miércoles, 10 de junio de 2009

Humanismo tecnológico

Pablo Mora



¿Es previsible el futuro del hombre? ¿En qué medida es previsible? Preguntas presentes en toda discusión de futurología, entre científicos, sociólogos, políticos, industriólogos y filósofos, sin que exista para todos una misma respuesta ni una misma significación. A los políticos industriales, a los tecnólogos, interesa obviamente el futuro del hombre a corto plazo, en cuanto responda a sus proyectos inmediatos y específicos. Para otros, en cambio, el futuro del hombre es algo mensurable a largo plazo, indefinido, y se relaciona estrechamente con la suerte misma del hombre, sus transformaciones eventuales, biológicas y mentales, es decir, con los modos de vida, los sistemas sociales, en fin, con la supervivencia o no del hombre mismo en el mundo.
Ciertamente el humano siempre ha deseado conocer su propio destino. Los antiguos creían en la “mántica”, en el arte de predecir el futuro, y todavía los astrólogos, adivinos, quirománticos, hacen su agosto tratando de responder a estos deseos. Pero cuando se discute sobre el futuro del hombre, no nos referimos a este ámbito solamente; sino a aquellas transformaciones que el género humano podrá completar y vivir en un futuro más o menos lejano, si ciertas tendencias, campeantes ya, continúan su empeño y su éxito a un ritmo acelerado.
En efecto, jamás la ciencia había tenido tan vertiginosa avanzada. Es en este sentido en el que el futuro del hombre es todo un problema contemporáneo. Y nos demuestra cómo el hombre es algo todavía —en parte al menos— por hacer. De ahí que esté evolucionando a diario. Su mérito principal lo constituye la cultura: el conjunto de instrumentos que él ha construido para responder a sus responsabilidades. Claro está que tales instrumentos no son sólo las máquinas y útiles para el trabajo o la producción, son también los medios de comunicación, las hipótesis y teorías científicas, las diversas doctrinas filosóficas, las nuevas tendencias morales y religiosas. Instrumentos estos en rápida transformación. Y es esto lo que inquieta, lo que hace presente la pregunta sobre el futuro del hombre.
Frente a un hombre que parece caminar a la extinción o autoextinción, sea que, en orden a las alternativas humanas, preveamos demasiado en forma optimista, dentro de “un destino aparente”; sea que no preveamos nada y nada dejemos al hombre para hacer a modo de nihilismo irracional; hemos de pensar seriamente en la responsabilidad de un auténtico humanismo tecnológico, entendiendo por humanismo “la doctrina que pone al hombre en el centro de la reflexión y la filosofía que asume al hombre como su preocupación fundamental... la doctrina en virtud de la cual se confiere al ser humano un lugar central en el universo.” (Josu Landa).
Es indudablemente cierto que toda transformación que se produce en un determinado campo de la actividad humana, tienda a modificar, en alguna medida, la mayoría de los otros. Las nuevas técnicas del trabajo y de la producción influyen en las maneras de vivir, en los usos y costumbres, en los comportamientos morales de los grupos humanos. Toda modificación en un cierto campo del saber no permanece en una sola área, sino que en un determinado lapso es utilizada en otras esferas; y así tiende a turbar o cambiar el equilibrio siempre inestable del ordenamiento general de la vida humana.
Es relativamente fácil para el hombre utilizar sus posibilidades y facultades para proyectar nuevos instrumentos mecánicos, nuevos medios de producción, de distribución y de comunicación, nuevas formas de organización social que respondan a tal o cual objetivo. Se trata en estos casos de servirse de las técnicas adaptadas por sus propias investigaciones científicas. Es decir, todo es producto de la selección adecuada de las combinaciones posibles. Sobre estas bases, el éxito o el fracaso de cualquier proyecto se puede prever con suficiente probabilidad. Lo que no se puede predecir con la misma probabilidad es el feedback, la retroacción o retroalimentación que tendrá el proyecto, no sólo en el campo mismo en el cual se ha realizado, sino en los otros campos más o menos conectados. Porque, en general, las técnicas que han hecho posible un determinado proyecto no están en grado de orientarnos sobre su retroacción. Así sucede que el logro de un nuevo plan influye en menor o mayor cuantía sobre los proyectos ya en acto, y de una manera imprevista o imprevisible sobre la vida del hombre.
Estando así las cosas, mientras pareciera que el futuro del hombre se tornase cada día menos previsible y más abrumador, tremenda es la tarea que le espera al científico hoy ante el futuro de la humanidad. Los avances tecnológicos obligan a reestructurar los pensa de las más calificadas disciplinas o facultades universitarias. Muchos de los problemas contemporáneos pueden hacer del Ingeniero —entre otros profesionales— un responsable inmediato. De donde se precisa una atención a los contenidos programáticos universitarios. En efecto, los más destacados estudiosos del asunto piensan en un nuevo tipo de Ingeniero: el Ingeniero Social, quien a través de una formación intertransdisciplinaria de lo más variada y eficaz logre diseñar mejor el cambiante mundo en que se desenvuelve.
Importante, entonces, en aras de un Humanismo tecnológico, humanizar la ciencia. Recae sobre el hombre la clara responsabilidad de asignarle a la ciencia definidas metas humanizantes. “Un saber comprometido con lo humano, en el que también deberíamos incluir una nueva manera de entender la ciencia, una ciencia comprometida con lo humano.” ( Josu Landa ).

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