Pablo Mora
Profesor Titular, JubiladoUNET San Cristóbal, Táchira, Venezuela
pablumbre@hotmail.com
Toda palabra es como el hilo de un telar que a cada quien toca enhebrar para que no se detenga el oficio de tejedor y por eso en esta alta hora del dolor humano hay que organizar las tinturas que nos regalan las flores para dibujar las ramas de los árboles el ropaje de la noche y la luz girasol de los mediodías con el violetamor de un amanecer humanecido
mery sananes
larga sombra de cópula y prodigio
rosa del mar al pie de la tormenta en la rosada desnudez del alba en las manos del mar silencio alado la engendra el mar la arena su oleaje la sombra primigenia de la luna los zumbidos del alba la interrogan la tarde el sol la lluvia las albadas la insomne playa el cielo la locura la piedra junto al mar de queja asombra cavila el mar como la ola empina de pronto al mar cobija y oye al mar camino de las alas de la noche en ella cabe el mar en piedra viva en noche en cielo en tierra en sueño en sombra
claridades de sombra opalescente sueño desenterrado lacerado flor reseca enroscada retorcida personificación reflejo altivo jadeo de mujer sobre la arena benigna resistencia de las cosas implacable sonrojo de las venas la perenne cuestión de los modales profunda y antiquísima visión soplo oleaje vela azul tormenta azul enrojecido amoratado el gris vagando en las colinas pardas los colores los sueños visionarios aconteceres del alucinado
un pedazo de pan para los pájaros un alarido entre la guerra la imagen vegetal de la lechuga un alpargata recibiendo sol gota de lluvia roedura ajada la sílaba final del viento errabundaje vuelo trashumancia mientras murmura alrededor la noche en la punta del tiempo navegando justa medida del asombro humano sed de viento de pan de sombra y huella manera de sentir junto a los otros para sacar la flor de las cenizas la eternidad en sol andando raza que canta en la tormenta yunque espiritual en la refriega vino legítimo del sueño en armas lumbre fulgor verdad nostalgia cósmica un eco colectivo corregido ágora del delirio y la tragedia secreto en flor lugar del alumbraje
la fundación universal del ser el hombre ante el espejo de su sombra retrato del mundo y sus costumbres algo visión fidelidad relámpago milagro de la vida compartida íngrima huella hembra deslumbrante no le conocemos longitud altura ciclo molecular peso específico mas le conocemos su sabor exacto es un sabor a trigo a leche y miel a rosas a durazno que como un corazón recién nacido palpita entre los dedos de las hojas por su sola dulzura sostenido
rasgón terrazgo espada triza cópula ramaje ramazón o ramalazo las palabras compiten y complotan capaces de recuperar al hombre o de inventar al sol o al propio vino se levantan temprano con el alba
mantiene abierta la beldad del hombre cabalga que cabalga en las tinieblas relumbra vela brilla resplandece para que el canto siempre permanezca viene del fondo de los siglos sigue vuelve como la aurora y el ocaso sabe de noche sabe de alborada del sagrado silencio de las piedras del lugar en que el grito nos religa las cosas no sabrán cuando ella parta
el modo en que amanecen hombre y agua la imagen intrincada de los sueños manera de llevar a pelo el día sed de sal sol de abrazo noche vuelo desnuda yegua para amanecerla hasta la última siembra última lumbre hasta la última lucha última milla hasta el último jadeo segundo esperanza de fe plenificada furiosa tempestad de noche y día es la arena enredada entre las olas el mar que se desborda sobre el risco feliz morada del soñar antiguo sobre el azul espejo de las aguas es la mirada de la noche en vela el paso de los duendes sobre el mar el relente susurro de los árboles la sal la espuma el sol la madrugada
breve lechuza ardiente lujuriosa sorpresivamente alada reciamente atuendo oscuramente lumbre súbitamente viva humanamente cierta airadamente tierna nocturnamente yendo desnuda levedad a ras de suelo
jaula de cristal hembra jadeante jirón de prado nube pura sol y casa y universo y clarinada jovial esencia hendiduras configuración del inacabamiento ruptura momentánea fluir inagotable del murmullo fraternas potestades del asombro
