miércoles, 10 de junio de 2009

Sombra antigua

Pablo Mora



Vayamos donde vayamos, desbordados, atentos o serenos, circunstantes de este barro que nos ciñe, nunca escaparemos de nosotros, nunca dejaremos de mudar o de mudarnos, en el capricho de llegar. De vuelta al primer mandato natural, a la primera misión, nuestro destino, entre el vaivén de nuestra búsqueda, siempre una admonición, un como demonio interior arrastra nuestro espíritu, aparentemente arrulla o nos increpa, aguija o nos fuetea. Tras el encuentro de nosotros mismos, la voz interior, que desde el fondo llama, lo demoníaco —el eterno llamamiento— crea cada suspiro, rato, logro, aguijonazo o aleteo. Providente, incalculable, angélico o satánico, azaroso o necesario, aquel demonio diariamente reta, salva o encadena.
El hombre, el mismo cuerpo que apenas ayer venía, la ceniza siempre entre la huella, apenas si ve llegar a este duende, este demonio, allá en la aldea. Helechos ya, en pleno vuelo, en mundos repartidos, casi buhoneros a la intemperie, vendiéndole la vida al sol, al aire y a los vientos, en la noche de la guerra, del hambre y de la lluvia, donde aparece gigante la sombra de la muerte, frente a este milagro de vivir, sintiendo el gorgojo de la suerte, sin saber del milagro de la harina, esperando en la trinchera la próxima emboscada, con un pie en la suerte y otro en el azar, la acera talvez sea para cada uno de nosotros nuestra única propiedad privada para contar los pasos a la muerte. Porque fuera de la vida, fuera de vivir a medias, no queda sino el sueño; aunque para muchos el sueño sea la única muestra de la vida. El hombre apenas si decide, opta, elige. El poeta —el hombre— nunca termina de empezar. El espesor de su destino mide.
Basta una grieta para renacer, es el momento de tomar camino, de no correr detrás del viento exangüe, sino tras el dolor de la alegría, abriendo el horizonte de las albas, vértigo sideral del infinito, riesgo, entusiasmo, fuerza, madrugada, abrazo, sima, sueño, solaraje, la festiva grandeza del preámbulo, un desgarre de luces torrentosas, un mirar hacia dentro de nosotros, resistir el milagro de la vida, el saludo del hombre que florece, la fogata que lleve al alumbraje. Esta es la sombra antigua repitiéndose, por fin él ocupándose del hombre, el hombre, pincelazo en el paisaje, ara de dolor, barro, claroscuro, como un faro en mitad del ventisquero, mochuelo en las tronadas de la noche, abandonado al agua y sus quimeras, el hombre en ventanuras del azul, sobre los fogonazos de sus huesos, delirante, al acecho de otra aurora, sobre las polvaredas de los sueños, entre borrasca, grito y alborada, locura al cinto, en lucha con su pena, andando, andando, andando, andando, andando. Por obra y gracia del asombro, el hombre, el hombre, rayo que arde en la tormenta, alarido crispado, verbo, cosmos, el hombre a punta de hombre y tempestad, el hombre, simplemente el hombre, yendo, en paz consigo, con su pena al hombro, al descubierto, hermano universal, ceniza, granizada, en singladura, en pulpa, en hueso, en lluvia, en soledad, semilla germinal a la intemperie, resistiendo en la tierra de la noche, como un árbol al pie de la tormenta, asombro a la intemperie, al descubierto, insomne terminal, asombro insomne.

www.poiesologia.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario