofrece la víctima propiciatoria al Padre; que es, a la vez, Él mismo. Podemos contemplar como esa víctima es ofrecida de manera radical, con toda su sangre y con todo su ser. Podemos contemplar, como esa acción sacerdotal que une al sacerdote con la víctima, sencillamente cumple con la voluntad del Padre Dios.

Ayer recordábamos la institución de la Eucaristía, memorial de su entrega pascual; y del sacerdocio, por medio del cual quienes han de ser elegidos para ejercerlo, hacen memoria viva de su Pascua salvadora. Hoy, ante la Cruz redentora, podemos hacer un profundo acto de fe que nos permite reconocer lo que nos quiere enseñar Jesús: que aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen. Es el ejercicio de su sacerdocio la causa de salvación para la humanidad. De allí que todo aquel que es configurado a El por el sacramento del Orden, se convierte también en causa de salvación para los hombres de todos los tiempos. La fe con la que nos acercamos hoy al Cristo redentor, es la misma fe con la que tenemos que verlo a Él en el ejercicio ministerial de todo sacerdote consagrado para el servicio del pueblo de Dios.

Y esa fe, nos ha de impulsar a manifestar una comunión plena con el Señor. Así nos lo enseña el autor sagrado: Acerquémonos, por lo tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.

La conmemoración de este Viernes santo en el Año Sacerdotal nos debe motivar a contemplar, desde el misterio de la Cruz, la persona de Cristo sacerdote presente en cada uno de los ministros de la Iglesia… para así dar gracias al Padre, porque podemos alcanzar la comunión con Él a través de Cristo que actúa por intermedio de los sacerdotes de la Iglesia. También ellos se encuentran reflejados en la donación de Cristo en la Cruz.



No hay comentarios:

Publicar un comentario