contra la sed y el hambre sobre el puente contra todo forma de vida asombro deshojado sueño de la piedra piedra de los sueños fecunda entraña de la luz andadura pasturanza festín de sombra y llama plato de aromada miel idilio diosa aparejada milagro del insomnio desatado en la nochumbre a vista del rocío amanecido blanca palomica en soledad herida en uno de los ojos de pronto reclinada flujo y reflujo en comunión altiva relámpago la sombra del designio desangrado crepúsculo del ocio
lejana silenciosa larga sombra alta vigilia rastro de la tierra bramido sordo de la parda luz ventanas goznes muros quemaduras clamor del hambre grito poderoso infinita orilla aire detenido sagrada apuesta vengativa luz paloma caracol y compraventa feraz gloriosa repentina ilesa íntima soledad amenazada la línea precisa del abismo para llegar a tientas a la nada desde el morir al no morir viviendo del otro lado de la sombra en luz
se detiene estremece sube baja viene del sueño viene de la nada toca tierra lleva sonidos de metales de sangre de hambre guerra horror pavura conoce el canto de las aves el silencio del paraguas la melancolía del guanábano el sitio del silencio las alas de la noche y de la lluvia el gemido de las nieves las voces de la sangre honda navegación paso del día el regreso del sueño el rastro del celaje su grito de cigarra la navega en la muerte y se cuida de lo vivo ronda entre soledad por muchas albas sale de su envoltura puro asombro querer apoderarse de los sueños de las cosas las luces y los pájaros larga sombra de cópula y prodigio
alba engrifada cielo animal prado en manos del sol que se despierta virilmente el hombre en cósmica entrega permanente sigue al arroyo en su silencio lúgubre a la intemperie al descubierto el más airado grito de la tierra el más largo suspiro de la fronda el más verde silencio iluminado
lenta alucinación de estrellas rotas planicie en llamas jubiloso asombro jungla de sueños jaspes arrojados cóndores en parejas blanquecinas agua ajada cascadas jadeantes sed de mitos en sombra de alborada mística sorprendente hipnótica única nave estrellada soledosa mágica selénica arenisca del desierto paraje azul retamas y algarrobos tótem tensado en fuego arrasador ocre perenne enloquecido abrazo alzado cabizbajo valle erguido en la antigua quebrada de la noche
Y vino la palabra
Y la palabra fue. Tal vez de un tiempo móvil, volátil y espiralado, el que quizás nunca tuvo aurora. De no se sabe qué alba. O qué noche, qué incendio o llamarada. Ya se podrá saber qué antorcha la ha encendido. Y desde entonces anda con el hombre. Sabe de su llanto, su alegría. De su pena, su gloria y su desmayo. Sabe cada paso de los hombres, pero nada de su espera, de su intento, su inocencia. Con el hombre, la palabra va a la huerta, a la vereda, al mercado, a la alacena, al griterío. Con la mujer va al parto, amamanta, acuna y llora, reza y canta, cantilena, centinela, cantío y dulzura de cielos arrullados. La palabra siempre, siempre en rebeldía, bandera enarbolada en el balcón embravecido. La mujer, brava hembra de dichas y quebrantos, enhebrada en la esencia de la nostalgia, teje que teje cielos realmente nada celestiales. La vida se encabrita hasta llegar al nochero bravío de los cantos del sol oscurecido. Desde un principio fue la verba creadora de la ciela y de la tierra. Aliento, impulso, asomo, asombro. La que anima, infunde vida. Madre gaia que estás en todas las instancias de la vida y de la muerte. La que combate el frío de la muerte. Da vida, resucita, alumbra. La que inspira y brinda sueño. Y en la trinchera, vigila y combate con el hombre. La que enciende la luz en las ventanas de la oscuridad. La partera del renacimiento diario. La mujer, la vida, la dadora de vida, la del niño resurrecto, la de la visión, la libertad, el canto; la señora, la hija, la nieta, hermana, la amiga, la abuela del multiverso. Emancipadora, combatiente, anima, se asoma al horizonte, resplandece, descifra enigma, enfado, encono, enredo, entuerto, mientras camina junto al hombre. Muy honda, la palabra anduvo y anda. Lugar común para llegar al hombre. Al pie del hombre siempre.
Siempre madre, siempre verba del viento, del carrillón que suena en sus entrañas hasta dejarla exhausta, del hijo que late hasta vivir en un azul de tiempo inexplorado. Encrespada la violencia, en oleada siniestra, vence, sobrevive. Cuando la muerte acecha, acurrucada, la palabra afronta el sueño, horada el muro, lanza el grito, salta, auxilia, corre, va, revela, adivina, cavila, tienta, intenta, arriesga, profundiza, infine, se devuelve, convoca, increpa, aviva. Y la palabra levantó su voz y clamó herida, se arrodilló ante lo eterno, bebió la copa de lo efímero y el hombre, necio, de mentiras se embriagó. La palabra asedió los campos y sembró promesas en la arena del desierto, cavó tumbas y arremetió contra los muertos, fantasmas indiferentes que se pasean por las calles malditas y les dejó en la boca la huella del beso. La palabra se calló y lloró ante la lengua infame de los días, quiso redimir los labios al tiempo; bohemia, viajó desnuda ante la incredulidad del silencio, se hizo sombra y viento enfurecido con milenarias historias desde el principio hasta el fin de las edades y los días.
Pero también la palabra se vuelve honda y disparo, grieta y sepultura, muro y barrera, pozo hondo y oscuro que dibuja distancias y linderos. Un día, sin saberlo, se quebró en tantos pedazos como hombres aventó a la tierra. Diáspora, desprendimiento, fractura y lejanía. Hay que ir por ella, para reconstruir las sonoridades infinitas de su vuelo, trazando elipses de amor sobre los cielos de la vida de los hombres.
Se desgarró en relámpagos, en fogonazos. Alzó su llama hacia las estrellas. Palabra en mano, el hombre junto al muro. Callada, espesa sombra tardecida. Sombra insomne. Del lado acá del canto. Del lado allá del vuelo. Del lado acá del tiempo.
Nos dejaron las palabras
“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola... Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció...Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada... Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos lo dejaron todo... Nos dejaron las palabras.” (Pablo Neruda, Confieso que he vivido).
“El poeta nos ofrenda, así en tan poquitas palabras, todo el universo, a través del sonido de una flauta, afinada con la ley de los pájaros, de las alas, del viento, de todo lo que se extiende desde el ojo hasta el universo que lo ve, con la marea que roza, labio a labio, la vida… ¿Juego de palabras? El poeta juega con las palabras porque está apostando a darles vida, a convertirlas en mágicos talismanes que le devuelvan al ojo su capacidad para ver y al corazón la hondura para escuchar el código de los pájaros, afinando las flautas del universo. El poeta siempre quiere ser un alquimista. Porque al hombre le han arrebatado su capacidad de ser creador, de ser un engranaje único en la estructura infinita del universo. El poeta se la quiere devolver, o señalar, o advertir, para que tenga una silla para mirar el universo a través de si mismo.” (Mery Sananes, De la palabra, la cultura y el conocimiento).
Potestades del hombre
Poseso de su angustia, va, calcula, se sostiene, adelanta, se defiende. Cavila debajo de la noche y la tormenta. Desangra en las cinco parcelas de la Tierra. Cabalga con toda la tristumbre de los montes. Desenfunda la paz contra la guerra. Enarbola los sueños de los árboles, la lluvia seminal de su plantío, el centro genital de su coraje, el canto forestal de sus costumbres. Camina noche, albada, sueño, vida. Amanece en horizonte, desplegado. Estrena atajo, madrugada, aliento, desde la playa de su antigua pena. Frente al largo espesor de su quejido, se reconoce, salta, se levanta. Sorprende, vivifica, sonreído. Relumbra, se decide, se esperanza. Finca en sus potestades la alegría, en los goznes del tiempo sus oídos. Arde de furia en la trinchera ardida, esconde sus consejas mal herido, quitándole la cara al fuego, al miedo.
Dialoga desde lo alto con las horas. Canta, se desborda, multiplica, de nuevo cuenta. Ofrece cuerpo, vida, alma y suerte. Aloja luminosa su rabia en las ojeras. Sostiene la mirada de los árboles. Bendice los salmos de las sombras, los imponentes secretos de la niebla, la silenciosa castidad de los cordones, mientras avienta duro el corazón del sueño. En furia cordial se descontenta ante la tarde, el fragor, el desespero, asido a su hermana gota jornalera, al pan que se esconde en los aleros. Lluvia tras lluvia, el suburbio se subleva. Llueve la grieta, la pobreza, el adobe llueve. Hambrientas, se arrinconan las miradas, se arropan furentes las tristezas; se persignan a gritos los silencios. Se desata la lluvia entre los sueños y arrasa, intensa, choza, caserío, vereda, ahorro, juerga, sementera.
Transita en tempestades mundanal miseria. Maldice las horrendas torturas del hermano. Consagra la levadura eterna de los panes. Conoce los pasos permanentes de la sombra. Despliega temores, ramalazos y portentos. Se agita en el fuego bravío de la mar. Se afinca en la locura en lucha con su pena. Mendiga la lumbre de la gota en el alambre. Quisiera recuperar el curricán perdido. Tritura las indómitas fieras que lo acosan. Renace de entre la podredumbre de la fosa. Se entrega en las redes de un tiempo submarino. Violenta volcánico la luz de otras estrellas. Arremete contra la infancia alada de las rosas. Se enrumba delirante al acecho de otra aurora. Se astilla ante el antiguo malecón del puerto. Desgarra el alma fulgurante de la flor. Se aferra a las entrañas de su viejo pan. Desguaza furente el huracán en alta mar. Desgaja las indomables fauces de la sombra. Se eterniza sepultado en la fragua de la guerra. Nos acusa, nos grita, nos reclama.
Respira la celeste mirada de su sol. Consume la agónica tristeza de las hojas. Interpreta la silenciosa huracandad del tiempo. Perpetúa el camino, lo consiente, antes de que el instante eterno sea: presente sea, espejismo sea. Como el mar no se arruga, cambia, pasa, ensaya continuas eternidades, arroja penas, activa aguas puras. De nuevo existe, canta, sueña, cree. Desde los manantiales del olivo, por obra y gracia del asombro el hombre, el hombre, rayo que arde en la tormenta, alarido crispado, verbo, cosmos, el hombre a punta de hombre y tempestad, el hombre, simplemente el hombre, yendo, en paz consigo, con su pena al hombro. El hombre en ventanuras del azul, sobre los fogonazos de sus huesos, delirante, al acecho de otra aurora, sobre las polvaredas de los sueños, entre borrasca, grito y alborada, locura al cinto, en lucha con su pena, andando, andando, andando, andando, andando.
La calificación de las palabras
Palabra por palabra, entre el bufido de nuestra montaña, decir lo que pensamos, con la seguridad del sabio, la transparencia del niño o el alarido de los locos. Reconocernos al encontrarnos con la palabra. Sacarla del baúl de nuestras vidas para empezar a compartirla, adulta, fraternal, con el soldado, la patria y la arboleda. Pronunciar, con aptitud juiciosa o en aras del escándalo, la palabra decisiva que la vida y la historia nos fueron enseñando. Envueltos en subversiones y versiones, marchas y contramarchas, dar con la palabra necesaria, para ir nuestro destino arreando. Decidirnos por la libertad de la palabra; hasta hacerla timón en nuestras manos, frente al vendaval, la noche y los dioses que nos cruzan, confusos y ominosos. Enseñar la palabra al hombre que llora, hambriento, cabizbajo, en su bravura. Lugar por excelencia de lo humano, en la palabra vivimos, nos movemos y somos. Como la patria, en desdicha, en hechura o en deshonra, en ella gime, vive o sobrevive. Hacer buena la palabra. Hacerla voz, viveza, arado; lengua, paz y pueblo; combate, libertad, salario; amor, vida y arte. Arte subversivo. Violación de límites y paciencia represiva. Rebasar lo permisible. Transgredir lo decible. Asumir la razón poética, en creación, asombro y maravilla. Concebir la magia de la patria, su visión real, irreductible, ineludiblemente misteriosa, amarga, mortal o vengativa. Palabra en alto. Y la victoria crecerá despacio como siempre han crecido las victorias. Videntes, alucinados, intermediar la fuerza oculta. Jugar a la paz con el soldado o con el niño que nos reta, vagabundo. Recobrar la palabra -antes que la pólvora-, su encanto germinal, su magma, su hermosura, su historia, su legendaria esquina, donde espera, acurrucada, el hambre, en miseria cobijada. Asistir al combatiente, en cárcel, en rincón, enfurecido. Hacerle conciencia conflictiva, desgarrada. Empuñarla, fulgurante, solar y duradera. A favor de la apuesta, el combate, la batalla y la final victoria. Lejos Palabra en mano, volear la pródiga semilla sobre el campo, el hermano y la pradera, en sincera alianza, tras un despuntar de claras madrugadas, de gracia, paz y vida nueva. Palabras y más palabras, cataratas de palabras. En la distancia del futuro, el vuelo de las palabras, rebeldes en el tiempo y al olvido refractarias. Cuesta arriba, cuesta abajo, las cosechas de palabras, buidas y aceradas, por las sendas urticantes. ¿Hasta cuándo la calificación de las palabras? Alma arriba, alma abajo, meridiano esclarecido de nuestras ansias fulgurantes. Lejos de tantas patochadas; lejos de perlas, monjes, molinos o castillos; de confundir caballo y hombre, pueblo y pólvora; lejos de diferenciar fusil de patria, vino, oficio, trago y trigo; vida, misterio, alma y poesía; lejos de comernos las palabras, dar palabra, corazón y mano; empeñarlos, cruzarlos con el hombre, sus asuntos y sus sueños; manteniéndolos en pie de guerra por la paz o el pan que hagan falta, palabra por palabra. Frente a una palabra enmascarada, fantasiosa; una clave, articulada, lujuriosa, pertinente; una palabra activa, digna, apasionada, certera, cruda, furente, fehaciente, empuñada, insomne, verdadera. Una palabra que golpee al mundo y acompañe al hombre. Urgida, llameante, inextinguible. Adecuada al enigma universal y al majestuoso corazón del hombre. ¡A pulso de vinagre, vino y júbilo! El corazón, los ojos de los hombres se llenaron de letras, de mensajes, de palabras. Letras que caminaron y encendieron, que navegaron y vencieron, que despertaron y subieron, letras que libertaron, letras en forma de paloma que volaron. Y el hombre fue otro y otra fue su palabra. El canto, el himno ardiente que reúne a los pueblos de una letra agregada a otra letra y a otra de pueblo a pueblo fue sobrellevando su autoridad sonora y creció en la garganta de los hombres hasta imponer la claridad del canto. La palabra sólo es. Tenemos que fluir con ella. Entregarnos al momento. Dejar que como el vino ocurra. Para aprender el tiempo. Para aprender la vida. Para aprender la muerte. Para leer la luna con el alma mientras canjea el puesto con la muerte. Para empeñar la guerra. Para empuñar la Paz. ¡Y si después de tántas palabras, no sobrevive la palabra! Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
¿Para qué sirven?
“Son del viento? ¿Son de la Poesía? ¿Nacen de las hondas concavidades de la tierra? ¿Quién inventa las palabras? Tal vez sean de la lengua, Valentina. O la lengua se deba a ellas; a sus misterios. A su noche oscura, a su luminoso amanecer; quizá a los sonidos fundacionales del pájaro, al ruido de las hojas al caer; tal vez al fuego, a la chispa del primer frotar de piedras en la caverna. Quién sabe si al roce de los cuerpos descubriéndose en la cálida desnudez de sus asombros; en el rotundo gemido de un vientre que prende brasas y arde como yesca en otro vientre.
Qué difícil decirte acerca de las palabras, de su nacimiento; de su tránsito por tantos y este pequeño, reducido, universo que aparentamos. A poco de andar en su posesión, si acabamos de comprender que son ellas las que nos llevan por sus territorios interiores, por el vértigo de sus desfiladeros y promontorios; por la escarpada falda por la que sube Sísifo con su piedra inmortal.
¿Y en donde se encuentran las palabras? Si no le tienes miedo a la materia, si no te asusta la esencia que la mueve y la hace ágil, en la calle; a la vuelta de las esquinas, en los ventorrillos de pueblos, en las plazas de mercado; en los funerales de los muertos pobres y en el dolido llanto de sus almas vivas que quedan por aquí penando de soledad y desamparo.
Otras veces son ellas las que se abalanzan sobre ti, te dan coletazos en el rostro; te acarician como a este tu abuelo que casi ya revienta por decir palabras que aún no lo presienten. Ni saben de él ni se interesan por su larga ausencia de voces.
La palabra es lo que es; eso que tú tocas, tiras, maltratas y vuelves a mimar; a dejar que habite tu aposento, que calce tus zapatos y vista tus vestidos; que suba y que baje y se vuelva a trepar por las ramas de tus brazos, que se escurra como pez y se zambulla sin ahogarse en las aguas invisibles de la memoria; en el río desbordado de las emociones.
Si se ponen donde no deben ir; si se dicen cuando no deben decirse; sino dicen lo que deben decir; sino aparentan algo más que la realidad de las formas, las palabras se malgastan, se vuelven toscas y matreras; se resisten a decir y a significar y a simbolizar. Se asustan, casi no quieren contar lo que saben ni cantar lo que inventan.
¿Para que sirven las palabras? Para limpiar la sangre de los muertos, para encomendarles su alma a cualquier dios, para apagar la sed, para incendiar los matorrales, para proclamar el infierno redentor, para ejecutar a los culpables, para exorcizar los demonios, para proclamar la salvación en la carne, para despertar a los dormidos, para saltar la cerca, para imprecar contra el mar, para bañarme todas las veces en el mismo río.
¿De quién son las palabras del cerrajero de Lisboa? ¿Y las del alucinado Blake? ¿Y las de Carlos Fuentes ¿ De qué sustancia están hechas, con cuál pegamento las soldaron, qué viento las lleva, qué sol las orea, qué oídos las oyen? ¿Qué manos las escriben?” Al menos éstas, lector amigo, son de Cristo Rafael García Tapia, caminante en la palabra, en la mitad del camino.
Silencio iluminado
¿Acaso seria del cielo silencioso de inviernode quien aprendí los largos silencios iluminados? Federico Nietzsche
Al silencio se le oye gritar en la montaña. Basta con saber de la naturaleza alpina o haber pulsado el diapasón del Ande, para corroborar el reino del silencio, su hospedaje, fundos, predios, enigmas, solarajes. El señuelo de la poesía se funda en el silencio a modo de pensar oculto, secreto, escondido en el más alto sueño. Espectáculo enervante, entre nosotros, como en cualquier rincón alpíno, oír el amanecer camino del Zumbador. Palpar la hora en la que el verdoso silencio se despierta, en la que, desperezada, el alba levanta los susurros al viento. El silencio mordido por las ranas semeja garzas pintadas de lunitas verdes. Engrifado el prado, se erizan cielo y animal en manos del sol que se despierta. Entonces el silencio iluminado comienza a platicar. De par en par en manos de la luz, el hombre inicia su trajín. Frío, silencio, altura, en reto permanente, ante la dulzura musical que alcor, presagio, empeño, alumbra.
En esa hora matinal, desprendida de la paz albada, pareciera que el hombre tomase el pulso al mundo. En silenciosa ligereza alada, donde la suprema levedad oficia, en vuelo el hombre, confiado, retorna, se apresura, se dispone, se entrega, se eterniza. La suerte de la tierra virilmente recae en el hombre. Profundamente altos, los Alpes y los Andes de codo con el hombre fraguan el azul en cósmica entrega permanente. Entonces, el hombre se abre a la palabra, la levanta, la enarbola entre su huerta. Blandiendo diapasones subversivos, la lleva hasta la cima, la despliega, asegurando la militancia plena por la belleza y la verdad del sueño. Hombre y suelo en aspas transformados, cimientan la esperanza, en oronda libertad fundada.
Apoyada sobre el hombre, de pie, proveniente de la larga noche insomne, la palabra, forma de vida, asombro deshojado, pasa a ser compromiso, riesgo, santo y seña; desafío, soplo, aire, poder de creación; rayo, sol, susurro de semilla, fluir inagotable del murmullo; génesis, memoria vegetal, larga sombra de cópula y prodigio; el vientre de las flores anunciando el suspiro de los soles; el silencio hospedado en la cascada o el anafre. Palabra y poesía y silencio. Al principio fue el silencio. El mismo aliento que al principio fue. Silencio del silencio del silencio.
Empieza por abrir la soledad. Por escuchar el día y sus afanes. Sigamos al arroyo en su silencio. Convéncete del viaje hacia la sombra. Que vuelvan los caminos a encontrarse. Vayamos al misterio como el río. Fijemos a los sueños su mirada a lomo de coraje y de esperanza. Zumbe el silencio mientras hombre viva. Ilumine el silencio todo sueño.
Sobre la polvareda de los sueños, entre borrasca, grito y alborada, locura al cinto, en lucha con su pena, andando, andando, andando, andando, andando, por obra y gracia del asombro el hombre, resistiendo en la tierra de la noche como un árbol al pie de la tormenta, silencio a la intemperie, al descubierto, insomne, terminal, asombro insomne. El más airado grito de la tierra. El más largo silencio iluminado.
