martes, 9 de junio de 2009

CREDO

Pablo Mora



Borges ante el espejo de su sombra
A coro en el asombro entre el insomnio



Creo en la lluvia minuciosamente santa en el hombre cuyo término es un día en la brújula azul lúcida leve algarabía en la luna que canjeó el puesto con la muerte Creo en el hambre madre antigua y atroz de la incestuosa guerra Creo que hemos repartido como ladrones el caudal de las noches y los días que el jardincito es como un día de fiesta en la pobreza de la tierra que equivocamos esa plaza o esa paz con la muerte Creo que estas cosas acaso sean poema que toda casa no es más que un par de lámparas donde arden las vidas de los amigos como velas aisladas Creo en las aventuras del envido y del quiero en la autoridad del as de espadas y en el siete de oros tintineando esperanza en la conversación porteña del truco en el revés del naipe en la leve trampa en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre Creo en un cielo con caballos con envido retruco y flores Creo en el hoy el aún y el todavía Creo en la amistad oscura grata de un zaguán de una parra de un aljibe en el bombón de avena el alfajor la pasta frola en la casa de mi infancia oculta entre soñolientos cafetales en los patios y su antigua costumbre en los ojos que se le van a cada calle en la calle –una herida abierta al cielo– en estas calles que ahondan el poniente en la estéril copia del alma en la noche —fiesta larga y sola— en este río de sueñera y de barro Creo en el reloj de arena para medirle el tiempo a los recuerdos en el polvo el sueño la agonía en la noche en el insomnio en el infierno y en el cielo Creo en el árbol y en el agua en la memoria de los días en la ceniza de que está hecho el olvido en la luciérnaga porque en la noche cree
Creo en el tiempo la tierra y el olvido en las lunas partidas —sueño en agonía— en las tardes —cara que nos mira desde el fondo de un espejo— en esa desconocida y ansiosa y breve cosa que es la vida Creo que más allá de este afán de esta línea me aguarda inagotable el universo Creo que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo Creo no haber visto nada o casi nada sino el rostro de una muchacha de Buenos Aires un rostro que no quiere que lo recuerde Creo en las llaves de Salónica en el bronce el ayer la lejanía Creo en el divino laberinto de los efectos y de las causas en el fulgor del fuego que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo Creo que el poema es inagotable y se confunde con la suma de las criaturas y no llegará jamás al último verso Creo en la música misteriosa forma del tiempo Creo que la mano jironada de un mendigo agrava la tristeza de la tarde y que los días son una red de triviales miserias
Creo en el alba oír un atareado rumor de multitudes que se alejan en las noches y se arman de sueño mientras la poesía vuelve como la aurora y el ocaso Creo que seré mañana el misterioso el muerto el morador de un mágico y desierto orbe sin antes ni después ni cuándo Creo que las cosas no sabrán nunca que nos hemos ido que a todos tarde o temprano nos va entregando la vida Creo en los que pasaron en su cordaje su puñal sus diabluras su pampa su tango su guitarra Creo que los gauchos aprendieron los caminos de las estrellas fueron pastores de la hacienda brava sufridos castos y pobres morían y mataban con inocencia vivieron su destino como en un sueño sin saber quiénes eran o qué eran tal vez lo mismo que nos ocurre a nosotros
Creo en el árbol de la calle Junín que sin saberlo nos depara sombra y frescura Creo que el peor pecado que puede cometer un hombre es engendrar un hijo y sentenciarlo a esta vida espantosa Creo en el día en que dejamos a una mujer y en el que una mujer nos dejó Creo en el último espejo que repitió la cara de mi padre Creo que la muerte es una falacia
Creo que Buenos Aires es la otra calle la que no pisé nunca es el centro secreto de las manzanas los patios últimos es lo que las fachadas ocultan es mi enemigo si lo tengo es la persona a quien desagradan mis versos (a mí me desagradaban también) es la modesta librería en que acaso entramos y que hemos olvidado es esa racha de milonga silbada que no reconocemos y que nos toca es lo que se ha perdido y lo que será es lo ulterior lo ajeno lo lateral el barrio que no es tuyo ni mío lo que ignoramos y queremos
Creo que la puerta es la que elige no el hombre que tu odio nunca será mejor que tu paz que mis noches están llenas de Virgilio que siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas que el agua se acordará de Borges su nadador su amigo que espacio y tiempo y Borges ya me dejan Creo que de algún modo ya estoy muerto Creo en Borges quien jura que no ha muerto en Buenos Aires tan eterna como el agua y el aire
Creo en la honda noche diluvial que nos inunda en esta hora en que el sueño pertinaz de la vida corre peligro de quebranto en esta hora tristísima del hombre en la noche de la guerra del hambre y de la lluvia donde aparece gigante la sombra de la muerte en esta hora de guerra planetaria en este instante estremecido engrifado de tarde en el universo que se mueve a su alrededor antes que a Dios le sea fácil matar del todo su obra en que son pocos los que sueñan el mundo –sus únicos espectadores– que si dejaran de verlo se moriría Con fervoroso asombro como presentimiento tembloroso del amanecer horrible que amenaza estos arrabales desmantelados creo en Borges, en Pablo, en dos, cinco, diez, veinte, cien, mil, quinientos mil poetas flacos desgreñados cantando juntos a la vez a coro en el asombro desde sus Torres de Timón en soledad milenaria trasnochando hasta que la noche gastada se quede en los ojos de los ciegos y nuevamente el mundo sea salvado

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