jueves, 11 de junio de 2009

Epistolario a Fidel

Pablo Mora




Fidel Amigo:


El mundo está con Usted y con su Cuba, nuestra Cuba, más bandera que nunca desplegada a la esperanza. A pesar de todas las interferencias en estos días de noche oscura, el mundo sintoniza, está pendiente del Territorio Libre de América. Quienes sabemos del camino, del viento, del Moncada, del Che, de la sierra, de la muerte y la arboleda - los mejores testigos de sus sueños -, rogamos para que Martí los acompañe y nos recuerde que la inteligencia se ha hecho para servir a la patria y que la libertad es la religión definitiva, mientras la poesía de la libertad el culto nuevo. La voz de Europa, la del mundo, la de América y América Latina esperan a cada instante por su voz, por la voz de Martí y la de Bolívar, las voces certeras del encuentro en Libertad. Porque nunca la tierra más firme ni más azul el mar que desde la garita de las islas.
Desde estos ventisqueros de Los Andes, de donde partiera el Héroe a liberar sus patrias, pedimos a la gallarda cubanía, empuñada entre sus manos, ilumine la noche que se cierne sobre América. Que la espada de su isla no cese en la trocha que nos falta por abrir. Que las manos de Bolívar fuljan en sus manos, hasta que América alcance su destino al fragor de sus hazañas, mientras vibre su espada en el camino. Que el ejército rojo, insomne, vele por nosotros en esta noche de América, al lado del barco mercenario que nos mira, nos apunta, nos vigila.
En esta suprema encrucijada de historia y liderazgos, donde cada quien quiere su imagen agigantar, decida Usted, Amigo, como los héroes, entre el destino y el poder. Usted que tiene la palabra, el destino y el poder, díganos: ¿Cómo subsanar el hambre en Libertad? ¿Cómo sobrevivir? ¿Cómo trascender en sobrevida? ¿Cómo grabar el sueño entre los árboles para que vaya andando en el aire, como ellos, hacia arriba? ¿Cómo compartir la luz del mundo al mismo tiempo que la noche oscura? ¿Cómo condenarnos juntos o salvarnos todos con las mismas manos y las mismas sombras?
Comandante Amigo: Cada uno tiene su Moncada, su encuentro con la historia. Ojalá, entre los reales dominios de la violencia, sepamos ajilar esta caña, abrir este camino entre los dioses y los lobos que asechan la esperanza. Salud, estrella de cinco puntas, estrella de todos los justos. Salud, Sol solitario, Sol de José Martí, Sol del 26 de Julio. Sol de América, Sol del Mundo que haremos, los que vamos a vivir le saludan. Prohibido llorar sobre los vivos. Préstenos su esperanza, ternura y arrechera; sus montañas, sus morteros: su magia, soledad, naufragio y suerte; sus planos, sus trincheras, sus secretos, para empuñar fusiles nuevamente.
Mientras tanto, al calor del merensón, de la música caribe en que se esconde el diapasón del Tiempo, señálenos Usted el rumbo, el ritmo, el paso, el viraje, el aire que nos falta, el necesario, para andar en alta mar, en alta vida. Sólo, entonces, el hombre peregrino, en medio de esta horrenda polvareda, marchará alegre y sin ningún sonrojo. Convencido de que roja será la rosa que recuerde su paso. De que roja será la rosa en el azul del sueño. Hasta que vuelva el fantasma a recorrer el mundo y nosotros le sigamos llamando Camarada.
¡Hasta la empuñadura! ¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante! ¡Hacia la esperanza! ¡El laurel y la luz del ejército rojo a través de la noche de América con su mirada mira!
San Cristóbal, 26 de Julio de 1998.A 45 Años del Moncada.

Respuesta de Fidel Castro a Pablo Mora



Sr. Pablo Mora.
Estimado amigo:

Mucho agradezco su amable carta, que me fuera entregada durante la ceremonia de conmemoración del 26 de Julio; como usted sabe, el Protocolo constituye uno de los peores tormentos a que todo Jefe de Estado debe someterse. Su misiva, señor Mora, me permitió sustraerme durante un buen rato a la recepción ofrecida por nuestra Cancillería al Cuerpo Diplomático; con el pretexto de leerla - mis ayudantes la anunciaron como correspondencia de Estado - pude retirarme por largo rato a una discreta sala privada. Allí aproveché para descabezar un breve pero profundo sueño; es que los años pesan, señor Mora, y no puede pretenderse que el cuerpo de este septuagenario Comandante mantenga intacta la fortaleza física de aquel impetuoso abogadito que, hace hoy 45 años, dirigiera el casi suicida ataque contra el cuartel Moncada.
Debo y quiero ser cuidadoso en mi respuesta, señor Mora. Usted me es absolutamente desconocido; por tanto, estoy obligado a creerlo no sólo un compañero sino, además, un compañero bien intencionado. Por esa razón, no debo ni quiero dejar sin comentar algunas de sus expresiones, que me parecen peligrosamente equivocadas en un revolucionario. Me alegrará que estas modestas reflexiones atraigan su atención.
Dice usted, señor Mora, que el mundo está conmigo, y con "mi" Cuba. ¿Lo cree usted realmente? ¿Cree que en ese mundo dominado por las transnacionales de la desinformación, los pueblos tienen acceso a los datos reales del proceso que sigue nuestra isla? ¿Cree usted que continuamos viviendo bajo el manto de la mística, como ocurrió en la década de los sesenta? No se equivoque usted, señor Mora; no cometa el error de subvalorar al adversario: hoy por hoy, las más descarnadas apetencias del discurso liberal campean desde Fairbanks hasta El Cabo, desde Punta Arenas al Mar de Laptev. Y no serán los ruegos a ningún héroe los que nos ayudarán a sortear las dificultades del camino, por más que ese héroe se llame Martí, Bolívar o Espartaco. Nuestro objetivo, señor Mora, no se afinca en la implantación de ninguna religión definitiva, que eso pertenece a la conciencia libre y soberana de cada cual. No luchamos por religión alguna, sino por crear, paso a paso, un orden más justo, más libre, más pleno, que permita que cada cual, respetando la de los otros, pueda seguir su propia religión. Tampoco intentamos afirmar nuevos cultos; ya ve usted, nuestros propios ritos patrios siguen el esquema de los ritos nacionales burgueses. Eso no nos preocupa, naturalmente, porque en definitiva sabemos que los ritos no son más que herramientas que ayudan a mantener el entusiasmo y el fervor tan necesarios en los momentos duros que nos ha tocado vivir.
Las voces de América y del mundo, señor Mora, las voces de Bolívar, Martí, San Martín, Moreno, Túpac Amaru, Lumumba, Albizu Campos, Aquino, Durruti, Sandino, Artigas, Guevara y de tantos otros héroes no necesitan esperar por la voz de nadie, mucho menos por la mía. Los pueblos, téngalo por seguro, saben escucharlas. No para obedecerlas sin más, ni adherir a ellas como si fueran nuevas Tablas de la Ley; pero sí para escucharlas con espíritu crítico, desechando de ellas lo desechable, y aprovechando de ellas lo aprovechable. El mensaje del combatiente, señor Mora, deberá cumplirse un día y quedar, entonces, vacío de virtualidad creadora. El ejemplo de esos hombres, en cambio, nunca se agotará. Y en eso, nada tiene que ver mi voz.
Ha de saber, señor Mora, que esa "gallarda cubanía", como usted llama a mi pueblo, no admite ser empuñada por nadie. El pueblo cubano comenzó su revolución a fines del pasado siglo (lo de 1959 es, apenas, un jalón), y en ella continúa, por su propio impulso, por su propia fuerza. ¿Cree usted, señor Mora, que los pueblos admiten ser "empuñados"? La confianza en el pueblo, señor, es imprescindible en todo revolucionario. Porque de nada sirven los dirigentes si no son respaldados, seguidos y empujados por esas miles de anónimas personas, mujeres y hombres, que conforman eso que llamamos "pueblo".
Pero no corresponde a Cuba iluminar "la noche que se cierne sobre América". No corresponde a Cuba, mantener su espada en la trocha que a otros corresponde abrir. No es rojo nuestro Ejército Revolucionario, señor Mora, sino verde, muy verde, tan verde como nuestras palmas. Somos solidarios, sí, y hemos dado suficientes pruebas de serlo con todos los pueblos del mundo. Pero una cosa es la necesaria solidaridad que entre todos nos debemos, y otra es el creer que estamos para cumplir tareas que otros dejan de llevar a cabo. Más bien es Cuba la que debiera hoy reclamar ajenas solidaridades. No una solidaridad expresada en solemnes declaraciones o rimbombantes rimas; sino una solidaridad militante que contribuya a modificar la relación de fuerzas y nos facilite el camino. No escapará a su clara inteligencia, señor, que la mejor manera con que un revolucionario puede manifestarse hoy solidario con nuestra Revolución, es impulsar cambios progresistas en su propio país.
Se equivoca usted, señor Mora, cuando me asigna la "palabra, el destino y el poder". La primera la tengo, claro está, en todos aquellos foros en que me es dado expresarme, por mandato y autorización de mi pueblo. ¿Conoce usted, señor Mora, la hermosa frase con que un latinoamericano héroe de la gesta independentista interpeló a su propio pueblo? Permítame transcribirla: "Mi autoridad emana de vosotros, y ella cesa ante vuestra presencia soberana. Porque yo ofendería gravemente vuestro carácter y el mío, vulnerando vuestros derechos más sagrados, si pasase a decidir por mí un asunto reservado sólo a vosotros". Esto, señor Mora, fue dicho en abril de 1813, por alguien a quien su pueblo había conferido entonces la máxima autoridad; hoy, a 185 años de pronunciada, esa frase sigue siendo un mandato para todo revolucionario. Yo tengo la palabra de mi pueblo, por mandato expreso de éste, y la tendré hasta que los cubanos no decidan otra cosa. Pero sólo soy su dirigente máximo; no tengo más poder ni más destino que el que tal nombramiento me ha asignado. Ni tampoco quiero otro. Que, como dijo Martí, "toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz". Y como escribiera Steinbeck, "cuando el pueblo necesita líderes, los líderes crecen como setas".
No me formule, entonces, esas sus interesantes preguntas sobre "cómo sobrevivir", ni como "trascender en sobrevida", ni cómo "subsanar el hambre en Libertad", "cómo grabar el sueño entre los árboles", o "cómo condenarnos juntos o salvarnos todos con las mismas manos y las mismas sombras". Interrogue usted a su pueblo. "Vete a mirar los mineros, los hombres en el trigal, y cántale a los que luchan por un pedazo de pan", pedía don Atahualpa Yupanqui. A ellos debe usted interrogar, no a mí. En ellos, encontrará usted todas las respuestas. Como dijo en cierta ocasión el Che: "Recurrimos --quizás demasiado seguido-- al pueblo. A veces en asambleas, a veces en diálogos directos en las fábricas, con los obreros, con estudiantes, pero siempre tratando de que nuestra voz y la voz de la gente puedan intercambiarse y que las ideas se intercambien así, que no haya limitación de categoría, limitación de estrados, ni ningún tipo de limitación, para que las ideas vayan y vengan entre todo el pueblo y nosotros".
Sí, buena cosa es que saludemos todos al Sol. Bueno es que compartamos esperanzas, ternuras y arrecheras. ¿Pero por qué habla usted de "empuñar fusiles nuevamente"? Los fusiles, señor Mora, se toman y se cargan y se disparan cuando ello es necesario, cuando no queda otra salida, cuando morir o matar es la única alternativa que resta para reconquistar la dignidad. Pero la Revolución ha de hacerse, señor Mora, para poder enterrar los fusiles, de una vez y para siempre. La Revolución es Paz, y por eso cuesta tanto, justamente. Permítame usted que recurra a otro concepto del Ché: "La fuerza --decía él-- es el recurso definitivo que queda a los pueblos. Nunca un pueblo puede renunciar a la fuerza, pero la fuerza sólo se utiliza para luchar contra el que la ejerce en forma indiscriminada. Nosotros (y podrá parecer extraño que hablemos así, pero es totalmente cierto), nosotros iniciamos el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa (...) Hay algo que debe cuidarse; que es, precisamente, la posibilidad de expresar las ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos se logren algún día en América (...) Porque si esas aspiraciones del desarrollo económico –que son, en definitiva, las aspiraciones de bienestar en cualquier forma que sea y como quiera llamársele-- la aspiración del pueblo a su bienestar se puede lograr por medios pacíficos, eso es lo ideal y eso es por lo que hay que luchar.
No seríamos revolucionarios, si pretendiéramos señalar "el rumbo, el ritmo, el paso, el viraje, el aire", como usted nos requiere. La Revolución, señor Mora, pretende que cada uno piense con cabeza propia, enriqueciendo con sus ideas el patrimonio colectivo. Sabemos que es éste un proceso que exige muchísimo tiempo; "sabemos que no hay tierra ni estrella prometidas", que todo ha de ser aprendido y vuelto a aprender, que debemos rectificar una y otra vez nuestras ideas, para amoldarlas a la dinámica de un mundo que cambia aceleradamente ante nuestros ojos. ¿Pero acaso el marxismo no nos señala, justamente, que el desarrollo de las fuerzas productivas conlleva la transformación acelerada de los marcos sociales? ¿Y qué es este cambio tecnológico al que asistimos, sino un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas?
Quizá convenga olvidar el viejo fantasma que hasta hace poco andaba recorriendo el mundo. ¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esa clase obrera --en el sentido marxista del término-- tiende a desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria? No me pida respuestas, señor Mora; soy apenas un revolucionario que tuvo la suerte de estar en el lugar apropiado, en el momento apropiado y en las circunstancias apropiadas; no soy un teórico. Confíe en el pueblo, y busque en él los nuevos marcos teóricos ajustados a las nuevas realidades. Conocerá usted muchos fracasos, pero no desespere; antes o después, los pueblos siempre encuentran su camino.
Y nada de laureles, señor mío; nada de empuñaduras, ni de ejércitos rojos. Si ha de haber laureles, será para honrar la memoria de nuestros muertos; mientras deba haber ejército, entre nosotros su color será verde olivo (y que cada pueblo elija el suyo); si ha de haber empuñaduras, será en las manceras de los arados.
Y ya que estamos, ¿qué tal si mientras avanzamos, vamos dejando por el camino el lastre de tanto rimbombante adjetivo?

San Cristóbal de La Habana, 26 de Julio de 1998.

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