Noticias enigmáticas
Casa de los pájaros, casa de los vientos: el aire. Cerdo del oleaje: la ballena. Bosque de la quijada: la barba. Asamblea de espadas, tempestad de espadas, encuentro de las fuentes, vuelo de lanzas, canción de lanzas, fiesta de águilas, tormenta de hierro, encuentro de las fuentes, juego de los filos, borrachera de las espadas, lluvia de los escudos rojos: la batalla. Fuerza del arco: el brazo. Sacudidor del freno: el caballo. Peñasco de los hombros, castillo del cuerpo: la cabeza. Fragua del canto: la cabeza del poeta. Ola del cuerno, marea de la copa: la cerveza. Yelmo del aire, tierra de las estrellas, camino de la luna, taza de los vientos: el cielo. Manzana del pecho, dura bellota del pensamiento: el corazón. Riscos de las palabras: los dientes. Luna de los piratas, techo del combate, nubarrón del combate: el escudo. Hielo de la pelea, vara de la ira, espina de la batalla, pez de la batalla, perro de cadáveres, remo de la sangre, lobo de las heridas, rama de las heridas: la espada.
Granizo de las cuerdas de los arcos, gansos de la batalla: las flechas. Sol de las casas, perdición de los árboles, lobo de los templos: el fuego. Delicia de los cuervos, alegrador del águila, señor de la pelea, árbol de la espada, teñidor de espadas: el guerrero. Negro rocío del hogar: el hollín. Árbol de los lobos, caballo de madera: la horca. Rocío de la pena: las lágrimas. Serpiente de la guerra, dragón de los cadáveres, serpientes del escudo: la lanza. Espada de la boca, remo de la boca: la lengua. Asiento del halcón, país de los anillos de oro: la mano. Techo de la ballena, tierra del cisne, camino de las velas, prado de la gaviota, cadena de las islas: el mar. Árbol de los cuervos, avena de águilas, trigo de los lobos: el muerto. Lobo de las mareas, caballo del pirata, ciervo de mar, patín de agua, potro de la ola, carro arador del mar, halcón de la ribera: la nave.
Piedras de la cara, lunas de la frente, joyas de la cabeza: los ojos. Fuego del mar, lecho de la serpiente, resplandor de la mano, tesoro del dragón, bronce de las discordias: el oro. Reposo de las lanzas: la paz. Casa del aliento, nave del corazón, base del alma, asiento de las carcajadas: el pecho. Tesoro del pecho: el pensamiento. Nieve de la cartera, hielo de los crisoles, rocío de la balanza: la plata. Señor de anillos, distribuidor de espadas y tesoros: el rey. Tejedora de la paz: la reina.
Sangre de los peñascos, tierra de las redes: el río. Riacho de los lobos, marea de la matanza, rocío del muerto y de las armas, agua de la espada, sudor de la guerra, cerveza de los cuervos, ola de la espada: la sangre. Hermano de la luna, fuego del aire: el sol. Mar de los animales, piso de las tormentas, caballo de la neblina: la tierra. Yelmo del aire: la neblina. Yelmo de la noche: la sombra. Crecimiento de hombres, animación de las víboras: el verano. Hermano del fuego, daño de los bosques, lobo de los cordajes: el viento. Bosque de la guerra: el ejército. (J. L. Borges: La poesía de los escaldos).
Saliva de las estrellas: el rocío. Guarapo de los ojos: las lágrimas. Semilla del vientre: el corazón. El sol del pecho: el alma. Mi otro corazón: amigo. Madre: tierra. Ternura: madre. Entrega: ternura. Perdonar: olvidar. (Gustavo Pereira: Sobre salvajes).
Labra nuestra paz
Fundidos entre palabras, vamos presagiando el tiempo sin saber si existe de veras el camino. Cuando el aire nos devuelve, nos vamos a la orilla. Es el tiempo que nos llama. Pendientes de la huella de la vida, no sabemos si estamos de regreso o si somos apenas caminantes. Hay horas fugaces por doquier. Las arenas del lunes nunca son las del domingo. Asidos del presente fugitivo, oteamos nuestro ayer, una estela de horas nos saluda. La soledad en acecho remansada nos ciñe de repente entre sus sienes, tiene una larga cara de mujer. Si supiéramos nosotros cuántas cosas no sabe la noche. Menos mal que existe el mediodía. Los hombres solamente somos los puntos suspensivos de la más vieja carta de la historia. Hay quien nos interpreta y quien nos deja de leer. A veces somos sólo interjección.
