Pablo Mora
Bajo el granado trigal de la noche insomne, rumorosa de viento alto y de luceros. Bajo el caudal enloquecido, la lumbre agazapada, el cósmico pavor de la centella, la sombra mensajera de misterios. Cabe la lumbre de un amanecer repleto de luciérnagas. Entre lunas amarillas, nada azul marinas. Con mares hambrientos, crispados de venganza. Al compás de un mismo sueño. Dispuestos a alcanzar el horizonte. Desde estas alboradas soñolientas. Desde el relente de estos portachuelos. Ante la huerta, jalonando soles, madrugadas, ventisqueros. Cruzando ríos en noches espantosas. Rasgando la neblina. Cruzando mares. Invocando orillas inasibles. Capeando turbias confusiones. Remando entre tifón enfurecido. Después del llanto, el miedo, el desespero. El hombre al desamparo de los dioses. A cielo descubierto, galopando tristuras, soledades y esperanzas. Vivo, vivo todavía.
De mano del lucero. Junto al grano, la simiente. A la derecha de la sombra. Del lado acá del cielo. Sobre las entrañas de la noche. De cara hacia el misterio para siempre. La noche sepulcral donde morimos cuando a nacer apenas empezamos. Huyéndole al buitre de las aguas. Huyéndole a las garras del barranco. Huyéndole a la furia, a la jauría. Huyendo de la tarde y de la nada. De la angustia crispada de la muerte. Sacando cuentas, esperando olvidos. Sintiendo las tinieblas y el relámpago. El ansia desgarrada de la luz. El canto, el rezo, el grito, el alarido. El coro, la canción, el griterío. El aullido terrible de los hombres. En el lugar del hambre todavía. En el lugar del grito todavía. Vivos, en este mundo todavía. En las sombras todavía.
A la espera del juicio, la sentencia. Frente a triunfos y derrotas. Venimos de la muerte hacia la vida. Nos espera la sombra de la estrella. Lo saben las espumas de la mar, las montañas diluviales. Somos sólo un sueño de la insomne lumbre que nos crea. Asombro con ojos de venado que se lleva el tiempo. Sombra, sueño, soplo, polvo, polvillo, noche, alba. Gemido, fuga, ruina, el paso de los hombres que se esfuma. Vaso de muerte, vuelo, humo, el aliento que nos cruza. Orfandad, hilo, alianza, sol y sombra, exactamente enigma. El olvidado asombro de estar vivos. En pasto, en noche, en cielo, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. Vamos de la sombra a la pena. De la pena al sollozo. Del sollozo al sueño. De la Nada a la Vida. De la Vida a la Muerte. De la Muerte al Misterio. En este barro todavía.
No queda sino amarnos los vivos a los vivos, apretar el alma, que siempre no estaremos como estamos. Vernos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos. Saber que existe una puerta y otra puerta y el canto cordial de las distancias. Subir. Nunca bajar. Recogerse a reír en lo íntimo de este celo de gallos ajisecos soberbiamente, soberbiamente ennavajados. Beberse una copa de agua desde la pulpería de una esquina cualquiera. Cruzar en diagonal por encima del tiempo. Agarrar la hora al vuelo. Medirle el tiempo a los recuerdos. Creer en el hoy, el aún, el todavía. La lucha es a muerte por la vida. Estar en guerra contra el dolor y el olvido. En enero todavía.
www.poiesologia.com
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario