miércoles, 10 de junio de 2009

Sobrevivencia

Pablo Mora



Di una vuelta a la luna y regresé con vida. Di otra a la manzana y creí que regresaba muerto. Como Nipo y Kóper a quienes se los tragó el veneno de la noche, sabiendo que la muerte no cuenta entre nosotros. También, gracias a la astucia y al ingenio, Ulises, tras muchos padecimientos, penurias y altibajos, regresó a su casa.
Desplazándose entre un mundo difícil, obviando toda vicisitud, logró encontrar las llaves. Entre la bondad, el amor, la amistad; el odio, el egoísmo, la inhospitalidad; la furia de la tempestad y la paz idílica; el hambre, la sed y la alegría de los banquetes revestidos por el vino y los cantos, Ulises, humano y generoso, fiel a sus amigos, no hizo sino rendir honor a la inteligencia, el privilegio que tenía sobre los demás mortales, verdadera protagonista de la mayor novela del hombre, la Odisea.
Sólo su inteligencia explica, fundamenta el gran deseo de Ulises por retornar a casa. Perfectamente sabe que su felicidad, el bien que ninguno puede quitarle salvo la muerte, está en la casa que ha dejado, en sus afectos, en la vida serena que allí lo espera. Sobre el complejo mundo de hombres, de dioses, de héroes que la Odisea nos describe, sobre el mundo creado por Homero, sobresale, como gran advertencia: la felicidad consiste sólo en estar y sentirse en la propia casa.
Ciertamente, la decisión más inteligente pero, como las travesías de Ulises, la más difícil de alcanzar. En todo caso, nos diría Eduardo Dalter: “La felicidad es una idea abierta.” ¿La felicidad que muy pocos conocen, la ciencia de la felicidad consistirá en huir? ¿Cuántos, entre los hombres que existieron, existen y existirán, lograron, logran o lograrán de verdad sentirse en el mundo como en su propia casa?
Con todo, tras la omnipotencia e impotencia del hombre en las relaciones con su entorno, hemos de reconocer que éste encuentra en el mundo natural en que vive los “datos” de sus problemas mas no siempre sus soluciones; que puede, con su poder de selección y proyección, modificar sólo dentro de ciertos límites su situación, su porvenir, las modalidades mismas de sus relaciones con el mundo. A tal punto, que en sus manos pareciera estar su digna sobrevivencia o destrucción final.
Con mi nieta, decía, di una vuelta a la manzana, afortunadamente regresé con vida, convencido de que por ahora, con sus escasos meses, no sabe un comino de su sombra, bañada por el sol de este aciago octubre. Entre tanto, me digo, no queda sino verse pasar, ver pasar, llegar a conocerse, caminar, navegar y prosperar a contracorriente. De ser posible, hablar con el apamate, el araguaney. Con el bosque, con el jardín, con la tierra, con el cielo. Dialogar con el universo. Oír los pájaros, hablar con los árboles, las estrellas. Juntar y deshacer orillas. Saludar al sol profundo que brilla en el corazón de los humildes. Tratar de seguir existiendo. Así sea en la propia casa por cárcel. Recuperar la palabra. Entrever las horas. Convivir a tiempo. Asomarnos a nosotros. Enfrentar la realidad. Abrir caminos. Armarse de fuerza, de coraje. Antes que a algún hideputa poder o imperio le dé por cancelar nuestra propia patria, suelo o sueño o ponga en ascuas nuestra casa, papeles, macundales y esperanzas.

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