Palabra surcadora entre los siglos sin fecha de nacimiento, entre todas las fronteras libre. Palabra mariposa, labradora, volarás y surcarás, de tus sembrados tornarás alegre. Quédate aquí, palabra, a flor de labios, adorna nuestro amor, brinda con nosotros tu triunfo. Única amazona ríe de tu hazaña. Palabra victoriosa, veterana, legendaria, marinera, la misma que una mañana acampara en nuestras sienes. Muchas coronas faltan todavía, mil riberas esperan tu llegada. Quédate cerca de nosotros, únenos, destruye las fronteras, traspásalas, labra nuestra paz. Palabra surcadora, femenina voluptuosa, mensajera, tristemente entorpeciendo tu esencia, ensayamos tu discurso, te soltamos como si fuéramos tus dueños, siendo tú sola dueña de nosotros. De vez en cuando vas de mano con el hombre. Acompáñalo por siglos. Palabra enarbolada en el jardín de los espacios, déjate sembrar lejos, cerca, en todos los rincones. Florece siempre. Ayuda a florecer al hombre. Siempre habrá mar para estrechar las tierras. Siempre habrá amor para hermanar los hombres. El verbo siempre abonará la tierra. Palabra sola labra nuestra paz. Ordena el espesor de la tardanza. Amartilla tú sola nuestra espera. Sacando cuentas y después de todo, tú sola y para siempre la palabra.
ADENDA
La primera maravilla
“La palabra, “oficio de resonancia” nos arma y desarma, “viva todavía en el sufrimiento humano del hombre de la civilización”, nos permite enfrentar la “astucia de la razón”. Tropiezan el sueño y la palabra. La palabra es la primera maravilla del mundo que no cesa de traernos y llevarnos a palabras nuevas. Ella en sí es un mandamiento que interpela, que no pasa impune. Que habla siempre.
Nace una palabra que habla por mí, que me nombra, que me reconoce, que me identifica, esto es un tú hacia otro tú que se atienen a las consecuencias. El humano hizo de la palabra: voz, imagen y principio; destrucción y creación. Dice Hurt Koffka: “El hombre olvidó el lenguaje de los pájaros y de las piedras.” Se desnudó de inocencia la palabra. La palabra nos define como ser humano. Nos aniquila cuando la convertimos en arma. Oficio humano del sonido, mundo sonoro de la ocupación habitual. Nos duele en el cuerpo toda su ignorancia y sapiencia. La palabra desafía, rompe tabú, protocolos y estados inútiles. Su voz es un orificio donde nace lo hermoso, donde se concibe el sueño, donde reposa y se impulsa el deseo hacia donde habita su origen humano a pesar de la contienda con lo inhumano.
Ella es el principio de la vida eslabonando la eternidad en el paso por la muerte. Ella: la imperfecta creación de la belleza pura. Luego imagen de un diálogo perfecto, cogito oral del logos y de la existencia. Hay que restituir a la palabra su poder de evocación. Es la obertura del ser, su cauce es un movimiento de conquistas de espacios.
La memoria de la humanidad la hacemos todos. Cada sujeto humano es un eterno agricultor, jardinero y cultivador del lenguaje. Hay que trabajar por una reforma agraria de palabras, actos y obras suscitando aportes, trasformaciones y posibles ajustes para erradicar la explotación y esclavitud humana. La palabra es un sujeto, un recién nacido, una pareja, una familia, una colectividad: es un tú y un yo. Es un conjunto de lugares, de lotes, de parcelas, de cuadras, en fin de espacios para aprender a: leer, callar, escuchar, hablar, gozar del silencio, para que esa otra voz: la interior surja sin recriminaciones, sin resentimientos, sin obligaciones, sin presiones, sin sufrimientos, sin zancadillas, sin vergüenza, sin prejuicios, sin castigos, sin temores, sin imposiciones, sin calificaciones, sin chantajes, sin forzamientos.
La palabra es la patria desalineada y la tierra sin estado, ella, cada uno de nosotros, nos inserta desde el nacimiento, nos encarna y encuentra. Protegerla es aprender a rebelarnos para darle cabida. Devela la vida, no la encubre entre malezas ideológicas, la despeja con la hoz, el azadón, el machete de la sabiduría y del sentido común. Su consigna: no morir así no más. Encuentra la punta del hilo oportunamente para que agarres, zurzas o hagas puntadas de lecturas nuevas, para que te conmuevas, motives, a seguirla. La palabra es vida vivida, viviéndose, leyéndose, contándose. Habitándose. Posesionándose. Inscribiéndose. Registrándose. Certificándose. La palabra “un goce inédito” (J. C. Milner) de la lengua.
(Extracto de “La primera maravilla del mundo: la palabra”. Ensayo de Carmen Váscones).
© Pablo Mora 2009
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero41/palinsom.html
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